sábado, 8 de noviembre de 2008

The Fall. El sueño de Alexandria.



T.O: The Fall
Director: Tarsem
Intérpretes: Lee Pace, Catinca Untaru, Justine Wadell.
EEUU, 2006, 117'

“The Fall”, película del indio Tarsem Singh apadrinada por Spike Jonze y David Fincher, no ha conseguido llamar la atención ni de público ni de crítica, por razones bastante comprensibles. Para empezar, es una cinta que reflexiona sobre el acto de contar historias, y ya se sabe que este tipo de metarrelatos no suelen gozar de demasiado fervor popular. Utiliza una imaginería fantástica muy especial, alejada de las convenciones al uso; sospechamos que los aficionados al fantástico son por lo general poco proclives a la imaginación, y suelen preferir una serie de (limitadas) variaciones sobre el mismo tema. Por otra parte, se trata de un cuento infantil para adultos, probablemente el subgénero mas perjudicial para la taquilla, que suele dejar insatisfechos tanto a unos como a otros, excepto si son excepcionalmente amplios de miras. Tampoco ayuda demasiado en cuanto a la calidez de su recepción el hecho de que la anterior película de Tarsem fuese “La celda” (2000) mediocre vehículo de acción hi-tech a mayor gloria de Jennifer López.

Cuentos de niños
Los Ángeles, principios de siglo. En un hospital coinciden una niña de cinco años, Alexandria (Catinca Untaru), de origen hindú y que se ha roto un brazo mientras recogía naranjas con su familia; y Roy (Lee Pace), un joven especialista del incipiente Hollywood, algo fantasioso y depresivo, herido en una de sus actuaciones. Roy intenta ganarse la confianza de la niña y para ello comienza a contarle una historia, sobre cinco héroes míticos que se enfrentan al pérfido Emperador Odioso. La historia evolucionará de manera caprichosa mientras la relación entre los dos personajes avanza, y las fronteras entre realidad y ficción se verán traspasadas en alguna que otra ocasión.

Formalmente, la película presenta varios aspectos reseñables: a pesar de que la ficción se desarrolla en multitud de ambientes fantásticos, Tarsem ha optado por prescindir tanto de decorados como de efectos digitales y ha decidido rodar en localizaciones reales, la mayoría de ellas casi sin transformar. De esta manera, la película es un catálogo de lugares fantásticos de todo el mundo (Se rodó en 26 localizaciones de 18 países distintos); algunos muy conocidos, otros no tanto. Esta opción aporta a las imágenes fantásticas una vívida sensación de realidad.

Otra opción sorprendente es escoger para el papel de Alexandria a Catinca Untaru, una niña de cinco años, frente a la opción más habitual de emplear a niños más crecidos. La pequeña intérprete no “actúa”, de la manera en la que se suele utilizar este término, sino que más bien interactúa con el coprotagonista Lee Pace. Además, su manera de hablar tiene el tono infantil y la torpeza de quien no domina el idioma propias de una niña de su edad. Tarsem rodó sus escenas en orden cronológico: la niña va creciendo conforme avanza la película, y su uso del lenguaje se afianza. La excepcional química que se establece entre los protagonistas es uno de los puntos fuertes de la película.

La imaginería fantástica de la película resulta sorprendente, con un tono entre surreal y naïf (se trata de la visualización de la niña de la historia que le cuenta el jóven). Los rojos, verdes y azules del cuento contrastan con el tono más ambarino del ambiente del hospital. La fantasía se desborda en el vestuario exuberante y en sorprendentes elementos de atrezzo. La unión de todos estos elementos crea una atmósfera única, con los riesgos que eso conlleva para un público que necesita de ciertos referentes conocidos como elementos de enganche cuando se trata de introducirse en mundos fantásticos.

Suspensión de la incredulidad
Aunque se trata de una película construida alrededor del propio acto de narrar, la narración en sí misma es bastante distendida, tanto en el plano más realista del hospital, donde el relato gira en torno a la relación de los dos protagonistas y cuyo mayor dramatismo proviene de ciertas pulsiones suicidas del melancólico jóven; como en el relato fantástico, que avanza de manera muy caprichosa: comienza con una breve anécdota sobre Alejandro Magno, continúa con los cuatro héroes en una isla desierta, donde el jóven rectifica la narración recién comenzada para introducirse en el relato, y sigue avanzando en función del humor del narrador: en un momento especialmente depresivo, no duda en desahogarse con sus propios personajes, ante el asombro de la niña.

En realidad, el propósito de la película no es contar una historia determinada, sino poner en imágenes lo que los teóricos de la literatura anglosajones llama suspension of disbelieve, la suspensión de la incredulidad; el proceso por el que, para disfrutar de un relato de ficción, nos desprendemos de la lógica del mundo en el que vivimos y aceptamos las reglas de ese nuevo mundo que nos propone el narrador. Tarsem lo ejemplifica a través de la manera en que la niña escucha y reconstruye el relato, y también en las actitudes de los primeros espectadores de cine, quienes asistían embrujados al espectáculo sin reparar en los (hoy muy evidentes) trucos.

El reto es, pues, ambicioso: intentar poner en imágenes la suspensión de la incredulidad a la vez que se pretende que el espectador realice el mismo proceso y se sumerja sin reservas en la historia. ¿Ha conseguido su objetivo la película? Es difícil de decir, porque la propuesta es tan personal que cada espectador individual tendrá una respuesta diferente. Para disfrutar de la historia hay que aceptar por una parte la ingenuidad infantil del relato a la vez que percibir la distancia con la que se reflexiona sobre lo que se está narrando. Por mi parte, sólo puedo decir que me ha parecido la propuesta de cine fantástico mas fascinante que ha aparecido en los últimos años.