Es bastante frecuente que los directores de cine, incluso los más prestigiosos, rueden anuncios publicitarios entre un largometraje y otro. Pero no trates de reconocer la firma de tu autor favorito detrás de esa mágica demostración de eficacia en el lavado o aquella emocionante épica automovilística. Todos ellos se olvidan de su estética personal y aplican el Estilo Industrial Contemporáneo: la publicidad es el arte anónimo de nuestro tiempo, como lo fueron en su momento las catedrales o los poemas épicos, y, de la misma manera que esas grandes obras del pasado, sirve para establecer las jerarquías y los valores de nuestra época. Pero siempre hay alguna excepción. Existe un director que posee un estilo tan inconfundible que es casi imposible no reconocer su firma tras un anuncio para una compañía de seguros o en una desoladora exploración de la soledad existencial contemporánea. Se trata del sueco Roy Andersson.
Andersson se hizo conocido en el cine internacional con su película Canciones del segundo piso, del año 2000. Mucho antes de eso, ya era célebre en Suecia gracias a sus personalísimos trabajos publicitarios, en uno de esos extraños casos en los que el arte publicitario resulta compatible con la firma del creador. Lo curioso es que Andersson emplea exactamente el mismo estilo en ambas disciplinas, si bien con implicaciones completamente diferentes. Es un estilo de planos amplios y estáticos, que a menudo se extienden durante el desarrollo completo de una escena. Los decorados son artesanales y estilizados, con profundas perspectivas y colores apagados: verdes y azules desvaídos que tienden inevitablemente hacia el gris. La iluminación es plana y uniforme, una luz nórdica blanquecina y gélida con la que parece que todos los decorados, incluso los bares, las oficinas y las habitaciones de matrimonio, están cubiertos por una densa capa de nubes que nunca dejarán ver el sol. Los personajes son figuras que parecen trazadas por un caricaturista, generalmente hombres corpulentos de mediana edad envueltos en abrigos raídos que se mueven torpemente y cuya comicidad se debe a sus intentos por mantener una apariencia digna. Si se trata de un anuncio de seguros, todo esto es una oportunidad para desplegar el lema de la compañía (Tarde o temprano necesitarás un seguro) sugiriendo que después de todo, estos personajes viven en un mundo que les proporciona los productos y servicios necesarios para su supervivencia, si no para su felicidad. Si nos encontramos, en cambio, en alguna de las escenas de la trilogía de películas que ha cimentado su prestigio en los festivales de cine y las salas de versión original, sus criaturas se verán sobrecogidos por la angustia existencial, inciertos habitantes de un mundo que ya ha olvidado su razón de ser.
Como si fuera un ensayo para su prestigiosa trilogía, Andersson rodó en 1991 el cortometraje World of Glory, que se ha convertido por derecho propio en un pequeño clásico del cine europeo. El hombrecillo de mediana edad que protagoniza esta película es un típico representante de la clase media de la segunda mitad del siglo XX, un hombre que disfruta de un trabajo razonablemente importante (Es agente inmobiliario. Tienen derecho a existir, ¿no?), un matrimonio estable y fructífero, una vivienda amplia y elegante, un buen coche alemán. Es la clase de persona cuya vida asentada y libre de sobresaltos le conduce hacia la sospecha de que toda su existencia está trazada de antemano, incluso sus pasiones y sus preferencias. Eso desencadenará, de manera inevitable, la angustia. La película comienza con un guiño a uno de los métodos más repugnantemente sofisticados de asesinato masivo desarrollados por los nazis, quizá para sugerir que bajo ese conformismo de clase media en el que vive el protagonista se agazapaba en realidad una forma de fascismo.
Resulta curioso ver un cortometraje como World of Glory en pleno 2015, cuando las clases medias, con su vida predecible y su conformismo, han sido barridas por el huracán de la historia y todo el mundo tiene que tratar de salir adelante día tras día, sin ni siquiera permitirse soñar con algo parecido a la seguridad o la estabilidad. Andersson ha sido consciente de ese giro dela historia, y en sus siguientes largometrajes, los personajes deambulan perplejos ante un mundo cuyos pilares parecen haberse desmoronado, un mundo que se ha vuelto demasiado grande y demasiado rápido para unas criaturas conscientes de su insignificancia. Resulta tranquilizador, por tanto, saber que existe un mundo no demasiado alejado de ese, un mundo en el que estos mismos personajes se hallan redimidos por el capitalismo, y que antes de que la angustia les invada por completo, se cruzarán con una compañía de seguros, una crema antiarrugas o una ración de comida precocinada que restablecerá el necesario equilibrio del universo.