viernes, 8 de febrero de 2008

Hacia rutas salvajes



T.O: "Into the Wild"
Director: Sean Penn
Intérpretes: Emile Hirsch, Marcia Gay Harden, Katherine Keener, William Hurt, Vince Vaughn, Hal Holbrook.
EEUU, 2007, 140'

A principios de los 90, el recién graduado Christopher McCandless abandonó a su familia sin mirar atrás, donó sus ahorros a una ONG y se embarcó en un vagabundeo por los estados unidos en busca de sí mismo que le llevó primero hacia el oeste, luego, hacia el sur, llegando a tierras mexicanas, y finalmente, a Alaska, donde encontró la ultima tierra virgen con la que había soñado a través de sus lecturas de Thoreau y Jack London. Pero sus planteamientos filosóficos sobre el poder de la naturaleza no estaban acompañados de los conocimientos prácticos para sobrevivir en unas circunstancias extremas, y el joven falleció de inanición a mitad del invierno.

Sobre este personaje, el escalador y reportero Jon Krakauer escribió un libro que se convirtió en bestseller en 1998, y que ahora ha servido de base al actor Sean Penn para su cuarta incursión en la dirección. Famoso por su activismo liberal, se podría pensar que Penn plantea el tema como un cuestionamiento de la sociedad estadounidense, cuya falta de valores hace que un joven algo idealista y romántico tenga que huir radicalmente de ella para buscar su propia identidad, pero en realidad, Penn, cuyo trabajo es más valioso por lo que sugiere que por lo que muestra, y, desde luego, por las ideas que expone más que por los recursos que emplea, va más allá de un planteamiento tan superficial para plantearse ideas sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, el individualismo y sus contradicciones y las formas de organización de la sociedad humana que se remontan a Thoreau e incluso a Rousseau.

Alaska, la última frontera
El mito del explorador de las tierras vírgenes está desde luego, fuertemente arraigado en la cultura de los estados unidos, nada sorprendente por parte de un país originado por colonos. Una vez domesticada la mítica frontera en la que se basa toda la épica nacional norteamericana, el Oeste, que se recicló con éxito durante el siglo XX con las industrias del silicio y el entretenimiento, y cuyos máximos exponentes de libertad quizá sean las playas de Malibú; y una vez que la frontera mexicana, refugio de vagabundos y renegados por excelencia durante buena parte del pasado siglo se ha visto controlada férreamente por los nuevas políticas de inmigración; Alaska se ha visto convertida en el lugar de destino de los norteamericanos que pretenden renovar el mito en busca de su propia identidad y de las raíces de la aventura comunitaria de su país.

Allí, por ejemplo, se dirigian los hippies de la novela de T.C. Boyle “Drop City”, buscando en la soledad de los montes permanentemente helados recuperar la pureza de un movimiento que pretendía devolver el contacto con la naturaleza y que se vió arrinconado por una sociedad que se estaba dirigiendo hacia otra parte. También puso sus ojos en Alaska Timothy Treadwell, protagonista del documental de Werner Herzog “Grizzly Man” (2005), que prefirió vivir con los osos antes que con sus conciudadanos, buscando en la naturaleza una vida más auténtica. Para Herzog, en las imágenes legadas por Treadwell, encontramos “más allá del documental sobre la fauna (…) un ensayo sobre el éxtasis humano y oscuros trastornos, como si quisiera abandonar la reclusión que significaba su humanidad y crear un vínculo con los osos, buscando un encuentro decisivo, pero al hacerlo, cruzó una barrera invisible”

Pa ra Herzog, a Treadwell le faltaba formación filosófica, pues su concepción de la naturaleza parece sacada de los documentales Disney, como el desierto viviente (“The Living Desert”, James Algar, 1953), en el que los animales aparecen personalizados como si fueran dibujos animados de la célebre factoría. Sólo así se comprende que Treadwell les ponga nombres ridículos a los osos y se imagine ser su amigo, como si existiese algún vínculo de camaradería entre ellos. Por el contrario, no deja de sorprenderse de los aspectos menos infantiles de la naturaleza, como la existencia de depredadores o que los osos se devoren entre ellos en épocas de hambruna.

Vida en los bosques
Sean Penn, por el contrario, nos presenta a su héroe como un filósofo práctico, alguien que pretende encontrar en sus vagabundeos por el país y en la soledad de las montañas de Alaska la vida verdadera que intuye a través de sus lecturas de Thoreau, London y Tolstoi. Gracias a la excelente interpretación de Emile Hirch, McCandless se nos presenta como un personaje romántico y entusiasta, cuya ingenuidad resulta indudablemente carismática, pero que puede también tener un serio problema con respecto a la comprensión de la realidad. McCandless, en su intento de huir de una sociedad que considera corrupta, se comporta de manera casi autista con las personas que le rodean, siendo inconsciente del dolor que puede llegar a causar con su desapego. Por mucho que intentemos aislarnos, viene a decir Penn, nuestras acciones dejan huellas en las personas que nos rodean, incluso en aquellas con las que simplemente nos cruzamos en nuestro camino. “La felicidad no se encuentra en las relaciones personales”, le dice el jóven a otro personaje, el veterano interpretado por Hal Holbrook cuya intervención se convierte en lo más memorable de la película, “la felicidad nos rodea por todas partes en la naturaleza”.

Sin embargo, su formación filosófica, aunque valiosa, no era del todo completa: no había llegado a leer a Rousseau, uno de los inspiradores de Thoreau, quien afirmaba en “El contrato social” que el hombre no puede ser completamente libre en la naturaleza, puesto que ahí es esclavo de sus necesidades. También su idealismo le hace pasar por alto que Thoreau, cuando se retiró a su cabaña a las orillas del lago Walden, estaba a sólo un kilómetro y medio de Concord, la ciudad más cercana, y que su mujer se ocupaba de hacerle la comida y garantizarle lo necesario para su supervivencia, mientras el filósofo se limitaba a pasear y escribir sus impresiones. Al igual que Treadwell, las ideas de McCandless respecto a la naturaleza son bastante ingenuas. ¿Cómo puede sobrevivir un invierno en Alaska alguien para quien matar un reno supone la mayor tragedia de su vida?

La película de Penn, de este modo, sirve para poner en la arena pública temas que han estado presentes en la mayor parte de las mitologías americanas: la relación entre el individualismo exacerbado y el ideal de comunidad, ambos extremos igualmente primordiales en la cultura norteamericana. También sobre las tensiones entre el idealismo y el pragmatismo. Y al final, “hacia rutas salvajes” resulta un torrente de ideas esbozadas y sugeridas en las que Sean Penn no llega a ninguna conclusión definitiva. El director le regala a su protagonista al final de su película una epifanía en la que este comprende que la misantropía absoluta no es el camino a la felicidad, pero su muerte nos deja sin saber cuales son sus ideas sobre cómo compartir su vida con otras personas.