martes, 7 de enero de 2014

A propósito de Llewyn Davis

T.O: INSIDE LLEWYN DAVIS 
DIR: JOEL Y ETHAN COEN 
INT: OSCAR ISAAC, CAREY MULLIGAN, JUSTIN TIMBERLAKE 
EEUU, 2013, 104'
  Según los hermanos Coen, el origen de su nueva película surgió como una imagen: un cantante folk recibiendo una paliza en un callejón del Greenwich Village neoyorkino, a principios de los años sesenta. ¿Por qué iba alguien a querer golpear a un cantante folk? Bueno, hay unas cuantas razones para darle una paliza a Llewyn Davis (Oscar Isaac), el atribulado protagonista de A propósito de Llewin Davis, que recorre el invierno neoyorkino con la funda de la guitarra a cuestas y sin un abrigo decente que ponerse. Para empezar, acaba de dejar embarazada a Jean (Carey Mulligan), la novia y pareja artística de su amigo Jim (Justin Timberlake),  y le pide  a él el dinero para pagarle el aborto. En general, Llewyn mantiene una actitud arrogante frente a quienes les rodean, sean intelectuales que tocan música antigua o gente que viene de su pueblo  a Nueva York para interpretar canciones tradicionales. Hacia todos ellos muestra una actitud de superioridad que resulta desconcertante, sobre todo porque vive de la generosidad de esas personas, siempre en busca de un sofá en el que pasar la noche o algo de dinero para poder comer o desplazarse. Por no hablar de su poco apego hacia los animales domésticos. En general, Llewyn es bastante gilipollas, de esa particular manera en la que su mal comportamiento resulta perjudicial sobre todo para él mismo. Si alguna vez te has preguntado por qué el talento creativo viene acompañado tan a menudo de la mediocridad personal, la nueva creación de los hermanos Coen ofrece unas cuantas posibilidades de respuesta. Porque antes de que le contemplemos vivir una situación ridícula tras otra, los cineastas  permiten a Llewyn defender su talento a su manera, es decir, con una guitarra, un micrófono y una vieja canción. 
Llewyn (Oscar Isaac) en Nueva York sin abrigo
  El lugar de la actuación es el Gasligh Cafe, un sótano oscuro, cavernoso y humeante en el que los músicos folk actuaban antes de pasar el sombrero. Si la película pretende ser la descripción de una época y un lugar (el Greenwich Village antes de Dylan) lo es filtrando la descripción a través de la experiencia de una persona muy singular. Llewyn Davis es demasiado independiente como para sentir que pertenece a ninguna escena o a ningún colectivo. El lugar y el momento son algunas aceras heladas de Nueva York, pasillos estrechos y sofás raídos, vagones de metro llenos de extraños que observan. Las relaciones de Llewyn con otros músicos son una serie de encontronazos no siempre agradables. Un viaje a Chicago en busca de una entrevista con el legendario propietario de la sala Gate of Horn se convierte en una travesía por el infierno con un viejo músico de Jazz heroinómano como guía. Este personaje, interpretado con generosas dosis de veneno verbal por John Goodman, se convertirá en una cristal distorsionado a través del que Llewyn contemplará una posibilidad de futuro: años de carreteras oscuras,  servicios de gasolineras  y restaurantes abiertos toda la noche, siempre en busca del siguiente garito en el que tocar por algunos dólares y unos cuantos aplausos, en un viaje sin fin.
Llewyn intenta amenizar el viaje a Chicago con su versión de Green, Green, Rocky Road

La historia de Llewyn es una serie una serie ininterrumpida de falsos inicios, un viaje en el que ningún desvío llega a ninguna parte, en el que la posibilidad del éxito se desvanece una y otra vez. Los hermanos Coen se han ido convirtiendo en especialistas en narraciones sin dirección, en la que los acontecimientos se suceden sin llegar a tomar forma, por muy complicada que parezca la trama (Vease: El gran Lebowski). En A propósito de Llewyn Davis la falta de progresión es algo más que una estrategia narrativa: es una condición existencial. Llewyn se mantiene en un estado de tránsito continuo, sin dirección fija, mientras va dejando atrás caminos sin recorrer: uno de ellos llevaría a Akron, Ohio; otro, sería la posibilidad desechada de formar un trio con otros dos cantantes para el poderoso manager Bud Grossman. El músico es increíblemente testarudo en su visión del arte: para él solamente consiste en una guitarra acústica y unas canciones escritas hace más de cien años por algún desconocido. El éxito pasa a su lado unas cuantas veces sin que él sea capaz de reconocerlo: renuncia a los royalties de la grabación  de una canción humorística compuesta por su amigo Jim. La película le hace recorrer un camino circular, en el que todo vuelve a estar igual que al principio, excepto que para entonces Bob Dylan ya ha llegado a Greenwich Village, y nada volverá a ser igual.
La portada del disco de Llewyn: no ha vendido mucho
  La película es un ejercicio delicado de equilibrio en el alambre: los Coen sostienen la narración sobre las peripecias inconexas de un personaje bastante poco ejemplar, que además tiene que convencernos de poseer en su interior la sensibilidad adecuada para dar vida a las canciones que interpreta. El papel de Llewyn Davis resultó casi imposible de adjudicar por sus especiales características, los cineastas estuvieron de suerte cuando se cruzaron con Oscar Isaac. Por un lado, logra convencernos de que tendría sitio en la escena folk que retrata la película, por otro hace que contemplemos con simpatía las peripecias de alguien que parece hacer todo lo posible por que le mandemos a la mierda. Carey Mulligan, en el papel de Jean, la chica folk de pelo planchado, aporta una sorprendente interpretación dual. En su vida cotidiana se mantiene en estado de ira continua, gritando y gesticulando sin control. Sobre el escenario, es una presencia dulce y sensible. Es el talento de la actriz el que hace que percibamos la ira bajo la dulzura de sus canciones y la sensibilidad bajo sus aspavientos de ira. Por su parte, Justin Timberlake interpreta a un tipo de músico muy diferente a él: Jim es un ingenuo y honesto artesano de la canción que persigue sobre todo gustar a las personas que le rodean.
Carey Mulligan y Justin Timberlake
A propósito de Llewyn Davis está a un trecho de ser prefecta: no alcanza las alturas de Barton Fink (1991) o Un hombre serio (2009), las cimas de la filmografía de los Coen en cuanto a estudios de carácter. Hay algunos deslices de tono, y algún momento de ironía corrosiva fuera de lugar. Pero añade un nuevo espacio en el mapa de ese país que los cineastas llevan cartografiando desde los inicios de su carrera. Las películas de los hermanos están definidas por sus escenarios antes que por sus personajes o por el género que configura la narración: pocos cineastas norteamericanos actuales tienen un sentido de lugar más definido que los Coen. Si Hollywood era una habitación de pensión en la que el papel pintado no paraba de despegarse; Dakota del Norte, una alfombra de nieve sobre la que avanzaban con dificultad mezquinos esquemas criminales; o Texas un desierto ámbar cuya monotonía se veía interrumpida por estallidos de violencia sin sentido; ahora tenemos otra etapa del  recorrida: una Nueva York invernal de viento helado, viejas canciones y oportunidades perdidas.