Int: Noomi Rapace, Charlize Theron, Michael Fassbender, Idris Elba, Guy Pearce.
EEUU, 2012, 124'
La nueva película de Ridley
Scott, una revisitación del universo de Alien
(1979), es una oportunidad inmejorable para observar cómo ha
evolucionado en las últimas décadas el espectáculo Hollywoodiense. Alien, su primer gran éxito y una película que ha originado hasta la fecha
seis secuelas, era una ingeniosa película de terror modelo casas encantadas trasladada al
escenario de una nave espacial. Allí, un extraño depredador alienígena iba
dando buena cuenta de la tripulación. Su argumento era extraordinariamente
sencillo y su efectividad residía en la claridad de sus ideas visuales: el
contraste entre el hierro y la carne, las paredes metálicas de la nave Nostromo
y las vísceras humanas o extraterrestres que las salpicaban. El propio bicho,
siempre visto en semipenumbra, tenía un aspecto entre orgánico y metálico,
fruto de la imaginación del artista suizo H. R. Giger.
Vista tres décadas después de su
producción, Alien parece pertenecer a
otra era geológica en lo que a entretenimiento se refiere. La atención de
Ridley Scott a la materialidad de los decorados, a los que dedica largos planos
descriptivos de pasillos metálicos llenos de tuberías, o de cabinas de mandos con pantallas
parpadeantes hacen que pensemos estar viendo una película de Nuri Bilge Ceylan
o algún otro director de estética contemplativa. La película reserva la energía
para el enfrentamiento final, en el que los cortes de plano se suceden y las
luces azules parpadean violentamente mientras la cuenta atrás sigue en marcha.
Pero la modulación del énfasis (un comienzo sereno, casi inmóvil, como el ritmo
al que avanza una nave por un espacio infinito, seguido de alteraciones
rítmicas para señalar los momentos dramáticos) es un recurso que hace tiempo ha
desaparecido de la paleta hollywoodiense.
El Space Jockey es el punto de unión entre Prometheus y Alien |
Aliens (1986), dirigida por James Cameron, era un animal
completamente diferente. Su escenario no era ya una nave de carga, sino un
planeta entero. No había un solo Alien, sino toda una colonia. Y quienes se
enfrentaban a ellos no eran simples trabajadores, sino soldados especialmente
entrenados. Uno de los recursos de guión más originales de la película
original, que la sangre del Alien fuese un ácido y por tanto no pudiesen acabar
con él disparándole sin más, ya que destruiría la nave, queda anulada en esta
película. La manera de terminar con los bichos es echar mano de la artillería,
el campechano grupo de marines va armado con ametralladoras más grandes que
ellos, y la película se estructura como una serie de enfrentamientos rodados
frenéticamente, sin tiempo para detallar el cómo y el dónde. Eso ya era el cine
de acción al que estamos acostumbrados.
Desde entonces, Scott ha ido
adaptando su forma de hacer cine a los tiempos que corren. En estas tres
décadas, ha llegado al cenit del cine contemporáneo (Blade Runner (1982) aparece entre las cien mejores películas de
todos los tiempos en la última encuesta “oficial” de Sight & Sound) y a su
nadir (La teniente O’Neill (1997), Hannibal (2001), etcetera, etcetera…) Desde
que comenzó a trabajar con el montador Pietro Scalia a principios de la década
pasada, su forma de rodaje consiste en disparar todas las cámaras posibles para
cubrir la acción, a poder ser todas en movimiento, para que luego Scalia seleccione
pequeños fragmentos de cada una de ellas, componiendo escenas lo
suficientemente frenéticas, llenas de personajes que hablan a la vez o con un
manto denso de efectos de sonido. Sir Ridley ha tenido momentos bajos en su
carrera, pero desde hace unos cuantos lustros se mantiene sólidamente instalado
entre los directores de clase A, los que pilotan las producciones más
aparatosas de Hollywood.
La cosa va del origen de la humanidad. |
La evolución no afecta al
argumento, sino al universo en que se desarrolla la historia: cada vez mayor,
más detallado, más complicado. El punto de partida de Prometheus es una de las escenas más misteriosas de la primera
película, aquella en que la tripulación del Nostromo encontraba los restos de
un misterioso ser fosilizado, que
quizá había pilotado la nave abandonada en que encontraban al alien. Era un
apunte sobre el origen de la criatura, que no explicaba nada pero que señalaba
hacia los misterios que quedaban fuera de la narración. Pronto se le conoció como
el Space Jockey: los fans de la película especulaban sobre su origen. Ahora,
ese misteriosos ser fosilizado tiene detrás toda una mitología: es un
“ingeniero”, miembro de una raza de humanoides extraterrestres que son responsables,
al parecer, de la creación de la humanidad, y que por alguna razón estaban
pensando en destruirla.
Una nueva heroina, cientifica y religiosa. |
Todo esto lleva la huella del
guionista y coproductor Damon Lidelof, el tipo que ha escrito más capítulos de
la serie Lost: una muestra más del
influjo que las creaciones de J.J. Abrams están teniendo en el cine
contemporáneo. Como sus ficciones televisivas, Prometheus está llena de
verborrea, giros argumentales pseudosorprendentes, montones de referencias a la
cultura popular y un aire trascendental que acaba diluyéndose en la nada. Pero
también el pulso narrativo y el placer de contar una historia que caracteriza
lo mejor de la ficción de género. La influencia de la ficción televisiva, su
dependencia de la palabra respecto a lo visual, es notable: Si en las dos
primeras películas de la serie los personajes únicamente estaban definidos por
sus labores profesionales, sin que los llegáramos a conocer demasiado
personalmente, ahora cada uno de ellos viene con sus traumas, sus complejos y
sus manía incorporados. Hasta el robot tiene conflictos de personalidad.
Weiland Industries presenta su nuevo producto: el robot David 8.
Precisamente el androide David 8
que interpreta Michael Fassbender es el personaje más memorable de la nueva película:
en un nuevo tour de force interpretativo para el actor británico, consigue
situarnos plenamente en el valle de la inquietud, esa extraña tierra de nadie
para los sentidos en los que una
criatura artificial se acerca casi por completo a lo humano sin serlo. Charlize
Theron y Noomi Rapace comparten el rol de hembra alfa en esta nueva entrega:
Theron, dura y angular, parece un
robot y nos hace sospechar se sus intenciones, mientras que Rapace, más suave y
emocional, profundamente religiosa, sostiene el peso de la aventura, algo
extraño para una saga que destacó por el protagonismo de la mujer fuerte y
resolutiva que interpretó Sigourney Weaver.
Por lo demás esta película sufre
una de las incoherencias más divertidas de la tendencia actual de las “precuelas”:
aunque se desarrolla en teoría antes que los acontecimientos que se narran en
el primer Alien, la tecnología que se
muestra en ella es mucho más avanzada, y su diseño mucho más moderno, como si
los cineastas estuviesen sugiriendo, sin quererlo, un futuro involutivo.
Excepto la ropa interior de Noomi Rapace, que es claramente mucho más primitiva
que la de Sigoureney Weaver.