domingo, 6 de julio de 2014

El sueño de Ellis

T.O: THE IMMIGRANT
DIR: JAMES GRAY
INT: MARION COTILLARD, JOAQUIN PHOENIX, JEREMY RENNER
EEUU, 2013, 117'





En la base de la estatua de la libertad están inscritos unos versos de Emma Lazarus que saludan a los nuevos habitantes de América, invocándolos, con notable ambivalencia,  como “masas hacinadas que desean respirar en libertad” o “desechos desamparados”. Durante muchos años, la figura de la dama de la antorcha fue la primera visión que tuvieron miles y miles de inmigrantes que alcanzaban el puerto de Nueva York como último refugio. El sueño de Ellis comienza con una figura recortada sobre el muelle de la isla de Ellis, que contempla la parte de atrás de la formidable estatua. Es Bruno Weiss (Joaquin Phoenix), quien bajo su apariencia respetable se dedica a comerciar con los “desechos desamparados” que bajan de los barcos. Haciéndose pasar por el representante de alguna organización benéfica, consigue contactar con Ewa (Marion Cotillard), una joven polaca destinada a la deportación. Ewa ha llegado con su hermana Magda desde Katowice con poco más que una ilusoria esperanza en la acogida de unos parientes ya asentados. Pero los servicios médicos diagnostican a Magda una enfermedad pulmonar y la aíslan en la enfermería, los tíos de América no han acudido a recoger a sus parientes europeas. Mediante sobornos, Bruno consigue que Ewa pise el suelo de Nueva York  y le hace creer en una incierta protección y la posibilidad de volver a ver a su hermana. La conduce a un apartamento del Lower East Side, el barrio dónde se agolpaban en aquella época los inmigrante principalmente judíos y del este de Europa, y le habla acerca de un trabajo. Bruno dirige un espectáculo de bailarinas, no hace falta contemplarlas moviéndose durante mucho tiempo para darse cuenta de que la danza no es su forma de ganarse la vida. Pronto, Ewa estará subida al escenario de un teatrucho, caracterizada con su túnica y su antorcha como Lady Liberty, haciendo aullar a algunos representantes de esas masas hacinadas que desean respirar en libertad.

    El año es 1921, y la historia de Ewa no es muy diferente a la de miles de recién llegadas a las costas de Norteamérica: entonces, como ahora, las redes de prostitución se nutrían de las esperanzas y la falta de opciones de quienes ocupaban los últimos lugares en la base de la pirámide social. Sus historias se convertían con frecuencia en materia prima de melodramas cinematográficos: el cine tuvo en sus inicios una clara relación con la inmigración, que se desarrollaba en paralelo a ambos lados de la pantalla. Si los cineastas de las primeras décadas de la industria eran en su mayoría artistas inmigrantes que había probado fortuna en el nuevo y poco respetable medio de las imágenes en movimiento, las grandes masas de espectadores que trataban de incorporarse a la vida americana encontraban en las películas mudas una forma de entretenimiento que les permitía superar las dificultades  con el idioma y otras diferencias culturales. El melodrama mudo estaba lleno de personajes como Ewa, en historias que sublimaban la dureza de sus vidas y les ofrecían consuelo simbólico. En El sueño de Ellis el cine apenas se menciona un par de veces de pasada, como la nueva sensación que amenaza con volver obsoletos los poco recomendables espectáculos con los que se gana la vida algunos de sus personajes. Pero el cine de la época está presente en sus imágenes, aunque el melodrama que elabora James Gray  es una versión más calmada y sosegada, con la inevitable distancia que aporta el paso del tiempo.


Marion Cotillard es Ewa

   Ewa, católica ferviente, es una protagonista pasiva no por su propia elección, sino por la violencia que el mundo ejerce sobre ella. Marion Cotillard la interpreta recurriendo a los serenos éxtasis de las heroínas mudas, cuyo dramatismo residía más en las reacciones que en las acciones, víctimas a menudo de un universo que no podían controlar en lo más mínimo. Bruno, un judío que trata de ocultar en la medida de lo posible su etnicidad, es un explotador puritano, torturado por sus sentimientos hacia su mercancía y que conjuga la culpa por su ocupación con una elaborada pero inútil apariencia de respetabilidad social. Todo ello permite a Joaquin Phoenix poner de manifiesto una vez más su talento para la violencia contenida. Esta relación se convierte en un triángulo cuando aparece Orlando (Jeremy Renner) un mago modelado a partir del perfil de un Houdini de barrio y cuyo verdadero nombre resulta ser Emil Weiss. Luego nos enteraremos de que Orlando es en realidad el primo de Bruno y que estos dos aún conservan agrios resentimientos del pasado, pero en un principio su presencia le ofrece a Ewa un refugio y la posibilidad de un escape. Al mismo tiempo, las profundas convicciones católicas de la protagonista le hacen considerar que incluso en el alma de alguien como Bruno existe la posibilidad de la redención. 

Joaquin Phoenix

Según J. Hoberman, “Con villanos evidentes y una heroína perseguida y sufriente, El sueño de Ellis puede imaginarse inmediatamente como una película muda, una versión del blockbuster de 1913 Traffic in souls, producido por Universal” Pero la película de James Gray se distancia del melodrama de hace cien años en el tratamiento distanciado que el director y su co-guionista, Ric Menello (Fallecido el año pasado, y al que siempre recordaremos por haber dirigido esto y esto), aplican sus protagonistas. Si fuera una cinta de principios del siglo XX, las imágenes nos introducirían de lleno en el torbellino de emociones que sufre la protagonista, emociones que el público, además, podría revivir gracias a su conocimiento de situaciones parecidas de manera más o menos directa. En 2014 el drama de Ewa se convierte en una contemplación reposada y estética en la que cada personaje tiene derecho a mostrar las razones de sus actos. Los mas complejos son Ewa y Bruno, él atrapado por su condición de inmigrante que recurre a explotar a quienes se encuentran en una situación más desesperada que la suya mientras trata de mantener la apariencia de un asimilado ciudadano americano; ella, reducida a la pasividad, encuentra en la religión católica y en su condición de pecadora una respuesta existencial a su sufrimiento. Incluso la prostituta que denuncia falsamente a Ewa a la policía no es tratada como una villana irredimible: también se muestran sus razones para tratar de deshacerse de una recién llegada cuya presencia amenaza la única forma de supervivencia que le resulta posible.

    El cine había visitado anteriormente la isla de Ellis, notablemente en El padrino II, a través de la llegada a América de quien luego sería uno de sus ciudadanos más prominentes, Vito Corleone. De la película de Coppola Gray y el director de fotografía Darius Khondji toman prestado un cromatismo ambarino y la predilección por los interiores en penumbra. El sueño de Ellis nos traslada más tarde a una concurrida calle del Lower East Side, que, como las vistas de Nueva York  que Ewa escruta desde el barco desde el barco, hace surgir de la niebla una silueta digital de la ciudad cuyos contornos difuminados nos hacen recordar una antigua fotografía virada a sepia. Los otros escenarios principales de la película son el apartamento de Bruno y el  teatro donde los protagonistas practican su primitivo burlesque. En ellos, la reconstrucción de época no funciona por la acumulación de detalles vintage (gramófonos con la aguja recorriendo algún foxtrot o movimientos de grúa alzándose sobre alguna multitud vestida y peinada al estilo de los años veinte) sino por la cuidada selección de los detalles de ambientación. El espíritu de la época se conjuga gracias al recurso de encuadrar a los personajes a través de visillos traslúcidos, cristales esmerilados o cortinas ligeras que convierten la presencia de las figuras en algo incierto. 


Jeremy Renner es el mago Orlando, una posibilidad de refugio para Ewa

 Uno de esos detalles reveladores es el pequeño retrato ovalado que Ewa conserva de sus padres y al que recurre cuando necesita una imagen que la conforte. Los padres de la protagonista fueron asesinados brutalmente por soldados delante de sus hijas, esa tragedia es el detonante de su búsqueda de un nuevo futuro en América. En realidad, el retrato corresponde a los abuelos de James Gray, judíos rusos que llegaron a Nueva York en 1923, dos años después que Ewa en la ficción. Un año más tarde, en 1924, la puerta dorada se cerraba, las instalaciones de Ellis Island son hoy día un museo. El recorrido de la inmigración desde sus orígenes ha sido un tema principal de la gran novela americana, desde Saul Bellow hasta Jumpa Lahiri. Muchos de los hitos de la literatura norteamericana han narrado el ascenso, generación tras generación, de los hijos y nietos de traperos y chapuzas hasta las cátedras de las universidades de la Ivy League o puestos importantes de la administración. James Gray opta por revivir el fantasma del melodrama, una evocación de las experiencias de la inmigración tal y como fueron vividas tanto en la realidad como en los sueños de sus protagonistas.