T.O: TOMBOY
DIR: CELINNE
SCIAMMA
INT: ZOÉ HERÁN, MALON LEVANNA; JEANNE DISSON
FRANCIA, 2012, 82'
La figura de la niña o adolescente de aspecto masculino que prefiere las diversiones más físicas propias de los chicos (jugar al fútbol, pelearse) antes que la delicadeza tradicionalmente femenina ha aparecido reflejada de diversas maneras en muchas manifestaciones culturales. El ejemplo más famoso puede que sea Jo March, la hiperactiva protagonista de Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott sobre las posibilidades y limitaciones del género femenino a mediados del siglo XIX. ¿Otro ejemplo? Scout Finch, la narradora y protagonista de Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, pelo corto y espíritu revoltoso. Estos personajes femeninos, que desafían lo que la sociedad espera del comportamiento de las chicas y nos obligan a cuestionar la codificación social de las diferencias naturales, se conocen en ingles como tomboys.
Tomboy, la segunda película de la joven cineasta francesa Celine Sciamma se llama así porque el término francés garçon manqué es bastante peyorativo: significa más o menos “chico al que le falta algo”. En español, el término marimacho tampoco es demasiado agradable, y a menudo se ha usado como insulto. Todo eso no es más que una muestra de la manera en que la sociedad juzga los comportamiento en función del género, incluso (o especialmente) los de los más pequeños. En Tomboy, navegar entre las diferenciaciones sociales mientras se descubre la propia naturaleza forma parte de la experiencia de autodescubrimiento de Laurie, una chica que se siente más en su piel haciéndose pasar por un muchacho llamado Mickäel.
Laure (Zoé Heran) es una niña de diez años cuyos padres acaban de mudarse a un nuevo piso en un suburbio de París. A Laure le gusta llevar el pelo corto y llevar camisetas y shorts, nada de vestidos. En cambio, su hermana pequeña Jeanne, de seis años, disfruta con los tonos rosados y a veces lleva un tutú. Es verano y la escuela aún no ha comenzado, y Laure recorre su barrio en busca de nuevos amigos. Se encuentra con Lisa, una niña de su edad, que le confunde con un chico. Como si a través de la mirada de Lisa hubiese encontrado su verdadera identidad, Laure le dice que se llama Mickäel. Hacerse pasar por chico puede ser divertido, aunque también tiene sus complicaciones. Laure/ Mickäel se introduce en un grupo de niños bulliciosos del barrio que se divierten jugando al fútbol y practicando todo tipo de desafíos físicos infantiles. Observándolos, aprende los gestos y las maneras de un chico: cómo escupir, por ejemplo. O cómo dar patadas al balón. Mientras tanto, Lisa, su nueva amiga, comienza a sentir algo por este nuevo chico tan especial. Esta película es un asunto de niños (y niñas), lo que quiere decir que los adultos, padres y demás, se quedan en un segundo plano, a veces incapaces de comprender lo que los niños se traen entre manos, con sus juegos privados y sus lenguajes secretos. El primer mérito de la directora, Celine Sciamma, es haber capturado con gran naturalidad ese mundo infantil que solamente tiene lugar cuando los ojos de los adultos no están delante. Los niños de Tomboy son juguetones, gritones, y desafiantes, algo que los jóvenes intérpretes transmiten con una sorprendente facilidad. Los juegos de niños de la película no son, sin embargo, nada inocentes: están cargados de significados sociales, como si estuvieran ensayando la dureza de la vida adulta, recogiendo y ensayando los modelos sociales que observan a su alrededor o en los medios de comunicación. Hay un tono de desafío físico constante, con el que los pequeños no dejan de poner a prueba continuamente su identidad y la de los demás.
El verano suele ser una estación ideal para desarrollar historias que traten sobre el descubrimiento de la identidad, y es casi un lugar común en los relatos sobre la pubertad. Las vacaciones pueden ser una etapa de autodescubrimiento, llena de sensaciones físicas provocadas por el calor del sol o el roce del agua sobre la piel, allá a lo lejos, casi en el horizonte, se encuentran las obligaciones sociales que representa el sistema educativo. Tomboy se desarrolla en un espacio a medio camino entre lo urbano y lo natural, con sus bloques de pisos de ladrillo a escasos metros de una zona de bosque ideal para que los chavales encuentren algún refugio. El orden rígido de la civilización no se encuentra, de esta manera, demasiado lejos de la naturaleza silvestre. El cuerpo humano se halla en algún lugar de esa tierra de nadie entre los dos ámbitos: entre las convenciones sociales y la naturaleza física. Quizá parte de nuestro fracaso a la hora de comprender el comportamiento de nuestra especie se deba a la imposibilidad de establecer una línea nítida que separe esos dos territorios: el entorno natural y las construcciones sociales. Tomboy narra la historia de una persona que se enfrenta a esas contradicciones y trata, como todos debemos de hacer en algún momento, de encontrar su forma de vivir con ellas.
BONUS TRACK: Cortometraje: Pauline, de Celine Sciamma (2010). Entre su primer largometraje y esta segunda película, Sciamma rodó este cortometraje, también una historia sobre el descubrimiento de la identidad sexual narrado en primera persona por una adolescente. Se trata de un monólogo protagonizado por la actriz Anaïs Demoustier que puede considerarse un ensayo sobre los temas que la directora abordaría en Tomboy. Es sencillo hasta caer casi en lo simple, pero su acercamiento espontáneo destaca también por su frescura.