jueves, 5 de marzo de 2015

El país de las maravillas

T.O: LE MERAVIGLIE DIR: ALICE ROHRWACHER  INT: MARIA ALEXANDRA LUNGU, SAM LOUWYCK, ALBA ROHRWACHER, MONICA BELLUCCI. ITALIA, 2014, 110' 
 La familia de apicultores que protagoniza El país de las maravillas es poco convencional. El padre Wolfgang (Sam Louwyck), es alemán; la madre, Angélica (Alba Rohrwacher), italiana. Habitan una destartalada graja en la Toscana y tienen cuatro hijas. La mayor, Gelsomina (María Alexandra Lungu), tiene doce años y parece ser la persona que gobierna este caos de gritos, trifulcas y abrazos. Marinella tiene ocho años y no disfruta mucho del esfuerzo que supone mantener una granja; Luna y Caterina, muy pequeñas, corretean por el campo chillando y tropezándose con todo, convirtiendo en un juego caótico las situaciones más inapropiadas Hay otra mujer, Cocó (Sabine Timoteo), que habla a veces alemán con Wolfgang y de la que nadie nos explica que relación tiene exactamente con el resto de la familia. Más tarde aparece un muchacho alemán, Martin, que se une  temporalmente a la familia dentro de un programa de acogida para jóvenes delincuentes. Martin tiene unos diez años y no dice ni una palabra en toda la película. El mundo en el que viven todos ellos es un verano de hierbas secas, tomates madurando en el huerto, noches bochornosas y baños en una cala cercana. Y las abejas, claro. Toda la vida gira en torno a la miel. Gelsomina, en concreto, se ha convertida en una experta apicultora: sabe dónde encontrar a las abejas cuando huyen de sus colmenas, cuáles son los males que les afectan, cómo quitar sus picos de la piel de su padre. Ella es esencial, sobre, todo, para tratar de controlar a sus hermanas, que amenazan con desatar el caos cada vez que aparecen en el encuadre. Este universo bullicioso parece constituir un mundo independiente para todos quienes lo forman, en parte debido al aislamiento que supone vivir en una granja alejada  del resto de la civilización.  

Una familia en la naturaleza
 Alice Rohrwacher nos introduce sin preámbulos en la dinámica familiar. No hay presentaciones formales, y desde el principio nos vemos obligados a descubrir las relaciones entre estos personajes en continuo movimiento: sus afinidades secretas, sus pequeñas traiciones, sus lenguajes inventados, sus rivalidades y rebeldías. La película oscila entre el registro detallado de la intimidad (las niñas que juegan fantaseando con su canción preferida, el temor ante los accesos de ira del padre, las discusiones de una pareja que no siempre comparte todo lo que ocurre entre ellos) y el misterio acerca de las cosas que no se desvelan. ¿Quién es exactamente Coco y qué hace ahí? ¿De donde han venido Wolfgang y Angélica y por qué han decidido refugiarse en una granja? Tenemos la impresión de estar pasando unos días con una familia algo excéntrica, descubriendo en sus actividades cotidianas las idiosincrasias que han desarrollado en su convivencia. De todo este bullicio, sin embargo, pronto comienza a definirse el protagonismo de Gelsomina y su enfrentamiento con Wolfgang. Su drama es una historia muy antigua: tan pronto como comienza a crecer y a desarrollar su individualidad, la muchacha necesita afirmarla liberándose de la dependencia hacia su padre.     


    Wolfgang es una persona con un carácter ciertamente arisco, que alza la voz con más frecuencia de lo deseable. Pero su autoridad se ve desafiada continuamente por el caos que se desarrolla a su alrededor. Su pasado queda sin mencionar, de vez en cuando deja entrever algunas ideas apocalípticas acerca de una pronta catástrofe mundial en la que la vida en la naturaleza sería la única vía de supervivencia. Gelsomina es su lugarteniente, imprescindible para controlar  desorden familiar y entender a la abejas. Ella se muestra ciertamente orgullosa de su posición de hermana mayor, y se esfuerza en mantener la actitud más madura posible. Pero a sus doce años Gelsomina comienza a contemplar la posibilidad de una existencia fuera de los dominios familiares, de una autonomía propia. El desencadénate de todo eso, por improbable que parezca, es la televisión. Un equipo del programa “El país de las maravillas”  acude a la zona en busca de familias locales que participen en su extravagante reality rural. Con ellos va la presentadora Milly Catena (Monica Belluci), artificial y misteriosa, con una melena de hilo blanco y un exotismo televisivo que fascina sin medida a las niñas. Para Gelsomina, tiene el embrujo de lo lejano y de lo levemente mágico, pero para Wolfgang, el programa es una burla en la que se disfraza a los lugareños con falsos trajes históricos y que exhibe unos ofensivos estereotipos sobre la vida en el campo. El programa de televisión desencadenará el conflicto entre Gelsomina y un padre al que le cuesta reconocer que su hija pueda adquirir independencia con respecto a él. Martin, el recién llegado, será un testigo mudo de este enfrentamiento, dado que Wolfgang se valdrá de él para recordarle a Gelsomina que en realidad siempre quiso tener un hijo varón. 


Gelsomina (Maria Alexandra Lungo) es quien mantien el orden en la granja.
 Las imágenes de Rohrwacher tienen una presencia artesanal, anacrónica: la directora filma en 16 milímetros y la copia digital es fiel al formato, con una enorme cantidad de grano e incluso unas cuantas imperfecciones bastante visibles. Es una elección completamente adecuada: parece una película rescatada en el tiempo, como los propios personajes, que se empeñan en mantener formas de vida que corren peligro de ser abandonadas. La fotografía de Hélène Louvart potencia los tonos amarillos y ámbar: los colores de la hierba secándose al calor del verano, de los cabellos lacios de Angelica, de los destellos del sol al mediodía y por supuesto, de la miel: la miel que brilla a través del cristal de los tarros, o se desliza por algún dedo goloso, o embadurna las baldosas después de alguna trastada de las niñas. Alice Rohrwacher posee una inquietante capacidad para extraer interpretaciones espontáneas y naturales de todo el reparto, especialmente de las pequeñas protagonistas. Algo así ya lo había demostrado en su extraordinaria ópera prima Corpo celeste (2011), que narraba la crisis religiosa de una adolescente. En El país de las maravillas, hay momentos que parecen robados, con la cámara de Louvart tratando de atrapar los gestos de unas pequeñas actrices que quizá saben que están siendo grabadas o quizá no. Momentos como el nerviosismo callado de la pequeñas ante la presencia glamorosa de Milly Catena, o los juegos y los bailes privados que refuerzan los vínculos entre las hermanas, o la violenta irrupción de los celos fraternos a través de inesperados arrebatos de ira. En todas esas escenas, la película nos convierte en observadores cercanos gracias a la habilidad de Rohrwacher para escrutar los rostros de sus protagonistas en busca de los gestos significativos.

    El país de las maravillas es una película transparente y misteriosa, una detallada observación de una vida cotidiana envuelta en secretos, filtrada por las ensoñaciones de un cuento de hadas. Trata de una familia en la que los adultos han querido huir de alguna clase de pasado no especificado para perseguir una vida más sencilla, más natural, mientras que sus hijas se dejan embrujar por los destellos extraños y lejanos del mundo exterior que identifican, de alguna manera con el futuro. Un mundo exterior que aparece con el velo mágico y vulgar de un programa de la televisión italiana presentado por una divísima Mónica Bellucci. Con esta película, que confirma la buena impresión de su debut, Alice Rohrwacher se consagra como una de las nuevas presencias más esperanzadoras del cine europeo actual.