miércoles, 6 de agosto de 2014

Rompenieves

T.O: SNOWPIERCER
DIR: BONG JOON HO
INT: CHRIS EVANS, SONG KANGHO, TILDA SWINTON, JAMIE BELL, OCTAVIA SPENCER
COREA DEL SUR, 2013, 126'

Un blockbuster coreano basado en un comic francés no es el producto cinematográfico más habitual en nuestros tiempos, pero aunque Rompenieves sea una presencia bastante insólita en nuestras pantallas, tiene bastante sentido si entendemos su contexto. La cinematografía de Corea del Sur se ha convertido en una de las más poderosas del continente asiático, y productoras como Cj Entertainment se han convertido en poderosos conglomerados mediáticos. La cinematografía de este país no es ajena a las superproducciones: antes de Rompenieves, The Host, del propio Bong Joon Ho o El bueno, el malo y el raro, de Kim Jee-woon, amortizaron sus abultados presupuestos con un enorme éxito de taquilla en toda asia. Rompenieves supone una novedad porque representa el primer intento de esta cinematografía por lograr un producto global, una película rodada en inglés, con un reparto lleno de nombres anglosajones y un equipo técnico internacional, rodada en estudios de la república checa. Es una película de Bong Joon Ho, un director cuya carrera había oscilado entre intensos estudios psicológicos escondidos en películas de género (Memories of Murder (2003) o Mother  (2009)) y el cine de acción estilizado (The Host, 2006) Aunque Bong tiene que pagar su tributo a la infraestructura de la superproducción, Rompenieves es una original propuesta de ciencia ficción post apocalíptica, que aunque descuida la psicología de sus personajes en favor de la maquinaria, propone un inteligente espectáculo de acción que confirma al cine de género asiático como la gran alternativa para los aficionados al cine comercial demasiado cansados de la repetición ad nauseam de las fórmulas hollywoodiense.

    Tras un experimento fallido para detener el cambio climático, el planeta sufre una nueva glaciación, que hace imposible la vida humana. Los únicos supervivientes son los pasajeros del Rompenieves, un tren en movimiento perpetuo que recorre el planeta a velocidad constante, manteniendo en su interior un ecosistema habitable. El mundo visto a través de sus ventanas es un manto de nieve digital que recubre viejas ruinas industriales. Dentro del tren, un sistema de castas divide a los pasajeros según el lugar que ocupan. En los vagones de cola se agolpa la base de esa pirámide social, un grupo de individuos desharrapados que sobreviven a base de barras de proteínas gelatinosas de aspecto repugnante. Por supuesto, son sometidos mediante la violencia por unas castas superiores que ocupan los vagones delanteros. No deja de haber agitación cada cierto tiempo: se cuentan leyendas de revueltas fallidas, y muchos llevan en su cuerpo las huellas de la rebeldía en forma de mutilaciones. Curtis (Chris Evans) es quien recoge el testigo de la revuelta. Lo hace impulsado por un mentor anciano, Gilliam (John Hurt) y por un joven seguidor, Edgar (Jamie Bell). Al fondo del tren se intercambian mensajes secretos, se estudian los movimientos de los opresores y se espera la señal que indique que ha llegado el momento de la revuelta. Desde el principio, Rompenieves se articula a través de un movimiento doble: el de los marginados que desean abandonar su condición social en busca de una posición más digna y el movimiento físico que deben hacer para lograrlo, avanzando a través de los diferentes vagones para llegar hasta la misma máquina que mueve el tren. 




Como todas las películas que crean su propia estructura social, Rompenieves dedica bastante tiempo a diálogos expositivos sobre el funcionamiento de esta sociedad, y el hecho de que necesite condensar todo ello en dos horas de metraje da lugar a unos cuantos agujeros. En general, se trata de una película en la que la estructura, tanto social como narrativa,  tiene más importancia que la personalidad individual: para los personajes y para los cineastas muchas cosas dependen del lugar que se ocupa en el tren. Para compensar las cosas, Bong recurre a una galería de actores de carácter fácilmente reconocibles a los que otorga personalidad mediante la caracterización. John Hurt encarna a otro de sus ancianos venerables y sabios; Octavia Spencer es una vez más la madre sufridora;  Jamie Bell explota de nuevo su aspecto aniñado; Tilda Swinton efectúa una exhibición de maldad amanerada y Ed Harris aparece por sorpresa como esquivo demiurgo. Por su parte, Vlad Ivanov, el temible médico de 4 meses, 3 semanas y dos días, demuestra que no nos equivocábamos cuando le imaginábamos a sus anchas en un registro de villano de género. Cada personaje tiene su dosis de extravagancia, lo que ayuda a evitar que el espectáculo se vuelva demasiado solemne.  Lo que se pierde en profundidad psicológica se gana en dinamismo argumental. 



    La película comienza dominada por el marrón grisáceo de los vagones de cola, las tonalidades del metal oxidado y los trapos sucios. A medida que los personajes avancen por los diferentes compartimentos, la película cambiará la escenografía por completo: un matadero industrial, un invernadero, un acuario y, a medida que la expedición avanza, dependencias cada vez más lujosas, escenarios cada vez más coloridos. Cada vez que una puerta se abre, el tono de la película se desplaza, como si comenzase una nueva narración.  En el vagón escuela, una histriónica y embarazada Allison Pill adoctrina a los vástagos de los privilegiados acerca de las bondades de la estructura social del tren: su aparición inclina el tono de la película hacia la farsa antes de que se desate un estallido de violencia absurda. Este cambio de registro recuerda más bien al cine de Park Chan-wook, que en esta cinta ejerce funciones  de productor. Este desequilibrio del tono resulta una novedad en la filmografía de Bong, pero el humor ejerce de lubricante eficaz para una película que de otra manera estaría demasiado dominada por su férrea estructura y sus intenciones alegóricas, y por supuesto, la película nunca llega a los excesos que caracterizan el cine del director de Oldboy.



Rompenieves está llena de personajes coloridos y artefactos curiosos, además de grotescas elaboraciones de vestuarios y por lo menos dos misterios que se quedan sin resolver: un personaje aparentemente inmortal y una muchacha clarividente. En ella, Bong renuncia a su estilo más característico (planos generales que aprovechan toda  la horizontalidad del scope para componer en profundidad manteniendo un cierto distanciamiento frente a los personajes) para elaborar un montaje más frenético centrado en planos más cortos. Ese cambio de estilo parece lógicamente motivado por las necesidades dramáticas: el esfuerzo de avanzar, a veces de manera violenta, por un espacio estrecho y cerrado. Hay varias secuencias de acción que puntúan los avances de los protagonistas: en ellas la puesta en escena oscila entre el agitamiento frenético y ciertos momentos de distanciamiento estratégico. Rompenieves busca al equilibrio entre muchos condicionantes, desde su propia estructura de producción hasta las tensiones entre sus pretensiones alegóricas y las servidumbres del género. Aunque no llega al final del camino en algunos de sus planteamientos, resulta una estimable aportación a uno de los géneros más manidos del cine contemporáneo, y una constatación de que existen nuevas vías a explorar en el cine de gran espectáculo.