lunes, 11 de marzo de 2013

Lincoln

     

Dir: Steven Spielberg



Int: Daniel Day-Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones 



EEUU 2012 150'



Durante la última década, las series televisivas han pasado a  ocupar un lugar cada vez más importante, no solo dentro del campo del audiovisual, sino de la narrativa en general. Las narraciones de largo permiten elaborar con detalle las caracterizaciones de los personajes, dotar de relevancia a personajes secundarios o episódicos, y profundizar en el análisis de procesos institucionales complejos. La influencia en el cine ha comenzado a notarse: si el pasado verano Ridley Scott actualizaba la saga Alien echando mano del principal guionista de Lost, ahora Spielberg trata de ponerse al día recurriendo al dramaturgo Tony Kushner (que también ha escrito para la HBO) para elaborar un retrato de Lincoln que se acerca más a lo que últimamente podemos esperar de la televisión que de un espectáculo cinematográfico.

    Hace unos años, lo que podríamos esperar de un biopic espectacular made in Hollywood de una figura histórica de relevancia como Lincoln seria más bien una recopilación de momentos estelares, grandes discursos y citas célebres, lujosamente recreado todo ello, pero sin demasiado propósito ni sentido. La película sobre el decimosexto presidente de los Estados Unidos que propone Spielberg en 2013 es completamente diferente. Centrada en los últimos cuatro meses de la vida del político, se ocupa, casi exclusivamente, de las maniobras llevadas a cabo para aprobar la decimotercera enmienda de la constitución: la que prohibiría la esclavitud. A pesar de la inminente victoria en la guerra civil, el congreso se halla dividido ante esa posibilidad; incluso en las filas del partido del presidente, el republicano, hay quien no está demasiado de acuerdo con terminar con la servidumbre humana obligatoria. Alejada, en su mayor parte, de los campos de batalla, Lincoln es una película repleta de hombres de facciones serias negociando en habitaciones oscuras, como si fuera la versión decimonónica de El ala oeste de la casa blanca. El guión de Kushner es denso y matizado, lleno de la  jerga política del momento, y lleva a cabo un considerable esfuerzo por caracterizar de manera adecuada a todos los actores importantes de la disputa.


    Una vez bajado del pedestal histórico para la ocasión, a Lincoln no le queda más remedio que ponerse manos a la obra, lo que en este caso significa emplear todo su carisma político, y, además algunas artimañas que con una mirada benévola podríamos considerar en ejemplo del célebre pragmatismo americano o, siendo más críticos, simple juego sucio. Estas artimañas implican sobornar a los congresistas susceptibles de ser sobornados; retener a una delegación del sur que busca negociar la paz y mentir al congreso sobre esa delegación, para evitar que el posible fin de la contienda deje sin razones a algunos congresistas partidarios de  prohibir la esclavitud si esa prohibición conduce a la paz. “Una ley aprobada por la corrupción llevada a cabo por el más puro de los hombres”, resume al final de la película el personaje de Tommy Lee Jones, como si quisiera tener algo que decir en los debates sobre medios y fines en política en que probablemente se enfrascarán los espectadores después de la función. 


 

    Spielberg rueda estos procedimientos con un estilo de amplios tableaux panorámicos llenos de figuras, a la manera de un gran fresco histórico. Si el lenguaje es denso y lleno de matices, tanto que a veces resulta difícil de seguir con exactitud los procedimientos, las imágenes están llenas de detalles de caracterización, detalles servidos por un excelente reparto como sólo puede reunir una producción de estas características dirigida por alguien de la talla de Spielberg. Janusz Kaminski fotografía la película con un estilo pictorialista que hace un uso expresivo de la penumbra anaranjada en que se desenvolvían las vidas de la época. La densidad de la atmósfera no solamente es metafórica, es literal: el aire está lleno de humo (procedente de lámparas de aceite, cigarros, etc.), niebla, vaho, vapores. Cuando la luz entra en una estancia parece hacerlo atravesando una materia espesa, de esta manera las imágenes recuerdan a la tendencia de la época por las imágenes difuminadas.


    Por supuesto, toda la atención de Lincoln versión Spielberg está puesta en la interpretación que hace Daniel Day-Lewis del exabogado de Illinois. La composición que hace del personaje el actor irlandés lo aleja de versiones anteriores, más o menos monumentales. Su gestualidad, su forma de andar es casi excéntrica: a veces Lincoln parece estar al margen de todo lo que le rodea, como si estuviese fuera de lugar en ambientes como el de la Casa Blanca o el Congreso. Este Lincoln habla con una voz más aguda, lejos de la entonación grave y presidencial que le habían supuesto anteriores intérpretes, pero más cercana a lo que reflejan las fuentes de la época. Su oratoria oscila de manera hábil entre la divagación y la argumentación, está llena de anécdotas y chistes, a menudo divertidos. En más de una escena, el presidente es una figura desgarbada situada a un lado del encuadre; cuando comienza hablar, las miradas del resto del reparto comienzan a centrarse en él, hasta que, a medida que avanza su discurso, va convirtiéndose en le centro indiscutible de la escena.



    
   Esta figura excéntrica es, paradójicamente el representan del pacto y la unión. Su tarea consiste en poner de acuerdo a facciones muy diferentes, desde el ala radical de su partido, representada por Thaddeus Stevens, un partidario de la igualdad  total entre negros y blancos y la extensión a los negros del derecho al voto; hasta los conservadores republicanos, que se consideran “antiesclavistas, pero no abolicionistas”, es decir que miran con recelos el fin de la esclavitud pues temen que pueda suponer precisamente la extensión de derechos civiles a la población de color. El empeño parece imposible. El racismo está profundamente arraigado en la sociedad americana, incluso en el norte antiesclavista. Al principio de la película el propio Lincoln se refiere a su tarea como “arponear una ballena”, una referencia a Moby Dick, una novela no demasiado leída en la época en la que se desarrolla la película, pero cuyo protagonista principal ha quedado fijado para siempre como el retrato más preciso de la obsesión solitaria.  


    Spielberg ha dejado de lado, durante la mayor parte de la película, su propensión al espectáculo vistoso para ofrecer un retrato matizado y detallista, al mismo tiempo, la interpretación de Daniel Day-Lewis, nos acerca al lado más humano y complejo del personaje, exento de solemnidad. El resultado es la mejor película del director norteamericano en mucho tiempo.