jueves, 31 de enero de 2008

4 meses, 3 semanas y 2 días


T.O: 4 luni,3 saptamini si 2 zile
Director: Cristian Mungiu
Intérpretes: Anamaria Marinca, Laura Vasiliu, Vlad Ivanov.
Rumanía, 2007, 113'

El cine rumano se alzó con la Palma de oro del último festival de Cannes con este sombrío drama sobre el aborto clandestino en los últimos días de la dictadura de Ceaucescu.

Rumania existe
En los últimos años, las producciones rumanas han gozado de una visibilidad desacostumbrada en el circuito internacional de los festivales de cine, especialmente si tenemos en cuenta que se trata de un país que produce unas diez películas al año. La cosecha de este “jóven cine rumano” está formada por películas hiperrealistas, realizadas con una puesta en escena minimalista (apoyada en el uso constante de la cámara en mano y el empleo de planos largos) y una dirección de actores que privilegia el naturalismo. Temáticamente, estas películas se centran en los últimos estertores del régimen de Ceaucescu, una de las dictaduras más cutres de todos los países satélites de la Unión Soviética.

El pistoletazo de salida de esta tendencia lo dio “La muerte del señor Lazarescu” (“Mortea domlui Lazarescu”, Cristi Puiu, 2005), que contaba las dificultades que encontraba para morirse el señor Lazarescu del título, mientras médicos y enfermeras se limitan a trasladarlo de un hospital a otro. El hiperrealismo linda con el humor negro en una de las películas más aclamadas por la crítica en lo que llevamos de década, aunque también una de las más ignoradas por el público. A Puiu pronto le acompañaron nombres como el de Corneliu Porumboiu, con “12:08 Al este de Bucarest” (“A fost sau n-a fost?”, 2006), una sátira sobre la Revolución Rumana, Cristian Nemescu, que ganó el premio del jurado de Un certain Regard a título póstumo por “California Dreamin’” (“Nesfarsit”, 2007) o Catalin Milescu, con “The way I spend the end of the World” (“Cum mi-am petrecut sfarsitul lumii”, 2006), todas ellas tratando sobre los últimos días del comunismo o las dificultades de la transición a la democracia.

Que la cinematografía rumana haya necesitado más de quince años para enfrentarse a la etapa más importante de su historia reciente indica que el cine, por su propia naturaleza es un medio poco inmediato y necesita que el paso del tiempo catalice los hechos. Por los demás, los directores citados conocen esa etapa de primera mano, aunque eran demasiado jóvenes cómo para participar directamente en ella, por lo que el punto de vista es menos desapasionado que en otras reconstrucciones sociales. A pesar de eso, Rumanía parece el país que menos problemas tiene a la hora de tratar su pasado comunista, al contrario que Rusia, cuyo estado moderno se basa todavía en la herencia de la revolución de 1917, lo que impide, por ejemplo, aceptar hechos tan graves como el genocidio Ucraniano de los años 31-32, perpetrado por Stalin.

Quizá porque Rumanía era un país pequeño y empobrecido y no le queda ninguna nostalgia de sus tiempos de gran potencia al contrario que a la URRS. Ceaucescu era un férreo estalinista apoyado en la Securitate, su brazo armado y secreto, que poco a poco fue mostrando un grave desprecio por la realidad: aparecía en televisión en tiendas repletas congratulándose por el alto nivel de vida de su régimen mientras en la calle la gente hacía cola ante los establecimientos vacíos para conseguir alguno de los productos de primera necesidad racionados. Aunque el régimen comunista haya caído por su propio peso, y la transición a la democracia se haya producido de una forma bastante pacífica, una herencia de décadas de burocracia despótica no podía desaparecer de la noche a la mañana, y ciertos organismos presentan todavía cierta resistencia a las nuevas tendencias, entre ellos, el CNC (Centro nacional de cine) y la televisión pública rumana, por lo que los nuevos directores no están recibiendo todo el apoyo que su repercusión internacional haría esperar.

Salir de cuentas

La fama que se ha cobrado esta cinta como la “película rumana sobre el aborto” le hace, desde luego un flaco favor a su recepción por parte del público. Porque la película comienza como un misterio, mientras las protagonistas, la soñadora e irresponsable Gabita (Laura Vasiliu) y la mas decidida Otilia (Anamaría Marinca, que lleva ella sola el peso de casi toda la película) hacen las maletas y se preparan para hacer algo que de, momento, el astuto Cristian Mungiu no nos quiere concretar. Aunque comprobamos que es algo que no les hace demasiada gracia a ninguna de las dos. El tono es el de un thriller áspero y cotidiano, y los paseos de las chicas nos sirven para describirnos la decrépita residencia de estudiantes donde viven. El trapicheo en el mercado negro es el método habitual para comprar las cosas más básicas, y el soborno está casi institucionalizado. No es de extrañar ese aire de suspense kafkiano, si en Rumania hasta comprar tabaco era un argumento de película de espías de serie z.

El momento álgido de la película llega cuando aparece el señor Bebe y éste explica las condiciones en las que efectuará el aborto: interpretado por Vlad Ivanov con una convicción sobrecogedora, Bebe aporta el lado de leyenda urbana al argumento: su personaje está a medio camino de ser una consecuencia de la degradación moral de la sociedad rumana bajo Ceaucescu y un vampiro de tercera fila en una coproducción paneuropea de los sesenta. Suyas son las escenas más potentes de la película, en las que explica el proceso haciendo especial énfasis en lo poco que le importa la salud de la afectada.

Construida con planos largos, aunque sin llegar al extremo de la pura contemplación pasiva (el director de fotografía Oleg Mutu es bastante responsable de la estética que se asocia con este cine rumano, suyas son también las imágenes de “La muerte del señor Lazarescu”), con una habilidad especial para poner la cámara donde más moleste a los personajes, creando en el espectador la sensación de estar espiando momentos privados, el director Cristian Mungiu rueda una película asfixiante, sin tiempos muertos, con la lente del objetivo constantemente enfocando a su actriz principal. Un guión de sólida narrativa clásica, con un inteligente uso del punto de vista y de las elipsis y una soberbia dirección de actores basada en un método conductista son las herramientas que Mungiu emplea para conseguir que el espectador no pueda despegar los ojos de la pantalla.

Más que de personajes, “4 meses, 3 semanas y 2 días” es una película de lugares, y el director emplea los recorridos de Otilia para mostrarnos los ambientes en los que se vivía. La residencia de estudiantes, cuyo responsable de mantenimiento parece haberse suicidado hace años, el hotel, cuyas paredes necesitan tres o cuatro manos de pintura y las oscuras callejuelas donde cualquier aparición puede ser temible tienen una presencia física determinante, y son los elementos esenciales de creación de las atmósferas. La mejor plasmación de una sociedad donde todo (no solo los edificios) estaba cayéndose a cachos.