martes, 27 de septiembre de 2011

Le quattro volte

Dir: Michelangelo Frammartino.
Italia, 2010, 88'

La relación del cine con el mundo rural ha sido con frecuencia la de un extraño en un universo desconocido. El cine es hijo de la modernidad, de la era industrial, la narración servida por la tecnología, y dispone de unas herramientas conceptuales que no se acaban de adaptar completamente a mundos tradicionales, en los que la temporalidad es cíclica y las acciones se suceden a la manera del ritual. Cuando se han acercado a esas sociedades, los cineastas suelen adoptar una postura antropológica, distanciada, como si acercarse demasiado a unas personas y unos hechos que consideran tan lejanos pudiese contaminarlos.

Desde los documentales pioneros de Flaherty, que proponían una visión humanista sobre comunidades como los esquimales del polo norte o los habitantes de las inhóspitas islas de Arán, hasta propuestas más recientes, como “Tulpan”, de Sergei Dovortsevoy, o incluso “La historia del camello que llora”, de Byambasuren Davaa y Luigi Falorni, las cámaras han apuntado hacia la supervivencia de formas de vida primitivas con cierta fascinación, a menudo jugando la carta del exotismo y la extrañeza para sorprender a un público principalmente cosmopolita. El contacto físico con la naturaleza, la mirada orientada hacia el pasado, no hacia el futuro, con la pervivencia de las tradiciones como fundamento de la sociedad, y la temporalidad cíclica y no lineal (condicionada por los ritmos naturales) son elementos que se observan con una combinación de admiración y distancia.

No hay que irse demasiado lejos para encontrar lugares donde las formas de vida que reúnan esas características. El italiano Michelangelo Frammartino ha encontrado uno de ellos en Caulonia, un pequeño pueblo en el sureste de Calabria donde pasaba sus vacaciones de verano durante la adolescencia. Cineasta experimental y con amplia carrera en el videoarte, la propuesta de Frammartino es un nuevo enfoque sobre este viejo empeño. No sólo no es humanista, sino que intenta evitar el punto de vista humano. El hombre es un ser más en un ciclo natural en el que todos los elementos de la naturaleza guardan relación, desde los habitantes del pueblo hasta las cenizas de madera, pasando por las cabras, los árboles o los insectos.

Comenzamos siguiendo a un viejo pastor. Al levantarse el sol, sube su rebaño de cabras al monte, ayudado por su perro. A la puesta, vuelve con ellas a su casa. Viejo y enfermo, el hombre muere; como es natural, la vida sigue su curso: poco después, nace un cabrito. El segundo episodio se centra en este animal, contemplaremos sus esfuerzos por integrarse en el rebaño. La primera vez que sale con el resto de las cabras al monte, se alejará del resto del grupo, lo que acabará resultando fatal. Refugiado bajo un enorme abeto, muere de hambre y frío. El árbol es el protagonista de la tercera historia. Al poco tiempo, unos hombres lo talan para colocarlo en medio del pueblo, donde será protagonista de una vieja tradición local. Veremos a un hombre trepar por él como si fuera una hormiga. Después, los hombres lo conducirán a una carbonera, donde hecho pedazos, veremos el proceso por el que la madera se convierte en carbón vegetal.

Las imágenes de esta película fluyen libremente entre el hombre y la naturaleza, entre lo animal y lo vegetal como si fueran parte de la misma cosa. Su progresión atiende a ciclos, más que a una narrativa lineal: ciclos naturales, como el día y la noche, o las cuatro estaciones, y las actividades que se organizan inevitablemente a su ritmo. Ciclos simbólicos, como el nacimiento que sucede a la muerte como emblema de la regeneración de la vida. Con las sorprendentes relaciones que establece entre los diversos seres, Le quattro volte consigue ser grave y ligera al mismo tiempo, cómica y también solemne.

Frammartino emplea todo tipo de estrategias cinematográficas para señalar la distancia y el punto de vista no humano de su película. Por supuesto, deja de lado la narración lineal para estructurar su película a modo de ciclos, dominados por la naturaleza y las actividades que se desarrollan de acuerdo a sus ritmos. La cámara, que adopta la distancia que estamos acostumbrados a observar en los documentales de naturaleza, se coloca a menudo en posiciones fijas desde las que observa impasiblemente. Frammartino vuelve una y otra vez a esas posiciones, desde las que vemos repetirse las mismas acciones, iguales pero diferentes, con los mismos protagonistas o con otros distintos.

El momento más representativo de la película implica al rebaño de cabras, libres y desconcertadas tras la muerte del pastor, y una procesión religiosa. Es inequívoco e irónico el paralelismo que el director establece entre las cabras y los hombres, y cómo estos, contemplados desde cierta distancia, forman también otro tipo de rebaño. Las actividades humanas que se desarrollan en la película están tan condicionadas por la naturaleza como las de los animales o vegetales, son tan cíclicas y predecibles. Es este quizá el punto de vista filosófico más notable de la película, que sitúa con cierto humor al hombre dentro de un mundo natural del que no es el principal protagonista.