T.O: Se, jie
Director: Ang Lee
Intérpretes: Tony Leung, Wei Tang, Joan Chen
China, Taiwan, USA, 2007. 157'
El taiwanes Ang Lee vuelve a cambiar de género (y de continente) y tras ganar el oscar con su drama pastoril “Brokeback Mountain” vuelve a china y nos sorprende con un sórdido melodrama sobre la política y los compañeros de cama.
Sexo en tiempos revueltos
Con ella, Lee pretende (y vaya si consigue) terminar con dos tabues del cine chino: por un lado, obviamente, la representación del sexo en la pantalla. Por otro, el periodo de la ocupación japonesa, una época que no les gusta recordar ni a los comunistas del continente ni a los nacionalistas de Taiwán. Wong Chia Chi (la debutante Wei Tang) es una joven estudiante algo ingenua que se une a un grupo de teatro amateur. Su lider, un atractivo y carismático joven, no tiene suficiente con montar obras patrióticas que espolean a la audiencia a resistir contra la ocupación japonesa: quiere pasar a la acción. El objetivo será el señor Yee (Tony Leung, sin duda el mejor intérprete asiático), un colaboracionista que se ocupa de detener y torturar a miembros de la resistencia. Yee es una criatura sibilina que se oculta detrás de una tranquila fachada burguesa y que mantiene una actitud desconfiada hacia todo el mundo con el fin de cubrirse las espaldas de sus numerosos enemigos. Para acercarse a su objetivo, el grupo decide diseñar una farsa en la que la joven actriz servirá de cebo.
Vestida con los quipaos más elegantes de Honk-Kong, elegante y sofisticada, Wong se presenta en casa del torturador como la señora Mak, esposa de su nuevo vecino, un hombre de negocios. No tarda en ganarse la confianza de la mujer de su objetivo, deseosa de encontrar una compañera con la que jugar al Mahjong y mantener charlas insustanciales para no preguntarse demasiado por los asuntos de su marido. Una vez dentro, no duda en responder a los coqueteos del taciturno Yee. Actriz concienzuda, la joven se decide a dejar atrás su inocencia para preparar mejor su papel de mujer mundana y dueña de sí misma. A partir de aquí, Lee ralentiza los tiempos, deteniéndose en cada gesto, cada mirada y cada detalle de caracterización del cortejo con el que la intriga política se va desplazando a territorios más íntimos.
Aunque el plan original fracasa, porque Yee se desplaza inesperadamente a Shangai, y el grupo se tiene que separar tras un brutal asesinato que demuestra que su profesionalidad como grupo armado deja bastante que desear, el señor Yee entra de nuevo en la vida de Wong. Esta vez, la resistencia está más organizada, y su líder es tan sibilino y cauto como el propio Yee. La pasada experiencia de la jóven es un arma muy útil como para dejarla escapar. Así, se provoca el segundo encuentro entre el torturador y la chica. Y esta vez no necesitan demasiados prolegómenos: a los pocos días, los dos se embarcan en una relación sexual que rozará el masoquismo.
Quizá para demostrar que esta vez no quiere que le den el oscar, Lee perfila su lujoso drama histórico con apuntes no demasiado digeribles por un público convencional. No hay personajes con los que identificarse, los héroes de la resistencia aparecen retratados de manera notablemente ambigua y desde luego nada romántica, la única salida resultan ser los encuentros sexuales en una polvorienta habitación de alquiler, dominados por una violencia que tan pronto se desata cómo se reprime. Todo ello a partir de un sólido guión de James Schamus y Hui-Ling Wang, colaboradores habituales del director, que reinterpretan un relato de la japonesa Hielen Chang. Narrativa de estructura clásica, con un brillante uso de la progresión dramática y que no deja de profundizar en los aspectos más oscuros de la historia. Por su parte, el mexicano Rodrigo Prieto filma las escenas en una semipenumbra de contornos siempre definidos, añadiendo su buen hacer a la soberbia creación de atmósferas del film. Para terminar con los colaboradores internacionales, el francés Alexandre Desplat compone una banda sonora más atmosférica que melódica, perfectamente adecuada a las imágenes.
Comer, beber, follar
En apenas dos décadas de carrera Lee ha pasado de ser un modesto cineasta independiente a convertirse en un virtuoso del cine de Hollywood transnacional, y en “Deseo, Peligro” muestra todas sus armas bien afiladas. Si en anteriores ocasiones se había destacado su facilidad para el cambio de registro, incluso dentro de una misma secuencia, aquí demuestra un sobresaliente dominio del tempo, ralentizándolo y acelerándolo a voluntad. En la primera secuencia de la película, cuando Wong está a punto de dar el aviso para que sus compañeros ejecuten el plan para acabar con Yee, Lee demora la narración para detenerse en todos los detalles de su comportamiento: Wong entra en un elegante café, lo recorre con la mirada y se sienta en una mesa al lado de un ventanal. (Lentamente, para que podamos fijarnos en su gabardina gris y en elegante sombrero negro que le tapa la mirada) Pide un café a un camarero occidental y mientras lo espera, se pone unas gotas de perfume en las muñecas y tras las orejas. Sorbe el café y contempla la huella de su pintura de labios en el borde de la taza, tras eso, se levanta para hacer la llamada. Pasamos a un flashback, y con una economía narrativa mucho mayor, Lee nos cuenta cómo la joven ha llegado ahí.
Esta forma de usar el ritmo la ha valido al director la mayor parte de las críticas negativas que se han hecho a la película, (Aunque ha puntualizado que al público chino se le ha hecho corta, quizá porque está más acostumbrado a narraciones muy detallistas) pero no es un recurso gratuito ni una concesión al esteticismo, sino que se explica a través de la meticulosa caracterización de los personajes. De ellos, el director nos muestra innumerables detalles, algunos de ellos difíciles de entender para los occidentales, como explica el propio Lee, pero nunca tendremos acceso a su interior, sus motivaciones serán siempre un enigma. Lo que sabemos de ellos nos viene dado a través de ver cómo se colocan sus máscaras y se despojan de ellas, como si la verdadera personalidad de cada uno viniese dada por los disfraces que decide adoptar.
Es en las escenas de sexo, cuando los protagonistas están desnudos y su relación se reduce a la comunicación más básica, cuando las barreras caen entre ellos. Su relación se reduce entonces a lo esencial y aún así seguimos sin saber donde está su verdadera personalidad, como si ellos mismos tampoco lo supieran. ¿Cuál es la frontera entre Wong, la ferviente activista de la resistencia y la elegante y seductora señora Mak? ¿Cuándo deja caer Yee su máscara y deja entrever algo parecido a un ser humano? ¿O eso es simplemente otra estrategia de seducción?
No hay que ser muy perspicaz para constatar que a pesar de los millones de yuanes gastados en la deslumbrante reconstrucción de la china ocupada, la filosofía de “Deseo, Peligro” es absolutamente contemporánea. Wong llora como una magdalena contemplando a Ingrid Bergman en “Intermezzo”( “Intermezzo: A Love Store”, Gregory Ratoff, 1939), pero su forma de actuar no tiene nada que ver con la de la misma Bergman en “Casablanca”, (idem, Michael Curtiz, 1942) por ejemplo. Aquí, cualquier compromiso colectivo, ya sea con el invasor japonés o con las fuerzas de la resistencia, es visto con desconfianza, y la auténtica personalidad se desarrolla a través del individualismo más extremo, un individualismo que vive perpetuamente en el presente, ya que el futuro, para ambos protagonistas, simplemente no existe: el desarrollo de la segunda guerra mundial se encargará de convertirlos en historia.
Ambos son conscientes que en el complejo tablero de juego histórico de patriotismos, ideales, afiliaciones y traiciones no son más que pequeñas piezas fácilmente desechables cuando sea necesario, y que por tanto, su verdadera vida deben vivirla en la intimidad más básica. Por ello, cobra verdadero sentido el tempo detenido y el detallismo de las secuencias íntimas frente a la mayor agilidad narrativa de todo lo referente a la intriga propiamente dicha: Lee filma el presente que viven esos personajes, un momento que no busca proyectarse en ningún otro, que tiene fin en sí mismo y que no pretende dejar huella en ningún futuro en el que no creen.