jueves, 3 de octubre de 2013

Las brujas de Zugarramurdi

DIR: ALEX DE LA IGLESIA
INT: MARIO CASAS, HUGO SILVA, CARMEN MAURA, TERELE PÁVEZ 
ESPAÑA, 2013, 112'









Hay un estilo tan visible como subterráneo que recorre  la cultura española desde hace siglos: se basa en el culto al exceso y el rechazo a la sutileza, en el recurso a las caracterizaciones caricaturescas que tienden a lo grotesco, en el juego jocoso y elaborado con el lenguaje que favorece la práctica del ingenio, en el empleo de la obscenidad y la escatología, en las composiciones abigarradas en las que múltiples elementos pelean por captar la atención, en un tono ácrata y materialista que presume de su poca seriedad como mecanismo de defensa. Quevedo lo práctico en versos a menudo anónimos y en la novela picaresca; Goya lo empleó en su etapa de madurez para elaborar una crítica ácida a la sociedad de su tiempo, inventando al mismo tiempo el romanticismo; Valle Inclán echó mano de recursos similares para retratar un Madrid bohemio y alcohólico en Luces de bohemia;  la editorial Bruguera lo empleó para educar a la infancia y la juventud en una serie de comics que influyo en la sensibilidad plástica de varias generaciones… Su presencia en nuestra cultura es tan poderosa y permeable que se ha convertido en algo más que un conjunto de rasgos estilísticos recurrentes, se ha convertido en una forma de ver el mundo. Un mundo lleno de personajes estúpidos, violentos y grotescos, propensos a estafarse continuamente unos a otros, cuyas lamentables aventuras nunca van a ninguna parte, como si no pudieran evitar dar vueltas en círculo o girar como un tiovivo. Hoy día, esta tendencia sobrevive con buena salud en las páginas de publicaciones satíricas, en las caricaturas de los periódicos y en el cine de Alex de la Iglesia.

Acción en la Puerta del sol
   
Desde su debut con Acción mutante, y más aún tras su puesta de largo en cuanto a popularidad con El día de la bestia, el estilo más característico del cineasta bilbaíno se ha desarrollado entre esas coordenadas. Si parte de su sensibilidad procede del cine de género norteamericano más espectacular, el ingrediente esencial procede de la tradición autóctona de humor gráfico y de la secular práctica hispana de la parodia y la caricatura. Las herramientas tecnológicas y estilísticas del cine de acción están utilizadas con un toque de frenesí grotesco, se convierten en un recurso para  retratar a versiones deformadas de criaturas del imaginario popular: reyes magos armados con ametralladoras, cómicos televisivos de mal gusto enfrentados en un duelo a muerte, jefes de planta de El Corte Inglés consumidos por la ambición, especialistas de espagueti-western ansiosos por recrear en la vida real la violencia que fingen en sus actuaciones. El circo tiene escenarios muy reconocibles: el luminoso de Schweppes o las torres Kío en El día de la bestia;  el Valle de los Caídos en Balada triste de trompeta; ahora, la Puerta del Sol, con sus mimos y sus tiendas de compro oro, en Las brujas de Zugarramurdi. La tensión entre los elementos cotidianos y reconocibles y su reflejo distorsionado y grotesco recorre cada una de las imágenes de esas películas. 
  
Las brujas de Zugarramurdi comienza sumergiéndonos en un atraco en la puerta del sol, protagonizado por un mimo caracterizado de Jesucristo (Hugo Silva) y otro pintado de verde como un soldado de plástico (Mario Casas), en realidad dos pobres diablos (acompañados por el hijo de uno de ellos) cuyo genial plan consiste en atracar una tienda de compraventa de oro. En una abracadabrante primera escena marca de la casa, el gran atraco made in de la Iglesia consiste en un botín de anillos empeñados en un frenesí de acción por el que pululan, además del soldado y el cristo, un Bob Esponja, el Alien y una Minnie Mouse, aparte del hombre invisible, todos ellos involucrados en una frenética huida. Como el plan no sale exactamente como esperaban, se ven obligados a secuestrar un taxi para tratar de huir a Francia, con pasajero incluido. En este punto ya nos hemos dado cuenta de que todos estos tipos tienen diferentes problemas con las mujeres, un detalle que comenzará a tener su importancia cuando, quizá invocados mediante algún tipo de magia, o quizá simplemente por necesidades del guión, queden atrapados en Zugarramurdi, el pueblo navarro que entró en la leyenda cuando  a principios del siglo XVII tuvo lugar un auto de fe en el que cuarenta y cinco de sus vecinas fueron condenadas por brujería y doce de ellas murieron quemadas en la hoguera. Allí quedarán en manos de Carmen Maura y de Terele Pávez, que se divertirán con ellos un buen rato mientras hacen tiempo hasta el aquelarre. 



Todas brujas

Si al principio los personajes aparecen reducidos a un solo tono de pintura corporal y a una postura detenida, cuando se quiten la pintura no desarrollarán mayor profundidad dramática: Mario Casas es un portero de discoteca con un corazón de oro, no hace falta decir mucho más. Hugo Silva es un padrazo sensible y no demasiado inteligente enfrentado a su ex esposa, una Macarena Gómez aspirante a bruja. El resto del reparto se completa con intérpretes capaces de moverse con comodidad jugando con la mezcla de presencia, maquillaje y gestualidad excéntrica necesaria para ocupar su lugar en el mundo del director: actores de carácter como Enrique Villén (en el papel inadaptado rural aficionado a los programas de Jose Luis Moreno), Pepón Nieto y Secun de la Rosa (como una pareja de policías en crisis de pareja), María Barranco (una vecina cotilla y traqueotomizada), Santiago Segura y Carlos Areces (un par de brujas marujas), entre otros. Cada uno de ellos pone en pie una caracterización basada en estereotipos y rasgos cercanos a la parodia, cuyo desarrollo tiene más que ver con la repetición que con la evolución: ellas son histéricas y manipuladoras emocionales; ellos más bien  limitados de inteligencia y algo brutos. Aún así, hay que destacar que el tono caricaturesco es bastante amable, sobre todo si lo comparamos con la negrura estrafalaria de de una película como Balada triste de trompeta, en la que de la Iglesia retorcía sus t
endencias grotescas hasta el límite.


Carmen Maura se lo pasa muy bien como reina de las brujas

Todos estos personajes tienden al movimiento perpetuo, a la continua repetición, como criaturas de tira cómica o de cartoon, coyotes persiguiendo una y otra vez al correcaminos. Su esencia se resiste con todas sus fuerzas al concepto de evolución dramática, y el director y su guionista Jorge Guerricaecheverria llevan toda su carrera luchando con estos modelos, tratando de adaptarlos a la estructura de tres actos del guion cinematográfico convencional. Dado que sus películas avanzan por acumulación, el clímax se suele producir por saturación, antes de que la historia termine por disolverse, sin haber concluido de manera propiamente dicha. Antes de eso, habremos disfrutado de un paseo por una feria de curiosidades grotescas, llena de diálogos rápidos e imaginación visual. Es un retorno al Alex de la Iglesia más cercano a la comedia popular, el director de La comunidad o Crimen ferpecto. En una entrevista, el director explica que la película es una versión frenética y estrafalaria de la guerra de los sexos, una guerra en la que él, como en todas las guerras,  se pone de parte del más débil…  aunque sin aclarar a qué bando de la disputa se refiere.