domingo, 23 de febrero de 2014

La gran estafa americana

 T.O.: AMERICAN HUSTLE
DIR: DAVID O. RUSSELL

INT: CHRISTIAN BALE, AMY ADAMS, BRADLEY COOPER, JEREMY RENNER; JENNIFER LAWRENCE
EEUU, 2013, 139'





La comedia de estafadores es un tipo de película que, bien ejecutada, casi siempre resulta una golosina para el público. En La gran estafa americana, David O. Russell cuenta con unos cuantos ases en la manga: un escándalo de corrupción política que hizo titulares a finales de los setenta (aunque completamente reelaborado;  un rótulo al inicio nos señala que “algo de esto ocurrió realmente”); un reparto de primeras figuras como el transformista Christian Bale o la nueva novia de América Jennifer Lawrence, además de la gran Amy Adams y el carismático Bradley Cooper; una  ambientación años setenta repleta de pelucas, gafas de sol y escotes hasta el ombligo; una banda sonora  generosa en clásicos del funk y de la música disco y, sobre todo, una trama que sube la apuesta a cada giro, implicando primero a políticos locales, luego a senadores y congresistas para terminar alcanzando los niveles más altos de la mafia.

Christian Bale no está en buena forma en esta película.
Irving Rosenfeld (Christian Bale con veinte kilos de más y elaboradas operaciones de ingeniería capilar) es un estafador de poca monta que regenta unas cuantas tintorerías ruinosas pero que en realidad se gana la vida prometiendo préstamos imposibles a cambio de tarifas no retornables. Su vida da un giro cuando conoce a Sydney Prosser (Amy Adams batiendo el record mundial de escotes imposibles), una ex stripper  que comparte con el personaje de Bale la admiración por Duke Ellington y la afición por reinventarse a sí misma. Un par de escenas después se ha convertido en Lady Edith, ha conseguido cierto acento inglés y ha tomado prestado un generoso sentido del glamour de las revistas de famosos y portadas de discos de éxito.  Juntos son un equipo ganador: pronto abandonan las trastiendas decrépitas y se establecen  en una amplia oficina de lujosos y brillantes tonos dorados para impresionar a los desgraciados que llaman a sus puertas. 



En el plano personal, viven su relación como si fuera una fantasía creada por Hollywood, aunque después de hacer el amor Irving se marche a su casa para volver con su mujer, Rosalyn (Jennifer Lawrence), y su hijo pequeño.  No será la última vez que la duplicidad se apodere de sus relaciones. El éxito en los negocios de la pareja atrae la presencia de Ricchie DiMaso (Bradley Cooper) un agente del FBI que les atrapa con las manos en la masa. DiMaso, un italiano del Bronx aficionado a rizarse el pelo y con debilidad por los enredos espectaculares, les propondrá trabajar para los federales a cambio de la libertad. El objetivo será conseguir cuatro detenciones y luego retirarse. Vendedores de objetos robados, intermediarios, algún estafador… Inmediatamente Irving y Sydney ponen en marcha un tinglado con un falso jeque árabe dispuesto a inundar de dinero a cualquiera que se acerque, pero el plan comienza a descontrolarse cuando el ambicioso DiMaso apunta rimero a un alcalde (Jeremy Renner, provisto de un monumental tupé) y luego a políticos cada vez más poderosos. Aunque el verdadero suspense tiene que ver más con cómo quedará el balance de las relaciones entre los personajes, más aún cuando la atracción que comienza a sentir DiMaso por Lady Edith comienza a interferir en el triangulo inestable que forman ésta, Irving y Rosalyn. 


Jennifer Lawrence y Amy Adams
A David O. Russell no le interesan demasiado los mecanismos de la trama, sino las evoluciones emocionales de sus criaturas. En este mundo de maestros del disfraz con facilidad para la verborrea que aprenden a usar el sexo como moneda de cambio, asuntos como la confianza o el afecto pueden confundirse con elementos de caracterización, conductas necesarias para dar el pego en un momento y un lugar concretos. Aunque por eso mismo, entre un cambio de vestuario y otro corren el riesgo de hacerse daño unos a otros. Ninguno de los protagonistas está preocupado por la autenticidad, y su aspecto les asemeja a imitaciones no demasiado logradas de una estrella de cine: un paso más y estaríamos en el territorio de la parodia. En general, tampoco parecen estar completamente cómodos con las ropas y los peinados que llevan, pero eso tampoco parece preocuparles demasiado, porque siempre les queda la opción  de cambiar de aspecto. La película juega también con las cartas marcadas y pretende hacer pasar por algo que no es. ¿A quien le puede importar, después de todo, que el  apasionado cuadrilátero amoroso se acabe convirtiendo en una simple redistribución de parejas? ¿O que la intrincada operación de grabaciones y escuchas acabe teniendo poco recorrido? Por debajo del disfraz de suspense de altos vuelos, La gran estafa americana es una comedia romántica en la que unos cuantos individuos exploran las consecuencias de la mentira y la suplantación en el desarrollo de sus entredós románticos.