lunes, 14 de septiembre de 2015

Mitomanía: El cuerpo y la máquina. David Cronenberg debuta en la novela con Consumed.


   
La última década ha sido bastante difícil para los fans de las primeras películas de David Cronenberg. El director canadiense estaba ocupado dirigiendo películas de prestigio como Promesas del este, Un método peligroso o Cosmópolis, y parecía haber dejado atrás de manera definitiva aquellas cintas repulsivas y cerebrales que le valieron los pintorescos sobrenombres de Dave “Depraved” Cronenberg  o “El rey del terror venéreo. Un consuelo menor para los aficionados fue el estreno del debut en la dirección de su hijo Brandon. Antiviral (2012) recordaba a las primeras películas de su padre (Vinieron de dentro de…, Rabia, Cromosoma 3,  Scanners) porque compartía con ellas su obsesión por el cuerpo y su reflexión acerca del lugar que ocupa en la cultura contemporánea. Pero nada de  eso significaba que Cronenberg Sr. se hubiese olvidado de las obsesiones que le habían convertido en uno de los cineastas más prestigiosos de toda la historia del cine de terror. En su primera novela, Consumed, publicada el año pasado en inglés y que próximamente se traducirá al español (esperemos), se amontonan en cada página enfermedades y mutaciones, cirugía experimental y mutilaciones recreativas, además de algunas inquietantes maneras en que la tecnología transforma nuestras vidas públicas y privadas. A veces tenemos la impresión de que el escritor debutante quiere recuperar el tiempo perdido, volcar una tras otra todas las ideas acumuladas en estos años acerca del cuerpo y sus conflictivas relaciones con la mente. Si quieres saber a qué se parece Consumed, no tienes más que echarle un vistazo al cortometraje The Nest (El nido), creado para presentar el libro. En él, Cronenberg no recrea ninguna escena concreta de la novela, sino que elabora una pequeña situación que se desarrolla en el mismo universo de su libro y en la que aparecen dos de sus personajes. 



The nest fue rodada en el propio garaje del director, con la colaboración de la actriz Evelyne Brochu y la aparición de Cronenberg interpretando, de manera misteriosa y casi siempre fuera de campo al inquietante doctor Molnar. Todo el cortometraje está filmado en un único plano recogido gracias a una pequeña cámara Go-pro sujeta de alguna manera a la cabeza del doctor. “Parece una de esas cosas que se ponen los judíos ortodoxos en la cabeza”, le dice su paciente, Celestine, una mujer que dice tener un nido de insectos alojado en su pecho izquierdo y que intenta que el doctor Molnar lo extirpe. Parece un pequeño apunte más o menos improvisado, pero estos ocho minutos contienen muchos de los elementos que hacen tan sugerentes y perturbadoras las películas del primer Cronenberg: La banalidad del escenario potencia los elementos inquietantes de la escena (¿Qué clase de doctor examina a sus pacientes en ese garaje?); la presencia poderosa y oculta del doctor/director  refuerza su posición de poder, su control sobre el punto de vista; la sugerencia de una aberración física que nos obliga a imaginar pero que finalmente no nos muestra es un retorno al territorio del “horror corporal”  en el que el director comenzó su carrera. “Ni siquiera sé lo que es eso del ‘horror corporal’- explica Cronenberg -Lo inventó algún periodista listo, y parece haber perdurado. El cuerpo no es una fuente de terror, es lo que somos. Me concentro en el cuerpo, y no creo que sea una obsesión en absoluto. Para mi, el cuerpo es el primer acto de la existencia humana. No creo en la vida después dela muerte. No creo en un espíritu que existe aparte del cuerpo. Todo es cuerpo. Es natural que alguien se interese en lo que ocurre a su cuerpo, y también lo es para mi como escritor, a la vez que como cineasta,  concentrarme en el cuerpo. ¿Qué es lo que más fotografías? Fotografías el cuerpo humano, el rostro humano. En mi opinión, fotografías el aspecto más hermoso, más maravilloso de ellos. Y si aceptas lo que decía Bernard Shaw acerca de que el conflicto es la esencia del drama, si el cuerpo es tu tema, y estás tratando acerca de conflictos en el propio cuerpo, entonces inmediatamente estás tratando con cosas que le ocurren al cuerpo. No es realmente una cuestión de terror, en sí misma. Aunque en mis primeras películas, que están dentro del género de terror, encuentras ese elemento”
 
Debbie Harry apaga un cigarrillo en uno de sus pechos en Videodrome, una película que podría desarrollarse en el mismo universo que habitan los personajes de consumed. 

 Los protagonistas de Consumed son dos periodistas, Nathan y Naomi, que se desenvuelven principalmente en el volátil mundo de internet, atraídos por los fenómenos en los que se entrecruzan el mundo físico y las abstracciones tecnológicas. Mantienen una extraña relación que parece recelar del contacto directo: sus encuentros se producen sobre pantallas de alta definición, se escuchan a través de los poco fieles altavoces de sus dispositivos portátiles y el hecho de que compartan libremente sus aparatos (lentes, grabadores de audio, micrófonos) es la señal más concreta y tangible de su unión. “Las tiendas de electrónica de los aeropuertos se habían convertido en sus lugares más frecuentados, -escribe Cronenberg- aunque muy a menudo no estaban en ellas al mismo tiempo. Llegó al punto en que podían sentir rastros del otro entre las cajas de adaptadores de conectores eléctricos y tarjetas microSD. Se intercambiaban notas acerca de las variaciones en la disponibilidad de las lentes o de las cámaras compactas en Ferihegy, Schiphol, Da Vinci. Intercambiaban listas de la compra en emails y mensajes de texto citando los mejores precios que se encontraban”  

Al inicio del libro, Nathan se encuentra en Budapest, visitando la clínica del misterioso doctor Molnar para una revista médica. El doctor Molnar (si, el mismo personaje que interpreta Cronemberg en el corto de ahí arriba) es un cirujano alternativo cuyos métodos extremos no gozan de demasiada aceptación por parte de sus colegas más convencionales. Aun así, muchos acuden a su lujosa clínica, especialmente los casos más desesperados, desahuciados por los demás doctores. En el momento de su encuentro Molnar atiende a  Djuna, una belleza eslava cuyos pechos han sido penetrados por más de doscientas bolitas de titanio en un intento improbable de detener el cáncer terminal que albergan. Djuna muestra sus pechos a la cámara de Nathan, las marcas rojas de los pinchazos perfectamente visibles en ellos, pero el periodista duda antes de tomar la foto "¿Son demasiado repulsivos?"- pregunta ella. “No, por el contrario, son.. ummm demasiado sexys. De manera fetichista. O algo así. Quizá demasiado Helmut Newton. No sé como emplearlo para, ya sabes, un artículo científico”, contesta Nathan. Djuna y Nathan terminan haciendo el amor (“Nathan, soy una mujer muy enferma ¿Te excita eso?”– Pregunta ella). Poco después, Nathan descubre que Djuna le ha contagiado la enfermedad de Rohipne, una dolencia mortal que hasta entonces se consideraba erradicada. No le queda otra opción que desplazarse a Toronto y ponerse en contacto con el doctor Barry Rohipne. Para un periodista médico, una nueva enfermedad abriéndose paso en su cuerpo es también una emocionante oportunidad profesional.
 

Mientras tanto, en París, Naomi investiga el misterioso asesinato de Celestine Arosteguy. (Celestine es el personaje femenino que aparece en el cortometraje, aunque en el libro, en vez de una mujer de unos treinta años, aparece descrita como “Una mujer de sesenta y dos años, pero la versión intelectual y europea de sesenta y dos años, no la versión de centro comercial del medio oeste norteamericano” ) Celestine y su marido Aristide Arosteguy eran una famosa pareja de filósofos que se dedicaban a estudiar  la sociedad de consumo y cuyas polémicas hacían correr ríos de tinta en los medios franceses. Ahora, Celestine está troceada en su propia cocina, y Aristide se encuentra en paradero desconocido. “Fuentes que desean permanecer en el anonimato nos han contado que hay pruebas que sugieren que partes del cuerpo de Célestine Arosteguy fueron cocinadas en su propio fogón y comidas”, dicen los telediarios. Naomi se pone en contacto con uno de los antiguos alumnos de la pareja, Hervé. Gracias a Hervé, Naomi descubre dos cosas. Una, que su pene sufre una extraña condición llamada síndrome de Peyronie por la cual se inclina noventa grados hacia la derecha a los dos tercios de longitud. Y la segunda, que Aristide Arosteguy se esconde en alguna parte de Tokyo y quizá estaría interesado en reunirse con ella. 

Para Cronenberg, las fronteras entre el mundo biológico y la tecnología son porosas. Como muestra, aquí está la máquina de escribir-insecto de El almuerzo desnudo, expuesta en la exposición retrospectiva que el festival de Toronto dedicó al director el año pasado.
A partir de ahí, seguiremos la peripecia de los dos periodistas encontrándonos con una gran variedad de prácticas de canibalismo y automutilación (literal o simbólica), extrañas enfermedades de transmisión sexual, generosas dosis de escenas sexualmente explícitas, la posibilidad de la dimensión erótica de ciertas intervenciones quirúrgicas, una descabellada deliberación del jurado del festival de Cannes, diversas actividades secretas de la República Popular de Corea del Norte, impresoras 3D capaces de imprimir “tejido filosófico”, audífonos capaces de recibir emisiones con poderosos efectos sobre la mente, y por supuesto, una mujer con un nido de insectos alojado en uno de sus pechos. Frente a la sobria concisión que caracteriza la arquitectura de sus películas, que rara vez de alejan de los noventa minutos de metraje y casi nunca se pierden en subtramas o digresiones, la primera novela de Cronenberg acumula invenciones y sugerencias, momentos grotescos y apartes ensayísticos, como si el escritor novel se viese rebosante de ideas y no quisiese renunciar a ninguna de ellas.

Aunque muchos de los sucesos que narra la novela podrían hacernos encuadrarla dentro del género de terror, lo cierto es que tanto el estilo como la densidad de sus ideas la convierten en una obra que se escapa de las clasificaciones de género. Consumed se convierte desde la primera página en una singular lectura que recupera los experimentos de la narrativa de vanguardia  de los años sesenta. El estilo frío, mecánico y distante con el que Cronenberg enumera y detalla todos los dispositivos y artefactos que utilizan sus protagonistas recuerda la prosa de un catálogo comercial y nos hace ver la manera en que la tecnología se convierte en parte de su identidad,  una identidad que se define y se presenta a través de LCDs, envíos de Dropbox, servicios de VoIP, teléfonos 4G. La detallada descripción de relaciones sexuales (en muchas de las cuales intervienen, además varias patologías) resulta distante y anti erótica de una manera que resultará familiar a quienes conozcan las películas de Cronenberg: a veces parece que los cuerpos fueran también dispositivos que ejecutan tareas, que intercambian información.

El título de la novela se emplea en toda su polisemia: Consumed (Consumido, consumidos) evoca nuestra moderna dependencia de los productos que nos ofrece el mercado, además del acto mucho más primario de ingerir los alimentos que necesitamos para nuestra subsistencia. Cronenberg sugiere interesantes similitudes entre ambos significados y los personajes y los objetos oscilan entre la condición de consumidores y consumidos a lo largo del relato. Nuestro intérprete en este laberinto conceptual es el propio Aristide Arosteguy, a quien Naomi se encuentra en una pequeña casa de Tokio, desaliñado y sin afeitar, escondiéndose de la policía y tratando de dejar atrás su nacionalidad francesa para convertirse en japonés. El filósofo se comporta de manera irónica y seductora con la periodista, aprovechando la fascinación que provoca su condición de presunto asesino (caníbal, nada menos) para hacer bromas de dudoso gusto y utilizar su supuesto crimen como punto de partida para sus reflexiones teóricas. “Como puedes suponer, - Le cuenta a la grabadora de Naomi- tengo una nueva perspectiva acerca del consumismo, aunque en algún sentido no he escrito sobre otra cosa en mi vida… Consumismo… Ya sabes, todo lo que tiene que ver con la boca,  con los labios, con morder, con masticar, con tragar, con digerir, con tirarse pedos, con cagar, todo se transforma una vez que has tenido la experiencia de comer a alguien con quien has estado obsesionado durante cuarenta años.”  Poco después, Cronenberg da voz a Arosteguy para que cuente los hechos desde su punto de vista, concediéndole el control de la narración al filósofo- criminal y desvelándonos de paso unas cuantas sorpresas en la trama. La presencia del filósofo y su condición de comentarista estrella de la sociedad moderna convierte por momentos al libro en una novela de ideas, que se acerca en algunos momentos al ensayo.



David Cronenberg debuta como novelista a los 71 años

Uno de los temas sobre los que mas reflexionan tanto Arosteguy como el propio Cronenberg es papel ambivalente de la tecnología. Para el autor, la tecnología no es algo ajeno a nuestra identidad, incluso a nuestra condición más puramente física. “Siempre he sentido que la tecnología es nosotros. La tecnología somos nosotros. En los años 50, todas las historias de ciencia ficción trataban acerca de lo deshumanizante que era la tecnología, y la manera en que nos hacía perder el alma. Pero, de hecho, es una extensión de lo que somos.  Te hablo por teléfono, el teléfono es una extensión de mi oído y mi voz, en ese sentido es una extensión de mi sistema neurológico. Toda la tecnología proviene d e los seres humanos. Por lo tanto, incorpora todo lo que es bueno y malo en nosotros, desde las máquinas de guerra más horrorosas hasta las creaciones más hermosas posibles. Realmente no la veo como algo separado de nosotros y que nos modele desde un lugar exterior. Hemos tomado el control de nuestra propia evolución sin quizás ser conscientes de ello, y quizás sin tener un objetivo final en mente. Ya no vivimos en la naturaleza, donde estamos formados por el entorno, y contra el entorno. Cuando hace frío, creamos fuego para calentarnos. Ahora podemos crear fuego en casi cualquier entorno, y por tanto hemos desbancado lo que se podría considerar una evolución natural por una especie de tecno-evolución. ¿Es eso bueno? ¿Es malo? Bueno, es un poco ambas cosas”

Es esta postura ambivalente, provocada por una mirada más analítica que crítica, la que provoca las frecuentes acusaciones de frialdad y de distanciamiento que habitualmente reciben las películas del director. No es casualidad, después de todo,  que el director se haya otorgado el papel del doctor Molnar en The nest: Molnar resulta un doctor poco ortodoxo que no oculta la fascinación que le asalta ante las patologías que se encuentra en su trabajo. Como él, Cronenberg explora algunas de las contradicciones de la sociedad en la que vivimos y de nuestra propia condición contemporánea con una frialdad clínica no desprovista de inquieta curiosidad. “Algunas personas dicen que mis películas son frías y clínicamente distantes, y supongo que se puede decir lo mismo de mi novela. Pero para mi no es distanciamiento, es observación neutral. Estoy dejando que los personajes s e comporten como lo que son. (…) Si un lector opina que algunas d e las cosas que ocurren son horribles, está bien. Yo solo soy un observador. No soy una especie de profeta ni ninguna criatura moral. Solo digo que eso es lo que contemplo como nuestra realidad actual.”