martes, 27 de mayo de 2014

Mitomanía: La verdadera historia de Jean-Luc Godard y Anna Karina

La historia de Anna
Hanne Karin Bayer no tuvo una infancia demasiado feliz. Había nacido en Copenhage el año 1940. Su padre, un capitán de barco, abandonó a su familia pocos meses después de su nacimiento.  Además, la niña no se llevaba demasiado bien con su madre, una mujer que no le tenía demasiado afecto. Vivió con sus abuelos hasta que cumplió los cuatro años, después entró y salió de diferentes hogares adoptivos. Como tantos otros niños faltos de cariño, la pequeña Hanne desarrolló una personalidad introvertida y solitaria,  propicia a huir hacia la fantasía. Desde muy pequeña quiso ser actriz, aunque no tuviese especialmente claro cómo podía lograr algo así. A medida que crecía, se iba revelando que era una muchacha realmente hermosa, uno de esos rostros que es imposible dejar pasar de largo si uno se los encuentra por casualidad en la calle. Pero ella no lo sabía. Rodeada de personas que la trataban con rudeza, Hanne no podía imaginarse a sí misma como alguien de aspecto agradable.

Un día, la madre de Hanne se casó con un hombre llamado Benny Blarke, con quien la joven estableció una buena relación. Sin embargo, poco después la madre lo abandonó por su mejor amigo, un tipo llamado Holger, de carácter violento y que disfrutaba atormentando a la pequeña. Ella se escapaba al puerto, soñando con encontrar el barco que la llevase a otra parte. A América, por ejemplo. Aburrida ante las escasas expectativas que tenía por delante, abandonó los estudios. Trabajó como ascensorista durante tres días, exactamente el tiempo que tardó en cansarse de que todo el mundo la manoseara. Comenzó a probar suerte en el mundo del cine apareciendo como figurante; un director, Ib Schedes, la descubrió cantando y danzando por la calle y le dio el papel protagonista de un cortometraje de cuarenta minutos. Las cosas se mantuvieron así durante un par de años. Un día, después de ser golpeada por Holger por enésima vez, Hanne le dijo a su madre “O se va él o me voy yo”.  Al día siguiente había huido en dirección a París, principalmente haciendo autostop.

Llegó a París, se metió en un hotel. No tenía dinero, no sabía francés.  Sus tres primeras semanas en la ciudad fueron días de hambre y vagabundeo. Según cuenta Colin MacCabe en su biografía de Godard: “Durante semanas, vivió de lo que literalmente recogía en las calles. (…) Un día entro en el elegante Café de la Paix, junto a la Ópera, y escruto el menú para ver si había algo que pudiera permitirse. Le satisfizo comprobar que un ‘couvert’ costaba solo veinte céntimos, lo que entraba en sus limitados medios, y pidió uno. Un amable camarero le explicó que un ‘couver’ era lo que se pagaba por el servicio de los cubiertos” Una mañana soleada de agosto sus pasos la llevaron por azar hacia la rivera izquierda del Sena, en el barrio de Saint Germain Des Pres. Se detuvo un momento a sentarse en la terraza de Les Deux Margots: el local era un punto de encuentro de la intelectualidad desde los tiempos de la vanguardia, pero ella no lo sabía. Una mujer se acercó y le propuso participar en un reportaje fotográfico. Se llamaba Catherine Harlé y trabajaba para la agencia Publicís; el trabajo en cuestión sería publicado por la revista Jours de France. Al final de la sesión, Harlé le dijo a Hanne que no consideraba que tuviese mucho talento, pero aún así le facilitó una serie de contactos para el caso de que le interesarse ganar algo de dinero posando.


Hanne posando para el fotógrafo Hans Hovart en su primera sesión para Jours de France
En unos meses, Hanne se había establecido como una de las modelos más solicitadas de Francia. Durante una sesión para Elle, se acercó a ella una anciana de presencia imponente. Alguien le dijo que se trataba de la legendaria Coco Chanel. La modista le preguntó que le gustaría hacer. Ella respondió que le gustaría ser actriz. ¿Cómo te llamas? Le preguntó Chanel. Hanne Karin Bayer, respondió. No es posible que llegue a ser actriz con un nombre así. Así que la joven modelo y la veterana diseñadora se pusieron a discutir diferentes posibilidades. Cuando terminó la sesión de fotos, Hanne se había convertido en Anna Karina. En el año 1959, volvió  a ponerse delante de las cámaras, esta vez para un anuncio publicitario de la marca de jabones Monsavon.



Anna Karina, desnuda en la imaginación de Jean-Luc Godard



Entrevista a Anna Karina de 1962, en la que narra cómo conoció a Godard

El hombre de las gafas oscuras
Mientras tanto, en otra parte de París, Jean-Luc Godard era uno más de los jóvenes críticos de Cahiers du cinema que buscaban hacerse un nombre como directores. Para entonces, había dirigido unos cuantos cortometrajes y buscaba debutar en el largo con alguna película de bajo presupuesto. “Es una verdad universalmente aceptada que la historia del cine es la historia de una conjura de hombres tímidos, poco atractivos y obsesos sexuales, para rodearse de mujeres arrebatadoras”, escribe Colin MacCabe. Desde luego, los jóvenes directores de la Nouvelle Vague hicieron todo lo que estuvo en su mano para confirmar esa afirmación. Educados en la sala oscura, tenían una extraordinaria capacidad para confundir el cine con la vida.  Las críticas de la etapa clásica de Cahiers du cinema están llenas de hombres sabios y enérgicos, llenos de personalidad y decisión, que se rodean de mujeres bellas, fascinantes y misteriosas. Veteranos directores de Hollywood como Billy Wilder o Raoul Walsh se reían de sus intenciones de enamorar a las protagonistas de sus películas para hacer que la pasión incendiase la pantalla: lo consideraban algo muy poco profesional. Pero estos jóvenes franceses eran esencialmente románticos, y esperaban que sus emociones se trasladaran a la pantalla. Su modelo era más bien Rossellini, que hizo saltar a Ingrid Bergman de las imágenes de Alfred Hitchcock para compartir su vida con ella. 

Jean-Luc Godard, a principios de los años sesenta
Hay muchos indicios que señalan que Godard estaba buscando a la musa que protagonizara su película aun antes de que existiera la posibilidad de una película, que soñaba con enamorarse de una estrella aun antes de conocer a ninguna en persona. Si además él mismo fuese quien crease a esa estrella, la fantasía estaría completa. Ese sueño se materializo en una pantalla durante el verano de 1959, cuando Godard vio el anuncio de Monsavon protagonizado por Anna Karina. Quizá lo vio proyectado delante de alguna película, quizá fueron las imágenes del mismo que Guy Debord introdujo en su cortometraje de 1959 Sobre el tránsito de algunas personas en el transcurso de un breve período “Lo que era vivido directamente, aparece congelado en la distancia, inscrito en los gustos y las ilusiones de una era, y acarreado con ella. (…)No hay más deber ser, el ser ha sido consumido al punto de dejar de existir.- Es la voz de Debord, sobre las imágenes de una Karina que sonríe mientras cubre de espuma su brazo extendido-  Los detalles ya están perdidos en el polvo del tiempo. ¿Quién temía a la vida, a la noche, quién temía ser capturado, ser retenido? Lo que debía ser abolido continúa, y nosotros continuamos erosionándonos con ello”

En blanco y negro o en color, la imagen de Karina capturo la imaginación de Godard con la fuerza suficiente como para localizarla y ofrecerle un pequeño papel en su primera película Al final de la escapada. Como narra la actriz en las entrevistas que acompañan este reportaje, rechazó el papel cuando el director le dijo que tendría que desnudarse. Su primera impresión del director no fue demasiado positiva. Desconfió de aquel tipo de gafas oscuras y aspecto extraño y no supo entender cuales eran realmente sus intenciones. Godard elimino su papel de la película, pero no se olvidó de ella, a pesar del rechazo. Volvió a llamarla un año después para su segunda película: esta vez se trataba del papel protagonista, y no habría que desnudarse.  Poco antes, el director había publicado un anuncio a página completa en la revista La Cinematographie Française:  “Jean-Luc Godard, que acaba de terminar Al final de la escapada y prepara El soldadito, busca mujer joven entre 18 y 27 años para ser su intérprete y su novia”  Anna no leyó el anuncio, y cuando conoció su existencia se enfureció. Puede que todo no fuese más que una broma, pero desde luego es una de esas bromas que revelan aspectos de una persona que a veces son demasiado sensibles como para expresarse de manera más seria. En este caso, la debilidad de Godard por borrar la frontera entre la vida real y el cine, entre el amor como experiencia personal y el amor como sublimación en la gran pantalla. 


Anna Karina vuelve a contar cómo conoció a Godard, en una entrevista de 2013

 En la luna o en el infierno
“Ocurrió mientras estábamos rodando El soldadito en Ginebra. –Recuerda Anna Karina - Fue una historia de amor extraña desde el principio.- El rodaje de la segunda película de Godard fue tenso y lento. Día tras día, el director era despertado por la mañana por el ayudante de dirección, y lo primero que hacía era decir que no tenía ideas y que el equipo debía permanecer inactivo.-  Podía ver cómo Jean-Luc estaba mirándome todo el rato, y yo estaba mirándole a él también, todo el día. Éramos como animales. Una noche, estábamos cenando en Lausanna. Mi novio, que era pintor, también estaba allí. Y de repente, sentí algo bajo la mesa: era la mano de Jean-Luc. Me dio un trozo de papel y después cogió el coche para volver a Ginebra. Fui a otra habitación para ver lo que había escrito. Decía: ‘Te quiero. Encuéntrate conmigo en el Café de la Prez’ Y entonces mi novio entró en la habitación y quiso ver el trozo de papel. Me agarró del brazo, lo cogió y lo leyó. ‘Tu no te vas’,  dijo. Yo dije: ‘Me voy’  Él dijo ‘Pero no puedes hacerme esto’ Yo dije ‘Pero yo también estoy enamorada, así que me voy’ Él todavía no se lo creía. Volvimos a Ginebra en coche y empecé a llenar mi pequeña maleta. Él dijo: ‘Dime que no te vas’ y yo dije: ‘He estado enamorada de él desde que el vi por segunda vez. Y no puedo hacer nada al respecto’ Era como algo eléctrico. Caminé hacia allí, y recuerdo a mi pintor detrás de mi, llorando… Yo estaba, como hipnotizada, nunca me ha vuelto a ocurrir en la vida. Así que llegué al Café de la Prez,  y Jean-Luc estaba sentado allí leyendo un periódico, pero no creo que lo estuviera leyendo de verdad. Simplemente, permanecí enfrente de él lo que pareció una hora, pero supongo que no fue más de treinta segundos. De repente, él dejó de leer y dijo: ‘Aquí estas. ¿Nos vamos?’ Así que fuimos a su hotel. La mañana siguiente, cuando me desperté, él no estaba allí, y me preocupé mucho. Me di una ducha, y, una hora después, él volvió con el vestido que llevo en la película- el vestido blanco con flores: era perfecto. Era como mi vestido de novia. Seguimos rodando la película, y, por supuesto, mi pintor se marchó. Cuando terminó el rodaje, volví a París, con Jean-Luc, Michel Subor, que era el protagonista, y Lazslo Szabo, que también salía en la película, en el coche americano de Jean-Luc. Todos llevábamos gafas oscuras y nos pararon en la frontera. Supongo que pensarían que éramos gangsters. Cuando llegamos a París, Jean-Luc dejó a los otros dos y me dijo: ‘¿Dónde vas?’ Yo dije: ‘Tengo que quedarme contigo. Ahora eres la única persona que tengo en el mundo’Y él dijo ‘Oh, Dios mío’” “¿Qué Jean-Luc demoró el rodaje de El soldadito para poder cortejar a Anna? – Se pregunta el director de fotografía Raoul CoutardEs posible.”
 
Godard y Karina se casaron en París, en marzo de 1961, las fotografías de la boda fueron tomadas por Agnès Varda. También celebraron una ceremonia en Suiza, para la familia del realizador que vivía allí y también con el objetivo de que su mujer consiguiese la nacionalidad helvética. La suya fue una relación tormentosa. Quienes ha conocido a la pareja gracias a las películas que hicieron juntos tienden a romantizar su historia, pero lo cierto es que en la vida real sus personalidades resultaron ser incompatibles. Los celos de Godard, la imperiosa necesidad de afecto de Karina; la adicción al trabajo de él, la sensación de soledad y abandono de ella… “Godard, obsesionado por el cine, pasaba el tiempo en los Cahiers o decía que iba a por cigarrillos y volvía tres semanas después. Para Anna, la imagen es la espera, sola en un apartamento en una época anterior a los contestadores automáticos, sacudida por la ansiedad de perderse la llamada crucial. La única manera de saber dónde estuvo (Nueva York: “Fui a ver a Faulkner”; Roma: “Fui a ver a Rossellini”) era mirar el envoltorio de los regalos que le había traído.” (MacCabe) Cuando estaban juntos, la suya era una relación de extremos emocionales: “En la luna o en el infierno”  


 La pareja, poco después de su boda, protagonizó el cortometraje de su amiga Agnès Varda Les Fiancés Du Pont Macdonald

Su vida en común fue un sueño hecho realidad, de la manera más literal posible, y como casi todos los sueños, se volvió inflamable al contacto con la atmósfera terrestre. Karina se quedó embarazada mientras rodaban Una mujer es una mujer, la comedia musical en la que interpreta precisamente a una mujer desesperada por tener un hijo (el cine y la vida real volvían a cruzar sus caminos en la vida de esta pareja).Cuando perdió al niño durante una de las ausencias de Godard, quedó sumida en una depresión que tiñó de tristeza los años restantes de su matrimonio, y añadió un fondo de amargura a las intensas emociones que sentía hacia su esposo. Hubo fuertes discusiones, varias separaciones definitivas seguidas de apasionadas reconciliaciones, tres intentos de suicidio y una temporada de internamiento psiquiátrico. “Con Jean-Luc nunca habías terminado. –Dice Karina- Vete. Vuelve. Maravillosas cartas de amor” Pronto, apareció entre ellos el sentimiento que según Godard es lo contrario del amor. No el odio, sino el desprecio. 


Las películas que hicieron reflejan su experiencia juntos como si fuesen grabaciones caseras. Una mujer es una mujer, la única comedia de Godard y la película más alegre que nunca haya rodado, está llena de fascinación hacia la figura de Karina y su belleza juguetona y caprichosa. Pronto, Godard retrataría a su mujer en papeles más sombríos, como la trágica prostituta que protagoniza Vivir su vida. En El desprecio, el papel principal fue interpretado por Brigitte Bardot, pero el director hizo que imitara la gestualidad de Karina y puso en su boca frases que había dicho su mujer. La película trata de una mujer que deja de amar al hombre que la sacrifica a su trabajo; se dice que el director de fotografía Raoul Coutard ha considerado esta película “La postal más cara que un hombre haya enviada nunca  a su mujer” Para Pierrot el loco, la pareja apenas se hablaba, excepto para decirse cosas horribles. La película, que Godard definió como “la historia de la última pareja romántica”, trata de un hombre (Jean-Paul Belmondo) que busca huir de una vida insuficiente a través del amor y la fantasía. El desenlace es trágico, y la película está teñida de amargura ante el amor y la posibilidad de la huida. 

Belmondo y Karina en Pierrot el loco. La película marcó un antes y un después en la pareja y en el cine de Godard
El amor había terminado ¿Y el cine? Para Godard, hay un antes y un después de Pierrot el loco. Desengañado del cine convencional, se volcó primero en el cine político y después en el cine-ensayo, cortando los lazos con la narración tradicional. Anna Karina siguió haciendo películas, aunque su carrera siempre estará asociada a las películas de Godard y a esa breve e intensa explosión de creatividad de la primera mitad de los años sesenta. De todas formas, ha actuado en teatro, ha cantado canciones que Serge Gainsboug compuso para ella, ha escrito un par de novelas y ha dirigido dos películas. Cuando rememora aquellos años, siempre tiene buenas palabras hacia su primer marido: “Fue y seguirá siendo el gran amor de mi vida” El director nunca ha rememorado públicamente su relación, pero, en unas conferencias celebradas en Canadá a finales de los setenta, recordaba así a la actriz: Anna Karina, que en realidad era una actriz nórdica, tenía mucho en común con los actores del periodo mudo. Actuaba con todo el cuerpo y de ningún modo de manera psicológica” Karina volvió a casarse en 1969 con el actor y guionista Pierre Fabre. Godard, por su parte se había casado en 1967 con Anne Wiazemsky: la había vista por primera vez en una pantalla, en la película de Robert Bresson Au hasard Balthazar. Veinte años después, se reencontraron, de manera inesperada, en un plató de televisión.  Fue en marzo de1987, en el programa Lunettes noires pour nuits blanches (Gafas oscuras para noches blancas). Ninguno de los dos sabía que iba a volver a ver al otro. El presentador Thierry Ardisson pregunta ¿Se puede volver a amar después de un amor tan intenso? Ella responde “De otra manera” Él responde “Mucho más”. Ella no quiere llorar delante de las cámaras. “Me voy a llorar a casa”, dice, y abandona repentinamente el plató. La mano amable de Godard queda tendida, inútil, en el vacío que ella deja.

viernes, 9 de mayo de 2014

El viento se levanta


T.O:  風立ちぬ
DIR: HAYAO MIYAZAKI
ANIMACIÓN, JAPÓN, 2013, 125' 
 
Cuando los temibles cazas Zero sobrevolaban Shangai, el joven James Graham Ballard corría a contemplarlos gritando lleno de admiración y asombro, aunque aquellos artefactos volasen para destruirle a él y a su familia. Lo cuenta en El imperio del sol, sus memorias de la segunda guerra mundial, Christian Bale recreó ese recuerdo del escritor en la versión cinematográfica  que dirigió Steven Spielberg. ¿Se puede descubrir belleza en una máquina creada para la muerte? Los cazas Zero japoneses fueron los mejores aviones de combate en el periodo entre 1940 y 1943: rápidos y ágiles, fueron creados para lograr la máxima eficacia de ataque; la seguridad de los pilotos no tenía ninguna importancia para el ejército del emperador. Fueron las herramientas con las que se llevó a cabio el ataque a Pearl Harbour y con las que los pilotos kamikaze se precipitaban hacia la muerte en sus misiones suicidas. Con ellos, Japón pudo prolongar durante algunos meses las insensatas esperanzas imperiales de su gobierno militar. Para Hayao Miyazaki, como para tantos hombres japoneses de su generación, la relación con la memoria de la segunda guerra mundial y con su artefacto más famoso es ambivalente. “Japón fue a la guerra por estúpida arrogancia, causó problemas en todo el este de Asia y como resultado, causó su propia destrucción (…) Pero de toda esta historia de humillación, el Zero representó una de las pocas cosas de las que los japoneses podemos estar orgullosos.  Había 322 cazas Zero al principio de la guerra. Eran una presencia formidable, y lo mismo ocurría con los pilotos que volaban en ellos.”

    El maestro de la animación japonesa siempre ha evidenciado una gran fascinación por las máquinas voladoras. En sus fantasías, pueden ser presencias benignas o artefactos portadores de destrucción, que imponen su poder desde una altura inalcanzable para unos personajes reducidas a la insignificancia. En la primera escena de El viento se levanta, Jirō, un niño japonés de unos diez años, se encarama en sueños al tejado de su casa para hacer volar un pequeño avión de madera. El artefacto vuela de manera ágil y rápida hasta que una enorme aeronave oscura y metálica aparece tras la nubes para lanzar unas bombas de aspecto antropomórfico que lo harán pedazos inmediatamente. Jirō despierta antes de precipitarse al suelo. Este niño japonés de tendencias soñadoras sabe que nunca podrá pilotar un aeroplano: su miopía se lo impide. Pero utiliza un diccionario para comprender revistas americanas de aeronáutica y sueña con crear sus propios aviones, como su ídolo, el ingeniero italiano Caproni. Su figura se le aparece en sueños en los que conversan sobre las alas de sus aviones. “Los aviones no son para la guerra, ni para ganar dinero”, le dice a Jirō este maestro soñado “Los aviones son sueños hermosos”. Pero si cada sueño tiene su reverso de pesadilla,  como el pequeño Jirō descubre enla secuencia que da comienzo a la película,  el sueño de volar porta en sí mismo la posibilidad de la caída, el terror de precipitarse al vacío envuelto en llamas. 


El protagonista de la película pasa gran parte del metraje volando en sus sueños.
  Jirō tiene un referente real, el ingeniero aeronáutico Jirō Horikoshi, verdadero responsable de los famosos aviones de combate japoneses. Pero El viento se levanta también se inspira en la novela del mismo título de Tatsuo Hori, publicada en 1937 y que se centra  en un pequeña sanatorio para enfermos de tuberculosos. Miyazaki ha declarado que el personaje principal de su película es una combinación entre el verdadero Horikoshi y el autor de la novela  (La historia de amor entre el protagonista y una joven enferma de tuberculosis, una relación totalmente ficcional, revela de manera más clara la huella de la novela de Hori en la película, además de aportar generosos pasajes de alto melodrama). Otras inspiraciones no declaradas quizá toquen al cineasta más de cerca: el padre del director, Katsuji Miyazaki, fue un ingeniero aeronáutico que participó en el diseño del timón de los cazas Zero, Por otro lado, su madre sufrió una tuberculosis vertebral que la mantuvo postrada en la cama entre 1947 y 1955. Aviones de guerra y tuberculosis forman parte de la memoria personal de Miyazaki, que nació en 1941 y afirma que sus primeros recuerdos que tiene son los bombardeos aliados sobre Japón, que presenció a los cuatro años y que sin duda han dejado huella en sus creaciones.

    El personaje, por tanto, no responde a una investigación histórica, sino que se trata de una creación del director, filtrada por sus recuerdos personales. Jirō Horikoshi aparece retratado como un soñador ensimismado, alguien capaz de abstraerse en la curvatura de una espina de pescado mientras el mundo que le rodea pasa a su alrededor sin afectarle demasiado. No parece demasiado consciente de los agitados acontecimientos históricos que vive su país, arrebatado por el impulso de crear artefactos voladores, más pendiente de los sueños que de la vida real, en la que se muestra especialmente ingenuo. Su perfil de genio abstraído nos puede hacer pensar en el síndrome de Asperger, un trastorno autista leve que dificulta la comunicación y las relaciones personales, pero posibilita una enorme capacidad de concentración en tareas intelectuales (Hideaki Anno, el director de animación que presta su voz al personaje, ha sido diagnosticado con ese trastorno). Miyazaki le sitúa recorriendo los acontecimientos más importantes sufridos por Japón en su época: el terremoto de Kanto de 1923, la gran depresión, el auge del imperialismo militar y finalmente el estallido de la segunda guerra mundial. 




    La biografía de un ingeniero aeronáutico no es el argumento más típico del cine japonés de animación: Miyazaki explota las posibilidades del género para narrar lo que en realidad es un clásico melodrama histórico. En esta película no aparecen criaturas fantásticas, ni los mágicos procesos de transformación que han hecho célebre al animador japonés, pero la expresividad plástica de la animación no está desaprovechada: Jirō Horikoshi pasa gran parte de su tiempo en el espacio de su imaginación, un espacio elástico en el que las leyes de la física dejan de tener sentido. En sus sueños, el protagonista comparte conversaciones con un maestro que nunca conoció, pilota aviones a pesar de ser corto de vista y se pasea por las alas de los aeroplanos sin perder el equilibrio. En la vida real, la gravedad conserva sus efectos y elevarse del suelo tiene riesgos. La transición entre la realidad y los sueños se difumina en esta película, de manera que los sueños pueden trasladarse a la realidad, pero arrastrando con ellos su reverso de pesadillas.

La tensión entre el idealismo del ingeniero y la utilización violenta de sus creaciones es la tensión dramática que unifica la película: la pureza de sus intenciones se desvanece cuando pasan de su mente a la realidad. El viento se levanta es una obra maestra problemática, que revela la complejidad del pensamiento de su creador. “¿Prefieres vivir en un mundo con pirámides o en un mundo sin pirámides?” le pregunta Caproni en uno de sus sueños. Como las pirámides, los cazas Zero fueron un instrumento de poder, ensamblados en campos de prisioneros y utilizados para perpetuar la violencia. Miyazaki es un pacifista que tiró a la basura todas sus maquetas de aviones de guerra tras conocer el verdadero coste de la contienda, aunque volvió a  comprarlas años después, a un precio mucho más elevado: no pudo evitarlo, aunque sus sentimientos respecto a esos artefactos habían cambiado. “El amor por el armamento es a menudo una manifestación de infantilismo en un adulto, una muestra de falta de autoestima”. Pero la película termina en el terreno de los sueños, exhibiendo la fascinación de Miyazaki por la creación de su personaje. Aunque al final el director se rinda a su fascinación por los artefactos voladores, la película deja muchas preguntas en el aire, sobre la belleza de la violencia o sobre la posibilidad de la pureza de los sueños ante la crueldad del mundo real.