jueves, 9 de abril de 2009

Un cuento de Navidad

T.O: Un conte de Noël
Director: Arnaud Desplechin
Intérpretes: Catherine Deneuve, Mathieu Almaric, Melvil Poupad, Chiara Mastroianni, Emmanuelle Devos, Jean Paul Rousillon, Anne Consigny
Francia, 2008, 150'


Al francés Arnaud Desplechín (Roubaix, 1960) se le suele tomar bastante en serio. Forma parte de la qualité del cine galo, esa cierta tendencia que narra las vicisitudes de la burguesía gala como si fueran el paradigma de la condición humana. Sus personajes se desenvuelven por el mundillo de la cultura y a poco que te despistes, te meten una cita de Nietzche o de Emmerson. Suele formar sus repartos con algunos de esos grandes intérpretes que dignifican cualquier película, y les entrega densos guiones llenos de reflexiones sobre la vida y consideraciones metafísicas para que las reciten en voz alta.

Aquí tenemos, por ejemplo a la familia Vuillard. Junon (Catherine Deneuve) y Abel (Jean Paul Rousillon). Tienen un negocio de tintorería en una ciudad de provincias, Roubaix. Los Vuillard tienen dos hijos, Elizabeth (Anne Consigny) y Joseph. A los pocos años, Joseph enferma gravemente, y necesita un trasplante de médula ósea para salvarse. Como no encuentran un donante compatible, los Vuillard deciden tener un tercer hijo, Henry, (Mathieu Almaric), pero tampoco resulta compatible y Joseph muere. Poco después nace Iván (Melvil Poupad), pero Henry crecerá, sin saber muy bien por qué, como un apestado en la familia, odiado especialmente por su madre y su hermana. Varias décadas después, Junon, la sobria matriarca, descubre que padece la misma enfermedad que Joseph, y por tanto, requiere un trasplante. ¿Y quién demostrará ser el donante compatible? Pues Henry, la oveja negra. Por lo que familia deberá limar sus diferencias aprovechando un encuentro navideño en la residencia paterna.

Todo esto, dicho así, parece temible, más aun cuando uno se entera de que ese argumento amenaza con desarrollarse durante 150 minutos. Aunque luego uno empieza a pensar que todo esto no puede tomarse demasiado en serio. Vamos a ver, ¿Cómo se digiere esta mezcla de enfermedades terminales, hijos repudiados, fantasmas de niños muertos, y reconciliaciones familiares en torno al árbol de navidad sin esbozar una sonrisa sarcástica? Uno parece estar asistiendo a un cruce entre el más tremebundo melodrama decimonónico y una película norteamericana de esas en que la gente deja de hacer lo que estaba haciendo para ponerse a celebrar el día de acción de gracias.

Jazz y house
Luego, la película en sí no hace más que aumentar nuestras sospechas. Todo es bastante banal, burgués y provinciano. La narración adopta un punto de vista distanciado, y despliega una enorme cantidad de heterogéneos recursos narrativos: voces en off, personajes que hablan directamente a cámara, incluso una secuencia animada. Catherine Deneuve interpreta el papel de la matriarca del clan con una soberbia despreocupación, y se toma el cáncer como si fuese poco más que un sarpullido. Será porque su condición simbólica de reina shakesperiana le hace sentirse por encima de ello. Su marido por otra parte, tampoco se lo toma demasiado mal, como si fuera un pequeño inconveniente más en un largo matrimonio, algo que no le impide disfrutar de los juegos de sus nietos. Se nos dice que un personaje (Iván) es esquizofrénico, aunque eso luego no tiene ninguna trascendencia. En cambio, Paul (Emile Berling) tiene graves problemas mentales, especialmente cuando se ve reflejado en espejos, lo que motiva una escena de cine de terror en medio de este melodrama con sordina.

La puesta en escena de Desplechin no ayuda, desde luego, a aclarar las cosas. Al principio, uno se siente tentado a pensar que es uno de esos directores que pretenden ayudar a sus actores dándoles libertad frente a la cámara, dejándoles moverse por donde les da la gana, pero que acaban perjudicando sus interpretaciones porque nunca podemos contemplarlas de la mejor manera posible. Falsos raccords, jump-cuts y otros cortes abruptos, diferentes líneas narrativas intercaladas por lo que no parece más que puro capricho… El uso de la banda sonora nos desconcierta aun más: el padre escucha jazz, e Iván pincha música electrónica, “El sueño de una noche de verano” de Menhdelson es un subrayado recurrente, y muchas canciones más: pop, rock, clásica, experimental, pisándose unas a otras, evitando siempre crear una atmósfera coherente.

Entonces es cuando el espectador puede comenzar a sentirse algo incómodo, deseando que Desplechin se decida a inclinar la balanza y nos cuente un relato de reconciliación familiar o una radiografía de las hipocresías de la familia burguesa, harto de que los personajes deambulen de un lado para otro por la pantalla sin definirse a sí mismos de manera clara, y sin definir sus relaciones entre ellos. Uno preferiría tener las cosas claras y que se definieran las expectativas que el director va creando constantemente, que sepamos de una vez que tipo de película estamos viendo. Hasta que uno se da cuenta de que eso es precisamente lo que pretende Desplechin: desconcertarnos, defraudar nuestras expectativas, cuestionar cualquier idea que seamos capaces de articular sobre los personajes, la institución familiar e incluso la propia película.

Desplechin presenta las relaciones familiares de manera fluida, como algo vivo y orgánico en permanente desarrollo, algo que no se puede definir de manera firme porque entonces se nos escapa su propia esencia. Es difícil decir algo de estos personajes, categorizarlos. Cuando creemos saber como son, descubrimos algo que defrauda nuestras expectativas. Lo mismo ocurre con la familia. Nunca sabemos que es lo que nos quiere decir Desplechin sobre las relaciones familiares, ni siquiera si pretende decirnos algo sobre la familia en general o simplemente se trata de narrarnos las circunstancias particulares de una familia especialmente degenerada. De la misma manera, los cortes abruptos, los cambios radicales de atmósfera nos recalcan la heterogeneidad de los personajes, la imposibilidad de retratarlos mediante una atmósfera común, unificada.

Magia e ironía
Como en los cuentos fantásticos, por ejemplo, en “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare, cuyos ecos reverberan durante casi toda la película, los personajes actúan sin motivaciones, como si sus actos fueran fruto de sus características intrínsecas, mágicas. Quizá eso sea porque la estrategia empleada por Desplechin se dejar la psicología fuera del encuadre: “ir directamente a la acción y olvidarse de las explicaciones”. Puede resultar algo extraño en una película plagada de psicólogos y psiquiatras y en la que resuenan por momentos los ecos de las teorías de la degeneración tan en boga a finales del diecinueve y según las cuales los males morales acabarían trayendo inevitablemente consecuencias físicas, transmitidas a la siguiente generación.

Podríamos seguir casi indefinidamente con las miles de implicaciones y sugerencias que el director introduce en la película. Tan densa como fluida, “Un cuento de navidad” puede resultar agotadora y farragosa en algunos pasajes para ser inmediatamente después ligera y trivial. Elogia la fluidez y la indeterminación, adopta un tono lúdico con el que cuestiona todas las convenciones asumidas por el espectador, sin molestarse en pretender sustituirlas por otras. Nos impide juzgar a los personajes cuestionando los patrones que utilizamos para juzgar a las personas en general, y nos pone igual de difícil juzgar la propia película.

Desplechin es el maestro de la ironía del cine francés contemporáneo. En sus películas, la intelectualidad parisina sale de la capital y recibe un baño de humildad en forma de sentido común provinciano. Como si el tradicional drama burgués sobre el sentido de la vida fuese narrado por uno de esos cómicos que no creen que la vida pueda tomarse en serio. Todo en “Un cuento de navidad” es serio y es una broma, y es ambas cosas simultáneamente. Ni siquiera la película puede clasificarse, y no estamos seguros de que se trate de un concienzudo y denso estudio del comportamiento humano, o de una brillante y vacía broma postmoderna. Es posible que ambas opciones no sean excluyentes. Lo que si es cierto es que este denso tapiz de relaciones humanas es imposible de agotar en una sola visión.