martes, 9 de septiembre de 2014

El congreso

T.O: THE CONGRESS
INT: ROBIN WRIGHT, HARVEY KEITEL, KODI SMIT-MCPHEE 
ISRAEL, 2013, 122'
 
El congreso es la nueva y esperada película de Ari Folman, seis años después de la sorpresa que supuso en 2008 su cinta Vals con Bashir. Si en aquella película empleaba el cine de animación con unos propósitos más propios del documental (rememorar sus experiencias y las de sus compañeros del ejército israelí durante la primera guerra del Líbano), en su nueva propuesta realiza una atrevida y estimulante mezcla de imagen real y animación. Folman toma como punto de partida la novela de ciencia-ficción de Stanislaw Lem El congreso de futurología para aderezarla con unos toques extraídos de las cintas de Satoshi Kon, especialmente Paprika (2006) y Millenium Actress (2001). El resultado en una especulación original, y, en algunos momentos, desconcertante, acerca de las nuevas formas que están adoptando la comunicación y los espectáculos de masas.

La protagonista de la película es, literalmente, la actriz Robin Wright. Wright, famosa por sus papeles en La princesa prometida (1987) o Forrest Gump (1994) interpreta una versión de si misma que no ha vuelto a conocer el éxito gracias a la serie de televisión House of Cards (2013- ). Esta Robin Wright lleva tres lustros de fracasos de taquilla, causados, por un lado, debido a sus malas decisiones, y por el otro, por su intención de dedicarle gran parte de su tiempo a su hijo Aron, enfermo. Hollywood no tiene demasiadas ganas de seguir perdiendo dinero debido al factor humano, así que la oferta que pone encima de la mesa el jefe de los estudios Miramount se le presenta como la última oferta que la actriz va a recibir. Miramount quiere escanear a la actriz, crear una réplica digital de Robin Wright para almacenarla en sus ordenadores y crear con ella las películas que la verdadera Robin va a dejar de hacer. De esa manera, se ahorran ciertos problemas del mundo analógico, como el envejecimiento. Una clausula del contrato especifica que la actriz  tendrá que dejar la interpretación por completo después del escaneado.


Robin Wright, antes del escaneado
Este segmento de El congreso se nos muestra a través de unas imágenes fotográficas claras y luminosas: los escenarios son la casa de Robin, un antiguo hangar reformado colindante a un aeródromo donde Aron puede desarrollar su afición por las máquinas voladoras; y las oficinas de la Miramount, un entorno corporativo aséptico donde la protagonista verá su carrera convertida en píxeles. Hasta aquí, la película parece tener esa inclinación tecnofóbica que se viene percibiendo de un tiempo a esta parte a medida que las nuevas formas de comunicación social revelan consecuencias impredecibles. Ese aspecto viene reforzado por el hecho de que esta película surge justo en el momento en que el viejo sustrato del cine, la imagen física registrada sobre celuloide, está siendo sustituida casi por completo por el registro electrónico de imágenes almacenadas y manipuladas por medios informáticos. Pero la película pronto se adentra en terrenos más estimulantes. Tras una elipsis de veinte años, Robin se dispone a renovar su contrato vitalicio con la Miramuont, para lo que debe participar en un evento llamado El Congreso de Futurología. A la entrada, el vigilante del complejo le advierte de que se trata de una zona “completamente animada” : Robin ingiere una cápsula que convierte inmediatamente a la película en una cinta de animación,  y a su protagonista en una plástica criatura de dos dimensiones. 

Robin, animada.
La animación de El congreso es limitada en su movimiento, de amplio trazo  y  colores planos, todo lo contrario de la animación digital hiperrealista que utilizará Miramount para recrear a Robin Wright. Aquí no tenemos ningún peligro de adentrarnos en el valle inquietante, esa sensación de incomodidad ante las imitaciones artificiales más perfectas de la apariencia humana. El dibujo creado por el director de animación Yoni Goodman es colorido, expresivo y juguetón: incluso se acerca en algunos momentos a la caricatura. En este mundo alegre y brillante creado por una corporación se pasean figuras con la forma de Michael Jackson o Tom Cruise, incluso de Buda o Jesucristo. En enormes pantallas se promociona la última entrega de la franquicia protagonizada por la Robin Wright digital: Rebel Robot Robin. El Congreso resulta ser un evento especialmente planificado para que Miramount desvele sus planes: a partir de ahora, la compañía extenderá su control sobre el sector del entretenimiento hacia toda la experiencia humana. Bastará un sencillo estímulo químico para ser lo que uno quiera ser, vivir  la experiencia que uno desee. Uno ya no necesitará ir al cine: los elementos de la fantasía podrán ingerirse para que uno pueda protagonizarla con quien quiera. Pero un grupo de rebeldes no está de acuerdo con este dominio de la tecnología (digital o química) sobre toda la experiencia humana y atacarán el complejo donde se lleva a cabo el congreso. 


"Todo es real y todo está en la mente", le dice un personaje a la protagonista 

A partir de ahí, la película entra en un territorio impreciso que no siempre resulta comprensible de manera inmediata: hay fantasías elaboradas químicamente, alucinaciones, sueños, falsos despertares, enormes elipsis. La idea principal es que la existencia humana se ha convertido en una fantasía creada por la industria del espectáculo, un paisaje de colores brillantes por el que vemos desfilar a sucedáneos de famosos, criaturas mitológicas o seres surgidos de la pura fantasía. Uno puede adoptar la apariencia que desee, incluso alzar el vuelo extendiendo los brazos. El guía de Robin por este mundo es Dylan, el animador responsable de dar vida a su alter ego digital. Esa tarea le llevó a desarrollar lazos afectivo hacia su personaje, que ahora extiende hacia la actriz. La fantasía compartida de manera casi obligatoria no une tanto como separa a quienes están dentro de su influjo. La protagonista descubre que le resultará prácticamente imposible volverá encontrar a su hijo Aron: no hay ninguna manera de saber dónde se encuentra, ni cual es su aspecto actual.  

El mundo se convierte en una fantasía estimulada químicamente
Es en este segmento animado cuando El congreso deja de ser una película únicamente preocupada por la decadencia del cine en la era digital.  Folman amplia el campo de batalla para examinar las consecuencias de las nuevas tecnologías en la forma de desarrollar las relaciones humanas y configurar la personalidad individual. Un mundo dominado por una fantasía unificadora en la que cada uno de sus habitantes está, sin embargo separado del resto en su propia fantasía personal:  se trata de una distopía que tiene sus raíces en los temores modernos acerca de la insularización de la experiencia humana debido al influjo de internet y la cada vez más creciente homogeneización de los medios de comunicación. (Es curioso que Folman se haya inspirado en un texto que se escribió como una velada crítica del bloque comunista, y que no haya tenido demasiados problemas a la hora de transponerlo a un entorno totalmente capitalista como es la industria de Hollywood) En ese sentido, El congreso es una película enormemente especulativa, más sugerente que concreta con respecto a sus planteamientos, llena de sorpresas y que fluye de manera impredecible. Algo así puede resultar frustrante, pero el empeño es fascinante y devuelve a la ciencia ficción su poder como herramienta para desentrañar las posibilidades que encierra nuestro presente.