T.O :DE ROUILLE ET D'OS
DIR:JACQUES AUDIARD
INT: MARION COTILLARD, MATTHIAS SCHOENAERTS
FRANCIA, 2012, 120'
El melodrama y el género negro han mantenido relaciones
bastante cercanas a lo largo de la historia, hasta el punto de que en alguno
títulos clásicos han llegado hasta a confundirse. Que Jacques Audiard, el más relevante de los practicantes actuales del polar, filme una historia de amor con
protagonista minusválida hacía sospechar que en algún momento estaría teñida de
negro. Audiard, al fin y al cabo, es un veterano cuyos orígenes están en esa
cara B del cine francés, la que constituyen las cintas de género que en los años 60 y 70
protagonizaron Belmondo y Delon. Su padre, Michel Audiard, fue guionista de
bastantes de esos títulos, y Audiard hijo comenzó su carrera escribiendo “El
Profesional”, un vehículo para Belmondo, en 1981. Pero De óxido y hueso no se acerca al género negro porque sus personajes
bordeen en ocasiones el mundo de la delincuencia, sino porque adopta un
acercamiento conductista para mostrarnos a los personajes a través de sus
gestos y de sus acciones. Más que ninguna otra cosa, en De óxido y hueso Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts son
cuerpos en movimiento.
Marion Cotillard vuelve a demostrar que es una de las mejores actrices del momento |
Audiard
y el guionista Thomas Bidegain basan su historia en un libro de relatos de
escritor norteamericano Craig Davidson, “un
retrato de un mundo moderno en el que las vidas de las personas y sus destinos
son arrasados fuera de toda proporción por el drama y los accidentes”, según
los cineastas. Ali (Schoenaerts) es
un hombre cuyo físico de luchador le obliga a pelearse con una extrema
sensibilidad y una notable falta de sentido común. Se ve obligado a ocuparse de
su hijo de cinco años sin tener demasiada idea de cómo hacerlo, y acaba
recalando en la casa de su hermana, en Antibes, la Costa Azul. Consigue
trabajos como vigilante de seguridad y portero de discoteca; así conoce a una
joven, Stephanie (Cotillard), entrenadora de orcas en un parque acuático. Poco
después, en una de sus rutinas con los animales, Stephanie sufre un accidente y
despierta en una habitación de hospital con las piernas amputadas. Para adaptarse
a su nueva situación recurre a Alí; ambos son tan diferentes que para definir
su nueva relación tendrán que inventar sus propias reglas, definir las etapas,
incluso crear un lenguaje.
Audiard
tiene oficio a toneladas y la película está narrada de manera precisa, con la
solidez que solemos asociar con el cine de género y no el tono impresionista de
las exploraciones sobre los sentimientos. La narración descansa a menudo sobre la
presencia de la pareja protagonista, el drama se basa en la forma en que
disponen sus cuerpos en la escena. El de Stephanie busca volver a encontrar la
manera de estar en el mundo tras su horrible mutilación, el de Ali intenta
encontrar la forma de canalizar su fuerza, que a veces tiende hacia la
violencia. Con esas premisas, tratarán de acercarse entre ellos; no les
resultará fácil. Hay algo animal en todo ello: Stephanie silva para llamar a
Ali como si fuera uno de sus cetáceos. Él la monta sobre su espalda para que
pueda bañarse en el mar, dónde su cuerpo no le resulta tan incompleto. Si la
necesidad de contacto, de calor humano es puramente física, está por ver la
manera en que su relación pueda alcanzar un territorio más puramente humano. Ella
tendrá que enfrentarse a su inclinación por la independencia; él, a su
incapacidad para ver más allá del presente.
Ali se gana unos euros participando en peleas clandestinas |
Marion
Cotillard aborda las contradictorias emociones de su personaje con insultante
facilidad. Es arrogante y desvalida a un tiempo, antes y después de su
accidente. Muestra una voluntad de independencia que a veces bordea la
reclusión; se agarra al cuerpo de Ali con el ímpetu de quien está necesitado de
protección. Sus miradas sobre él revelan todos los matices de las emociones que
le provoca su fuerza, su violencia: asombro, admiración, recelo, temor. Schoenaerts,
por su parte, repite aquí un papel
muy parecido al que le hizo salir del anonimato en la película belga Rundskop
(Michael R. Roskam, 2011), el de un hombre hipermusculado aunque sensible y
sobre todo falto de luces, capaz de inspirara ternura a pesar de dejarse
desbordar a menudo por la violencia. El actor belga es uno de los
descubrimientos de estos años y es seguro que lo veamos en papeles cada vez más
importantes. Su presencia física es imponente, pero además el actor tiene una
enorme capacidad para mostrar la vulnerabilidad y la indefensión del personaje
ante sus emociones.
Para Stephanie a veces es más sencillo entender a las orcas que a la gente
Audiard
y Bidegain mantienen la narración férreamente sobre raíles durante tres cuartos
del metraje, para luego dejar que de unos cuantos tumbos en el tramo final.
Parece como si tuviesen algo de miedo de llegar hasta el fondo en la relación
de sus personajes, avergonzados ante la posibilidad del final feliz,
escondiendo la resolución del trama detrás de unos cuantos giros que parecen
apuntar hacia la posibilidad de una tragedia. En ese sentido, es como si los cineastas tuvieran los mismos
temores que sus protagonistas ante el poder de las emociones, la misma
reticencia a la hora de expresarlas.