jueves, 26 de marzo de 2015

Puro vicio

T.O: INHERENT VICE
DIR: PAUL THOMAS ANDERSON
INT: JOAQUIN PHOENIX, JOSH BROLIN, CATHERINE WATERSTON, BENICIO DEL TORO, OWEN WILSON
EEUU, 2014, 146'



El lugar es la baja California, a principios de la década de los setenta. Los asesinatos de la familia Manson ya han ocurrido, y resulta imposible no pensar en ellos cuando uno se cruza con algún hippie desaliñado. El sueño de amor y paz ha tomado un rumbo oscuro, y la atmósfera comienza a estar envuelta por la neblina de paranoia que dominará la década que comienza. Así están las cosas cuando el detective privado Doc Sportello (Joaquin Phoenix) recibe la visita de su ex novia Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterstone) en su casa de Gordita Beach. Shasta es una presencia luminosa, la clase de chica en quien los Beach Boys podrían estar pensando cuando cantaban California Girls. El susurro de su voz parece tener poderes calmantes, pero cuando una chica entra por la puerta de un detective privado, ya sabes lo que pasa. Shasta viene con una historia acerca de su amante, el famoso promotor inmobiliario Mickey Wolfman, y del extraño plan de la mujer de éste para internarlo en un psiquiátrico. Inmediatamente queda claro que Doc deberá acercarse a tierra firme, visitar algunos lugares pintorescos, conocer a toda clase de personajes, hacer preguntas, tratar de entender las respuestas, probablemente poniendo nervosa a gente no demasiado recomendable en el proceso.

    Esa es más o menos, la vida del detective privado. Lo que ocurre es que Doc es un ejemplar poco característico de esa profesión. Permanentemente rodeado por una densa nube de humo de marihuana y una espesa capa de vello facial, Doc es un hippie playero que comienza a darse cuenta de que su mundo ha empezado a desvanecerse. Unos años atrás, habitaba una utopía playera repleta de surferos, combos de música surf, misticismo oriental y flores en el pelo, pero ahora el exceso de marihuana comienza a provocarle accesos de paranoia que el mundo real no se molesta en desmentir. Vive en una especie de letargo del que despierta a trompicones, cada vez que un nuevo personaje entra en su vida o se produce una revelación importante. Cuando algún aspecto de la trama presenta ramificaciones siniestras (conspiraciones gubernamentales, extrañas organizaciones secretas que controlan los resortes del poder, esa clase de cosas) reacciona con un inesperado asombro, como si hubiera sospechado que algo así estuviera teniendo lugar, pero se hubiera resistido a creerlo hasta que no le quedase más remedio. Y habrá abundantes momentos para el asombro en su recorrido, pues Doc se cruzará con bandas de moteros nazis, con un saxo tenor supuestamente muerto que ejerce de agente provocador y confidente policial, con un dentista de aspecto estrafalario quizá demasiado aficionado a las drogas recreativas, con militantes del black power que descubren afinidades con la hermandad aria respecto a sus actitudes acerca del gobierno. Todos ellos puede que formen parte, o no, de alguna conspiración, bien como agentes o bien como víctimas, o bien como una combinación confusa de ambas cosas. 

Joaquin Phoenix es el detective privado hippie Larry "Doc" Sportello
Es una película en la que Doc va de un escenario a otro, manteniendo conversaciones en voz baja, apuntando nombres y direcciones, recibiendo advertencias o amenazas más o menos veladas. La trama comienza a volverse cada vez más delirante, el mundo en el que se desarrolla, más amplio e impenetrable. Todo el mundo parece tener extrañas afiliaciones, intenciones secretas y una amplia variedad de apetitos. La sucesión de personajes secundarios es inacabable, cada uno de ellos con su nombre absurdo (Sauncho Smilax, Japonica Fenway, Puck Beaverton, o Rudy Blatnoyd) y con su particular idiosincrasia que comienza con el vestuario y termina con alguna cosmovisión peculiar. Tras toda esa confusión comienza a perfilarse la presencia de una organización ampliamente sospechosa, una organización con un nombre (el Colmillo Dorado) y muchas formas (una goleta de velas rojas, un cártel asiático de la heroína, un refugio fiscal para dentistas…). Poco a poco, Doc comienza a sospechar que el Colmillo Dorado puede estar involucrado de una manera u otra en todo lo que ocurre. Por supuesto, en la desaparición de Mickey Wolfman, pero también en lo que pueda ocurrirle a su antigua chica, algo que toca a Doc más directamente. Pero su realidad se mantiene siempre imprecisa, como la de un barco que se aleja tras la niebla o como la historia de alguna siniestra conspiración oída a medias en algún garito oscuro de labios de alguien alterado por demasiados estimulantes.

    Es, inequívocamente, el mundo de Thomas Pynchon, el legendario escritor norteamericano en cuya novela Vicio propio, de 2009, está basada esta película. La leyenda de Pynchon es tan poderosa que incluso alguien con el prestigio de Paul Thomas Anderson se ha sentido obligado a rendirle homenaje adaptando su libro de la manera más fiel posible. ¿Qué tienen de especial los libros de Pynchon? El propio autor advertía, en la presentación de una de sus novelas,  que “hay personajes que dejan lo que están haciendo para ponerse a cantar canciones por lo general estúpidas. Tienen lugar extrañas prácticas sexuales. Se hablan oscuros lenguajes, no siempre de manera idiomática. Ocurren sucesos contrarios-a-lo-conocido. Si no es el mundo, es lo que el mundos sería con un ajuste menor o dos. De acuerdo con algunos, ese es uno de los principales propósitos de la ficción.” Todo eso es cierto, y además se conjuga en unas tramas generalmente impenetrables, en las que cada vez que aparece alguna resonancia histórica o cultural pronto se verá ahogada por algún chiste tonto o alguna oscura referencia a la cultura popular, y en las que la estructura general, habitualmente laberíntica,  aparece enterrada por una sucesión de personajes y acontecimientos improbables, de manera que cualquier significación se vuelve elusiva. Pynchon combina la densidad y la exigencia intelectual de la literatura modernista de principios del siglo veinte con el humor absurdo de alguna troupe cómica particularmente desenfrenada, como si fuera una adaptación de James Joyce elaborada a la manera de cartoon de la Warner.

Josh Brolin es el teniente detective Christian "Bigfoot" Bjornsen, la némesis de Doc

    Este es el mundo de Thomas Pynchon, pero quien nos guía por él es Paul Thomas Anderson. Su adaptación es sin duda una lectura personal de la novela, caracterizada por la atmosfera teñida de melancolía que dota de gravedad y romanticismo al mundo que habitan estas criaturas tan estrafalarias, algo que se percibe desde la extraordinaria primera secuencia y que se apoya en la banda sonora de melodrama noir compuesta por Jonny Greenwood. La película está fotografiada por Robert Elswitt en unos vivos e intensos 35 milímetros “como si el botón de contraste de la Creación hubiera sido tocado apenas lo suficiente para darle a todo un leve resplandor, un filo luminoso”; el recorrido por el Los Angeles de 1970 es detallado y colorido, una recreación en la que Anderson vuelca su propia nostalgia de un mundo que creía estar al filo mismo del futuro al mismo tiempo que se revelaba como una aparición efímera. El director lima la ingobernable trama de la novela para señalar algunas posibles salidas al laberinto (aún así, la narración es decididamente confusa) y podemos escuchar la característica cadencia sonora de la prosa de Pynchon gracias a la presencia de una narradora interpretada por la arpista indie Joanna Newsom, que básicamente se dedica a recitar fragmentos del libro. Anderson distribuye en cada escena una generosa cantidad de gags visuales con el fin de mantener un tono suficientemente absurdo: el encuadre se convierte en un tapiz lleno de detalles que reclaman nuestra atención, desde la detallada ambientación hasta los más absurdos elementos de caracterización.
Katherine Waterston, como Shasta, es la revelación de la película.
    Si, pero ¿Qué es en realidad lo que está pasando en todo este frenesí vagamente psicodélico? ¿Quién es el responsable de todas estas desapariciones y apariciones? ¿Qué es exactamente el Colmillo Dorado y dónde se le puede encontrar? Todo lector de Pynchon Pestá familiarizado con ese momento en el que la narración comienza a parecerse a una filigrana elaborada con cabos sueltos, y que la elaborada prosa se convierte en una espesa capa de niebla que solo deja entrever las formas del mundo real. Hay una bifurcación en el centro de cada una de las novelas del autor: uno de los caminos lleva a tratar de descifrar todos los acontecimientos, desenmarañando las esquivas relaciones de causa y efecto que esconden los acontecimientos absurdos. Ese empeño ha dado lugar a verdaderas enciclopedias. El otro camino consiste en aceptar el absurdo de la sucesión de acontecimientos, y relajarse tratando de disfrutar de los placeres que nos ofrece, entre ellos el descubrimiento de nuevas posibilidades en el uso del lenguaje. En el caso de la película de Anderson, hay suficientes estímulos visuales y sonoros como para concentrarse únicamente en su contemplación: las flautas románticas y lánguidas de la banda sonora, los ocasos arenosos frente a la costa del Pacífico, el erotismo de un desplegable de Playboy de hace cuatro décadas, o los interiores decorados con maderas nobles y alfombras oscuras que alojan algún extraño centro de poder. Sin olvidarnos del propio sonido de los diálogos, que se retuercen elegantemente como si los personajes hubieran aprendido a hablar viendo reposiciones de viejas películas en las que George Sanders interpreta a algún comandante.

    Las novelas de Pynchon ponen al espectador frente a un dilema existencial entre la posibilidad de un mundo de estímulos fugaces e inconsecuentes y la persistente sospecha de una trama que engloba toda la historia. Durante cientos de páginas, el autor extiende la narración resistiéndose a resolver el dilema, lo que le ha granjeado cierta fama de autor incomprensible. Anderson respeta esa filosofía, que sin duda desconcertará a parte de la audiencia. Pero el tema que se impone en la adaptación es la añoranza melancólica del pasado, una nostalgia que se apodera de cada una de las imágenes. El anhelo por recuperar un antiguo amor de playa es un reflejo emocional del anhelo por recuperar el tiempo pasado, la ciudad que se desvanece para siempre entre desagradables maniobras inmobiliarias y oscuros movimientos del poder. Ambos anhelos son románticos pero se revelarán como inútiles y quizá peligrosos, puesto que se corre el riesgo de dejarse llevar por la fantasía y no divisar la realidad más que a través de una neblina de ensoñación. Aunque quizá Anderson quiere sugerir que esa fantasía nostálgica es el único refugio que les queda a quienes se encuentran repentinamente fuera de lugar tras algún extraño movimiento de cintura de la Historia.