En algún lugar del banlieu Franc Moisin, en Saint Denis (No demasiado lejos del Stade de France, en el que la selección bleu se coronó campeona del mundo en el mundial de 1998), unos adolescentes ensayan una obra teatral para una representación en el instituto.El sitio es uno de esos enjambres humanos con aspecto de colmena abigarrada y ruidosa que suele asustar a los habitantes de zonas más respetables por la diversidad de acentos e idiomas y por las condiciones de necesidad y exclusión en las que vive muchos de sus habitantes. En ese entorno resuenan las palabras refinadas y galantes de Marivaux, el contemporáneo de Molière que favorecía los equívocos amorosos y palaciegos en sus tramas. La obra se llama Juegos de amor y azar, y lo que descubrirán sus jóvenes actores tratando de hacer suyas sus palabras no solamente tiene que ver con la asimilación de la herencia cultural y de la identidad francesa por parte de quienes su origen en los lugares que unas décadas atrás estaban bajo la dominación colonial. Lo que descubrirán es el placer y el poder que reside en el intercambio de identidades, en la capacidad de asumir un rol ajeno. Entre el hormigón y la hierba mal cuidada del suburbio, la trama de cambio de papeles entre criadas y señoras, nobles y sirvientes se desarrolla entre ropa de deporte y teléfonos móviles con el saldo siempre al límite, entre parientes en la cárcel e ingenuos sueños de huida.
Osman Elkharraz en La escurridiza (L'esquive) |
Krimo está enamorado de Lydia, una joven que pasea con un enorme aplomo un elegante vestido dieciochesco por las calles del barrio entre ensayo y ensayo, quizá para demostrar a todo el mundo su facilidad para mudar de piel y de maneras, para adaptarse a cualquier papel, en el teatro o en la vida. Krimo es un héroe particularmente tímido e introvertido, la enérgica Lydia resultará ser como dice el título español, escurridiza. Da igual que el chico compre su participación en la obra a otro muchahco con un chándal Nike y unas zapatillas Adidas, su timidez no desaparecerá subido al escenario, y las palabras de Marivaux se deslizarán por su garganta desprovistas de entonación y de intención. Él no tiene la misma capacidad que Lydia para acomodarse a diferentes roles, sus pensamientos están atrapados por la realidad material del suburbio. Por eso, al final, Lydia se escapara, orgullosa como siempre, hacia otros papeles, otras maneras de ser, en el teatro o en la vida. Lo que subyace en este planteamiento es un tema que también recorre la obra que representan, y lo explica la profesora de literatura del instituto, preguntándoles a sus alumnos si creen que las distancias sociales pueden salvarse adoptando diferentes formas de hablar y de actuar.“Mostrar a los jóvenes que viven, aman, se enamoran, descubren el teatro en ese contexto. Es una forma de normalidad, pero parece algo increíble. Parece que para la mayor parte de los espectadores, en los suburbios solamente tiene lugar violencia y delincuencia. Mi intención era mostrar la vida. También quería mostrar que existe un verdadero potencial artístico en esta población surgida de la inmigración. En general, ellos evitan ser tenidos en cuenta, no están integrados en el paisaje. Esta injusticia es quizá lo que me motiva a hacer películas.”
La escurridiza, o como esquivar el amor (L’esquive, 2004) fue la película que situó en el mapa cinematográfico a Abdellatif Kechiche. Era su segunda película, y arrasó en la entrega de los César de ese año, ganando cuatro trofeos, entre ellos mejor película, mejor realizador y mejor actriz para la intérprete de Lydia, Sara Forestier. Pero quizá el mayor reconocimiento fue el que la cinta recibió de las personas a las que retrataba: se convirtió en una cinta de culto entre los jóvenes de extrarradio, y las frases de sus personajes pasaron a formar parte de su lenguaje.
Discusiones sobre la apariencia y la autenticidad en los suburbios de París.
Kechiche nació en 1960 en Túnez, a los seis años llego con sus padres a Niza. Durante su adolescencia comenzó a aficionarse al cine, principalmente acudiendo a las sesiones de la filmoteca de la ciudad. “Primero eran los actores los que me entusiasmaban: Michel Simon, Jules Berry, Harry Baur, Arletty… Raimu en las películas de Pagnol, para mí era un actor de otro mundo. Más tarde comencé a reconocer a los cineastas: De Sica, Pasolini, Pialat, Sautet.” tras comenzar unos estudios de geometría sin vocación, se inscribe en el conservatorio de Niza para convertirse en actor. Después, se desplazará a París para actuar en teatro y en cine. Kechiche participó en películas como Los inocentes, de André Techiné, o la que considera una película pionera en su tratamiento del tema de la vida en la periferia parisina, El té a la menta, de Abdelkrim Bahloul. Sin embargo, ser uno de los primeros actores beurs no le hacía sentirse feliz profesionalmente. “Los papeles que me ofrecían eran papeles de delincuentes o, por el contrario, de victimas. Tenía el sentimiento de ser utilizado, prisionero de esquemas ideológicos. No podía ejercer al completo mi trabajo de actor. En el teatro, me podía desarrollar gracias al trabajo con los ensayos, en el cine no. Esa fue una experiencia formativa a la hora de dirigir actores más tarde.”
Desde el principio de su carrera, Kechiche tuvo la intención de pasarse al otro lado de la cámara y para ellodedicó varios años a escribir guiones, con la supervisión de su mentor Bahloul. Para su debut tuvo que esperar a 2000, con la película Poesía y juventud (La Faute à Voltaire), la historia de un inmigrante sin papeles que vende fruta y rosas en el centro de París. Narrada con un tono humanista, muestra su recorrido por los albergues y centros de acogida, y su narración de las rutinas de la supervivencia en los márgenes de la sociedad prescinde de sensacionalismo y tremendismo para retratar el sentido de comunidad que se crea entre los desposeídos. Jallel (Sami Boujila) cuenta que prefiere vender rosas de plástico en los bares del centro porque le gusta pasear y las calles de París son hermosas. Su relación con Lucie (Élodie Bouchez), una joven a la que conoce durante su breve internamiento en un centro psiquiátrico y que se dedica a acostarse con quien le pague veinte francos, está dominada por los desencuentros. Sería lo que se denomina una relación autodestructiva si no fuera porque sus altibajos son rodados por Kechiche con serenidad y comprensión, mostrándolos como los accidentes naturales del difícil camino de las relaciones humanas. Poesía y juventud, que se estrenó en el festival de Venecia, pasó completamente desapercibida tras su estreno, algo que no volvería a ocurrir en sus siguientes películas. Se trata de una película de factura clásica que aun no presenta el estilo de realización más distintivo del director.
Sami Boujila y Elodie Bouchez en Poesía y Juventud (La faute a Voltaire), el debut de Kechiche |
Las películas de Kechiche han aportado una pequeña constelación de nuevas estrellas al cine francés. Sami Boujila se convirtió en un actor muy conocido después de protagonizar La Faute à Voltaire; Sara Forestier posee una nutrida filmografía diez años después de surgir en La escurridiza; su nueva película, La vida de Adèle, ha descubierto a Adèle Exarchopoulos. Las reacciones ante sus películas implican a menudo el asombro ante el naturalismo de las interpretaciones: el cine de Kechiche parece eliminar todos los filtros que impone la técnica y el estilo permitiéndonos contemplar la vida en bruto. Pero no hay nada improvisado, nada dejado al azar: fiel a sus orígenes teatrales, el director construye meticulosamente sus películas ensayo a ensayo. “Veo a todo el mundo durante el casting, no tengo especial predilección por los actores no-profesionales. En Cuscús, también había profesionales, como Bruno Lochet, que pueden ayudar a quienes no lo son. Unos aportan rigor, otros, espontaneidad. Su combinación permite encontrar algo que supera el profesionalismo. Pero hace falta que los profesionales acepten perder el tiempo, ser desestabilizados. Lo que más cuenta es ser un grupo unido.
Viene después el momento de los ensayos, que en mi caso es muy largo. Es una seguridad. Mucho antes del rodaje de La escurridiza, ensayamos muchos meses en una casa ocupada en Belleville. Lo mismo para Cuscús, los ensayos tuvieron lugar entre París y Séte. Hago trabajar a los jóvenes con textos de teatro: Chejov, Marivaux, etc. Cuando todos encuentran sus marcas, la alquimia surge. Lo que me frustraba cuando era actor de cine era no poder recuperar ese viaje común, toda esa energía acumulada, en la pantalla. En La escurridiza, lo que yo veo, es la felicidad de los chicos y las chicas de estar ahí, de hacer cine, de decir las palabras de Marivaux. Para Cuscús, mi idea era que la generosidad, la entrega de todo el equipo acabara por transpirar.”
Los personajes de Kechihce se ven obligados a interpretar diferentes papeles en sus vidas. Aquí, Rym (Hafsia Herzi) se pone en el papel de una bailarina exótica para que la inaguración del restaurante familiar resulte un éxito.
La forma de rodar de Kechiche tomó forma a partir de La escurridiza y no ha variado sustancialmente desde entonces. Después de establecer la escena en los ensayos, la cámara la registra como si se tratase de un reportaje sobre los actores. Cámara al hombro, el director registra una toma tras otra (hasta la extenuación), variaciones de ángulos y puntos de vista; en el montaje, seleccionará los detalles más veraces, privilegiando el primer plano (la cámara está frecuentemente pegada a los cuerpos y los rostros de los personajes) y sin preocuparse demasiado por establecer la continuidad del espacio o por que la sucesión de planos resulte elegante. La colocación de los personajes en la escena determina el espacio escénico más que la relación de éstos con cualquier espacio exterior.
El efecto de realidad se ve reforzado por el uso del tiempo: las películas de Kechiche son cada vez más largas: dos horas necesitó para contar la historia de La escurridiza, dos horas y media para Cuscús, tres horas para La vida de Adèle. La estrategia dramática pasa por alargar el desarrollo de las escenas, de manera que sus películas parecen componerse de extensos bloque de tiempo dilatado en los que se registra minuciosamente los gestos y las reacciones de todos los personajes. Muchas veces esas escenas son representaciones o eventos que implican algún tipo de interpretación, como los ensayos de los adolescentes en La escurridiza; la cena que ofrece la familia de Cuscús para demostrar la viabilidad del restaurante que quieren montar; o las escenas en las que la protagonista de La Venus negra se ve explotada como atracción de feria porque su raza y su constitución física es monstruosa a los ojos de los occidentales de finales del siglo XIX.
El uso del lenguaje es otro de los elementos claves de su cine. Una vez más, la elaboración de los textos se enmascara a través de los ensayos y la naturalización de las actuaciones. “Los diálogos [En La escurridiza] estaban efectivamente muy escritos, aparte de una o dos escenas un poco libres. La estilización consiste en dosificar, en no ir demasiado lejos con el lenguaje de los suburbios, limitar la jerga, sino la película se convertiría en incomprensible. Aunque para los actores ese lenguaje sea más familiar que el de Marivaux, sigue siendo un texto, que se tiene que aprender y ensayar, tan difícil de interpretar para ellos como el de Marivaux.” La escurridiza utiliza el contraste entre el lenguaje del teatro galante de Marivaux y la jerga del suburbio para mostrar cómo las maneras de expresarse de los jóvenes son ejercicios de expresividad y creatividad. No solamente es una película prácticamente imposible de doblar, es la pesadilla de cualquier subtitulador. “Yo me inscribo en una tradición del lenguaje oral, que viaja a través de las generaciones, pasa del argot a la jerga de los jóvenes en el suburbio. Encuentro un placer en jugar con esas palabras, son ellas las que nos llevan hacia el tono, la entonación, la gestualidad”
En La Venus Negra, Kechiche narra la historia de Saartjie Baartman, una mujer sudafricana que fue paseada por toda Europa como la Venus Hotentote, para que la gente proyectara sobre ella los prejuicios y las fantasías que despertaba la diferencia.
La presión de la mirada de los otros puede volverse insoportable, como muestra la siguiente película de Kechiche, La Venus negra (Black Venus, 2010). Es un cambio de registro para el director, que rueda por primera vez en inglés y se enfrenta a una reconstrucción de época. La Venus negra narra la vida de Saartjie Baartman, una mujer sudafricana que fue explotada por los circos y las ferias de la Europa de principios del siglo diecinueve como la Venus Hotentote. Baartman fue obligada a exhibir sus particularidades físicas, como sus enormes nalgas y unos labios vaginales hipertrofiados propios de su etnia. En el escenario, Saartjie es enjaulada, provocada, domada, golpeada, y manoseada. Se la presenta como una especie de animal salvaje, una caracterización que surge directamente de la imaginación europea y de sus prejuicios y fantasías con respecto a los africanos. Kechiche adopta un punto de vista distanciado, casi clínico a la hora de rodar esta historia. Saartjie es una persona obligada a encarnar la imagen que otros tiene de ella, algo que no le deja ningún espacio para desarrollar su propia personalidad. “Quería examinar el efecto de la mirada. La diferencia entre la mirada individual y colectiva. Lo que vemos cuando estamos en un grupo y nuestro punto de vista, en cambio, cuando estamos solos. En la película muestro miradas fascinadas, tiernas, avergonzadas, alegres o brutales. No podemos cambiar la forma en que otros miran a las cosas, pero podemos entender lo que piensan. Cómo cambiar una mirada es el tema de todas mis películas. Estamos continuamente presionados por los periódicos, la televisión y los políticos para dirigir nuestra mirada de una cierta manera, por ello es necesario examinar nuestras miradas en profundidad. Es una batalla continua para la que no tengo respuestas”
Después de una película como La Venus negra, que fue completamente ignorada en su estreno, Kechiche vuelve a la primera fila del cine mundial con La vida de Adèle. Aclamada como la mejor película del pasado festival de Cannes, el jurado presidio por Steven Spielberg le concedió la Palma de Oro, y en un gesto sin precedentes, decidió que el galardón fuera compartido por el director y las dos actrices protagonistas: Lea Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Pero pronto la película se convirtió en objeto de una poderosa polémica. La vida de Adèle, la narración de un primer amor con escala épica (la película alcanza las tres horas de duración) fue, primero, atacada por Julie Maroh, la autora de la novela gráfica en que se basa. Según ella, las escenas de sexo entre mujeres están contempladas con una mirada masculina que las acercan a la pornografía y no a la contemplación honesta de una relación pasional: "se trata de una exhibición brutal y quirúrgica que lo convierte en pornografía". Más tarde, fueron los técnicos de la película, que acusaron a Kechiche de comportarse como un tirano a lo largo de un rodaje interminable de más de cinco meses de duración. Después, las actrices protagonistas declararon en una entrevista que el rodaje había sido un infierno para ellas y que nunca volverían a trabajar con Kechiche. Señalaron especialmente a la escena de sexo, que tardó en rodarse diez días completos, y en general la enorme cantidad de repeticiones que el director les exigía. En concreto, Lea Seydoux declaró sentirse humillada, y manipulada de una manera que excedía a la propia película. Parece ser que el rodaje de esta película fue especialmente descontrolado y que el director acudió a él con un plan mucho menos preciso que de costumbre, confiando en la improvisación y dudando de manera constante. El director franco-tunecino respondió a esos ataques reconciliándose entre medias con Exarchopoulos y acusando a Seydoux de ser una privilegiada (la actriz, una joven estrella del cine francés, es la hija del presidente de una importante distribuidora) Pero, a pesar de toda la polémica, el entusiasmo por la película no ha disminuido. La película francesa más esperada del año se ha estrenado este viernes en España.
Kechiche se ha acercado varias veces a la experiencia de la inmigración. La película en que se acercó de manera más directa a ello fue Cuscús (La graine et le mulet, 2007), su tercera cinta, que es, además la que refleja de manera más directa a su propia experiencia vital. Por encima de todo, Cuscus es un homenaje a la figura de su padre. De hecho Kechiche tenía la intencion de que fuese su padre quien interpretase al personaje principal, y llegó a ensayar con él, pero su muerte durante el proceso de edición de La escurridiza lo hizo imposible. Habib Boufares, que interpretó finalmente el papel de Slimane, era un viejo compañero de trabajo de su padre. Slimane es un hombre ya mayor que ha trabajado toda su vida en el puerto de Sète, dedicándose al desguace de barcos. Pero sus fuerzas ya no son lo que eran y la empresa prescinde de él. Así, se ve en el paro y sin un retiro con el que pueda subsistir. Pero Slimane es una persona llena de energía a la que no le resulta nada extraño empezar de nuevo. Su plan conciste en convertir una vieja barcaza de carga inservible en un restaurante flotante especializado en cocina árabe. Con su proyecto pretende reunir también a su extensa familia alrededor de un empeño común. “La idea tambiénera mostrar una solidaridad entre varias generaciones, una familia reconstruida. Hablar del calor humano, más de lo que une que de lo que separa.”
La comida es un elemento de unión y cohesión social en Cuscús. |
Porque ¿Qué otra cosa puede unir más a una comunidad que la comida? Cuscus esta llena de bullicionas escenas desarrolladas alrededor de una mesa en la que pariendes y conocidos discuten, bromean y se recriminan entre ellos, su voces tratando de imponerse unas a otras. A pesar de que las relaciones dentro del clan no son precisamente fáciles (Slimane está divorciado de la madre de sus hijas y mantiene una relación con una mujer que regenta una posada, lo que le convierte en la cabeza de dos familias) la película explora el sentido de comunidad que se establece entre las familias formales o informales. El proyecto implica invitar a quienes aún desconfian de las posibilidades del negocio (autoridades locales, gente del banco, etc..) a una cena de presentación. Para ello, además de las dotes culinarias, la familia tendrá que desarrollar sus dotes interpretativas, y cuidar su apariencia y su expresión para que su aspecto resulte acorde a lo que se espera de un grupo de emprendedores. Porque hay muchos disfraces que ponerse y muchos lenguajes diferentes que hablar si uno quiere salir adelante. Cuando un incidente retrasa la llegada del plato principal, el cuscús del título, la jóven Rym (Hafsia Herzi) ganará tiempo poniense un atuendo de bailarina oriental y bailando la danza del vientre ante los comesales, aportando un toque de exotismo orientalista a la ceremonia. A veces uno tiene que adoptar la imagen que los demás esperan, aunque esa imagen sea una construcción cultural ajena.
La presión de la mirada de los otros puede volverse insoportable, como muestra la siguiente película de Kechiche, La Venus negra (Black Venus, 2010). Es un cambio de registro para el director, que rueda por primera vez en inglés y se enfrenta a una reconstrucción de época. La Venus negra narra la vida de Saartjie Baartman, una mujer sudafricana que fue explotada por los circos y las ferias de la Europa de principios del siglo diecinueve como la Venus Hotentote. Baartman fue obligada a exhibir sus particularidades físicas, como sus enormes nalgas y unos labios vaginales hipertrofiados propios de su etnia. En el escenario, Saartjie es enjaulada, provocada, domada, golpeada, y manoseada. Se la presenta como una especie de animal salvaje, una caracterización que surge directamente de la imaginación europea y de sus prejuicios y fantasías con respecto a los africanos. Kechiche adopta un punto de vista distanciado, casi clínico a la hora de rodar esta historia. Saartjie es una persona obligada a encarnar la imagen que otros tiene de ella, algo que no le deja ningún espacio para desarrollar su propia personalidad. “Quería examinar el efecto de la mirada. La diferencia entre la mirada individual y colectiva. Lo que vemos cuando estamos en un grupo y nuestro punto de vista, en cambio, cuando estamos solos. En la película muestro miradas fascinadas, tiernas, avergonzadas, alegres o brutales. No podemos cambiar la forma en que otros miran a las cosas, pero podemos entender lo que piensan. Cómo cambiar una mirada es el tema de todas mis películas. Estamos continuamente presionados por los periódicos, la televisión y los políticos para dirigir nuestra mirada de una cierta manera, por ello es necesario examinar nuestras miradas en profundidad. Es una batalla continua para la que no tengo respuestas”
La humillación como espectáculo: Yahima Torres en La Venus negra. |
Kechiche nos hace asistir a las actuaciones de Saartjie, nos coloca en el punto de vista de los espectadores de la época y nos hace contemplarlas casi en su totalidad, lo que convierte a esta película en un espectáculo perturbador, casi insoportable. Pero la humillación de la protagonista no proviene solamente del excitado público de los espectáculos baratos. El naturalista Georges Couvier, miembro de la academia, estudia su cuerpo para afirmar que su figura presenta trazas simiescas, su vivacidad y destreza son las propias de los monos y que, como todos los miembros de su raza, vive en un estado de completo barbarismo. Saartjie es víctima de una mirada contaminada no sólamente por los estereotipos propios del entretenimiento popular, sino por la sabiduría sancionada oficialmente. La Venus negra se sostiene sobre la presencia de Yahima Torres, una joven cubana que se dedicaba a dar clases de español cuando Kechiche la encontró casualmente y le ofreció interpretar el papel. Torres reconoció que el rodaje había sido una experiencia dura, pero declaró sentirse feliz con los resultados.
Después de una película como La Venus negra, que fue completamente ignorada en su estreno, Kechiche vuelve a la primera fila del cine mundial con La vida de Adèle. Aclamada como la mejor película del pasado festival de Cannes, el jurado presidio por Steven Spielberg le concedió la Palma de Oro, y en un gesto sin precedentes, decidió que el galardón fuera compartido por el director y las dos actrices protagonistas: Lea Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Pero pronto la película se convirtió en objeto de una poderosa polémica. La vida de Adèle, la narración de un primer amor con escala épica (la película alcanza las tres horas de duración) fue, primero, atacada por Julie Maroh, la autora de la novela gráfica en que se basa. Según ella, las escenas de sexo entre mujeres están contempladas con una mirada masculina que las acercan a la pornografía y no a la contemplación honesta de una relación pasional: "se trata de una exhibición brutal y quirúrgica que lo convierte en pornografía". Más tarde, fueron los técnicos de la película, que acusaron a Kechiche de comportarse como un tirano a lo largo de un rodaje interminable de más de cinco meses de duración. Después, las actrices protagonistas declararon en una entrevista que el rodaje había sido un infierno para ellas y que nunca volverían a trabajar con Kechiche. Señalaron especialmente a la escena de sexo, que tardó en rodarse diez días completos, y en general la enorme cantidad de repeticiones que el director les exigía. En concreto, Lea Seydoux declaró sentirse humillada, y manipulada de una manera que excedía a la propia película. Parece ser que el rodaje de esta película fue especialmente descontrolado y que el director acudió a él con un plan mucho menos preciso que de costumbre, confiando en la improvisación y dudando de manera constante. El director franco-tunecino respondió a esos ataques reconciliándose entre medias con Exarchopoulos y acusando a Seydoux de ser una privilegiada (la actriz, una joven estrella del cine francés, es la hija del presidente de una importante distribuidora) Pero, a pesar de toda la polémica, el entusiasmo por la película no ha disminuido. La película francesa más esperada del año se ha estrenado este viernes en España.