domingo, 26 de abril de 2015

Cortometraje documental: Smog Journeys (Jia Zhangke, 2015, 7’)

El cineasta chino Jia Zhangke presentó el pasado enero su cortometraje documental Smog Journeys (que podemos traducir como “Los viajes de la bruma”). Fue realizado por encargo de Greenpeace East Asia con el fin de alertar acerca del problema de la contaminación atmosférica que sufren especialmente las zonas más industrializadas de China. “Quería hacer una película que ilustrara a la gente, no que la asustara.Explica el director- El tema de la contaminación es algo que todos los ciudadanos del país necesitamos afrontar, comprender y resolver en los próximos años.”

    La contaminación es un tema que no le resulta indiferente al director de Un toque de violencia, puesto que es originario de Shanxi, una región minera que presenta uno de los mayores índices de polución de toda China. El propio padre del realizador murió de cáncer de pulmón. “Comencé a darme cuenta del tema de la polución ya en lo años noventa, pero entonces no se hablaba de ello. Simplemente, notaba que el aire era terrible, con polvo flotando por todas partes, haciendo la vida diaria de todo el mundo realmente difícil. Después, me fui a vivir a Beijing. Allí, la contaminación se ha convertido en un tema importante en la vida de la gente, sobre todo en invierno”.

    Para enfocar el tema, Jia presenta dos entornos muy diferentes a través de dos familias que pertenecen a estratos sociales muy distintas. Por una parte, la familia de un minero de la provincia de Hebei; por el otro, la de un diseñador gráfico en Beijing. La idea es mostrar cómo el problema de la polución afecta a todo el mundo en China, sin importar su clase social o su lugar de residencia. El director se tomó en serio el proyecto y realizó los mismos preparativos que lleva a cabo para cualquier largometraje: una concienzuda labor de investigación y de búsqueda de localizaciones. “Durante el rodaje, lo que más me fascinaba y me sorprendía era el hecho de que incluso en los días en que la contaminación era más espesa, la gente seguía viviendo sus vidas como de costumbre”

    Smog Journeys muestra la mayores virtudes del cine de Jia: su capacidad para situar a las figuras humanas en unos paisajes cuya escala les supera por completo. El director encuentra poesía y absurdo en los elementos más cotidianos, en este caso, en la convivencia diaria con un fenómeno tan destructivo como la contaminación del aire. 



miércoles, 22 de abril de 2015

E agora? Lembra-me

DIR: JOAQUIM PINTO
DOCUMENTAL. INTERVIENEN: JOAQUIM PINTO, NUNO LEONEL, RUFUS
PORTUGAL, 2013, 164'



E agora? Lembra-me es el diario filmado de una enfermedad. En 2011, el cineasta portugués Joaquim Pinto, afectado por el VIH y la hepatitis C, se sometió en Madrid a un tratamiento experimental con antiretrovirales y decidió registrar en video todo el proceso. Al mismo tiempo, se trasladó a una finca de la isla de Santa María, en el archipiélago de las Azores junto con su marido, Nuno Leonel. Allí comenzaron un proyecto de repoblación forestal. La película es, entonces, la crónica de una triple terapia: un tratamiento médico extraordinariamente duro, en el que el cuerpo y la mente se ven cada vez más afectados por los efectos de los medicamentos; el acto de grabar el diario de la experiencia como una manera de encontrar un sentido a todo ello; el trabajo en el campo, una labor física en contacto con la naturaleza que le sirve al cineasta para explorar su lugar en el universo.

    Durante casi dos décadas,  Joaquim Pinto trabajó como sonidista en más de un centenar de películas, colaborando con algunos de los directores más importantes del cine europeo del momento: Raoul Ruiz, Oliveira, Téchiné, Werner Schroeter, João César Monteiro, Alain Tanner… Paralelamente, comenzó a desarrollar actividades como director y productor. Eran los años ochenta, y comenzaban a llegar noticias de la extraña enfermedad africana que “mataba a los homosexuales”. Pronto, las muertes comienzan a sucederse en su círculo de amigos: el crítico de cine Serge Daney, el cineasta Derek Jarman, el activista homosexual Guy Hocquerghem… A principios de los años noventa, Pinto descubre que es portador de la enfermedad, entonces comienza la sucesión de tratamientos. En el año dos mil termina su última película como sonidista, Lejos, de André Téchiné. La enfermedad le impide seguir trabajando, por lo que se retira con su pareja y sus perros a las islas Azores, donde se vida se vuelca hacia la naturaleza. 

 
 
 En un primer momento, el proyecto de E Agora? Lembra-me tenía intenciones políticas: la idea era llevar a cabo un documental de formato tradicional, con entrevistas a doctores e investigadores, que explorase la situación de los enfermos de VIH en la sociedad contemporánea. Algo de eso queda en la película, que se detiene a considerar las preocupaciones de quienes se ven obligados a  recurrir a las instituciones sanitarias en épocas de recortes presupuestarios. Pero desde el primer momento el proyecto se adentró por territorios más personales, en parte porque los efectos del tratamiento impedían que el director pudiese cumplir una planificación de rodaje convencional. Poco a poco, comenzó a tomar forma un diario filmado en el que la crónica del día a día se combina con una sorprendente capacidad para la divagación. Desde su retiro campestre, tratando de entender las reacciones de su cuerpo, la mente de Joaquim Pinto se pierde por múltiples territorios.

    Al principio de la película, el director nos explica la extraña sensación provocada por el nuevo tratamiento: una disociación entre su cuerpo y su mente. Los movimientos más sencillos, que antes se realizaban de manera automática, necesitan ahora un esfuerzo de la voluntad para ponerse en marcha. Es necesario pensar en mover el brazo para mover el brazo, pensar en dar un paso para mover los pies. La disociación alcanza también a su espíritu. “Tengo que querer para querer” es un mantra que el director repite varias veces a lo largo de la película. Como si tuviera que activar toda su fuerza de voluntad ante la amenaza del más profundo desánimo, concentrar todas sus energías para seguir adelante. La película se transforma en el relato de una resistencia, de una lucha por mantener la vida en marcha. Lo que el caso de Joaquim Pinto se convierte en un relato enérgico y vibrante. Incluso cuando la dureza del tratamiento se hace notar de forma devastadora, Pinto conserva una disposición propicia a la curiosidad y a la sorpresa, y una mente juguetona y traviesa. 


El marido de Pinto, Nuno Leonel, con dos de sus perros.

    La aguda percepción de su propio cuerpo que le proporciona la enfermedad le conduce a explorar su lugar en la naturaleza, observando todas las formas de vida que le rodean. La película comienza con una babosa arrastrándose lentamente entre hierbas y palos, y de vez en cuando se detiene para contemplar a una libélula que revolotea en un parque madrileño o a una avispa inesperadamente encaprichada de un trozo de hamburguesa. Además, el  director concede gran parte del protagonismo a sus cuatro perros, que forman una curiosa familia junto a sus dueños, y tampoco se olvida de las criaturas que su propio cuerpo aloja y que condicionan su existencia, explorando la naturaleza del virus con la colaboración de los médicos que le atienden. Su inquieta curiosidad no se olvida de los animales humanos: Pinto desciende a una cuevas cercanas para contemplar el hábitat de los neandertales y ponerse así en la piel de unos antepasados quizá no tan lejanos. Y en sus pensamientos también hay un lugar para la religión: el cineasta escenifica una lectura del Evangelio de San Juan al aire libre, tratando de recuperar el espíritu de las primeras predicaciones cristianas. Como si su condición le hubiese obligado a desempeñar las funciones de una especie de filósofo natural, escrutando los alrededores en busca de alguna clase de sentido. 

Pinto encuentra la presencia de la naturaleza en los lugares más insospechados.
Pinto graba su día a día con una gran espontaneidad, convirtiendo la cámara en un elemento más de su vida. El estilo de la película es coloquial, y consigue transmitir de manera transparente la enérgica personalidad de su autor. Una voz en off, elaborada durante el proceso de edición, ancla las imágenes y ofrece un comentario reflexivo y poético que sobrevuela la caprichosa espontaneidad de las imágenes. El montaje resulta tremendamente dinámico. El uso de sobreimpresiones para sugerir el curso caótico de los pensamientos es especialmente acertado, una manera expresiva de señalar la aparición del pasado en el momento presente, o de hacer aparecer la fuerza de la naturaleza en el interior de una habitación. La música aparece de manera inesperada para expresar una enorme variedad de estados de ánimo: desde el entusiasmo hasta la calma melancólica.

A pesar de sus casi tres horas de duración, E Agora? Lembra-me resulta una película ágil e inquieta, sorprendente y curiosa. Con gran facilidad, la película salta de lo íntimo a lo épico, a veces en la misma frase o en la misma imagen. Su alcance abarca desde lo microscópico a lo intemporal, y su motor es una curiosidad infinita. Es el autorretrato de un hombre que desde las limitaciones de su cuerpo y desde su retiro en un rincón de Portugal investiga su lugar en el universo y su relación con el resto de la naturaleza. El resultado es de un sorprendente vitalismo, una poderosa afirmación del privilegio de estar vivo.

jueves, 16 de abril de 2015

Banda sonora: Lost River, de Ryan Gosling, compuesta por Johnny Jewel.


El reclusivo productor e intérprete de música electrónica Johnny Jewel fue el primer elegido para componer la banda sonora de Drive. La razón de ello era la admiración que el actor Ryan Gosling sentía por su música. “Había sido un fan de Glass Candy, Desire, Chromatics y Mirage, independientemente, pero no tenía ni idea de que Johnny estaba detrás de todos ellos” Finalmente, la colaboración no pudo llevarse a término, porque lo productores prefirieron a un compositor más experimentado: el elegido terminó siendo Cliff Martínez. (El director de Drive, Nicholas Winding Refn, quedó satisfecho con la música de Martínez, pues lo contrató para elaborar la banda sonora de su siguiente película, la muy personal Solo Dios Perdona) Sin embargo, la banda sonora de Drive, una de las más exitosas de los últimos años, tenía abundantes muestras del trabajo de Jewel, con canciones de Desire o Chromatics. El éxito de la película y de su música sirvió para elevar el perfil del músico.



La primera película en disfrutar de una banda sonora compuesta por Johnny Jewel es Lost River, el debut en la dirección de Ryan Gosling. La primera película de Gosling es una pesadilla surreal con ecos de David Lynch que se desarrolla en un Detroit desolado y fantasmal. Lost River, que fue sonoramente abucheada cuando se presentó en Cannes el año pasado, está protagonizada por la mad girl Christina Hendricks y se estrena hoy mismo en nuestras pantallas. La música de Johnny Jewel es una pareja de baile ideal para la fantasía enfermiza de Gosling: su sonido es una mutación de la música disco de los años setenta adaptada a las atmósferas oscuras de un film noir iluminado por luces de neón. Su inspiración tiene su origen en la música disco italiana de unas décadas atrás, una admiración que se refleja en el nombre de su discográfica: Italians do it better. El tema principal de Lost River viene firmado, como el lógico, por el buque insignia de la discográfica: Chromatics.



“Yo no soy un auténtico músico”, dice Johnny Jewel, cuyo verdadero nombre es John Padgett. “Quiero decir que no sé leer música. Todo lo que puedo hacer es grabar. Mi principal impulso es el sonido” Sin embargo, como productor Jewel ha conseguido labrarse un hueco considerable, gracias a un puñado de grupos que él mismo encabeza y cuyo sonido tiene un inequívoco aire de familia. Chromatics, Desire, Glass Candy, Symmetry,… todos están formados, en gran medida, por viejos amigos, antiguas novias, gente que invitó un tiempo a su casa y se acabó quedando más de lo esperado. Johnny Jewel no es demasiado sociable, vive en un lugar de Los Angeles adonde no llega Google Maps y se ha instalado un estudio de grabación en su propia casa para evitar tener que salir a cualquier parte. Su música es algo más que un refugio, es un mundo propio. La banda sonora de Lost River cuenta con temas firmados por cada uno de las bandas de la casa, además de algunos firmados por Jewel en solitario. El reparto de la película también hace sus apariciones en la banda sonora, como en este Tell Me, susurrado más que cantado, de una manera hermosamente onírica, por Saorsie Ronan.



   La banda sonora no es, sin embargo una de las mayores preocupaciones  de Jewel. Considera su trabajo en Lost River como un entrenamiento para futuros proyectos, una manera de trabajar con elementos más atmosféricos donde no siempre se encuentra limitado por el ritmo o la melodía. “Está bastante bajo, en mi escala, los álbumes pop son lo más importante ahora mismo”.  Lo que quiere decir que Dear Tommy, el esperado nuevo álbum de Chromatics, que saldrá a la venta en los próximos meses le habrá quitado más sueño en los últimos tiempos que la música instrumental de la película de Gosling. Está por ver si este nuevo disco  supondrá el paso adelante que muchos esperan para la carrera de este solitario retro-futurista. 



   

sábado, 11 de abril de 2015

Calabria. Mafia del sur

T.O: ANIME NERE
DIR: FRASNCESCO MUNZI.
INT: MARCO LEONARDI, FABRIZIO FERRACANE, PEPPINO MAZZOTTA, GIUSEPPE FUMO
ITALIA, 2014, 103'













 Desde el principio, los personajes y los comportamientos nos resultan familiares. La arrogancia chulesca, las cazadoras de cuero negro, las lanchas rápidas y las berlinas de lujo con cristales oscuros. La manera en que cada situación se convierte en una oportunidad para desplegar bravuconadas al bode de la violencia,  en que la ostentación lujosa se convierte en señal identificativa de un poder no oficial. Todo eso ya lo hemos visto antes, muchas veces, pero en esta ocasión Francesco Munzi nos ofrece un punto de vista más distante, reposado y detallista. Ésta es una visión antropológica sobre la mafia, más atenta a la observación de las conductas y a la exploración de las circunstancias sociales que a las convenciones del género criminal, aún sin desdeñarlas.

    Tres hermanos: Rocco, Giuliano y Luigi. Luciano (Fabrizio Ferracane) vive en Calabria, en el pueblo de sus ancestros, dedicado a las labores agrícolas. No quiere saber nada del negocio familiar, pero es consciente de que en el lugar en el que vive algo así no es una opción muy realista. Por ello, su casa es un edificio a medio construir rodeado completamente de cámaras de video. Rocco y Luigi viven en Milán. Luigi (Marco Leonardi), musculado y bronceado, se dedica a los aspectos más expeditivos del negocio. Rocco (Peppino Mazzotta), delgado, atildado y con unas gafas que le dan un aspecto vagamente intelectual, es el cerebro del clan. Leo (Giuseppe Fumo), el hijo adolescente de Luciano, desprecia la vida rural de su padre y siente más afinidad por su hermano Luigi. Eso le llevará a tratar de demostrar su capacidad para la arrogancia violenta de una manera que, inevitablemente, desencadenará un enfrentamiento con la otra familia local. 


    
Estamos en el territorio de la 'Ndrangheta, la muy endogámica organización calabresa que se ha venido convirtiendo silenciosamente en la organización criminal más peligrosa de Italia. Munzi se atrevió a rodar en Áfrico, un pequeño pueblo donde no es demasiado recomendable acercarse con una cámara. (El director necesitó la ayuda del autor de la novela que adapta, Gioacchino Criaco, para poder adentrarse con seguridad en la zona). Áfrico, situado en las colinas del Aspromonte, está formada por viejas ruinas medievales y por edificios de ladrillo sin terminar, y es un lugar dónde los jóvenes pastorean las cabras o empuñan subfusiles. Munzi adopta un par de recursos del repertorio de Francesco Rosi (Salvatore Giuliano, de 1960, sigue siendo el patrón oro en cuanto a estudios antropológicos sobre la Mafia) y completa el reparto con lugareños, que aportan su dosis de autenticidad a la fisonomía y las maneras de los personajes. 



    La trama avanza a través de la tradicional sucesión de pactos y traiciones, violencia y represalias, pero el director se toma el tiempo y la distancia necesarios para aportar cierto contexto a cada escena, de manera que el espectador pueda hacerse una idea de las implicaciones sociales a través de pequeños detalles. Munzi explora la manera en que la organización mafiosa se ha convertido en una estructura que sustituye al estado en regiones en las que “Garibaldi no tuvo demasiado éxito”, como señala uno de los personajes. La policía tiene una presencia testimonial, dedicándose a recoger los cadáveres y a efectuar los registros con la actitud de quien cumple una formalidad. De esta manera, Calabria. Mafia del sur enmarca el drama criminal dentro de la vieja crisis entre el norte y el sur de Italia.

    Como película puramente criminal, Calabria. Mafia del sur se defiende perfectamente. La tensión hierve a fuego lento hasta que se libera en estallidos de violencia seca de un poderoso impacto dramático. Los protagonistas son veteranos del cine y la televisión que crean personajes cercanos al estereotipo, en parte porque su código de conducta está regulado de manera estereotipada por la estructura social de la que forman parte. El argumento no sorprenderá a nadie que haya visto una película antes, pero el guión aporta una narración compacta que, al igual que la realización concisa y eficaz de Munzi, se toma pocas molestias para llegar cuanto antes a donde quiere llegar. En resumen, la película de Munzi aporta una visión a las estructuras criminales del sur de Italia en la que la estructura y la dramaturgia del género criminal no impide detenerse en el entorno social en el que se mueven los personajes.


lunes, 6 de abril de 2015

Citizenfour


DIR: LAURA POITRAS
DOCUMENTAL. INTERVIENEN: EDWARD SNOWDEN, GLENN GREENWALD
EEUU, 2014, 110'

En enero de 2013, la directora Laura Poitras recibió un mensaje de e-mail encriptado enviado por alguien que se hacía llamar Citizenfour. Se identificaba como una persona que trabajaba para la Agencia Nacional de Seguridad de los Estadios Unidos (NSA) y afirmaba tener amplias pruebas del funcionamiento y el alcance de los programas de espionaje masivo que el gobierno de Estados Unidos estaba llevando a cabo contra su propia población, en secreto y sin control judicial. Esta persona afirmó haber contactado con Poitras por dos motivos. Por un lado,  la directora se  encontraba trabajando sobre de la vigilancia a través de internet, por ejemplo con el cortometraje El Programa, realizado para el New York Times. El Programa es un perfil de William Binney, matemático y analista de la NSA que denunció las intenciones de esta agencia de llevar a cabo interceptaciones masivas de datos y de comunicaciones tras el 11 de septiembre. La otra razón era que la misma Poitras se encontraba en una lista de vigilancia y había sido retenida decenas de veces en las aduanas, hasta el punto de que se vio obligada a abandonar Estados Unidos para residir en Berlín.

    ¿Por qué una directora de documentales nominada al Oscar recibe la más alta “calificación de amenaza” por parte del departamento de seguridad nacional y se ve obligada por ello a dejar de residir en su país, una moderna democracia occidental ? Ni siquiera ella misma conoce  las causas exactas. Poitras, nacida en Boston en 1964 dentro de una familia de clase alta, se dio a conocer con el documental My Country My Country, por el que recibió una nominación a los premios de la Academia en 2007. En esta película, retrata el Irak ocupado por las tropas estadounidenses a través del doctor Dr. Riyadh al-Adhadh, un candidato político suní que se presentaba a las elecciones en 2005 y que no ocultaba su rechazo por la presencia norteamericana. Es un retrato matizado y ambiguo acerca de la vida diaria de los iraquíes que se beneficia del grado de cercanía que consiguió la directora, gracias a su decisión de abandonar la zona segura de Bagdad y arriesgarse a convivir durante ocho meses con la población. Su siguiente trabajo, The Oath, de 2010, es aún más asombroso.

    Poitras decidió abordar la situación del penal de Guantánamo a través del caso de Salim Ahmed Hamdan, un chofer de Al Qaeda que había sido detenido en Afganistan por las tropas norteamericanas bajo la acusación acusado de ser un “combatiente enemigo”. En el proceso, se encontró con el verdadero protagonista de la película, Abu Jandal, que había sido guardaespaldas de Bin Laden en la etapa anterior a los ataques del once de septiembre y que por entonces subsistía como taxista en Yemen. Jandal mantiene una actitud ambigua acerca del terrorismo y de la yihad. Ha afrontado un programa de rehabilitación para yihadistas, pero disfruta  fanfarroneando ante los jóvenes acerca de su cercanía con el líder de Al-Qaueda, y asegura compartir algunos de los objetivos de esa organización. Resulta una presencia incómoda, que tiene una gran facilidad para la mentira y la manipulación, pero que  resulta innegablemente carismático y está dotado de un personal sentido del humor. Jandal formó parte del círculo más cercano de Bin Laden, y el hecho de que esté en libertad es un misterio que la película irá desvelando poco a poco. Su retrato es una de las raras ocasiones que el cine se ha acercado a ese desconocido contemporáneo que es el islamista radical, una figura que casi siempre aparece desprovista de matices, reducida a su condición de amenaza. The Oath es uno de los documentales esenciales de este inicio de siglo, lo que significa que se trata de una cinta especialmente incómoda.

The Program, el cortometraje de Laura Poitras que animó a Edward Snowden a ponerse en contacto con ella.

Cuando recibió el e-mail firmado por Citizenfour, Poitras estaba comenzando una nueva película con la que pretendía terminar una trilogía informal acerca de la situación de Estados Unidos tras el once de septiembre. En este caso, pretendía centrarse en internet, y estaba llevando a cabo entrevistas a personas como el anteriormente mencionado William Binney o los responsables de Wikileaks Julian Assange y Jacob Applebaum. Poitras tenía la idea de que esta película trataría el tema de una manera más abstracta y menos centrada en un personaje o una línea narrativa. Pretendía hacer una “película del zeitgeist”. Sin embargo, como había ocurrido con sus anteriores trabajos, la película cambió radicalmente durante su propio proceso de creación. Y como también le había ocurrido con anterioridad, dejó de ser la exploración de un tema general y abstracto (la situación de Irak bajo la ocupación, o la de los prisioneros de Guantánamo) para convertirse en el retrato de una persona, en este caso del informático de la NSA Edward Snowden.

    Poitras viajó hasta Hong Kong para conocer a su remitente junto al periodista Glenn Greenwald. La primera impresión que les produjo Snowden tras su encuentro en el pasillo del hotel Mira fue desconcertante. “Snowden tenía veintinueve años, pero parecía al menos unos años menor, vestido con una camiseta blanca con algunas letras gastadas, jeans y gafas chic-nerd. Tenía un débil perilla pero parecía como si  se afeitase desde hacía poco tiempo. Tenia un aspecto pulcro y su postura era de una firmeza militar, pero era bastante pálido y delgado, y –como todos nosotros en ese momento- parecía algo cauto y reservado. Parecía un informático de veintipocos años que trabajase en el laboratorio tecnológico de una universidad.” Así  describió ese momento el propio Greenwald en su libro Snowden: sin un lugar dónde escondersePoitras y Greenwald tuvieron que superar cierta desconfianza acerca del aspecto y la juventud del informante. “Ver que la fuente de la asombrosa cantidad de material de la NSA era un hombre tan joven fue una de las experiencias más asombrosas que he tenido nunca.” según Greenwald. Acompañaron a Snowden a su habitación del hotel, y en cuanto cerraron la puerta tras de sí, Poitras comenzó a grabar. Entonces no podía saberlo, pero lo que iba a ocurrir en aquellas cuatro paredes se iba a convertir en la parte central de su nueva película. 


Edward Snowden conversa con Glenn Greenwald
Las revelaciones que agitaron los medios durante el verano de 2013 son ahora noticias viejas. Hemos descubierto que los gobiernos, en colaboración con las más importantes empresas tecnológicas, se dedican a interceptar de manera sistemática y masiva las comunicaciones de sus ciudadanos, y ese conocimiento se ha diluido con la aceptación con la que recibimos los cambios tecnológicos, que habitualmente se presentan como algo absolutamente inevitable, como si vinieran escritos en el libro del destino. ¿Por qué no iban hacer los gobiernos algo así, si tuvieran la tecnología y los medios para llevarlo a cabo? Citizenfour no aporta ninguna nueva revelación, en cambio Poitras, que se ha tomado su tiempo para editarla en su estudio de Berlín, se centra en la estancia de Snowden en Hong-Kong y en el proceso por el que dejó de ser un consultor tecnológico de vacaciones y se convirtió en el fugitivo más famoso del mundo. En cierto modo, la película parece ser el making of del cortometraje de 12 minutos con el que Laura Poitras presentó a Snowden al mundo, y que fue publicado por The Guardian el 9 de junio de 2013, convirtiéndolo inmediatamente en una celebridad mundial. El largometraje tiene la rara cualidad de convertirnos en testigos, de manera directa, de un momento decisivo. De esa manera, la tensión dramática se hace palpable en cada una de sus imágenes a pesar de que a estas alturas sabemos perfectamente cómo se han desarrollado los hechos. Pero ahora que conocemos los hechos, la cuestión que trata de responder la película debe ser la misma que se haría la directora cuando cerró la puerta de la habitación tras de sí. ¿Quién es Edward Snowden y por qué ha tomado la decisión de abandonar de es amanera todos los vínculos con su antigua vida?

    Snowden afirma que no quiere convertirse en el centro de atención en esta historia. Cree que la cultura actual presta demasiada atención a las personalidades, algo que podría distraer de las enormes repercusiones de la información en sí. Pero Citizenfour gira alrededor de su presencia, y en estas imágenes Snowden aparece ante nosotros de una manera semejante a la de un héroe mítico, alguien que  pretende revelarse ante nosotros únicamente a través de sus acciones (En su libro, Glenn Greenwald cuenta que una de las lecturas formativas de Snowden es El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell). Hay una calmada determinación en sus gestos y en el tono de sus voz, que corresponden a una persona que ha meditado largamente sobre el alcance de sus acciones. Su historia es la de un adolescente que alcanzó la madurez al mismo tiempo que internet se imponía como la nueva forma predominante de comunicación mundial, y que desarrolló una visión utópica acerca de las posibilidades de la red. “Para Snowden, la cualidades únicas de internet eran incomparablemente valiosas, y debían ser preservadas a toda costa. Había usado internet como adolescente para explorar ideas y hablar con gente en lugares lejanos y con orígenes radicalmente diferentes que de otra manera nunca habría conocido. ‘Básicamente, Internet me permitió experimentar la libertad y explorar mi completo potencial como ser humano’ (…) Para muchos chavales, Internet es un medio de encontrarse a si mismos. Es un medio de explorar quienes son y qué quieren ser, pero que solamente funciona si somos capaces de ser privados y anónimos, para cometer errores sin que éstos nos persigan. Me preocupa que la mía haya sido la última generación que haya disfrutado de esa libertad’”.

    Citizenfour dedica gran parte de su metraje a observar a su protagonista enfrentarse a la situación, desde las primeras revelaciones en los medios hasta las consecuencias de su nueva fama. El espectador tiene la sensación constante de que el largometraje se ha montado con material que Poitras no pensaba que iba a ser utilizable en el momento mismo de grabarlo. La cámara tiembla, los desenfoques son constantes, como si la directora no estuviese segura de qué forma va a adoptar la película que está haciendo en ese mismo momento. Todo eso resulta poderosamente dramático, precisamente porque de esa manera a película se constituye ella misma en un ejemplo de lo que denuncia. Una cosa son las siglas y los detalles técnicos de las operaciones y otra es contemplar a dos periodistas y su fuente encerrados durante una semana en una anónima habitación de hotel en Hong-Kong, enfrentados a un enemigo invisible que podría estar escuchando cada palabra que dicen, incluso irrumpir en la habitación en el momento más inesperado. La tensión se libera a través de un humor nervioso, que surge de la percepción del absurdo de la situación. Snowden se cubre con una manta cada vez que teclea una de sus contraseñas. Pierde la paciencia con Greenwald porque éste deja demasiado tiempo una tarjeta sd dentro del portátil o emplea contraseñas fáciles de cuatro caracteres. El inesperado sonido de una alarma antiincendios provoca un momento de desconcierto, aclarado con una llamada a recepción (Se trataba simplemente un test de mantenimiento de la alarma).  Toda esa tensión ha hecho que Citizenfour haya sido comparada las cintas de conspiraciones de los años setenta, como Todos los hombres del presidente o Los tres días del cóndor. 


Snowden reside actualmente en Moscú con su pareja, Lindsay Mills
    Lo que resulta levemente paradójico, porque Poitras quiere crear la película más emocionante que sea posible, siempre y cuando ello no interfiera con la esencia de la realidad que está delante de su cámara. Los espectadores de sus documentales están familiarizados con la aparición de una generosa cantidad de textos en blanco sobre negro que clarifican el contexto, explican el significado de la jerga o las siglas, indican con precisión los momentos y los lugares. Es un recurso que puede resultar farragoso, pero para la directora el contexto y el punto de vista de las imágenes importan tanto como su valor estético o dramático. Su intención es puramente periodística, en el mejor sentido del término. Una y otra vez, se niega tenazmente a redondear su narración con analogías, reconstrucciones, suposiciones o hipótesis más o menos atractivas. Los cabos sueltos, los silencios de las personas o las instituciones, los lugares a los que la cámara no puede llegar y las preguntas que quedan sin responder se hacen presentes de manera inequívoca. Esto hace que sus películas tengan una cualidad fragmentaria e incompleta, que a algunos espectadores les puede resultar frustrante, pero que se corresponde plenamente con las intenciones de la directora: dar una imagen del mundo en la que los misterios y los secretos estén cada uno en el lugar que les corresponde.

    Esta es, por supuesto, una historia inacabada. Glenn Greenwald y Laura Poitras ganaron el premio Pulitzer por sus informaciones, además Poitras recibió el Oscar al mejor documental por Citizenfour. Edward Snowden permanece en su limbo legal de Moscú, atrapado desde que el gobierno de los Estados Unidos le retirara el pasaporte. Ante la opinión pública mundial mantiene un estatus incierto, entre traidor y héroe. Casi dos años después de sus revelaciones, parece que hemos aprendido a convivir con ellas como se convive con lo inevitable. Esas empresas tecnológicas tan sexys que participan plenamente en la vigilancia gubernamental no han perdido ni un ápice de sus prestigio, ni uno solo de sus clientes. Quizá el hecho de que el espionaje tenga un alcance limita la percepción de la injusticia, porque si nos espían a todos es como si no estuvieran espiando a nadie. En todo caso, las actividades de la NSA se han unido al ruido de fondo de nuestra moderna sociedad hiperconectada. Las mismas características que posibilitan el espionaje por parte de los gobiernos y las grandes empresas son las que facilitan la revelación de secretos gubernamentales a una escala sin precedentes, como se ha visto con  el caso de Wikileaks. Los gobiernos se ven obligados a hacer equilibrios con su imagen pública en un momento en que los bajos fondos de la política, la diplomacia y los servicios secretos se acercan cada vez más al dominio público.  Mientras tanto, Snowden, atrapado en Moscú, y Assange, en la embajada de Ecuador en Londres, se mantienen en una tierra de nadie legal y social, como si los gobiernos, la sociedad y las leyes no supieran demasiado bien que hacer con ellos. Como si ellos mismos fueran un remanente analógico en un mundo cada vez más digitalizado.