jueves, 13 de noviembre de 2014

20.000 días en la tierra

T.O: 20.000 DAYS ON EARTH
DIR: IAIN FORSYTH Y JANE POLLARD 
INTERVIENE: NICK CAVE, KYLIE MINOGUE, RAY WINSTONE 
UK, 2014, 96'




Durante la primera jornada de grabación de su último álbum de estudio, Push the sky away, el músico australiano Nick Cave cumplió sus primeros veinte mil días sobre la tierra. Ese es el punto de partida que Jane Pollard e Iain Forsyth emplean para elaborar este retrato documental y dramático de Cave: un día en la vida, el número veinte mil, en el que la reflexión sobre el largo camino recorrido se combina con la incertidumbre del momento siguiente. “Me despierto. Escribo. Como. Escribo. Veo la tele”. Este no es, sin embargo, un retrato íntimo o revelador sobre la verdadera personalidad del músico, la que conocen sus personas más cercanas, como su mujer Susie o sus hijos de catorce años. Cave es famoso por su resistencia a divulgar detalles de su vida privada, así que resulta evidente que no permitiría una aproximación de ese tipo. El Nick Cave que protagoniza 20.000 días en la tierra es una creación artística, semejante a los personajes de sus canciones. La película trata sobre la dramaturgia y la escenografía con la que se construye esa figura, sus relaciones con la vida privada que se oculta detrás del escenario y la influencia que ejerce en la manera en que un artista se comunica con su público.

“Sobre todo, escribo”. La máquina de escribir, un viejo artefacto de metal que emite sonidos rítmicos y mecánicos parece ser el más personal de sus instrumentos. Las canciones más reconocibles de Cave son extensas narraciones llenas de personajes dementes que se desarrollan “en un mundo que estoy creando, un mundo absurdo, loco y violento donde la gente se deja llevar por la ira y  en el que Dios realmente existe” Para interpretarlas, el cantante adopta la personalidad de sus narradores: predicadores fanáticos y violentos, condenados a muerte acosados por las visiones, miserables aspirantes a artista esperando la oportunidad de vender su alma al diablo, criaturas fuera de sí. Su voz de barítono, sonora y dominante, lanza frases de ritmo seco llenas de sonoras aliteraciones desde una distancia inalcanzable. En el estudio o sobre el escenario se presenta a la manera del oficiante de alguna clase de ceremonia, decidido a conducir a su congregación hacia un éxtasis compartido. A menudo, la solemnidad y el melodrama que articula se deslizan hacia el exceso,  transitando a la vez los terrenos de lo grotesco y de lo cómico. Es esa figura, entre terrible y ridícula, la que aparece en esta película, dominándole desde la distancia con una cadenciosa voz en off repleta de sentencias al mismo tiempo que la cámara lo empequeñece, mostrándolo como una persona sometida a las dudas y las incertidumbre cotidianas, a la inclemente meteorología de Brighton.  


  
El día comienza para Nick Cave con el ruido del despertador, y tendrá desde el principio una agenda establecida: sesión con el psicoanalista; cita para comer con su amigo y colaborador Warren Ellis; una visita a sus archivos personales. Todo ello está “preparado como un drama, rodado como un documental”, explica la pareja de directores. Unos meses antes del resto del rodaje, decidieron llevar a cabo la sesión de psicoanálisis: Pollard y Forshyt  se proponían de ese modo sacar a la luz algunas de las líneas maestras que se explorarían en la película. Es una escena desconcertante, entre lo artificial de su escenificación y la naturalidad con la que se desarrolla. La consulta está iluminada como un plató de televisión, en ella Darian Leader, un famoso psicoanalista británico, analiza a Cave: “¿Cuál es tu primer recuerdo del cuerpo femenino?” Las reverberaciones de la infancia comienzan a sacar a la superficie retazos del hombre que se oculta tras la máscara, hasta que la conversación gira hacia la difícil relación que el músico tuvo con su padre, hacia los efectos de su muerte inesperada. Entonces, el psicoanalista se ve obligado a detener la sesión. Antes de que eso ocurra, ha habido tiempo para explorar algunas de las maneras en las que las experiencias personales se convierten en mitología artística. 
   
 Esta escena no es propia de un documental sobre rock, pero Pollard y Forsyth tampoco son los típicos directores. La pareja, que proviene del mundo del arte contemporáneo, había colaborado anteriormente con Cave en la grabación de videos promocionales. De ahí la audacia, pero también la confianza y la proximidad. Aun así, todos los elementos que el aficionado espera encontrar en un documental rock están presentes, pero de maneras ligeramente inesperadas. El protagonista no habla directamente a cámara, lo hace a través de una voz en off que sobrevuela las imágenes: algo totalmente adecuado para alguien que prefiere expresarse a través de palabras cuidadosamente escogidas. Las opiniones de sus colaboradores tienen como punto de partida situaciones escenificadas, una cotidianeidad simulada. La comida en casa de Warren Ellis lleva a los dos músicos a reflexionar sobre las posibilidades transformadoras de la interpretación en directo, invocando el fantasma de Nina Simone. Los trayectos en automóvil resultan propicios para las apariciones: el actor Ray Winstone reflexiona con el músico acerca del paso del tiempo y de la búsqueda de la autenticidad a través de la interpretación. Kylie Minogue habla acerca de la fama y de la soledad del artista. El entorno controlado y artificial de esas escenas tiene el efecto de rebajar las defensas de los participantes, haciendo que se muestren más relajados, con sus máscaras ajustadas de manera algo menos rígida de lo habitual. 

 
¿Y la música? El documental retorna periódicamente al estudio de grabación en el que los Bad Seeds dan forma a Push the sky away. Algunas melodías se muestran en un estado embrionario, otras son solamente esbozos que nuca llegarán a tomar cuerpo. La pieza central es la interpretación al completo de los ocho minutos de Higgs Boson Blues, uno de los temas más destacados del disco. Es un momento poderoso: la canción aún no ha tomado forma definitiva, Cave sigue dándole forma mientras la interpreta. La música se mantiene en ese estado incierto en el que aún sigue siendo un misterio para el artista, un estado casi mágico que para Cave constituye la parte esencial del proceso. Después, la canción será grabada, ensayada, interpretada noche tras noche, y se volverá familiar y conocida. Cave confiesa que todos sus esfuerzos se dirigen a conseguir que la canción siga conservando algo de ese estado primigenio, ese momento en el que aún perdura en ella el misterio, la huella de lo desconocido.

Las facetas de Nick Cave que el músico nos esconde están señaladas por la belleza elíptica de su mujer Susie, que solamente aparece en una fotografía desenfocada, sugiriendo la presencia escondida de la musa. Es un momento fugaz, pero lo suficientemente poderoso para sugerir que el músico tiene una vida real en otra parte. Algo que sirve también para recordarnos que esta película es un capítulo más de esa elaborada mitología personal, una actuación calibrada para lograr fusión del cantante con la canción. No hay que olvidar que está realizada con la total colaboración del músico, que además firma el guión junto a los directores. Es frecuente que las estrellas de rock se presten a ejercicios de mitificación personal: está claro que estos músicos son personas con un ego bastante saludable,  y que la necesidad de atención parece ser un prerrequisito de su oficio. Pero 20.000 días sobre la tierra está lejos de ser un documental hagiográfico, y  su combinación de drama y realidad, de mitología y revelación resulta tan oscura, misteriosa, irónica y tierna como una de las canciones de su protagonista.