jueves, 25 de septiembre de 2014

El hombre más buscado

T.O: A MOST WANTED MAN
INT: PHILIP SEYMOUR HOFFMAN, RACHEL MCADAMS, NINA HOSS. 
EEUU-GB, 2014, 122'

 El éxito durante más de seis décadas del novelista de espionaje  John Le Carré se debe a que sus obras no se centran tanto en los aspectos de política internacional ni mucho menos en la pura acción, sino que giran acerca de los conflictos morales que se disputan en esas zonas grises en las que imperan conceptos resbaladizos como la razón de estado y el mal menor. Sus protagonistas son individuos cuyo trabajo sucio y secreto, que supuestamente llevan a cabo en beneficio de la sociedad, ataca los principios mismos en que ésta se sustenta. A estos funcionarios de los servicios secretos las cuestiones morales no les dejan indiferentes, y sufren en su cuerpo y en su espíritu la lenta corrosión provocada por las implicaciones éticas de sus decisiones.

Desde el principio de su carrera el cine ha buscado material en las obras del escritor británico, y aunque el resultado de las adaptaciones es desigual, Le Carré no tiene demasiado derecho a quejarse de su filmografía (aunque por supuesto, se ha quejado): cintas como El espía que surgió del frío (1965) o  El topo (2011) están entre las mejores películas de espías que se hayan producido nunca (Mención de honor para la versión televisiva de El topo producida por la BBC en 1979). La caída del muro de Berlín supuso, desde luego, un grave inconveniente para su carrera: sus obras perdieron la nítida simbología y el dramatismo inherente a la guerra fría para diluir sus conflictos morales en una época más vaga y menos definida, mucho más complicada de explicar  y poco propicia a la simbología. Aún así, el novelista ha persistido en su empeño de relatar las zonas grises de esta nueva era de empresas transnacionales, capitalismo opaco y terrorismo islámico. En El hombre más buscado, publicada en 2008, la trama toma como punto de partida un insignificante episodio de la llamada “guerra contra el terror” que tiene lugar en Hamburgo a finales de la primera década de este siglo. 



Philip Seymour Hoffman, en su última interpretación.
 Esta versión cinematográfica de El hombre más buscado no llega al nivel de las mejores adaptaciones de Le Carré, pero es un solvente drama de intriga eficazmente rodado y en el que el director holandés Anton Corbijn (famoso por sus trabajos en el campo del videoclip y la fotografía) saca el máximo partido dramático a las calles y el puerto de Hamburgo. Esa ciudad de Alemania quedó en una posición bastante vergonzosa cuando se comprobó que Mohammed Atta planificó desde allí los atentados del 11-S, sin ser molestado por los servicios de seguridad. Así que es comprensible que los agentes anden con pies de plomo. Günter Bachmann (Philip Symour Hoffman) está ocupado en la persecución de un respetable filántropo islámico que puede estar desviando dinero hacia algunas tapaderas de Al-Qaeda. 


Nina Hoss
 Aparece Issa Karpov (Grigoriy Dobrygin), un inmigrante ilegal de origen checheno. Issa parece engendrado por la historia: es el hijo de un general ruso y una adolescente chechena violada. Ha crecido odiando a su padre y a Rusia, aunque acude a Alemania para ponerse en contacto con un banquero y  reclamar el dinero que depositó para él antes de morir. Uno puede creer de Issa lo que quiera: un fanático islamista o un rico heredero. Él mismo parece igual de confuso respecto a su identidad. Inmediatamente se convertirá en el centro de una intriga en la que participarán, en diversos grados, una joven abogada idealista (Rachel McAdams), un banquero con secretos en los balances, el viejo espía Bachmann, interesado en usar el dinero de Issa como señuelo para el filántropo sospechoso y una agente norteamericana que no parece demasiado dispuesta a mostrar cuales son sus interese reales en todo esto. Es una partida de ajedrez en la que algunos de los protagonistas son simples piezas destinadas a ser sacrificadas en cualquier momento, incluso algunos de los que están acostumbrados a manejar los destinos ajenos. 


   

 Corbijn emplea el método de seguir con la cámara al hombro a los personajes para crear la impresión de cercanía y de intimidad. No se olvida de la importancia del entorno: es un Hamburgo invernal, de calles húmedas y adoquinadas y en las que los neones de los sex shop y los anuncios con famosas modelos se reflejan en los cristales húmedos de los coches desde los que los espías vigilan a sus objetivos. La ciudad europea está reflejada de una manera táctil, sensorial: desde los sucios rincones bajo los puentes donde que viven los sin papeles hasta las asépticas salas de reuniones de los altos funcionarios. (Esta autenticidad compensa algo la extrañeza de que los personajes hablen en inglés con acento alemán). Quizá convenga recordar que fue en Hamburgo dónde, a principios de los años sesenta, John Le Carré trabajó durante unos meses como diplomático y espía. 
Philip Seymour Hoffman (Izquierda) junto al  escritor John Le Carré (Derecha), en su cameo en el filme.
Pero a pesar de sus méritos como pieza de género, El hombre más buscado no puede sobreponerse de ninguna manera al hecho de ser la última película terminada por el actor Philip Seymour Hoffman. Su inesperada muerte el pasado febrero debido a una sobredosis nos dejaba sin el mejor intérprete de nuestro tiempo, precisamente en un momento en el que se encontraba en la plenitud de sus capacidades. La muerte de Hoffman planea durante toda la película (que se rodó más de un año antes del suceso), sobre todo porque en ella muestra un pésimo aspecto: pálido, con exceso de peso y una voz cavernosa, transmitiendo la constante sensación de estar haciendo grandes esfuerzos para el más simple de los movimientos. Es cierto que su personaje, Günter Bachmann, no se cuida demasiado. Un hombre desgastado por su oficio, que aplaca su conciencia con la bebida, el tabaco y la mala alimentación, Bachmann es uno de esos funcionarios grises del espionaje que constituyen la especialidad de Le Carré, a los que el poder siempre les quema las manos y que llevan en su cuerpo y en su carácter demasiadas heridas de guerras sucias. La presencia física de Hoffman dota al personaje de una palpable gravedad, su voz parece surgir de la profundidad de la experiencia. Es la clase de interpretación que sostiene una película, y cuya graduación de matices permite acoger la identificación del espectador, aun cuando (o quizá precisamente por ello) Bachman no es un personaje exento de ambigüedades morales y cuya inteligencia no siempre es todo lo afilada que necesita.