martes, 7 de mayo de 2013

La caza

T.O: JAGTEN
DIR: THOMAS VINTERBERG
INT: MADS MIKKELSEN, THOMAS BO LARSEN, ANNIKA WEDDERKOPP
DINAMARCA, 2012, 115'

Una de las situaciones más angustiosas es verse acusado injustamente de algún crimen; la angustia se multiplica si ese crimen es el acto más imperdonable de nuestro tiempo; cuya sola sospecha provoca la exclusión social: el abuso de menores. Eso es lo que le ocurre a Lucas (Mads Mikkelsen), un hombre de unos cuarenta años, divorciado y padre de un adolescente, que trabaja en la guardería de un pequeño rodeado de bosques. Lucas es un tipo carismático y divertido, que se lleva de calle con los niños y está perfectamente integrado en la vida del pueblo en el que ha crecido; un pueblo en el que los hombres se van de caza y decoran las paredes de sus salones con las cabezas y las pieles de los venados abatidos. Lucas dispara tan bien como cualquiera,  se echa unas risas tomando cervezas con sus compañeros de cacería y su vida ha cambiado para mejor con la aparición de Nadja, una bella compañera de trabajo. Todo eso se vendrá abajo cuando Klara (Annika  Wedderkopp), una niña de unos cinco  años, la hija de uno de sus amigos de toda la vida, le acuse de haber hecho con ella cosas que un adulto nunca debe hacer con un niño. Lucas es completamente inocente de ello, pero la mera sospecha le convertirá en un monstruo ante los ojos de sus paisanos. 

La caza es de alguna manera, el reverso de Celebración (Festen, 1998), aún la película más famosa de Thomas Vinterberg. Reverso no solamente porque narre la historia de un hombre acusado injustamente de abusos sexuales, mientras que la primera película dogma trataba del desvelamiento de los abusos cometidos por una persona que mantenía una apariencia de total normalidad. También porque La caza es un drama sólido y de construcción clásica, apoyado en un guión de gran precisión narrativa y tensión dramática (escrito por el director junto a Tobias Lindholm) y en un conjunto de intérpretes completamente solvente a la hora de interpretar la familiaridad y cercanía de las relaciones que se desarrollan en un entorno cerrado. Por supuesto, todo el peso de la película descansa sobre los hombros de Mikkelsen, la ubicua estrella danesa que aquí ofrece una de sus mejores interpretaciones como el simpático y vulnerable Lucas, cuyos intentos por mantener la dignidad a pesar de todo bordean a menudo el patetismo. 



El pueblo en que se desarrolla la acción está situado junto al lecho de un río, rodeado de colinas boscosas; aparece encuadrado, en un par de planos generales, como si fuera un pequeño asentamiento de la civilización en medio de la naturaleza salvaje. Esta es una película en la que hay unas cuantas escenas de exteriores (entre las que destacan las partidas de caza); pero la mayor parte del conflicto dramático se desarrolla en interiores hogareños de iluminación cálida,  a través de primeros planos. La vida en la pequeña comunidad es tranquila y apacible en apariencia, pero quizá la afición a la caza sea algo más que una manera de encauzar un lejano instinto violento y convertirlo en una actividad recreativa. Quizá la violencia esté ahí mismo, como un rifle que espera ser empuñado, esperando disponer de la víctima adecuada y la coartada del anonimato.  Aunque la tensión va aumentando hasta volverse casi insoportable, el personaje protagonista se encuentra atrapado, porque actitudes razonables como huir o contratar un abogado decente podrían verse de manera implícita como un reconocimiento de culpa, y destruirle socialmente. Lo que quiere Lucas es mantener la dignidad como habitante del pueblo en que ha vivido siempre, y a ser posible, que ese lugar no deje de ser civilizado por completo. 




Lo más interesante de La caza reside en esa opción vital adoptada por su protagonista, esa renuncia a abandonar su pueblo que se desarrolla, por parte de los cineastas, a través de una renuncia a los crescendo dramáticos que conducirían al linchamiento o la venganza. La tensión entre la civilización y la violencia no llegará a resolverse en la película: si la furia del pueblo tiene su  fundamento ético en la protección de los inocentes a pesar de cualquier duda, la violencia que se desarrolla parece tomar forma de manera autónoma, como una fuerza que estuviese esperando para ser liberada. Por otra parte, aunque el respeto de las apariencias y las ceremonias de socialización locales cubren con un velo de cotidianeidad los odios soterrados, el estigma es de tal magnitud que nunca podrá borrarse por completo, y su mera existencia dejará flotando en el ambiente la posibilidad de la violencia inesperada y anónima.