lunes, 27 de enero de 2014

El último de los injustos







T.O: LE DERNIER DES INJUSTES 
DIR: CLAUDE LANZMANN
DOCUMENTAL.
PARTICIPA: BENJAMIN MURMELSTEIN
FRANCIA,  2013, 220'




Uno de los aspectos más oscuros y polémicos de la historiografía del holocausto es la participación en él de los Consejos Judíos. En Eichmann en Jerusalém, de 1963, Hannah Arendt escribió: “Para una persona judía, este papel de los líderes judíos en la destrucción de su propio pueblo es indudablemente el capítulo más oscuro de toda esta historia de oscuridad. Era algo conocido con anterioridad, pero ha sido ahora expuesto por primera vez con todos sus detalles sórdidos y patéticos por Raul Hilberg, cuya obra de referencia La destrucción de los judíos europeos ya he mencionado antes (…) Con respecto a la asimilación, no había distinción entre las altamente asimiladas comunidades de Europa central y occidental y las masas hablantes de Yiddish en el este. En Amsterdam, como en Varsovia, en Berlin como en Budapest se podía confiar en los agentes judíos para elaborar listas de personas y de sus propiedades, de asegurarse el dinero de los deportados  para sufragar los gastos de su deportación y exterminio, para mantener un registro de apartamentos abandonados, para suministrar fuerzas policiales que ayudaran en la captura de judíos y meterlos en los trenes, hasta que, como último gesto, les entregaran las pertenencias de la comunidad judía bien ordenada para la confiscación definitiva. Distribuían las identificaciones con la estrella de David  y en algunos casos como en Varsovia ‘la venta de brazaletes se convirtió en un negocio habitual; había brazaletes ordinarios de tela y bonitos brazaletes de plástico lavables’ (…) Donde vivieran Judíos, había líderes judíos reconocibles y este liderazgo, casi sin excepción, por una razón u otra, colaboró con los nazis. La verdad era que si el pueblo judío hubiese estado desorganizado y sin líderes, habría habido caos y mucha miseria, pero el número total de víctimas difícilmente habría estado entre cuatro y medio y seis millones”

Tomemos, por ejemplo, a Benjamin Murmelstein, el último dirigente del consejo judío del campo de Theresienstad. Murmelstein era  un rabino y profesor universitario especializado en literatura y mitología. Tras la anexión de Austria, había formado parte de la Oficina para la emigración judía de Viena, en la que era un interlocutor directo de Eichmann. En el ghetto, otros prisioneros  le gritaban  “Murmelschwein, Murmelschwein!” (Schwein significa cerdo en alemán). Tras la derrota alemana, Murmelstein se entrego a la justicia checa y resultó absuelto de las acusaciones de colaboracionismo.  Su vida, desde entonces, se envolvió en el silencio y el anonimato. Residió en Roma, publicó un libro en 1961 (“Theresienstad, el ghetto modelo de Eichmann”). Se ofreció voluntariamente a testificar en el juicio a Eichmann, dado que había sido una de las personalidades judías que mejor le había conocido, pero su propuesta no fue aceptada. En 1975, Claude Lanzmann le entrevistó durante una semana en Roma: el resultado fueron once horas de conversaciones grabadas que no se emplearon en Shoah, la monumental investigación cinematográfica que el cineasta francés estrenó en 1986. ¿Por qué? “ Shoah era un film épico, con una tensión permanente con lo inevitable de la muerte. El tono con Murmelstein es muy distinto. No se trata de una película épica. Es doloroso, es penoso, pero no es épica. Hubiera existido una contradicción con el tono de Shoah, así que me dije que este personaje merecía una película aparte.” Murmelstein falleció en 1989, el gran rabino de Roma no permitió que se pronunciase el kadish en su funeral. Ahora, Lanzmann ha rescatado las once horas de metraje  metraje de su reposo en el Steven Spielberg Film and Video Archive del Museo del holocausto en Washington. “Las largas horas de entrevistas, ricas en revelaciones de primera mano, no han dejado de invadir  mis pensamientos ni de perseguirme. Sabía que tenía algo único entre manos, pero me detenían las dificultades que conllevaba hacer una película así. Me ha llevado mucho tiempo darme cuenta de que no tengo derecho a guardármelo para mí solo”, explica el directo en texto introductorio del documental.


Claude Lanzmann recorre los escenarios de la muerte
¿Quién es Benjamin Murmelstein? El anciano a quien entrevista Lanzmann en su apartamento romano es un hombre enorme de aspecto afable y expansivo. Lo primero que contemplamos de él son los pliegue de la piel de la nuca, que se agolpan, uno encima de otro, mientras contempla junto al director un atardecer romano. Nos avisa del dolor que le produce mirar hacia el pasado, pero cuando comienza a hablar nos revela sus dotes de gran conversador. Es un hombre de una gran cultura y un enorme ingenio. Cita a Sherezade, cita a Orfeo, se compara con Sancho Panza. Su voz vibra y se modula como si se estuviese sorprendiendo a sí mismo con sus palabras: resulta sorprendentemente divertido escucharle. Su mirada se detiene en su interlocutor o en la ocasional traductora, pero muy a menudo vaga por esa zona de nadie donde se sitúa la cámara. ¿Es que se dirige a William Lubtchansky, el operador de cámara? ¿O pretende dirigirse a ese jurado invisible que contemplará la entrevista en un futuro? El discurso de Murmelstein es una argumentation para su defensa. Nos cuenta como vió a Adolf Eichmann participar activamente en la noche de los cristales rotos, desafiando la imagen que nos ha legado de él el retrato de Hannah Arendt. Lejos del burócrata aplicado y sumiso a la autoridad, Murmelstein nos define a un Eichmann fanático y violento. ‘No había nada banal en Eichmann-nos dice- Era un demonio.’ La argumentación de Murmelstein trata de refutar a  ‘esa señora, la amante del filósofo nazi Heidegger’, una postura que también secunda el realizador : “Hannah Arendt tuvo un papel muy triste en esta historia. Los integrantes de los consejos judíos de Polonia, de Ucrania, en las pequeñas ciudades de esos países, en muchos casos decidieron suicidarse juntos, lo que prueba que no eran unos colaboracionistas, sino más bien unos héroes. (…) Hay que ser muy prudente con ese tema”

Benjamin Murmelstein es un hombre elocuente y expresivo
Para aportar contexto a la entrevista, Lanzmann rodó un material en el año 2012 en el que nos guía por los lugares en los que ocurrieron los hechos. Como ocurría en Shoah, las huellas de la tragedia se perciben  en paisajes de apariencia anodina. Al principio del viaje, el realizador nos conduce a la fortaleza de Theresienstad, un cuartel construido a mediados del siglo XIX para albergar a quinientos soldados que terminó alojando a siete mil personas. Lanzmann nos conduce por sus ruinas, asciende trabajosamente la escalera para escudriñar su interior. Theresienstad fue un lugar extraño incluso dentro del absurdo del tercer Reich: se planteó como un campo modelo, de manera que pudiese mostrarse a las visitas de la Cruz Roja y otros observadores internacionales. Lo que ocurría allí se convertía, por tanto, en una ficción, una comedia macabra. Rompiendo su tradición de renunciar a las imágenes de archivo, el director  introduce en el film varios minutos de la cinta propagandística “El Führer regala una ciudad a los judíos”, rodada por Kurt Gerron (Famoso actor de los años veinte y treinta, recordado como el mago Kiepert de El ángel azul) En ella, el campo se presenta como una agradable residencia en el campo llena de una vibrante vida cultural y prácticas deportivas. (Después de terminar la grabación, Gerron y la mayor parte de los prisioneros que aparecen en la película fueron trasladados a Auschwitch, donde fueron asesinados). El director explica las circunstancias con las que se enfentaron los dirigentes del consejo judío, Edelstein, Eppstein y finalmente Murmelstein: obligados en mitad de la noche a organizar una ejecución bajo la amenaza de ser ellos los ajusticiados en caso de negarse. “No había colaboracionistas entre los judíos. (…) Un hombre como Murmelstein estaba por completo obligado a hacer lo que los nazis le ordenaban. No tenía otra opción, excepto el suicidio, pero nadie está obligado a suicidarse. Era muy inteligente: como un jugador de ajedrez siempre anticipaba el próximo golpe de los nazis” 



El último de los injustos es una apología de Benjamin Murmelstein. Lanzmann le cree por completo, tal y como declara en el texto inicial de la película. Si el Lanzmann octogenario evoca la tragedia del rabino obligado a trabajar con los nazis y aporta el contexto y el ambiente en el que se desarrollaron los hechos para poder comprender su figura, el Lanzmann de algo más de cincuenta años que habla con Murmelstein es un entrevistador implacable, que guía a su sujeto por las fechas y los lugares. La memoria del rabino es prodigiosa, llena de detales. Su habilidad para contar anécdotas es formidable. En una ocasión, el entrevistador tiene que recordarle que su relato no transmite el patetismo, la tragedia de los hechos que narra. Murmelstein le recuerda la necesidad de mantener la distancia: un médico no puede llorar en la mesa de operaciones. Cerca de la última media hora de la película, casi cerrado el relato de los hechos, Lanzmann articula las preguntas más incómodas, aquellas que se refieren a la conciencia y a la responsabilidad. ¿Sabía que pasaba con las personas que llenaban los vagones que se dirigían al ‘este’? ¿Qué responsabilidades pueden deducirse de su participación en las maniobras de propaganda que se llevaron a cabo en el campo? ¿Disfrutaba o se enorgullecía de alguna manera de su indigna posición de poder? “No se puede juzgar al presidente de un consejo judío. Se le puede condenar, pero no se le puede juzgar”, apunta Murmelstein. Antes, ha citado a Isaac Bashevis Singer: “Algún día se dirá que todas las personas que murieron en los campos de concentración fueron santos, y esos será una gran mentira. Fueron mártires, pero no fueron santos”  

Lanzmann conversa en Roma con Murmelstein
 El trabajo de Lanzmann sobre el holocausto es de una enorme importancia historiográfica. Persiguiendo y localizando a testigos y participantes, ha logrado reunir una enorme cantidad de testimonios de primera mano que nadie antes había recogido. Pero el cine de Lanzmann  es principalmente polémico y argumentativo, a pesar de sus pretensiones de obra definitiva, tanto desde el punto de vista histórico como puramente formal. Evidentemente, la bulliciosa personalidad que el realizador muestra en cámara, así como las polémicas que ha mantenido a través de los años nos lo muestran como un brillante argumentador y refutador. El último de los injustos tiene una importancia puramente histórica innegable: el testimonio de Murmelstein es un relato que había permanecido oculto demasiados años. Pero la película lleva al espectador a territorios más abstractos, esos lugares de la mente en los que no existen las circunstancias ni los condicionamientos de la vida real, del tiempo histórico, para que nos preguntemos si quizá, en alguna ocasión, el mal menor puede ser considerado como un bien absoluto.

jueves, 23 de enero de 2014

Videoclip: Gravity, de Trentemøller, con Oscar Isaac y dirigido por Tue Walin Storm y Elvira Lind.

    Desde que se anunciaron las nominaciones  a los premios óscar el pasado día 16, la ausencia más comentada ha sido sin duda, la de A propósito de Llewyn Davis. Más aún la de su protagonista, Oscar Isaac. A pesar de que el apartado de actor protagonista es una categoría extraordinariamente competida este año, la interpretación de Isaac conseguía convertir en entrañable a un personaje cuyas acciones son bastante cuestionables, además de estúpidas, por lo general. Al mismo tiempo, conseguía convencernos de que Llewyn Davis poseía genuino talento artístico. Antes de saber si el actor se ha ganado el estatus de protagonista o volverá a su condición de secundario imprescindible, podemos verle en un número musical completamente diferente: el videoclip de la canción Gravity, del productor danés Anders Trentemøller.

    En el video, dirigido por Tue Walin Storm y Elvira Lind, Isaac es el Carpool Man, un hombre que todas las mañanas se coloca en los carriles de acceso a las autopistas de Los Ángeles ofreciéndose por diez dólares a acompañar a todos aquellos conductores solitarios que desean acceder a los carriles reservados a vehículos con dos o más ocupantes. A través de su peripecia cotidiana, el video nos ofrece un retrato del anillo de autopistas de la ciudad californiana y de las personas que las recorren diariamente. Entre ellos, un hombre de negocios, un fumeta, la policía y una simpática mujer a bordo de un mercedes. El video de Gravity fue concebido por sus creadores como un homenaje a la ciudad y a su diversidad humana. En su realización se logra una combinación entre ficción y documental: todos los conductores son habitantes de Los Ángeles, y la cámara explora de manera curiosa sus relaciones con su entorno.



sábado, 11 de enero de 2014

Cortometraje: Tu(a)mor, de Fernando Franco (2009, 11’)


   Las nominaciones a los premios Goya, anunciadas el pasado martes, han vuelto a poner en evidencia que Fernando Franco es uno de los nuevos directores más prometedores del cine español. La herida, un estudio increíblemente cercano de una persona afectada por el trastorno límite de la personalidad, ha logrado seis candidaturas. Entre ellas se encuentra, como es lógico, la de mejor actriz para su extraordinaria protagonista, Marián Álvarez. Por supuesto un cineasta así no surge de la nada, y no hablamos solamente de la fructífera carrera de Franco como montador (con sus trabajos con Montxo Armendáriz o en Blancanieves, por ejemplo). Franco tenía varios trabajos como director en el campo del cortometraje que avalaban su talento antes de debutar en el largometraje.

     “Hasta ahora, en el mundo del corto, he hecho un poco de todo: found footage, ficción normal, cositas más experimentales a nivel narrativo… Cada nuevo proyecto en el que me involucro lo vivo como una forma de aprendizaje, como un desafío. Me interesan los temas subterráneos, no sólo como tales, sino en cómo resultaría su plasmación en el cine. Al fin y al cabo el cine es uno de los mayores codificadores del imaginario colectivo. Nuestras mentes están muy condicionadas por las películas que vemos, por los libros que leemos… Así que me interesa el cómo abordar esos temas subterráneos y convertirlos en algo tangible, en algo real si prefieres” decía el director en una entrevista en Sensacine. Desde luego, tratar de aventurar el futuro de su carrera a partir de sus cortometrajes resulta un ejercicio desconcertante, porque cada uno de ellos avanza en una dirección distinta.

    Tu(a)mor, rodado en 2009, se acerca a la comedia de maneras sentimentales, aunque con un punto de vista irónico y distanciado. Una voz en off en inglés observa  la evolución de una relación de pareja (la que se desarrolla entre Andrés (Andrés Gertrudix) y Sarah (Sarah-Laure Stragnat) a través de las reacciones de su órgano vital, el corazón. Tu(a)mor explora las confusas relaciones entre lo físico y lo emocional con una estética entre la comedia romántica y el falso documental. Debemos advertir, sin embargo, que este cortometraje puede resultar desagradable para ciertas personas, ya que su vertiente documental  contiene imágenes médicas, entre otras, una cirugía a corazón abierto. Si eso no te importa demasiado, disfrutarás de una nueva vuelta de tuerca al tema de nuestra fragilidad emocional, que revela un registro del director muy diferente al que ha utilizado en su premiada opera prima. 




martes, 7 de enero de 2014

A propósito de Llewyn Davis

T.O: INSIDE LLEWYN DAVIS 
DIR: JOEL Y ETHAN COEN 
INT: OSCAR ISAAC, CAREY MULLIGAN, JUSTIN TIMBERLAKE 
EEUU, 2013, 104'
  Según los hermanos Coen, el origen de su nueva película surgió como una imagen: un cantante folk recibiendo una paliza en un callejón del Greenwich Village neoyorkino, a principios de los años sesenta. ¿Por qué iba alguien a querer golpear a un cantante folk? Bueno, hay unas cuantas razones para darle una paliza a Llewyn Davis (Oscar Isaac), el atribulado protagonista de A propósito de Llewin Davis, que recorre el invierno neoyorkino con la funda de la guitarra a cuestas y sin un abrigo decente que ponerse. Para empezar, acaba de dejar embarazada a Jean (Carey Mulligan), la novia y pareja artística de su amigo Jim (Justin Timberlake),  y le pide  a él el dinero para pagarle el aborto. En general, Llewyn mantiene una actitud arrogante frente a quienes les rodean, sean intelectuales que tocan música antigua o gente que viene de su pueblo  a Nueva York para interpretar canciones tradicionales. Hacia todos ellos muestra una actitud de superioridad que resulta desconcertante, sobre todo porque vive de la generosidad de esas personas, siempre en busca de un sofá en el que pasar la noche o algo de dinero para poder comer o desplazarse. Por no hablar de su poco apego hacia los animales domésticos. En general, Llewyn es bastante gilipollas, de esa particular manera en la que su mal comportamiento resulta perjudicial sobre todo para él mismo. Si alguna vez te has preguntado por qué el talento creativo viene acompañado tan a menudo de la mediocridad personal, la nueva creación de los hermanos Coen ofrece unas cuantas posibilidades de respuesta. Porque antes de que le contemplemos vivir una situación ridícula tras otra, los cineastas  permiten a Llewyn defender su talento a su manera, es decir, con una guitarra, un micrófono y una vieja canción. 
Llewyn (Oscar Isaac) en Nueva York sin abrigo
  El lugar de la actuación es el Gasligh Cafe, un sótano oscuro, cavernoso y humeante en el que los músicos folk actuaban antes de pasar el sombrero. Si la película pretende ser la descripción de una época y un lugar (el Greenwich Village antes de Dylan) lo es filtrando la descripción a través de la experiencia de una persona muy singular. Llewyn Davis es demasiado independiente como para sentir que pertenece a ninguna escena o a ningún colectivo. El lugar y el momento son algunas aceras heladas de Nueva York, pasillos estrechos y sofás raídos, vagones de metro llenos de extraños que observan. Las relaciones de Llewyn con otros músicos son una serie de encontronazos no siempre agradables. Un viaje a Chicago en busca de una entrevista con el legendario propietario de la sala Gate of Horn se convierte en una travesía por el infierno con un viejo músico de Jazz heroinómano como guía. Este personaje, interpretado con generosas dosis de veneno verbal por John Goodman, se convertirá en una cristal distorsionado a través del que Llewyn contemplará una posibilidad de futuro: años de carreteras oscuras,  servicios de gasolineras  y restaurantes abiertos toda la noche, siempre en busca del siguiente garito en el que tocar por algunos dólares y unos cuantos aplausos, en un viaje sin fin.
Llewyn intenta amenizar el viaje a Chicago con su versión de Green, Green, Rocky Road

La historia de Llewyn es una serie una serie ininterrumpida de falsos inicios, un viaje en el que ningún desvío llega a ninguna parte, en el que la posibilidad del éxito se desvanece una y otra vez. Los hermanos Coen se han ido convirtiendo en especialistas en narraciones sin dirección, en la que los acontecimientos se suceden sin llegar a tomar forma, por muy complicada que parezca la trama (Vease: El gran Lebowski). En A propósito de Llewyn Davis la falta de progresión es algo más que una estrategia narrativa: es una condición existencial. Llewyn se mantiene en un estado de tránsito continuo, sin dirección fija, mientras va dejando atrás caminos sin recorrer: uno de ellos llevaría a Akron, Ohio; otro, sería la posibilidad desechada de formar un trio con otros dos cantantes para el poderoso manager Bud Grossman. El músico es increíblemente testarudo en su visión del arte: para él solamente consiste en una guitarra acústica y unas canciones escritas hace más de cien años por algún desconocido. El éxito pasa a su lado unas cuantas veces sin que él sea capaz de reconocerlo: renuncia a los royalties de la grabación  de una canción humorística compuesta por su amigo Jim. La película le hace recorrer un camino circular, en el que todo vuelve a estar igual que al principio, excepto que para entonces Bob Dylan ya ha llegado a Greenwich Village, y nada volverá a ser igual.
La portada del disco de Llewyn: no ha vendido mucho
  La película es un ejercicio delicado de equilibrio en el alambre: los Coen sostienen la narración sobre las peripecias inconexas de un personaje bastante poco ejemplar, que además tiene que convencernos de poseer en su interior la sensibilidad adecuada para dar vida a las canciones que interpreta. El papel de Llewyn Davis resultó casi imposible de adjudicar por sus especiales características, los cineastas estuvieron de suerte cuando se cruzaron con Oscar Isaac. Por un lado, logra convencernos de que tendría sitio en la escena folk que retrata la película, por otro hace que contemplemos con simpatía las peripecias de alguien que parece hacer todo lo posible por que le mandemos a la mierda. Carey Mulligan, en el papel de Jean, la chica folk de pelo planchado, aporta una sorprendente interpretación dual. En su vida cotidiana se mantiene en estado de ira continua, gritando y gesticulando sin control. Sobre el escenario, es una presencia dulce y sensible. Es el talento de la actriz el que hace que percibamos la ira bajo la dulzura de sus canciones y la sensibilidad bajo sus aspavientos de ira. Por su parte, Justin Timberlake interpreta a un tipo de músico muy diferente a él: Jim es un ingenuo y honesto artesano de la canción que persigue sobre todo gustar a las personas que le rodean.
Carey Mulligan y Justin Timberlake
A propósito de Llewyn Davis está a un trecho de ser prefecta: no alcanza las alturas de Barton Fink (1991) o Un hombre serio (2009), las cimas de la filmografía de los Coen en cuanto a estudios de carácter. Hay algunos deslices de tono, y algún momento de ironía corrosiva fuera de lugar. Pero añade un nuevo espacio en el mapa de ese país que los cineastas llevan cartografiando desde los inicios de su carrera. Las películas de los hermanos están definidas por sus escenarios antes que por sus personajes o por el género que configura la narración: pocos cineastas norteamericanos actuales tienen un sentido de lugar más definido que los Coen. Si Hollywood era una habitación de pensión en la que el papel pintado no paraba de despegarse; Dakota del Norte, una alfombra de nieve sobre la que avanzaban con dificultad mezquinos esquemas criminales; o Texas un desierto ámbar cuya monotonía se veía interrumpida por estallidos de violencia sin sentido; ahora tenemos otra etapa del  recorrida: una Nueva York invernal de viento helado, viejas canciones y oportunidades perdidas.