DIR: FERNANDO FRANCO
INT: MARIAN
ÁLVAREZ, MANOLO SOLO, ROSANA PASTOR, RAMÓN BAREA
ESPAÑA 2013 98'
Si uno lee la sinopsis o alguna reseña de La herida, el debut en la dirección del prestigioso montador Fernando Franco (15 días contigo, No tengas miedo, Blancanieves), se informará de que su protagonista, Ana (Marian Álvarez) padece “lo que los psiquiatras llaman trastorno límite de la personalidad, o conducta borderline” Pero ese diagnóstico no aparece en la película propiamente dicha, ni siquiera se nos indica que Ana conozca exactamente su patología. La herida es un retrato naturalista acerca de la agitada condición emocional de Ana, una conductora de ambulancias de veintiocho años con enormes dificultades a la hora de expresar sus emociones. Eso se traduce en solitarios intentos de autolesionarse y en bruscos cambios de humor que distancian a su pareja, sus familiares y sus compañeros de trabajo. Desprovista de justificación clínica, el sufrimiento de Ana se nos presenta como una condición existencial, una extrema sensibilidad que se traduce en frecuentes exigencias emocionales hacia su entorno, y en una enorme dificultad para comprender el mundo que la rodea.
Fernando Franco comenzó con la intención de rodar un documental, pero pronto cambió de idea y se decantó por la ficción. Quizá porque acercarse demasiado a unas personas con unas emociones tan intensas y problemáticas pudiese resultar impúdico, violento. Pero el planteamiento cinematográfico mantiene elementos propios del estilo documental. Ana no solamente está presente en todas las escenas de la película, sino en todos y cada uno de sus planos. La cámara la sigue pegada a su cogote, a la Dardenne, mientras el mundo que la rodea aparece algo difuminado detrás de ella. Madrid y Donostia son escenarios desenfocados e imprecisos que Ana recorre como si fueran una tierra de nadie.
El resto de las personas que conoce se encentran en ese lugar extraño. Su novio, Alex, se encuentra constantemente al final de una línea de teléfono propicia a las llamadas perdidas y los mensajes de voz suplicantes o enfurecidos. Su madre es una voz detrás de la puerta, preocupándose por su estado; sus propios problemas quedaran fuera del campo de visión de Ana, incapaz de dejar de pensar en sí misma. En cuanto necesita algo de comprensión y desahogo, Ana chatea con alguien que se hace llamar Absurd_Man_75 y cuya comunicación resultara, en el fondo tan precaria como el resto de sus relaciones. El campo de visión limitado que propone la puesta en escena, centrado generalmente alrededor del rostro de Ana, se corresponde con el punto de vista de la protagonista, que se comporta como si su entorno fuese un universo extraño, donde resulta fácil hacerse daño.
Ana encuentra unos raros momentos de conexión con los pacientes a los que transporta en su ambulancia: ancianos con problemas de memoria o jóvenes con síndrome de dawn. En su trabajo cotidiano se llevan a cabo encuentros casuales con la trascendencia, y si bien Ana confiese sentirse aliviada después de dejar el servicio de urgencias porque ahora ya no tiene que sentirse culpable si un paciente fallece en el trayecto hacia el hospital, cada vez que uno de sus pacientes muere el dolor es mayor: se trata de alguien con quien ha formado un vínculo. En una entrevista, el director explica que los afectados por este trastorno suelen elegir trabajos en los que se sienten útiles a los demás.
Un planteamiento así no podría funcionar si no estuviese sostenido por una interpretación de primera clase. La de Marián Álvarez va más allá. Su respiración se acelera y sus músculos se tensan, sus parpados se detienen súbitamente, su mirada se endurece. O relaja su piel y deja vagar su mirada de manera caprichosa, sus labios adoptando la forma de una inestable sonrisa. Mientras reclama abrazos furtivos o se corta la piel en la soledad de su cuarto de baño, su cuerpo, su rostro, es una fina membrana que negocia las diferencias de presión entre el interior y el exterior. Pero no se trata simplemente de una exploración meticulosa de una condición emocional límite. Álvarez convierte a Ana en alguien lejano y cercano al mismo tiempo, una persona tierna y huidiza, con momentos de esquinado humor, alguien a quien podemos reconocer fácilmente en nuestro paisaje cotidiano y que con sus extremos emocionales nos acerca al misterio que se esconde detrás de cada persona.
Franco ha contado con la participación en el guión de Enric Rufas, un dramaturgo que colabora habitualmente con Jaime Rosales. El guión prescinde de desarrollos dramáticos para centrarse en el día a día de la protagonista, dominado por la repetición de acciones cotidianas: el trabajo, volver a casa, salir. Lo que buscan los cineastas es retratar a la protagonista sin tremendismos, evitando el tono melodramático o sensacionalista que casi siempre se adhiere a las representaciones del sufrimiento psíquico. Es un retrato del dolor cotidiano del que el guion no nos da un motivo claro. También es cierto que la ciencia médica tampoco lo tiene. Si se busca explicaciones sobre las causas del trastorno límite de la personalidad, uno se encuentra con teorías muy diversas que apuntan a los sospechosos habituales: factores genéticos, neurológicos o ambientales, es decir, vete a saber. El sufrimiento de Ana es condición que debe vivirse sin explicaciones científicas ni recursos a la narrativa psicoanalítica del trauma originario. La dramaturgia consiste en retratar de manera cercana esa condición y mostrara los esfuerzos que hace Ana por vivir dentro de los límites que esta le impone.
Hay una tensión entre la necesidad de orígenes y resoluciones y su imposibilidad que recorre todas las imágenes de La herida como las de buena parte del cine contemporáneo. Aquí, esa tensión está perfectamente incorporada en la narración mediante el uso del punto de vista y la construcción del personaje. Ana siente la necesidad de poner un origen a su aflicción, buscar un camino de salida, pero la película no propone explicaciones ni soluciones, y los espectadores tampoco podrán encontrarlas fuera de ella. Solamente nos queda la posibilidad de la descripción, y La herida es un estudio de carácter perfecto en su tono y en su ejecución. Aunque Ana siente su vida como una sucesión de eventos incomunicables y desconectados, una insignificante mancha en el paisaje de una gran ciudad moderna, La herida es el retrato de una manera de existir que no en absoluto extraña ahora mismo.