DIR: RYAN GOSLING INT: CHRISTINA HENDRICKS, SAORSIE RONAN, IAIN DE CAESTECKER EEUU, 2014, 95'
Lost River, el debut en la dirección de Ryan Gosling, fue sonoramente ridiculizado tras su presentación en el pasado festival de Cannes. Esa experiencia no era nueva para el actor, quien había vivido algo parecido el año anterior tras presentar Only God Forgives, la cinta de acción dirigida por su amigo Nicolas Winding Refn. Gosling es alguien que lleva delante de las cámaras desde los doce años, cuando era un habitual del Disney Channel, y que alcanzó la fama en 2004 gracias al drama romántico El diario de Noa, una película que le convirtió en un favorito a la hora forrar carpetas en gran parte de los centros educativos de occidente. Desde entonces, rechazó seguir interpretando papeles de galán romántico para forjarse una imagen de intérprete hierático, especializado en presencias misteriosas, a través de películas cada vez más extrañas que han puesto en riesgo sus posibilidades como estrella. El nadir de su trayectoria lo alcanzó precisamente con Only God Forgives, una cinta cuya única razón de ser parecía consistir en someter a uno de los hombres más atractivos del mundo a las situaciones más humillantes posibles para su masculinidad. No te preocupes por Gosling, estará bien. Acaba de anunciarse que protagonizará una nueva versión de Blade Runner, que nos llegará con la fanfarria correspondiente cuando toque. Pero Lost River ha sido criticada de manera tan unánime que ha terminado convertida en un chiste, y eso nos hace pensar en el castigo que reciben los caprichos de las estrellas, especialmente aquellas que pretenden que la admiración que reciben por su buen aspecto se traslade a sus talentos puramente creativos. Buenas noticias para los futuros buscadores de joyas perdidas: la ópera prima de Gosling es una obra que posee una destacada personalidad y está rodada con un aplomo y convicción notables. Se trata de un melodrama de terror que se desarrolla en las ruinas del capitalismo, contado en un ingenuo estilo expresionista que remite al cine primitivo. Digan lo que digan, no vas a encontrar nada parecido ahora mismo en ninguna clase de pantalla.
Christina Hendricks
El origen de Lost River está en el imaginario de las ruinas de Detroit. Has visto ese paisaje apocalíptico en montones de películas, como Solo los amantes sobrevien o Transformers 4, porque tras el hundimiento de la industria del automóvil, los responsables municipales se propusieron atraer rodajes a la ciudad con el fin de aliviar su maltrecha economía. Gracias a ello, todos hemos visto los palacios de la ópera derruidos, los rascacielos art decó abandonados, las calles fantasma que vuelven a ser reclamadas por la naturaleza. Desde hace unos años, esas imágenes nos fascinan de la misma manera que a principios de los años noventa lo hicieron los restos de los viejos estadios modernistas o las centrales nucleares en ruinas de la Unión Soviética. Simbolizan el derrumbe de una idea de futuro que en algún momento fue lo suficientemente poderosa como para poner en pie los emblemas de una civilización. Gosling sintió la misma fascinación, y a lo largo de varios años, acudió a Detroit para filmar ese paisaje de progreso industrial dilapidado con su cámara Red. En su imaginación comenzó a verlo como un bosque o una selva ancestral, un entorno entre lo real y lo fantástico ideal para situar en él a los personajes de un cuento de hadas vagamente siniestro.
Las ruinas de la ciudad se convierten en un lugar salvaje
Es la historia de Billy (Christina Hendricks), una madre que se encuentra en un embrollo hipotecario que amenaza con hacerle perder la vieja casa que heredó de su abuela y en la que vive con sus dos hijos. Necesita rápidamente un trabajo, solo que por allí no hay ningún trabajo disponible, excepto el de hacer realidad las fantasías de los poderosos. Por indicaciones de su banquero, que le recomienda sacar partido a su belleza, acude a un misterioso club especializado en espectáculos de Grand Guignol. Allí las bailarinas ejecutan números durante los que son asesinadas, desmembradas o descuartizadas de manera bastante gráfica. Mientras tanto, su hijo adolescente Bones (Iain de Caestecker) se dedica a explorar los alrededores en busca de tuberías de cobre y otras piezas de maquinaria para venderlas a los chatarreros locales. Sus actividades le llevarán a un enfrentamiento con un matón del lugar que reclama su dominio sobre el territorio de manera casi feudal. Al mismo tiempo, se embarca en un contenido romance con su vecina Rat (Saorsie Ronan) que vive con una rata y una abuela permanentemente recluida en el recuerdo de la gran ciudad y la prometedora civilización en las que vivió su juventud. Estas historias avanzan de manera fragmentada, como si fueran las figuras incompletas de las avenidas que se hunden bajo las aguas de un lago o de los poderosos edificios que se entrevén a través de la maleza. Los personajes son más bien figuras que se expresan a través de una determinada presencia (una postura, un tono de voz, una particular calma melancólica en el rostro) antes que entidades dramáticas.
Amor entre las ruinas: Iain De Caestecker y Saorsie Ronan
No hay ninguna sutileza en cuanto a las implicaciones políticas de Lost River. Dave, el banquero rijoso que recomienda a Billy para su macabro espectáculo, le dice algo asó como “Los lobos se acercan, pronto los tendrás a tu puerta”. Mientras tanto, no podemos dejar de contemplar su aspecto lobuno y sus ansias escasamente contenidas de abalanzarse sobre ella. Más tarde, un viejo taxista de origen norteafricano reflexiona así: “En mi país, en mi barrio, cuando hablas de los Estados Unidos, todos te dicen ‘Hay mucho dinero allí, vas a tener un coche enorme, una casa enorme, con piscina. Vas a ir cogiendo dinero del suelo.’ Y luego, te das cuenta, cuando llegas aquí, que es diferente” Todo esto es patentemente obvio, pero ¿Qué sutileza hay en unas ruinas? Lost River utiliza los elementos de crítica social como pilares de una mitología, los banqueros y las madres solteras en paro de la gran recesión como figuras arquetípicas de un cuento de hadas en el que los límites entre la realidad y la fantasía se encuentran difuminados. Gosling creó la atmósfera enrarecida de su película escogiendo localizaciones reales por su capacidad de sugerencia y haciendo aparecer en papeles menores a los habitantes de la zona, incluso a personas que simplemente curioseaban por allí durante el rodaje. Esa búsqueda de autenticidad contrasta con el carácter fantasmagórico del argumento, pero proporciona a la película una textura única y sugerente, capaz de transmitir la sensación de hiperrealidad de tantas experiencias oníricas. Algo que está reforzado por la peculiar sintaxis visual de Gosling, que resulta fragmentaria y discontinua, como si el tiempo avanzara a saltos. Alguien podría pensar que se trata simplemente de una muestra de incompetencia a la hora de planificar más o menos arreglada en el montaje, pero en todo caso esta extraña elección de estilo es coherente y efectiva a la hora de mantener la atmósfera incierta de la película.
Eva Mendes en uno de sus espectáculos sangrientos
Uno de los aspectos más singulares de la película, y quizá la principal causa del desconcierto con el que ha sido recibida es la visible presencia de los restos de un genuino melodrama sentimental por debajo de sus fragmentarias líneas argumentales. Los personajes anhelan reconstruir una desaparecida idea de felicidad familiar, de prosperidad, de amor inocente. Algo así puede resultar chocante en un entorno donde se producen espectáculos de mutilación y donde campan a sus anchas matones sádicos con delirios de grandeza, pero hay una inocencia ancestral que se filtra en las imágenes como el recuerdo de una promesa perdida, y que añade una resonancia aún mayor a la atmósfera y al escenario. Con su simbología evidente, sus personajes reducidos a figuras recortándose sobre el paisaje, unos actores que se expresan principalmente a través de su presencia, y la poderosa atmósfera presidida por la fotografía pictórica de Benôit Debie, Lost River explora de manera sumergida y fragmentaria las técnicas del viejo melodrama expresionista de tragedias siempre sublimadas. Una película sobre ciudades sumergidas y ruinas de un futuro que ha quedado detenido se ha convertido, ella misma, en un melodrama sutilmente fragmentado e incompleto que secretamente anhela ser algo que ya nunca podrá existir.