viernes, 30 de enero de 2009

La clase


T.O: Entre les murs
Int: François Bégaudeau, Nassim Ambrat, Laura Baquelda, Esmeralda Ouertani.
Francia, 2008, 128'

Lo social en el cine
El francés Laurent Cantet (1961, Deux-Sevres) lleva desde el principio de su carrera intentando encontrar la manera de hacer que su cine reflejara lo social. Su primer intento “Recursos humanos” (“Ressources humaines”, 1999), aplicaba a un conflicto laboral la formula del drama social convencional, ese género cuyo exponente más conocido es el británico Ken Loach y que consiste en personificar los conflictos sociales para apuntalar sus tesis mediante las emociones que nos transmite la historia. “Recursos humanos” era un drama tan trucado como el resto de las películas del género: pretendía hacer una radiografía del funcionamiento del capitalismo, pero acababa mostrando simplemente a unos directivos muy canallas y a un joven muy ingenuo. Cantet debió darse cuenta de que los recursos del drama convencional no son muy eficaces para tratar temas sociales: lo social, al fin y al cabo comienza donde termina lo privado, por lo que la personalización del conflicto para buscar la identificación del espectador acaba falseando el debate por más que logre ciertas adhesiones a algunas causas.

Su siguiente película, “El empleo del tiempo” (“L’emploi du temps”, 2001) mostraba un mayor dominio de la puesta en escena y un gran talento para la construcción dramática de las escenas y la dirección de actores, pero su propósito se quedaba en tierra de nadie. Cantet y su guionista habitual Robin Campillo se basaron en el famoso caso de Jean-Claude Roman, quien hizo creer a su familia durante más de 20 años que trabajaba en la organización mundial de la salud mientras que lo que realmente hacía era aparcar su coche en las áreas de servicio para matar las horas antes de volver a casa. La película resultaba fallida a pesar de sus atractivos (entre ellos la excelente interpretación de Aurelien Recoing) porque no lograba salir de su indeterminación entre el estudio de la alienación a la que cierto tipo de organización social puede conducir y el análisis de una conducta claramente patológica. Al fin y al cabo, el caso de Román era demasiado extremo (acabó matando a su mujer y a sus hijos) como para que resultara representativo socialmente. Tras estos intentos no completamente logrados, Cantet logra su objetivo con “Entre les murs”, y lo hace renunciando a los recursos del drama y recuperando las viejas armas de la dialéctica.

La república
En un momento de la película, una alumna le habla al profesor de uno de los libros que ha leido últimamente y que le ha gustado. Trata de “un menda que va por ahí haciéndole preguntas a la gente”, lo que hace que la gente se pare a pensar y descubra cosas de sí mismos. El menda en cuestión es Sócrates, y el libro, “La república”, de Platón. La anécdota en cuestión tiene sentido porque resulta el momento en que el director enseña las cartas. “La clase” no trata de otra cosa que de un profesor debatiendo con sus alumnos, devolviéndoles todas sus preguntas no con el objetivo de llegar a ninguna repuesta, sino propiciando el autodescubrimiento y la reflexión. En las aulas del instituto Francoise Dolto, del XX arrondissement, el más multicultural de París, una discusión sobre fútbol puede acabar derivando en una interrogación sobre la identidad nacional de los alumnos. ¿Se consideran franceses o marroquíes, malís, antillanos? Explicar el imperfecto de subjuntivo hace aparecer las diferencias de clase y la sutil manera en que el lenguaje establece barreras sociales. A un lado, el profesor de lengua francesa, interpretado por François Bégaudeau, quien desempeñó ese trabajo durante más de diez años. Al otro, un heterogéneo grupo de alumnos de diferentes orígenes y culturas. Lo que están debatiendo es qué demonios es la sociedad francesa (y por extensión, europea).

La estructura de “La clase” es doble: por un lado el continuo debate entre Bégaudeau y sus alumnos, por otro, el día a día de la comunidad escolar, en el que los propios profesores debaten sobre el sistema educativo: ¿Deben ser las normas iguales para todos o bien ajustarse a cada caso en particular? Para llegar a este intercambio dramatizado de ideas, Cantet deja fuera de su película muchos elementos: para empezar, las circunstancias personales de profesores o alumnos, pero también las singularidades de la adolescencia y el autodescubrimiento emocional. Son circunstancias que no interesan al cineasta porque forman parte de la esfera privada. En “La clase”, todos, profesores o alumnos, aparecen únicamente en su condición de ciudadanos.

Educación para la ciudadania
Cantet filma este intercambio de ideas “como un partido de tenis”: a un lado, tres cámaras de HD, una para el profesor, otra para el alumno que habla y la tercera para los insertos; que permanecen constantemente fuera de la acción, como si estuvieran filmando un acontecimiento deportivo (la única diferencia es que aquí las cámaras no están en trípodes, sino en los hombros de sus operadores, un lugar común de la realización de clave realista, pero que aquí permite transmitirle cierta energía a la película). Clave para la autenticidad de la película es la implicación de Bégaudeau, autor de la novela del mismo título, cuya experiencia docente tiene desde luego más valor que la mejor investigación que cualquier cineasta pudiera hacer sobre el tema. Su interpretación se beneficia de su familiaridad de trato con los alumnos, aunque el profesor que interpreta, más cercano al filósofo semi-mítico de la antigüedad que a ningún docente real (intentando propiciar el autodescubrimiento por parte de sus alumnos: el trabajo que les encarga consiste en que cada uno de ellos realice su autorretrato) es más bien un ideal: “Durante toda la película se ve una utopía en funcionamiento. No se trata de una idea acerca de cómo debería ser el instituto, sino de experimentar lo que podría ser”

Hay veces que se elegía una película por ser capaz de dejar que los espectadores saquen sus propias conclusiones. En mi opinión, esa precaución es inútil, ya que los espectadores van a sacar igualmente sus propias conclusiones. Pero pocas veces se da el caso de una película que cuyo planteamiento de lugar a interpretaciones tan distintas como esta. Sus intenciones son plantear el debate, más aun poner de manifiesto la necesidad del debate. Algo debió ocurrir en el Palais des Festivals de Cannes, uno de los templos de la cultura francesa, cuando se presentó esta película, que abiertamente discute la propia noción de cultura francesa. Y que además venía a manifestar que esa discusión se producía constantemente en los institutos de enseñanza secundaria, con la propia actitud de los alumnos, su lenguaje, su música o la forma de vestir. Desde luego, la película no llega a ninguna conclusión, ni sobre el sistema educativo, ni sobre la integración cultural, pero eso no es más que la manifestación de que esos temas son cuestiones aun por concluir, temas cuyo desarrollo implica la intervención de diferentes agentes sociales. La película tiene entonces la habilidad para revertir las cuestiones al espectador, obligarle a confrontar sus ideas con una situación que de una manera u otra le concierne. Por todo ello, y sobre todo por encontrar una forma cinematográfica nueva para mostrar la problemática social en el cine, “La clase” resulta una muy merecida Palma de oro.

lunes, 12 de enero de 2009

Trailer: "Slumdog Millionaire"

Danny Boyle, director de Trainspotting, deja por fin de ser un one hit wonder con esta especie de fantasía india con "quiere ser millonario?" de telón de fondo. El guión es de Simon Beaufoy, escritor del otro gran éxito británico de los 90, "Full Monty".

domingo, 4 de enero de 2009

El intercambio


T.O: Changeling
Dir: Clint Eastwood
Int: Angelina Jolie, John Malkovich, Jeffrey Donovan, Colm Feore
EEUU, 2008, 141'

Se suele hablar bastante de política con respecto a Clint Eastwood, aunque no siempre desde las coordenadas adecuadas. Pocos saben, por ejemplo, que el actor y director norteamericano se declara “libertarian”, una doctrina política norteamericana que defiende la libertad individual frente a la intromisión de cualquier institución: el Libertarian Party se muestra a favor del libre mercado sin leyes ni controles; es contrario a la guerra y a los ejércitos, aunque defiende el derecho de cada ciudadano a defenderse con sus propias armas. En sus tres últimas películas, Eastwood ha puesto su concepción de la relación entre el individuo y las instituciones en el primer plano de su filmografía.

Hay un momento determinante a ese respecto en “Banderas de nuestros padres” (“Flags of Our Fathers”, 2006): mientras la flota avanza hacia Iwo Jima, unos soldados se divierten jugueteando por la cubierta de su buque. Accidentalmente, uno de ellos cae al agua. Los demás, inmediatamente intentan avisar a alguien para que lo rescate, pero el silencio es la única respuesta. Inmediatamente, Eastwood filma uno de esos planos cenitales que se están convirtiendo en frecuentes en esta última parte de su filmografía, y nos muestra el avance de la flota al completo, decenas de barcos en perfecta formación. Imposible que se detengan por una simple vida humana.

“Banderas de nuestros padres” se desarrollaba en el seno del ejército norteamericano durante la segunda guerra mundial, de ahí algunas de sus irregularidades (y riquezas), porque el discurso de Eastwood sobre la institución que ahoga al individuo se enfrentaba al respeto con que la cultura norteamericana trata a su ejército y especialmente a sus soldados. En cambio, en “Cartas desde Iwo Jima” (“Letters from Iwo Jima”, 2006) esto se plasmaba con total claridad: al fin y al cabo, el ejército imperial japonés no necesita de demasiados matices. En “El intercambio”, este conflicto se analiza a través del enfrentamiento de una madre con la corrupta policía de Los Ángeles.

La cinta se centra en el personaje de Christine Collins, (Angelina Jolie), una madre soltera e independiente, una de esas mujeres que comenzaron a emanciparse personal y profesionalmente en la década de los 20, que denuncia la desaparición de su hijo de diez años. La policía, mas preocupada por otros asuntos, le devuelve un niño que no es el suyo. Cuando la mujer protesta, comienza una especie de drama del absurdo: el responsable policial le asegura que ese niño es su hijo porque “ha sido identificado por los mayores expertos en el campo de la identificación”. Además, su opinión como madre es subjetiva y está condicionada por las emociones, le asegura un psiquiatra, frente a la de los expertos, que es objetiva y se basa en los hechos. Cuando ella sigue insistiendo, el siguiente paso es internarla en un psiquiátrico.

En su cruzada por recuperar a su hijo, el personaje de Angelina Jolie se verá desafiada no solo por la fuerza coercitiva de las instituciones, sino por los instrumentos que estas adoptan para modelar la realidad. La policía dispondrá de un arsenal de argumentos técnicos, científicos y médicos de supuesta objetividad con los que intentará demostrar a la protagonista que el niño es su hijo. Frente a eso, a ella sólo le quedarán sus percepciones subjetivas y sus sentimientos. Algo parecido les pasaba a los soldados de “Banderas de nuestros padres”, que veían como a través de un medio aparentemente objetivo (la fotografía) el ejército crea una historia de patriotismo con el objetivo de utilizarla como propaganda bélica. En ese sentido, “El intercambio” es un estudio bastante implacable de los medios a través de los cuales el poder puede modificar la realidad en el que el realizador deja clara su aversión por cualquier clase de corporativismo.

En cierto modo, racionalismo y objetividad frente a subjetivismo y emotividad significa también hombre frente a mujer. El personaje de Christine Collins forma parte de esas primeras mujeres que en la década de los 20 desafiaron la primacía masculina sobre la sociedad. No sólo emancipándose de la presencia masculina en lo afectivo y desafiándola en lo profesional, sino además intentando socavar sus valores tradicionales: la frialdad, racionalidad y objetividad comienzan a ser puestas en duda. Quizá por eso el departamento de Policía de Los Ángeles se tomó tantas molestias para hacer callar a esta mujer: su reivindicación era mucho más subversiva que la simple reclamación de un error policial.

Por todo ello, Clint Eastwood, que siempre ha estado del lado de la individualidad, en esta película, se pone del lado de la subjetividad y de la emotividad. Por algo nos recalca que el prestigioso abogado que acepta ayudar gratis a la protagonista lo hace llevado por sus emociones: ha perdido una hija y sabe por tanto del dolor al que ella se enfrenta. Por algo nos muestra cómo el férreo policía Ybarra reacciona (le basta el inserto de una colilla de cigarrillo para constatar la impresión que le produce al duro policía una historia atroz) antes de que decida investigar por su cuenta desafiando el férreo corporativismo policial. Y quizá por eso nos muestra, durante una de las escenas del pabellón psiquiátrico, las dudas que asaltan a una de las enfermeras que parece debatirse, en un momento determinado, entre rechazar algo que cree que está mal o seguir siendo un engranaje de un mecanismo, renunciando a su responsabilidad personal.

Con un guión de J. Michael Straczynski (conocido como guionista de comics y de la serie de ciencia ficción “Babylon 5”) más rígido que de costumbre, (algo lógico por otra parte en una película cuyo conflicto es más político que dramático), Eastwood vuelve a mostrar en esta película el absoluto desprecio de la economía narrativa que le caracteriza como director. Extiende el tempo de la narración para excrutar todos los matices de sus actores: sólo de esa manera puede filmar el proceso por el cual los personajes toman sus decisiones, y cómo más tarde se ven obligados a afrontar las consecuencias de las mismas. No se olvida de ninguno de los recovecos de la trama, y se detiene con personajes aparentemente secundarios para darles entidad y no reducirlos a un mero mecanismo narrativo.

Si el ritmo es cada vez más lento, la fotografía de Tom Stern cada vez se vuelve más oscura, y a veces se convierte casi en una graduación de penumbras. La reconstrucción de época de James J. Murakami (en sustitución del fallecido Henry Bumpstead) es más detallista que ampulosa (aunque varios planos delatan que estamos sin duda ante una gran producción), centrándose en los pequeños detalles que tienen importancia para los personajes en vez de reconstruir un mundo. Pocos directores de Hollywood poseen un estilo más pronunciado que Eastwood, que ha ido desarrollando y refinando sus señas de identidad de manera constante desde hace más de treinta años. Un estilo que se basa en la modulación, en el despliegue de matices. Quizá por eso, en su análisis sobre el conflicto entre el individuo y las instituciones no deje de señalar, en las extraordinarias secuencia finales, una zona de sombra que revela los límites del individualismo, especialmente a la hora de relacionarse con otros.