jueves, 2 de octubre de 2014

La isla mínima

DIR: ALBERTO RODRÍGUEZ
INT: RAÚL ARÉVALO,
JAVIER GUTIÉRREZ, NEREA BARROS, ANTONIO DE LA TORRE
ESPAÑA, 2014, 105'
Las marismas del Guadalquivir son la escena del crimen. Primero, dos hermanas desaparecidas: Carmen y Estrella, bonitas, adolescentes, ansiosas por huir de su pueblo. Alguien las vio subirse a un Citroën durante la feria. Más tarde, sus cuerpos desmembrados, violados, aparecen en un canal: una historia para la portada de El Caso, para los silencios del pueblo. Es 1980, Adolfo Suárez es el presidente del gobierno. Dos policías viene a ocuparse del doble asesinato. Juan (Javier Gutiérrez) es el viejo agente franquista que utiliza la violencia como instrumento y extorsiona rutinariamente a las putas y a los comerciantes. Pedro (Raul Arévalo) es un joven algo idealista que se ha ganado su destierro en ese rincón del sur después de haber publicado una carta al director no demasiado bien acogida por sus superiores. Uno de ellos quiere cambiar el país en el que vive; el otro se encuentra absolutamente cómodo en un lugar y en una época que conoce muy bien. Uno de ellos vive hacia el futuro: su mujer espera un hijo allá en Madrid. El otro no tiene demasiado futuro: orina sangre, escucha malos presagios. 

Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez y el Chrysler 180
El desarrollo es conocido: el recorrido, las preguntas, la sucesión de personajes con algo que decir o que ocultar. Un cazador furtivo les ayuda a orientarse entre los secarrales, las lagunas, las casas abandonadas y los caminos desconocidos. El padre de las muchachas (Antonio de la Torre) es un hombre silencioso y lleno de rabia contenida, la madre (Nerea Barros) es una mujer maltratada y temerosa de dios. Hay una vidente que habla con los muertos y desentraña el pescado en una vieja barcaza. Hay un guaperas local que parece tener algo que ver con todas las chicas jóvenes y guapas del pueblo, las que están y las que ya no están. Porque pronto comienza a ponerse en evidencia que Carmen y Estrella no son las primeras chicas en desaparecer de la zona: el lugar parece ser pródigo en chicas de rostros frescos y hermosos, inocentes y con ansias de huida que terminan desapareciendo en alguna vuelta del camino, dejando el vacío de su ausencia en los ojos resecos de quienes se quedan atrás.


El barco de Angelita
 
El recorrido se lleva a cabo de manera ágil, a buen ritmo. El director Alberto Rodríguez adopta un tono conciso y el guión que ha coescrito con Rafael Cobos es narrativamente eficaz. La ambientación es atmosférica y detallista: desde las botellas de cerveza Cruzcampo hasta el Chrysler 180 ocre y cada vez más cubierto de polvo con el que los agentes recorren los caminos de la zona. Javier Gutiérrez se revela como un actor a tener en cuenta añadiendo profundidad emocional a un personaje que se expresa mejor con acciones directas y a menudo violentas. Hay ocasiones para demostrar el conocimiento del oficio: en la manera en que deduce un número de teléfono solamente escuchando el giro del dial, o la forma aparentemente sencilla con la que reduce al sospechoso que amenaza a su compañero con una navaja desde el asiento trasero del coche. También hay momentos para la introspección, en escenas en las que los fantasmas del pasado se le aparecen al policía en forma de pájaro exóticos. 

 
Pero el elemento más destacado, más memorable, es el propio escenario. Rodríguez y el director de fotografía Alex Catalán aprovechan todas las posibilidades del paisaje del Guadalquivir: a pleno sol o bajo una torrencial lluvia, a la luz del día o en la espesa oscuridad polvorienta de sus caminos polvorientos. Las marismas están mostradas como un paisaje solitario cuyos senderos necesitan de la presencia de un guía local, repletas de juncos tras los cuales puede estar escondido cualquiera, llenas de edificios abandonados o semi-abandonados ideales para actividades que necesiten el aislamiento. Es un lugar en el que los disparos de escopeta pueden salir de la nada a la mitad del día, y donde las notas anónimas se deslizan por debajo de las puertas. La narración está punteada por breves momentos de distanciamiento dónde director eleva el punto de vista, mostrando planos aéreos en los que el paisaje parece tener su propio carácter, marcando el destino de los personajes que lo habitan.