domingo, 28 de septiembre de 2014

Cortometraje: Koza (Capullo, Nuri Bilge Ceylan, 1995, 17’)

La primera película del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan (ganador de la palma de oro del festival de Cannes este año con Winter Sleep/ Sueño de Invierno) es este cortometraje abstracto, sin diálogos y fotografiado en blanco y negro. Koza fue realizado en 1995, por entonces, Ceylan era un fotógrafo consagrado, y su bagaje con la cámara se hace notar, especialmente en su empleo del paisaje. La imagen más distintiva del Ceylan cineasta (el cielo amenazante que empequeñece la figura humana) ya se halla presente en esta obra. Es una pieza meditativa llena de metáforas familiares acerca de los ciclos de la naturaleza y la inevitable de cadencia humana que muestra de manera inequívoca la huella de Tarkovski. (Conviene advertir que la calidad de imagen de este cortometraje disponible en internet no hace justicia al trabajo de Ceylan, que también oficia de director de fotografía.)

    El cortometraje comienza con las  viejas fotos de un hombre y una mujer, entre ellas una foto de boda. Pronto veremos a esas mismas personas, ya ancianas, enfrentándose a los inevitables efectos del paso del tiempo. Son Emin y Fatma Ceylan, los padres del cineasta: el corto es también un retrato de familia. El cineasta los muestra en situaciones meditativas, en la naturaleza o en el interior de una cabaña modesta y oscura. Los fenómenos de la naturaleza añaden una dimensión simbólica: hay una abundancia de imágenes de decaimiento, como el cadáver de un gato devorado por unos insectos o el lento oscurecimiento de un crepúsculo.  Un niño que aparece de manera fantasmal sirve para mostrar la presencia de la etapa inicial en el ciclo de la vida.

    Este primer eslabón en la obra de uno de los cineastas más importantes del momento es coherente con su posterior evolución: Ceylan comenzó desde la abstracción más pura para ir introduciendo lentamente elementos narrativos, incluso formulaciones  de género en sus película (como ocurre con Tres monos (2008) o Érase una vez en Anatolia (2011)) La naturaleza no ha dejado de ser importante en su cine, pero poco ha poco los intereses más espirituales se han visto combinados con un realismo más terrenal que muestra la influencia de Chéjov.  En sueño de invierno, su nueva película parece dar un paso más en esa dirección: se trata de una cinta densamente dialogada y que se desarrolla casi completamente en interiores.