jueves, 22 de agosto de 2013

Banda Sonora: El llanero solitario, con canciones de Iggy Pop, Shane MacGowan, Jack White, Hans Zimmer y John Grant.



Además del CD con la banda sonora de Hans Zimmer, la nueva superproducción Disney viene acompañada por el lanzamiento de un disco con canciones que no salen en la película, pero que, de alguna manera, están inspiradas por ella, o algo así. El disco se llama The Lone Ranger: Wanted, y se trata de una colección de temas tradicionales estilo country & western reinterpretados por una serie de artistas actuales. Recuerda bastante al legendario Rogue's Gallery: Pirate Ballads, Sea Songs, and Chanteys, que produjeron Gore Vervinsky y Johnny Depp con ocasión del lanzamiento de la tercera película de la serie Piratas del Caribe. En aquella ocasión se trataba de viejas baladas marineras recreadas por gente como Bono, Nick Cave, Byan Ferry, Sting o Jarvis Cocker. Este nuevo disco repite la jugada con pretensiones más modestas: se trata solamente de catorce canciones, aunque la selección de artistas y la ejecucción de los temas mantiene un tono deliciosamente excéntrico.

Iggy Pop: Sweet Betsy From Pyke
Uno de los atractivos del recopilatorio es sin duda esta versión manufacturada por Iggy Pop de un inmemorial melodía que narra una historia de pioneros. La dulce Betsy del título y su amante Ike dejan atrás el condado de Pyke para emigrar a California. La canción narra su camino: anchos ríos y altas montañas, acampadas en las praderas, hambre, cólera y masacres.




Shane MacGowan: Poor Paddy on the Railway
El excantante de los Pogues surge tambaleante de una nube de estupor alcohólico para atacar esta vieja balada irlandesa (conocida desde los 1850) sobre el pobre Paddy, que inmigró a los Estados Unidos para dejar su energía y su salud en la construcción del ferrocarril. 





























Jack White: Red’s Theater of the Absurd
Hace unos tres años, cuando se anunció el proyecto de El Llanero Solitario se publicó que el compositor de la banda sonora seria Jack White, el célebre guitarrista de los White Stripes. Se trataba, desde luego, una elección excéntrica para una superproducción veraniega. En algún momento del tumultuoso desarrollo de la película, los ejecutivos de Disney debieron preguntarse por qué demonios habían contratado a White cuando en realidad a quien querían era a Hans Zimmer. Así que, cuando surgieron los primeros tráiler y carteles, la música venía a nombre del compositor de El caballero oscuro y presentaba su sello característico. ¿Cómo sería una banda sonora de El llanero solitario compuesta por Jack White? Podemos hacer el ejercicio de imaginación porque parte de su música ha sobrevivido en la película, como esta composición,  Red’s Theater of the Absurd, interpretada por Pokey LaFarge & The South City Three. La canción sirve para introducirnos al mundo habitado por el personaje de Helena Bonham Carter, una madame de burdel con una sola pierna. 








Y, para comparar estilos, un fragmento de la banda sonora definitiva, Ride, de Hans Zimmer







John Grant: Saddle the wind.
La elección más inesperada para el conjunto de canciones que acompañan la película quizá sea la del exlíder de The Czars, John Grant. Grant elabora una tranquila combinación de sintetizadores con melodías y estructuras folclóricas; en esta ocasión, reinterpreta Saddle the Wind, un viejo tema que ha conocido montones de versiones, quizá la más conocida sea la de Julie London. El tono melancólico y lánguido de esta canción la hace especialmente adecuada como final. 



viernes, 16 de agosto de 2013

Pacific Rim


DIR: GUILLERMO DEL TORO
INT: CHARLIE HUNNAM, IDRIS ELBA, RINKO KIKUCHI
USA, 2013, 131'

El ascenso de Guillermo del Toro hacia los mandos de un blockbuster veraniego es al  mismo tiempo  una bendición y una desgracia. Una bendición porque del Toro es un consumado fantasista, alguien cuyo interés por el género es el de un aficionado genuino y cuyos orígenes como cineasta le vieron mancharse las manos con látex y otros líquidos pringosos, los ingredientes artesanales de la creación de criaturas: Pacific Rim le permite desarrollar esas habilidades a una escala mayor. Una desgracia porque el blockbuster es una manifestación cultural estrictamente pautada, con un estilo determinado de antemano y unos requisitos de espectáculo ineludibles. Todo ello deja poco espacio para cualquier sensibilidad personal, y sería ingenuo esperar aquí  la poética de cintas como El espinazo del diablo o El laberinto del fauno, que el cineasta mexicano rodo en España con presupuestos infinitamente menores.

Pacific Rim tiene un planteamiento argumental fácil de resumir en una frase: monstruos contra robots. En la jerga de Hollywood eso se llama high concept, y es tanto una exigencia de marketing como una necesidad para llegar a la mayor cantidad de sectores demográficos  posible: de otra manera sería imposible rentabilizar unas producciones tan aparatosas. Monstruos contra robots: no hay mucho más que decir, Pacific Rim hunde sus raíces en dos venerables tradiciones de la cultura popular japonesa: los monstruos son Kaiju, como Godzilla, y los robots son Mecha (aunque aquí, en un extraño toque de originalidad, se les llame Jaeger):  artefactos del tamaño de un rascacielos pilotados desde su interior por seres humanos. Para el aficionado al género, la película pretende recordar a aquellas viejas cintas en las que un hombre enfundado en un traje de goma destruía una maqueta de Tokio hecha de madera de balsa. Pero la artesanía manual ha dejado hace tiempo paso a la tecnología digital y las necesidades de la alta definición y de la gran escala obligan a la creación de amplios mundos virtuales. Resulta, por ello, extrañamente conmovedora la insistencia de del Toro a los diseñadores de Kaijus: que los monstruos digitales adopten la forma y los movimientos que podría adoptar un hombre enfundado en un traje de goma. 


Raleigh Beckett (Charlie Hunnam) pilota uno de esos robots junto a su hermano Yancy hasta que un monstruo particularmente enfurecido les derrota. Yancy muere y Raleigh se ve obligado a buscar trabajo en la construcción, hasta que Stacker Pentercost (Idris Elba), su comandante, va en su busca tratando de revivir el moribundo programa Jaeger, que no goza de demasiado favor  por parte de las autoridades. El problema es que deben encontrar un copiloto con quien Raleigh tenga la adecuada conexión emocional: los Jaeger son pilotados por dos personas que necesitan sincronizar sus mentes en el proceso. Aparece Mako (Rinko Kikuchi), una habilidosa joven por lo menos tan dañada como él: toda su familio pereció en el ataque de un monstruo.  Todos estos temas de compatibilidad emocional y superación de traumas no van más allá del planteamiento: cualquier atisbo de profundidad dramática se disuelve como un azucarillo frente a la jerga técnica, las arengas militares, las fanfarrias y percusiones de la banda sonora, el estruendo del metal durante las peleas. En Sight & Sound, Kim Newman considera que “se trata de un himno a la pirotecnia militar que ridiculiza las soluciones civiles (construir un muro alrededor del mar) y solo puede concebir puñetazos y explosiones como manera de solucionar las incursiones desde otra dimensión”. Es posible que la escala (el principal elemente visual de la película) tenga algo que ver con ello. Desde la distancia a la que contemplamos a los personajes, la humanidad se nos aparece como una muchedumbre chillona e indefensa, llena de sujetos insignificantes cuyos problemas individuales resultan intercambiables. El problema entre la dramaturgia y el espectáculo a escala universal no se ha resuelto aun en el blockbuster veraniego, que año tras año aumenta de tamaño como si estuviese atrapado en un una carrera armamentística imparable. 


Breve Making Of promocional en el que del Toro explica la creación de los mounstruos de la película.

El único refugio con cierta personalidad en todo esto es  la guarida de Hannibal Chau, un contrabandista que trafica con los órganos de los Kaijus derrotados. Sabemos que estamos en el territorio del Toro porque lo interpreta su actor fetiche Ron Perlman (y le secunda Santiago Segura) Este extravagante personaje, que reina sobre un colorido y superpoblado distrito de Hong Kong,  conduce la narración hacia una escala humana e introduce algo de personalidad en ella. De la misma manera en que su presencia sirve para sugerir las extravagantes maneras en que la vida humana puede abrirse camino cuando el mundo se halla dividido entre la amenaza del monstruo y la rigidez militar que lo protege, también sirve para recordarnos los refugios en los que puede cobijarse la creatividad personal (en este caso, los mundos coloridos y ligeramente bizarros aunque tiernos del  mexicano) en una producción que por sus dimensiones y su rigidez se parece demasiado a unas maniobras militares. 




 Breve Making Of promocional en el que del Toro explica la creación de los robots de la película.

Las clásicas películas japonesas de destrucción masiva tenían como subtexto ineludible el recuerdo de los efectos de la bomba atómica. Eran una advertencia, a veces poco sutil, sobre los peligros que entrañaban los avances de la ciencia y la técnica, la impotencia del hombre ante la tecnología que él mismo ha creado. Nada de eso está presente en Pacific Rim, a pesar de que la guerra mediante robots ha dejado de ser exclusiva de la ciencia ficción (véase: drones). Se trata de una cinta puramente derivativa, que solamente aspira a modernizar unos referentes clásicos. En realidad la película es una metáfora sobre sí misma: sobre la pequeñez del hombre dentro de la maquinaria, sobre la 



“compatibilidad emocional” requerida por los artefactos y que reduce la diversidad personal a una serie de blandos arquetipos, sobre la insignificancia a la que la gran escala reduce los problemas humanos y convierte a los protagonistas en figuras en frenético movimiento. Una bendición y una desgracia, por tanto, que alguien como del Toro sea el encargado de este proyecto. Por supuesto, el mexicano conoce perfectamente los resortes que han convertido a los Kaiju y los Mecha en figuras relevantes del entretenimiento popular, y sabe como activarlos con eficacia. Pero en una película de estas dimensiones debe limitarse a seguir el patrón de manera aplicada mientras busca la manera de introducir en su interior algo de fantasía de contrabando, como si fuese una sustancia ilegal o peligrosa. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Videoclip: Formaldehyde, de Editors, dirigido por Ben Wheatley

    El director británico Ben Wheatley (Turistas) ha dirigido su primer videoclip (o, como él prefiere llamarlo, promo). El trabajo en concreto es una pieza audiovisual que acompaña a la canción Formaldehyde, interpretada por el  grupo de pop rock de Birmingham Editors. En ella, Wheatley no abandona su estilo: se trata de un western surreal con elementos de terror que destaca sobre todo, por una atmósfera inquietante.

    “Inesperadamente, me pidieron dirigir la promo para la canción de Editors Formaldehyde. Un montón de directores surgen de dirigir promos pop, no es mi caso. Mi ruta fue a través de la publicidad, internet y la televisión. El mundo de las promos pop es algo en lo que siempre he estado interesado. La música tiene un papel muy importante en mis películas, y siempre he admirado el trabajo de  Michel Gondry, Chris Cunningham, David Wilson y Dougal Wilson, por nombrar sólo unos pocos. Me sentí muy elogiado cuando me lo pidieron. Siempre mantuve que las promos eran una cosa de jóvenes (Básicamente porque nunca me habían considerado para dirigir una) Así que gracias a Editors por pensar en mi.

Rodamos en los viejos decorados de Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, en Almería, España. Fue toda una experiencia. El sol es tan brillante, tan fuerte (He rodado cuatro películas seguidas en el Reino Unido, así que eso me resulta bastante impresionante) Las montañas tiene un aspecto extraordinario, y allá por donde mires sientes la atmósfera de los spaguetti westerns (están poniendo continuamente la música de Morricone en los altavoces, así que es imposible no sentirlo)”


Protagonizado por un hombre que se adentra en un pueblo desierto del oeste arrastrando un ataúd, el clip resulta un homenaje a Django, el famoso western de Sergio Corbucci al que recientemente Tarantino ha rendido tributo. Aunque Wheatley cambia el barro y el clima lluvioso de la sierra madrileña por el desierto y el sol de Almería. Fiel a su afición a mezclar géneros, la pieza da pronto un giro misterioso hacia la ensoñación psicodélica, en donde se deja ver la influencia de otro western excéntrico: El topo, de Alejandro Jodorowsky.

“Rodamos la promo en un día, y fue todo muy frenético, pero muy divertido. Trabajamos con un gran grupo de vaqueros/figurantes/especialistas españoles, que llevaron con gracia las extrañas e increíblemente pesadas máscaras. Espero volver a Almería alguna vez y rodar un largometraje. Es un lugar sorprendente, espero que disfrutéis la promo”



lunes, 5 de agosto de 2013

Tú y yo

T.O: IO E TE
DIR: BERNARDO BERTOLUCCI
INT: JACOPO OLMO ANTINORI, TEA FALCO 
ITALIA, 2012, 103'




Después del rodaje de Soñadores (Dreamers, 2003), Bernardo Bertolucci comenzó a sentir unos fuertes dolores de espalda que le hacían difícil mantenerse en pie. Los años siguientes fueron tremendamente duros para su salud, y el cineasta parmesano quedó confinado definitivamente en una silla de ruedas. A sus casi setenta años, sintió que se estaba despidiendo definitivamente de su carrera, una carrera que había comenzado a los veintiuno, con La commare secca (1964). En su rescate acudió un amigo suyo, el novelista Niccolò Ammaniti, quien le habló de su novela corta Io e Te. Se trata de una historia sobre un adolescente inadaptado que se oculta durante una semana en un sótano de su edificio, mientras dice a sus padres que se encuentra esquiando con sus compañeros de clase. Allí se encuentra inesperadamente con su hermanastra Olivia, drogadicta y oveja negra oficial de la familia. Olivia pretende ocultarse para pasar el mono, en un intento más o menos sincero de dejar la adicción, y su presencia les obligará a ambos a convivir y a tratar de aprender lo que puedan el uno del otro. El proyecto entusiasmó al veterano cineasta porque le ofrecía la posibilidad de rodar una película al alcance de su condición física (casi toda la cinta se desarrolla en la misma localización) que además  se adentraba en un territorio familiar para el director: la intimidad compartida en espacios reducidos.

Cuando Bertolucci recibió en 2011 la Palma de Oro honorífica en reconocimiento a toda su carrera, la ceremonia pareció  una despedida, una impresión a la que ayudaban las especulaciones sobre la salud del cineasta. En estos dos últimos años han proliferado las retrospectivas y homenajes a su carrera, como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo en que ya era hora de hacer balance. Así que la aparición de Tú y yo en el festival de Cannes de 2012 fue tanto una sorpresa como una decepción. Se recibió como un esfuerzo menor, una pieza ligera desprovista de la gravedad y las ambiciones que convirtieron a su creador en uno de los cineastas más polémicos de las últimas décadas. En esta historia de jóvenes inadaptados, no hay ni rastro de escándalo sexual y el fervor político da paso a una mirada tierna sobre las dificultades de comunicación, en una propuesta que  incluso proporciona una resonancia emocional insólita en la obra del cineasta italiano. ¿Es que la edad y los problemas de salud habían conseguido ablandar al furibundo provocateur? 


Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori) tiene catorce años, algo que delata la irregular pelambrera que cubre su cara junto con una generosa cantidad de granos. Su rostro es un caos de contracciones y rictus que refleja su confusión interior, sus músculos faciales se expanden y contraen forman expresiones que no siempre es capaz de controlar. Desde el principio sabemos que no se encuentra muy cómodo junto a sus semejantes, así que su huida al sótano sirve para hacer realidad una fantasía típica de la adolescencia: vivir en un aislamiento autosuficiente, abandonado a las leyes de la propia fantasía. Lorenzo se gasta el dinero del viaje en provisiones para siete días de comida basura, y se dispone a encerrarse a leer Entrevista con el vampiro. Bertolucci lo filma leyendo tumbado bocabajo en el entorno cavernoso del sótano, como si el inadaptado muchacho quisiera ser confundido con esa especie de monstruo sobrenatural. La irrupción de Olivia lo obliga a volver a la realidad, al menos en parte, por lo que no difícil entender su enfado.


Olivia aparece como una furia, vestida con un abrigo de pieles sobre un sugerente conjunto de noche, una apariencia que contrasta con la descripción más discreta que hace Ammanniti del personaje. (La sexualización de Olivia es uno de los puntos más flojos de la película y nos recuerda las acusaciones de misoginia que ha recibido Bertolucci a lo largo de su carrera) La joven se presenta haciendo gala de su desprecio por esa rama de su familia, desprecio fundado en que su padre prefiere mantenerse alejado de ella y de su madre mientras apacigua su culpa enviándoles dinero. Ella se gasta ese dinero en heroína: la vergüenza que hace sentir  a su padre es también una forma de venganza por el abandono. Estos egoístas heridos no hacen demasiados esfuerzos por caer simpáticos al espectador, y se presentan demasiado orgullosos de sus neurosis, ella chillona y escandalosa, él mudo y malencarado. Pero como ocurre en el subgénero de inadaptados accidentalmente emparejados, la convivencia les obligará a encontrar puntos en común y a descubrir las ventajas de la confianza.

El hecho de que la dramaturgia se reduzca a dos personajes y los escenarios se concentren principalmente en un único espacio ha forzado al cineasta a renunciar a su estilo: Tú y yo es una pieza de cinematografía en estudio cuidadosamente elaborada, con una expresividad fundada a través de movimientos de cámara, la complejidad de las composiciones y el uso dramático de la iluminación. Bertolucci pensó en un principio en rodar esta película en 3D, aunque unas pruebas de cámara no le dejaron completamente satisfecho. Puede que el uso de las tres dimensiones resultase superfluo para una película que en el fondo es una historia íntima, nada espectacular; pero ello no quiere decir que el director tenga que renunciar a la sofisticación de sus herramientas expresivas. En contraste, destacan algunos momentos de viveza interpretativa por parte de los jóvenes actores, que capturan la espontaneidad que se espera de personas de su edad. Lorenzo golpeado con furia el salpicadero del Lancia de su madre, angustiado ante la posibilidad de que sus compañeros de clase le vean aparecer junto a ella. Olivia, chillando de alegría ante la posibilidad de robar en casa de su padre como si aún fuese una niña traviesa.


Estamos ante una historia familiar y reconocible que deja un poso optimista en el espectador. ¿Qué ha cambiado en Bertolucci durante estos años? “La única diferencia es la altura de mis ojos, porque ahora dirijo sentado. Ya no soy el que mira desde arriba”  ¿Y las inquietudes políticas? Quizá no estén del todo olvidadas, quizá se hallen agazapadas bajo esta pequeña historia de jóvenes con dificultades de comunicación. Algunas de sus declaraciones a la prensa pueden ayudarnos a entenderlo mejor: “Para la gente de mi edad, observar el cambio de la
sociedad es realmente increíble. Hemos ganado en algunas cosas, desde luego, pero se ha perdido ese sentido de comunidad que antes existía. Vivimos en un mundo muy individualista, y eso no me gusta.” O:  “La sociedad ha cambiado de una forma demasiado rápida y no creo que sea posible entenderla ahora mismo. Quizá dentro de un tiempo podremos saber cómo es realmente la juventud de hoy, esa juventud que retrato en la película. Ahora mismo, el panorama parece devastador después de 30 años de anestesia televisiva y del triunfo de la subcultura. Vivimos en el apogeo de unos valores falsos. Es posible que algún día descubramos que los jóvenes de hoy también saben leer. Siempre tengo esperanza.”