T.O: MAD MAX FURY ROAD
DIR: GEORGE MILLER
INT: TOM HARDY, CHARLIZE THERON, HUGH KEAYS BYRNE
EEUU-AUSTRALIA, 2015, 120'
En América tienen la cultura de las armas, en Australia tenemos una cultura del automóvil donde el coche es prácticamente un arma”. Así explica el director George Miller el origen de su creación más exitosa. Miller conoció de primera mano la cultura automovilística de su país trabajando como médico de urgencias, enfrentándose a un constante fluir de cuerpos destrozados por los golpes y quemados por la gasolina, cuerpos cubiertos de polvo, sangre y aceite de motor. La experiencia sirvió de impulso para crear una épica motorizada que explora un mundo post-apocalíptico obsesionado por la carretera, que encapsulaba los temores desencadenados tras la crisis del petróleo. Un mundo en el que la gasolina es el bien más preciado, cuya posesión es capaz de establecer jerarquías y desencadenar la violencia. Mad Max, financiada con los ingresos de su trabajo como médico, contaba con un presupuesto tan reducido que todos los vehículos que ruedan por este futuro “no demasiado distante” son en realidad taxis y coches de policía obsoletos en el momento del rodaje. Pertenecía a una corriente que ahora se conoce como Ozploitation, es decir, el equivalente australiano de las películas sensacionalistas y baratas que se producían por entonces en todas partes. El elemento más distintivos de muchos títulos de Ozploitation era el Outback, el enorme desierto australiano que se ofrecía como un paisaje apocalíptico completamente disponible para los cineastas: repleto de ruinas de la época colonial y pueblos industriales abandonados, el Outback presentaba en cada milla los restos de algunos futuros que pasaron de largo. Mad Max sacó todo el partido posible del Outback gracias a un sentido de la acción físico y visceral, que desafiaba abiertamente el juramento hipocrático. Su enorme éxito la convirtió en la película más rentable de la historia (hasta ser desbancada en 1999 por El proyecto de la bruja de Blair) y dio lugar a dos secuelas casi inmediatas.
Las películas de Mad Max han dejado una huella evidente en el espectáculo de acción contemporáneo, desde la paleta de color azul y naranja (el desierto y el cielo; el metal y la piel) hasta la predilección por crear mundos complejos y envolventes, que se rigen por sus propias reglas y estructuras sociales; mundos cuya exploración adquiere a menudo más peso que las propias peripecias de los personajes. Por ello, no resulta nada extraño que la saga regrese a las pantallas más de treinta años después de la anterior entrega, esta vez convertida en un blockbuster de acción contemporáneo. Por el camino se ha quedado Mel Gibson, caído en desgracia en Hollywood y sustituido aquí por Tom Hardy, el actor al que recurre el cine norteamericano cuando necesite a alguien que aúne un físico de luchador con unas solventes capacidades dramáticas. Miller, al volante una vez más de extravagancia sobre ruedas, posee él mismo los derechos de la franquicia, lo que le permite tomarse todas las libertades que quiere con el material que él mismo originó. Su plan ha sido coger los 150 millones de dólares de la Warner, irse al desierto de Namibia y rodar la persecución más frenética de la historia con vehículos reales y un ejército de especialistas, empleando los efectos digitales para eliminar los cables que protegen a los actores y envolver la acción en unos paisajes convenientemente desoladores. Los efectos mecánicos y las acrobacias de los especialistas confieren a la película un aspecto físico y terrenal, aportan una cualidad táctil a este mundo medieval motorizado dominado por señores de la guerra con predilección por la estética sadomaso /heavy metal. Pero sin duda la decisión más subversiva de Miller es la de desplazar al héroe hasta los márgenes del relato pera centrar la aventura en el personaje interpretado por Charlize Theron, una oficial renegada en busca de la redención que domina su bestia de 18 ruedas con una furia calmada.
Furiosa forma parte del ejército de Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne, a quien recordarás como Toecutter, el villano de la primera entrega), un caudillo que gobierna un enclave rocoso del desierto conocido como La Ciudadela. Su poder se basa en el racionamiento del agua, en la más violenta jerarquización social y en el adiestramiento de una casta de soldados caracterizados por su fidelidad ciega. Cuando nos encontramos con ella, Furiosa tiene la misión de conducir el camión de guerra en el que intercambiará unos miles de litros de leche materna (el manjar más preciado por las élites del desierto) por balas y gasolina. Pero en realidad sus planes son otros: liberar a las chicas del harem de Immortan Joe, muchachas cuidadosamente seleccionadas para engendrar a sus futuros lugartenientes. Cuando el caudillo se entera de su traición, se desencadena una persecución frenética en la que Joe tratará por todos los medios de recuperara a sus chicas y ajustar cuantas con su súbdita amotinada. Atrapado en medio de esta pelea está Max, que ha sido capturado en la primera escena por los esbirros de Joe y es empleado como “bolsa de sangre” por uno de sus soldados, Nux, que por alguna razón necesita una trasfusión continua mientras conduce su hot-rod de guerra. Max, por lo tanto, se ve obligado a tomar partido y la situación desembocará en un tenso desequilibrio de desconfianzas y pactos inestables que se desarrollará a más de cien kilómetros por hora.
La intención de George Miller con todo esto es claramente crear la película de acción definitiva, al menos tal y cómo se entiende en 2015 (Cada una de las películas de la saga es plenamente representativa de su año de producción) Para el australiano, eso pasa por introducirnos de la manera más plena posible en este mundo a través de los personajes y sus acciones, renunciando a las secuencias expositivas y a las motivaciones psicológicas. Conocemos a los personajes por su manera de tratar a estas máquinas construidas artesanalmente y fetichizadas de manera casi religiosa, por su manera de empuñar sus armas: su carácter se revela a través de la velocidad y la violencia, de una manera puramente física. En este mundo, las palabras son escasas aunque plenamente significativas: el lenguaje también está reciclado, reconstruido de manera artesanal para adaptarse a las condiciones de esta sociedad feudal sobre ruedas. Max, en este caso, juega el papel del héroe reticente, una figura que desde el final de la primera cinta se ha convertido en una “carcasa de ser humano” y cuyo único impulso es tratar de sobrevivir. Durante su recorrido errante, se cruzará con personajes y circunstancias que le conducirá a ejercer de héroe, incluso a establecer algunos vínculos precarios. Por su parte, Furiosa se convierte en una heroína enérgica y tranquila, quizá porque, al contrario que Max, aún conserva la esperanza.
Prácticamente todo ocurre en movimiento, y el intento de convertir la película en una continua persecución la asemeja a una versión extendida de la famosa escena final de Mad Max 2, en la que el asalto a un camión se convertía en una batalla a gran velocidad de la que dependía el destino de los protagonistas. En Mad Max: Furia en la carretera, la geografía es sencilla y precisa, y la puesta en escena nítida y perfectamente legible, al menos hasta que las cosas se aceleran tanto que comienzan a resultar algo confusas para quienes no estamos acostumbrados a vivir en vehículos de asalto que se mueven a gran velocidad. Miller pidió al director de fotografía John Seale (que abandonó su retiro exclusivamente para trabajar en esta película) que encuadrara al personaje principal de cada plano en el centro de la pantalla, de manera que el espectador pueda seguir sin dificultad la narración y el director disponga de espacio para desplegar de manera frenética las explosiones y los malabarismos. El ritmo está dominado por la percusión electrónica de la banda sonora de Junkie XL, que llega a hacerse visible en la pantalla a través de un vehículo de acompañamiento marcial dotado de una enorme sección de percusión, un muro de amplificadores y una guitarra llameante. Elementos como éste ponen de manifiesto la escala de exceso con la que Miller ha diseñado su película, que a veces parece la versión cinematográfica más cercana al universo del comic-book. No es casualidad: Miller desarrolló la historia junto al guionista de comics Brendan McCarthy y dibujó un storyboard de más de 3.000 paneles antes de escribir la primera palabra del guión.
Bajo la carrocería vistosa y refulgente del espectáculo contemporáneo de Hollywood, Mad Max: Furia en la carretera esconde el motor y el chasis de una serie B de antaño: una trama propulsada por el carácter enérgico de unos personajes que se expresan a través de sus acciones, a menudo violentas. Es un mecanismo preciso y eficaz, en el que cada pieza es esencial. La estructura narrativa tiene la sencillez de un itinerario trazado en la arena: los dos puntos clave de la trama son, literalmente, dos cambios de dirección, cada uno de ellos con un importante significado narrativo y dramático. La relación entre Max y Furiosa pasa de la desconfianza violenta a la afinidad silenciosa a través de una serie precisa de gestos, silencios y miradas. El universo en el que viven es excesivo, veloz, intrincado, un mundo ajeno que tendremos que descubrir mientras seguimos a los protagonistas, tratando de entender su lenguaje. En ese sentido, la película es un curioso híbrido, la esencia del cine de acción de unas décadas atrás estilizada con los elementos modernos necesarios para defender su terreno en las multisalas. La manera en que lo logra es a la vez clásica e innovadora, y un patrón a tener en cuenta por parte de los creadores del próximo cine de acción.
Bonus track: Si estabas pensando en hacer tú mismo una de estas películas de persecuciones, en este video making-of encontrarás algunos truquillos.