viernes, 6 de abril de 2012

Cumbres Borrascosas

T.O: Wuthering Heights
Dir: Andrea arnold 
Int: Kaya Scodelario, James Howson, Solomon Glave, Shannon Beer, Lee Shaw
Reino Unido, 2011, 129'

La inglesa Andrea Arnold se reveló con “Fish Tank” (2009) como uno de los mejores cineastas que han salido recientemente de las islas británicas, actualizando la venerable tradición del drama realista y dándole relevancia contemporánea. Con su nueva película, sigue otro de los caminos más transitados por el cine del Reino Unido, el de la adaptación literaria de prestigio, aunque para ello ha empleado algunos de los recursos de sus anteriores trabajos.
“Cumbres Borrascosas” es una historia de amor imposible y oscuros odios y venganzas de clase ambientada en los inhóspitos páramos de Yorkshire a mediados del siglo XIX, y fue publicada por Emily Brontë en 1947, un año antes de morir a los treinta. Es uno de esos clásicos cuya perdurabilidad se debe más al interés continuo de generaciones de lectores que a críticos, académicos o estudiosos. Junto con “Jane Eyre”, de su hermana Charlotte, es probablemente la novela que más veces se ha adaptado al cine, más o menos cada cinco años algún productor desempolva su viejo tomo para ponerles a los protagonistas los rostros de las estrellas del momento. Normalmente esas películas se suelen convertir en desfiles de actores vestidos de época bellamente fotografiados en parajes pintorescos, la única excepción quizá sea la versión muy excéntrica que Luis Buñuel rodó en México en 1954 con el título de “Abismos de Pasión”.
Pero Andrea Arnold decidió desviarse de ese patrón. La primera diferencia sobre los enfoques tradicionales es el recurso a actores no profesionales, en consonancia con su bagaje dentro del realismo social. Para buscar a Heathcliff, el director de casting se recorrió durante un año las principales ciudades de Yorkshire buscando a adolescentes mestizos, hasta que encontró a James Howson en Leeds. Su elección motivó una polémica estúpida: quienes se quejaban de una supuesta falta de respeto a la novela original no la habían leído demasiado atentamente. De él, Brontë dice que tiene “aspecto de gitano con la piel oscura” y la otredad racial del personaje es un aspecto esencial a la hora de entender su marginación y la imposibilidad de su relación con Catherine. Quienes se rasgaron las vestiduras ante un Heathcliff negro probablemente tuviesen más en mente la poco probable versión del mismo que interpretó Laurence Olivier en la mediocre versión de William Wyler de 1939 que la figura creada por Emily Brontë.
Solomon Glave es el jóven Heathcliff
Pero la polémica, por lo menos ha revelado que la elección le da fuerza dramática a la película. Las líneas raciales no se han borrado aún, las diferencias continúan separando, y el romance imposible no es un recursos del melodrama, sino el resultado de profundas divisiones sociales. En ese sentido, la película tiene una tensión que es difícil de conseguir cuando hablamos de una historia que se ha narrado ya tantas veces. Heathcliff, en la versión de Arnold, es el extraño que se adentra en un mundo ajeno, y que permite a los espectadores introducirse en un mundo que nos resultará tan desconocido como a él. La visión de la cineasta es casi antropológica: Catherine Earnshaw no es una de las grandes heroínas de la literatura romántica, sino la hija de un granjero, con barro hasta las rodillas y las manos sucias. Y “Cumbres Borrascosas” es un lugar donde hay mierda de caballo por todas partes. 
Si el enfoque es más realista que en versiones anteriores, eso no implica que Arnold renuncia a la sensualidad, y no sólo con respecto a la pasión amorosa. “Cumbres Borrascosas” 2011 es una película en que el clima (la persistente lluvia, el viento gélido, los huidizos rayos de sol) tiene un protagonismo como no había tenido hasta ahora. Heathcliff y Catherine experimentan la vida de manera física, y la directora intenta transmitir todo lo que captan sus sentidos. La cámara los filma a menudo pegada a sus cuerpos, a veces velada por una capa de lluvia o una nube de niebla. Los detalles de superficies húmedas o rugosas, hierba o cortezas de árbol, o del barro que pisan nos sugiere un mundo eminentemente táctil. Y en cuanto a los sentimientos eróticos, hay por lo menos dos escenas enormemente poderosas: en una de ellas, los dos preadolescentes comparten un caballo, y ante la proximidad de sus cuerpos Heathcliff roza con su mano el pelaje del animal quizá para sublimar el deseo de contacto físico. En la otra, Catherine y Heathcliff ruedan por el barro en una de esas peleas juveniles que no son más que una forma inconsciente de acercar sus cuerpos. Una manera de exteriorizar un anhelo que nunca podrá ser realizado.
Todo esto funciona perfectamente durante la primera mitad de la película, cuando los personajes están saliendo de la infancia, interpretados por Solomon Glave y Shannon Beer. Entonces, el melodrama se difumina, la película casi no tiene argumento, se trata simplemente de la recolección de las sensaciones de unos jóvenes descubriendo la naturaleza y a si mismos, con las diferencias sociales apenas haciendo sombra sobre un mundo puramente físico.  Pero Andrea Arnold tiene más dificultades con la segunda parte de la película. Cathy se casa con su vecino, el acomodado Edgar Linton y Heathcliff huye, para volver tres años después, misteriosamente enriquecido y lleno de sentimientos dolorosos y oscuros. Ahí es donde el melodrama toma la delantera, y las convenciones sociales marcan las acciones de los personajes más que sus emociones físicas. 
Shannon Beer

La novela de Emily Brontë es también un delirio romántico, una narración de la locura de un personaje, Heathcliff, que acaba viviendo rodeado de visiones de espíritus y arrebatos de dolor. Al plantear su película en clave realista, a Andrea Arnold le cuesta dar el paso hacia un terreno que roza lo fantástico, sobre todo porque el Heathcliff que nos presenta es observado de manera casi conductista durante toda la película, sin que tengamos acceso real a sus emociones, sobre todo a las emociones que no tiene expresión física. Es por eso que el delirio puramente subjetivo que acaba experimentando el personaje parece fuera de lugar en esta versión, ajeno al desarrollo del personaje que nos ha presentado la autora.
Algo así se explica por las diferentes maneras de ver el mundo en que se desenvuelven cada una de las dos autoras. Brontë escribía en pleno romanticismo, en un mundo en que la distinción entre el individuo y la naturaleza aun no se había creado. Las emociones formaban parte del mundo, de modo que cuando uno sentía amor, o tristeza, simplemente participaba de algo exterior a él, de algo que formaba parte de la naturaleza. Por ello, expresar los sentimientos a través del viento, la lluvia o las tormentas era algo perfectamente natural y Cathy podía enfermar tras el regreso de su amado, como si quedar atrapada entre su pasión y la imposibilidad de realizarla fuese la causa de una enfermedad mortal, como si las emociones pudiesen gobernar de tal manera al cuerpo.
Andrea Arnold rueda en 2011, cuando el hombre y la naturaleza, el cuerpo y las emociones se han separado irremediablemente, los vestigios de su antigua unión son vistos como clichés melodramáticos sin demasiado sentido. La concepción del realismo consiste en registrar lo externo, las convenciones sociales, las acciones físicas. El interior de los personajes es incogsnocible, más aún, ellos no tienen forma de relacionar el interior con el exterior, sus emociones con el mundo. Por ello, los atisbos de espíritus, los arrebatos de locura que se sugieren brevemente en el último tramo de la película se ven como huellas de un mundo ajeno, como si fueran parte de otra película.