jueves, 3 de abril de 2014

Frances Ha



DIR: NOAH BAUMBACH
INT: GRETA GERWIG, MICKEY SUMNER
EEUU, 2013,86'

Es bastante posible que tu opinión sobre Frances Ha, la nueva película de Noah Baumbach, tenga bastante que ver con lo bien o mal que te caiga Frances Halliday, la inquieta veinteañera neoyorquina creada sobre el papel y la pantalla por Greta Gerwig. Frances es una aspirante a bailarina que pasa gran parte del tiempo en su imaginación y parece creer que su vida se asemeja a una ópera prima francesa de principios de los sesenta, con música de George Delerue y un luminoso blanco y negro. En realidad, el sueño de convertirse en bailarina profesional está a punto de revelarse como algo inalcanzable, y su mejor amiga Sophie comienza a alejarse de ella: los caminos de sus vidas van a tomar direcciones diferentes. Pero ninguna de las señales que indican la separación entre la vida real y su imaginación consigue detener su sonrisa  más de un segundo: poco después la volveremos a ver dando brincos, haciendo bromas sin gracia o corriendo sin sentido. ¿Es Frances un espíritu enérgico incapaz del desaliento o una joven con poco contacto con la realidad destinada al desengaño?

   Frances Ha es la crónica del paso a la edad adulta durante esa extensa post-adolescencia contemporánea que se extiende hasta bien entrada la veintena. La protagonista está dejando atrás la época de las posibilidades y debe enfrentarse a las mezquinas exigencias de la realidad, lo que, dado su carácter no demasiado razonable, da lugar a ciertas situaciones de ligera comicidad. Esa etapa de su vida está marcada, principalmente, por su relación con su mejor amiga Sophie. Para Frances, son “la misma persona con diferente pelo”: comparten el sentido del humor, el lenguaje de la complicidad y  la afición por extravagancias alcohólicas de juventud como mear en las vías del metro. Pero Sophie comienza a ir en serio con un tío llamado Patch, que trabaja en Wall Street, y deja de pasar tanto tiempo con Frances. Cuando a Patch lo trasladan a Japón para un puesto de responsabilidad, Sophie decide acompañarle. Frances comienza a darse cuenta de que no solamente estarán separadas por un océano, sino por  una clase social. Mientras tanto, la inquieta protagonista se aferra cabezonamente a la idea de convertirse en bailarina, aunque su rutina diaria parece dirigirse más hacia el papeleo y dar clases a niños. 

La amistad a los veinte años
A simple vista, esta película podría parecer un  esbozo rápido, una especie de diversión improvisada entre Baumbach, su pareja Gerwig y un grupo de amigos. Pero no debemos dejarnos engañar por su aparente simplicidad.  Frances Ha emplea el vocabulario de la comedia costumbrista y presenta un catálogo de comportamientos cotidianos de la juventud urbana de principios de este milenio: cigarrillos en el alfeizar de la ventana, carreras en busca de un cajero y conversaciones sobre el precio del alquiler en un piso compartido. Busca el estilo de un debutante, con la pequeña cámara digital siguiendo a los personajes a la altura de sus ojos en sus pequeñas habitaciones alquiladas. Pero en realidad estamos ante una película con una solida construcción dramática en la que la mayor fortaleza del guión de Gerwig y Baumbach es precisamente su habilidad para ocultar la estructura y que el relato se nos aparezca como una recolección de momentos fugaces. Para alguno de ellos se necesitaron más de treinta y cinco tomas. 




Frances Ha refleja ese sentimiento tan extendido en la primera juventud como es el deseo de estar en otro  momento, en otro lugar. La incapacidad de la fotografía digital en blanco y negro por reproducir la textura de las viejas películas francesas rodadas en película de 35mm ejemplifica el delicado balance entre las aspiraciones y la realidad con que juega la película. En un fragmento particularmente revelador, París aparece retratado como la ciudad más decepciónate del planeta, simplemente porque ningún lugar real puede estar a la altura de su propia mitología, incluso la que una sola persona es capaz de formarse. Frances ha viajado allí en un impulso, en busca quizá de alguna revelación: durante su periplo parisino, marcado por la soledad y el jet-lag, la música de Duhamel y Delerue deja de ser su banda sonora,  y en su lugar sus pasos siguen el ritmo de un viejo tema de Hot Chocolate.

    Greta Gerwig es la fuerza motriz de Frances Ha. Como guionista, podemos aventurar que ella es la principal responsable de la frescura contemporánea de este retrato de la juventud neoyorkina.  Como actriz, Gerwig aprovecha la condición de bailarina de su criatura para desplegar su cuero de maneras inesperadas en cada escena. Salta, da vueltas, hace el pino, se cae y vuelve a levantarse. Ese despliegue de energía no siempre resulta grácil o elegante: a menudo Frances se nos aparece como un torbellino impetuoso y atolondrado, y ella misma reconoce que no puede llevar la cuenta de sus heridas. Su rostro adquiere una extraordinaria plasticidad: despliega enormes sonrisas o inesperadas muecas cómicas, y solamente se queda detenido en los escasos momentos que Frances dedica a asimilar las irrupciones de la realidad en su mundo privado. En una película en la que la cámara está pendiente de ella en cada escena y casi en cada plano, la musa del indie (se hizo un hueco como actriz gracias a sus participaciones en varias películas de ultrabajo presupuesto del movimiento mumblecore) se posiciona como una de las intérpretes a seguir de su generación.




Como fruto del feliz encuentro entre la frescura juvenil de Gerwig y el oficio de Baumbach (que hizo hace ya dos décadas su película autobiográfica sobre la vida de los recién licenciados de su generación, Kicking and Screaming) Frances Ha resulta particularmente estimulante. Su retrato de la amistad contemporánea la hace especialmente destacada, sobre todo porque casi todos los personajes femeninos de su edad se pasan la mayor parte del metraje buscando pareja como si ése fuera el único aspecto interesante de sus vidas. Si todo esto (nueva york, ahora mismo, tener veintisiete años y no saber demasiado bien qué hacer con la vida) es demasiado banal o insignificante, ni los cineastas ni  Frances tienen la culpa. Es bastante probable que ella no llegue a ser nunca una gran estrella de la danza moderna y que nunca se publique un libro de gran tamaño repleto de fotografías suyas: al final la realidad gana siempre la partida, y el dinero tiene que salir de alguna parte. Pero nadie podrá negar que durante unos momentos baila imparable  por las calles de Nueva York, al ritmo de Modern Love de David Bowie, como si su imaginación, la ciudad y cada uno de sus músculos formaran parte del mismo impulso arrollador.