T.O: The Informant!
Dir: Steven Soderbergh
Int: Matt Damon, Scott Bakula.
EEUU, 2009, 108'
En la última década ha aparecido un grupo de directores norteamericanos difíciles de catalogar en las categorías más comunes: trabajan de manera igual de cómoda con los grandes estudios que en proyectos independientes, pasan de una película de género a una experimental y viceversa, o de una cinta de presupuesto multimillonario a otra rodada casi sin medios. A gente como Steven Soderbergh, Gus Van Sant o Richard Linklater no parece preocuparles que los consideren indies o mainstream, como si esas consideraciones no tuviesen demasiado sentido. Tampoco parecen hacer demasiado caso a la jerarquía profesional de Hollywood, que equipara la categoría de un director al presupuesto e las películas que dirige.
Steven Soderbergh es un ejemplo claro de esta tendencia. Se ha pasado la última década desconcertando al público, la crítica y sus seguidores, pasando de la franquicia iniciada con “Ocean’s eleven” (Id, 2001) a cintas experimentales como “Bubble” (Id, 2005) o “El buen alemán” (“The Good German”, 2006), por no mencionar su biografía épica de Ernesto Guevara (Che, 2008). Se supone que uno debería tener las cosas claras, decidir si se va a Hollywood o se queda en la periferia, mantener un estilo coherente, hacer más o menos el mismo tipo de películas para ser reconocible, tener eso que se llama un estilo.
Además, las películas de Soderbergh son bastante difíciles de catalogar en términos genéricos: suelen presentar sutiles indefiniciones que las convierten en algo incómodo. “El buen alemán”, por ejemplo, se presenta como una imitación fiel de las películas de estudio de los años cuarenta, rodada en blanco y negro con las mismas técnicas de entonces; con George Clooney y Cate Blanchett interpretando sus papeles como se hacía en los viejos tiempos del Star System. Pero esas imágenes no provocan la emoción desnuda e inocente de las películas de antaño, sino más bien una reflexión sobre el concepto de heroísmo que aquellas imágenes defendían, y la puesta de manifiesto de que la inocencia, (y quizás, para Soderbergh, también la emoción) ya es imposible.
Las películas del norteamericano son ejercicios profundamente racionales pese a utilizar a veces las herramientas que el cine ha empleado para buscar la emoción. En realidad, muchas veces parece que quisiera reflexionar sobre esas herramientas, ponerlas en cuestión. Es obvio que esas son las razones por las que sus películas resultan tan desconcertantes, por lo que muchas veces son incomprendidas, como le ocurrió a la excelente “El buen alemán”.
Todo esto se ve de manera muy clara en ¡El soplón!, que no parecía más que un vehículo para el lucimiento de Matt Damon. El actor interpreta a Matt Whiteacre, un ejecutivo de la industria alimentaria que colabora con el FBI acusando a su empresa de pactar precios con la competencia. Una situación bastante parecida a la de tantas películas en las que algún ciudadano desafía el poder de las grandes corporaciones, como “Erin Brockovich”, del propio Soderbergh, que le valió un Oscar a Julia Roberts. Sólo que el comportamiento de Whiteacre comienza a resultar bastante extraño, lo que hace que la película derive hacia la comedia. Su testimonio resulta bastante incoherente en algunos aspectos, a pesar de ello, el FBI sigue confiando en él. Cuando le sugieren llevar aparatos de grabación para conseguir pruebas incriminadotas, le emociona la posibilidad de convertirse en una especie de agente secreto. Quizá se ve a sí mismo como el Tom Cruise de “La tapadera” (“The Firm”, Sydney Pollack, 1992). Aunque al mismo tiempo que colabora con la justicia, comete un desfalco de nueve millones de dólares.
El espectador que pretenda seguir la trama de esta especie de thriller empresarial se encontrará con obstáculos bastante serios: es una de esas películas en las que los personajes hablan muy rápido, mencionando constantemente siglas de organizaciones ignotas y oscuros términos científicos que el espectador se ve obligado a retener para entender los hechos que se desarrollan ante él. Lo que distingue a esta película de otras cintas con planteamientos similares es que los responsables de ¡El soplón! no parecen demasiado dispuestos a dejar que nos enteremos de lo que pasa. Quizá porque ni Soderbergh ni Scott Z. Burns ni siquiera Kurt Eichenwald, el autor del libro sobre el verdadero Matt Whiteacre en el que se basa la película tienen demasiado claro cuales eran las motivaciones reales de su protagonista, y cuales eran las dimensiones exactas de la trama ni el papel de muchos de los implicados en ella. Como la mayoría de los casos de corrupción en los que se ve implicada una institución, la realidad se mostrará opaca.
Soderbergh da a este material un tratamiento distanciado: el estilo de la película nos recuerda a los filmes de los años 50 o 60, a pesar de que la trama se desarrolla en los 90: la omnipresente música de Marvin Hamlich es buena muestra de ello. La fotografía tiene un tono amarillo anaranjado que afecta incluso a los rostros de los personajes, haciéndoles parecer personajes de “Los Simpson”. Y la recurrente voz en off del personaje principal, lejos de aclararnos qué pasa por la cabeza del protagonista, consiste en un cúmulo de (divertidas) sandeces, que nos lo hacen aún más impenetrable. Al final acabaremos por no tener ni idea de qué es lo que realmente mueve al protagonista, pero tampoco tendremos gran cosa clara sobre la estructura social y empresarial en que se desarrolla la historia: ¡El soplón! es una sátira en la que no tenemos demasiado claro qué se está satirizando.
Soderbergh exibe mano firme en la dirección, con buen ojo para escoger el reparto de secundarios (espectacular Scott Bakula como el crédulo agente del FBI), pero se apoya sobre todo en una espectacular interpretación de Matt Damon, en un registro muy diferente a lo que ha probado hasta ahora. El director parte de la imagen de su estrella (particularmente su rostro algo aniñado y con aspecto inocente) para mostrarnos a un personaje de quien nadie sospecharía que fuese más que un honrado ciudadano, algo tontaina. Damon se presta al juego con energía y logra una composición sutil y sorprendente. Por otra parte, el tratamiento cromático le permite al director reforzar el aspecto cómico y extravagante de la historia, aunque habrá quien piense que se haya pasado, al fin y al cabo aún no estamos tan acostumbrados a que se manipule de esta manera el color, especialmente en el tratamiento del rostro de los actores.
Es indudable que ¡El soplón! es la película de un completo escéptico. Como se suele decir, por un lado tiene gracia, por el otro, maldita la gracia que tiene. Su humor desconcertante será un obstáculo insalvable para gran parte del público. Al fin y al cabo, el drama de los personajes de la película consiste básicamente en no tener demasiada idea del mundo en que se encuentran, y la película mantiene a los espectadores en la misma situación.