La autopsia de Salvador Allende es una metáfora de Chile en Post Mortem |
El pasado 8 de febrero se ha estrenado en España No, la nueva cinta de Pablo Larrain. Se trata de la cuarta película del cineasta chileno, que ha recibido un reconocimiento internacional creciente con cada una de sus sucesivas películas. Su nueva cinta se ha convertido en la primera película chilena nominada al oscar a la mejor película extranjera. No se centra en el referéndum convocado en 1988 por Augusto Pinochet para decidir su continuidad en el poder; concretamente, en la campaña publicitaria organizada por los partidarios del fin de la dictadura, representados por un joven publicista interpretado por el mexicano Gael García Bernal. Esta película cierra una trilogía centrada en la etapa pinochetista, una trilogía en la que la historia y sus consecuencias sobre los individuos se abordan de maneras completamente diferentes. Tony Manero, la cinta inaugural de la serie, se ambienta en el año 1978, en mitad del mandato de Pinochet. Post-mortem nos lleva a 1973, los momentos anteriores y posteriores al golpe que terminó con el gobierno y la vida de Salvador Allende. Y en No, el cineasta analiza el final del periodo pinochetista. “Crecí en medio de una dictadura, y cuando ya era un poco mayor, comencé a entender lo que ocurrió aquí. Pero esos días permanecían como una caja cerrada, que es imposible de abrir. Lo más absurdo es que cuanto más excavaba en esa época, más me alejaba de ella. Siento que hay algo absolutamente inexplicable sobre eso, y por alguna razón quiero acercarme a eso. Es arqueología”
Tony Manero apareció por sorpresa en la quincena de realizadores
del festival de Cannes de 2008. Su
protagonista, Raúl Peralta, interpretado por Alfredo Castro, es un
hombre de mediana edad obsesionado por el protagonista de Fiebre del sábado noche, una película que ve una y otra vez en un
cine local. Sueña con ganar un concurso de imitadores de Travolta organizado
por un canal de televisión. Para ello, practica sus bailes en un decrépito
local que intenta convertir en un bar-espectáculo, ayudado por un grupo de
mujeres que le tratan con una extraña devoción, extraña sobre todo porque el
comportamiento del personaje es completamente alienado: se trata de un ser que
vive en un fantástico mundo interior de música disco. Para mantener su ilusión
no duda en recurrir a la violencia, para lo que se ve ayudado por la policía
del régimen, demasiado ocupada persiguiendo a sospechosos ideológicos para
preocuparse por un insignificante asesino. “Bueno,
la idea fue bastante simple. Surgió a través de esta fotografía que vi, de un
fotógrafo neoyorquino, una imagen de un hombre de unos cincuenta, sentado en un
sofá y mirando por la ventana. Compré el libro en España y cuando volví a Chile
llamé al actor Alfredo Castro y le pregunté si le gustaría hacer una película a
partir de aquella foto. Me preguntó que veía. Y le dije, no se porqué, pero veo
a un asesino al que le gusta bailar. Después de eso construimos la idea de
alguien que sigue un icono, y entonces llegamos a Fiebre del sábado noche, nos
dimos cuenta que se estrenó en 1978, así que teníamos un contexto político”
Rodada cámara al hombro en
decorados naturales, principalmente algunas zonas de Santiago de Chile que no
han cambiado demasiado desde los años setenta, Tony Manero tiene todas las trazas del cine realista y
observacional, con un toque feísta y miserabilista. Claro que las formas del
realismo contrastan con la historia que se nos está contando, al menos cuando
nos paramos a pensar en la lógica de la narración. Raúl regenta un decrépito
bar cuya mera existencia es improbable, no digamos ya que consiga atraer algún
cliente. Es tratado como un líder carismático por el resto de personajes a
pesar de cu completa alienación, eso sin contar el hecho de que su aspecto y
comportamiento son francamente desagradables. Más aún, todas las mujeres que le
rodean, jóvenes y viejas, se le ofrecen sexualmente, lo que es más sorprendente
aún si tenemos en cuenta que Raúl es impotente, algo que el director nos
detalla en unas cuantas escenas sexuales adecuadamente repugnantes. Ello, sin
embargo no hace disminuir su interés para ellas. Para terminar de redondear el
surrealismo, sus actividades criminales se desarrollan en la total impunidad, una
impunidad propiciada por el propio régimen: “La
policía va a por al gente que piensa diferente en vez de en vez de ir a por el
tipo que mata gente. Básicamente, es una confusión. Para nosotros, es el
sinsentido de todo. Las cosas no tiene ningún sentido y al mismo tiempo son
extremas.”
Un criminal en la pista de baile |
Con una narrativa surrealista
imbuida en una estética realista (ambientes ruinosos, cuerpos demacrados) Tony Manero se inscribe en el terreno
de la alegoría política. Como un hombre enajenado en una fantasía en la que, de
manera incomprensible, consigue implicar a quienes le rodean, Raúl Peralta se
nos presenta como un símbolo de Pinochet, un dirigente cuyas pretensiones de magnificencia
y decoro se denuncian como una fantasía sostenida mediante la violencia en un
mundo dominado por la fealdad y el sinsentido. “¿Sabía usted que Pinochet tiene
los ojos azules?” le pregunta a Raúl una anciana a la que éste ha defendido de
unos maleantes. La señora contempla en su casa con admiración una intervención
de Pinochet en la televisión nacional, quizá la misma admiración que siente
ante la caballerosidad de Raúl. Poco después, éste la estrangula para robarle
alguna baratija. Si el extraño atractivo y la violencia unen al personaje y al
dictador, también se ven emparejados por habitar un mundo de fantasía importado
de Estados Unidos.
Raul sueña con un mundo de música disco.
“La intención es construir una atmósfera tan extrema que tú, como espectador, no hayas estado nunca antes en ese lugar, y pienses ¿Qué es esto? ¿Qué está haciendo este tío? ¿Quién es esa gente? No es solo la historia, es la atmósfera, algo que se mete dentro de ti a través de la piel más que a través de tu cerebro” Esa atmósfera se consigue gracias a la manera en que se mueven los personajes, a las posturas que adoptan sus cuerpos, la incomodidad que reflejan a menudo o la manera que tienen de aceptar con naturalidad situaciones que, mediante la distancia que el director mantiene con sus personajes, se nos revelan como extrañas. La reacción cotidiana de temor ante el ruido de sirenas en la calle, la inquietud ante un silbido lejano que puede o no estar dirigido a ellos hace que los personajes de este mundo vivan de una manera normal y cotidiana el sinsentido y el absurdo, lo que es a la vez terrorífico y ridículo. Esa sensación de extrañeza cotidiana viene reforzada por la dilatación temporal de las secuencias y el recurso al feísmo estético, que señala al agudo contraste entre las fantasías del personaje y la realidad en la que vive. “Él no cambia. Ahí es donde está el error. Es un montón de errores uno tras otro. Piensa que esa historia de héroe de la clase obrera puede ser una posibilidad para él. Olvida que es treinta años más viejo, que no se parece ni baila como John Travolta, y, lo más importante de todo, que está en Chile en mitad de una violenta y destructiva dictadura, en lugar de un país capitalista como los Estados Unidos. Cuando coges algo que es extranjero y lo injertas en tu cultura, hay un momento en el que nada parece ser correcto.”
La fascinación por el extranjero
como modo de huida ante un entorno social decepcionante también aparece en la
siguiente película de Larrain, Post Mortem, de 2010. Mario Cornejo (de nuevo Alfredo
Castro) es un funcionario que se siente fascinado por el exotismo de su vecina
Nancy, una bailarina de cabaret. Para él, Nancy representa algo nuevo, la parte
del país que aspira a convertirse en el primer mundo, importando
electrodomésticos y nuevas maneras sociales. Su obsesión por ella es una manera
para que este hombre pueda evadirse de su poco alentadora vida cotidiana en el
chile de 1973, un país recorrido por inciertas convulsiones políticas, y de su
trabajo como administrativo en un depósito de cadáveres. “Leí
la autopsia oficial de Salvador Allende, y encontré que era la autopsia de
Chile. Es un documento muy extraño, porque describe la manera en que vestía-que
es la manera en que la mayoría de la gente vestía en aquella época-las cosas
que tenía en los bolsillos, las etiquetas de la ropa, la forma de su hígado, la
comida que tenía en el estómago, además de típicos detalles médicos como su
grupo sanguíneo. Y vi que estaba firmada por tres personas: dos de ellos eran
médicos conocidos, y luego estaba ese tercer tipo: Mario Cornejo. Y nos
preguntamos ¿Quién cojones es Mario Cornejo? Así que empezamos a investigar, y
descubrimos que ya había muerto, que había sido un oficinista menor, y que su
hijo, que también se llama Mario Cornejo, hacía el mismo trabajo que hizo su
padre. Cuando conocí a su hijo, tenía más o menos la misma edad que tenía su
padre cuando todo esto ocurrió. Sale en la película, como uno de sus ayudantes.
Nos describió como actuaba el auténtico Mario Cornejo, así que usamos unos
cuantos detalles sobre la manera en que hablaba, la manera en que veía la
situación. Su padre nunca, nunca, dijo nada en su vida sobre el asunto de
Allende, así que era un gran misterio para él y tenía muchas teorías sobre
eso.”
Mario se siente fascinado por el exotismo de su vecina Nancy |
Mario Cornejo es la persona que
pretende mantenerse al margen de la política, la persona normal que no dedica
demasiados pensamientos a lo que ocurre alrededor suyo, experimentando los
momentos históricos como algo que no le concierne. Larrain nos muestra que esa forma de pretender mantener la
normalidad es una fantasía, y para conseguirla hace falta un elaborado
ejercicio de autoengaño. Por ello, la obsesión de Mario por Nancy terminará
disolviéndose en la nada, como corresponde a una elaborada fantasía escapista.
En Post Mortem, la única manera de
evadir la realidad social es el delirio, voluntario o no. “Mucha gente dice que este personaje es excéntrico, raro, lo que sea,
pero yo creo que eso es algo que pasa cuando miras a cualquiera con
detenimiento, ¿sabes? También es típico de la clase media baja de principios de
los setenta. Es tímido. No es muy inteligente. Probablemente comenzó siendo una
persona normal y se fue convirtiendo en alguien singular después de su soledad.
Pero lleva este país sobre sus hombros, y para mí es un símbolo de la
situación.” Mario Cornejo lleva su condición de funcionario con una
combinación de orgullo y vergüenza. A veces la exhibe como una muestra de
estatus social, otras veces la esconde como si quisiera ocultar el vacío y la
falta de horizontes de su vida. Es el producto de una movilidad social
ascendente, algo que se nota en su forma de vestir, en su manera de hablar.
Intenta ser correcto, tanto en una cosa como en la otra, de una manera tan
consciente que acaba actuando de
una manera extraña y desconcertante; el resultado de ello es la soledad y el refugio
en la fantasía.
En cuanto a la puesta en escena, Pablo Larrain adopta un estilo muy
diferente al de su anterior película. La cámara se mantiene más estable, los
encuadres está compuestos de una manera elaborada. El formato de pantalla panorámico
contrasta con las figuras aisladas que aparecen en el plano, a menudo filmadas
a través de puertas, ventanas o objetos que impiden la visión completa. El
resultado es contradictoriamente claustrofóbico: la horizontalidad de la
pantalla parece sugerir la
posibilidad de un mundo de espacios amplios y abiertos; por el contrario, el
espacio se nos presenta de manera fragmentada, incompleta, a menudo solamente
contemplamos los escasos metros cuadrados que rodean al protagonista mientras
el resto del mundo impone su presencia mediante sonidos fuera de campo o formas
desenfocadas.
Así filma Larrain el golpe de
estado de Pinochet: Mario Cornejo está en la ducha, lo contemplamos desde la
ventana del cuarto de baño. Ruidos de vehículos, gritos, golpes: parecen
proceder de la casa de Nancy, cuya familia es de tendencia izquierdista.
Mientras eso ocurre, Mario sigue frotándose el pelo, procurando no asomar la
cabeza por la ventana. No puede reprimir la curiosidad, sin embargo, cuando oye
pasar los helicópteros: la señal inequívoca de que lo que está ocurriendo es
más amplio que un problema de sus vecinos. Pero cuando salga de la ducha y los
ruidos hayan terminado, su preocupación principal será encontrar a Nancy,
seguir viviendo su imaginaria historia de amor. Las calles de Santiago están
desoladas, un paisaje sin personas lleno de cristales y restos de automóviles.
En el cabaret donde trabaja Nancy no hay nadie, así que Mario se dirige a su
trabajo en el depósito de cadáveres. La actividad allí es inusual: hay cuerpos
en amontonados en los pasillos, hombres armados vigilando. Un militar convoca
al personal y les avisa de la enorme cantidad de trabajo que se avecina: “Se ha declarado un estado de guerra, y en
una guerra hay bajas”. Pronto, Mario será
convocado para su pequeña aparición en la Historia, en la escena que preside la
película: tendrá que encargarse de mecanografiar la autopsia de Salvador
Allende. “Al convertirlo en un funcionario,
creamos a alguien que estaba a una cierta distancia de los cadáveres. Él es la
cámara, un punto de vista. Y entonces, la extrañeza inherente de la situación,
el absurdo de la violencia, de casi todas las cosas que ocurrieron durante los
primeros días del golpe. Creo que es importante porque así es como vemos la
situación. Nuestro punto de vista es su comportamiento, y creo que nos hemos
acercado bastante.”
En Post Mortem, el golpe de estado ocurre fuera de campo |
Como si ningún acontecimiento histórico pudiese alterar el reducido mundo de su protagonista, |
Ruidos y voces escuchados desde el cuarto de baño, |
que terminan en un extraño silencio. |
Post Mortem es una película que cuestiona la posibilidad de la indiferencia ante una masacre
A la hora de la verdad, Mario no
puede cumplir ni siquiera con sus modestas funciones: su lentitud a la hora de
mecanografiar obliga a que sea sustituido por un soldado, siendo reducido a una
presencia irrelevante en el momento más importante de su existencia. Es una
muestra de la ironía con la que Larrain enfoca el drama, poniendo en evidencia el
componente absurdo de todas las situaciones. Pero el sentido del humos en estas
películas no resulta evidente de manera inmediata: son demasiado ásperas,
tratan de situaciones en las que las consecuencias de la violencia son inequívocamente reales. Solo
cuando uno piensa en ellas después sale a la luz todo el teatro del absurdo que
el director chileno ha puesto en escena. En el caso de Mario Cornejo, se trata
del absurdo inherente en alguien que trata de vivir una vida normal en un
entorno en que esa posibilidad no existe: el resultado de su empeño es una
grotesca fantasía, y con su indiferencia por la realidad se convierte en
alguien que indirectamente apoya el golpe de estado.
Cada una de las películas de esta
involuntaria trilogía se va acercando cada vez más a la historia real. Si en Tony Manero la historia se transformaba
en una alegoría sobre un psicópata miserable, en Post Mortem se
contemplaba a través de los ojos de alguien que se encuentra en los márgenes de
los hechos, tanto física como mentalmente. En No, nos acercamos a la historia desde el punto de vista de algunas
personas que participaron activamente en ella. Gael García Bernal es René Saavedra,
el publicista que diseñó la campaña contraria a la permanencia en el poder de
Pinochet. Además, por primera vez Larrain se acerca a hechos de los que tiene recuerdos
personales: el director tenía doce años cuando el referéndum se convocó en 1988.
“Fue tan inolvidable. Está impreso en mi
cuerpo, y creo que en el de todo el mundo en Chile. Cuando los anuncios estaban
en antena, era como lo que ocurre hoy cuando la selección de Chile juega en la Copa del Mundo: no
había nadie en las calles y todo el mundo estaba viendo la televisión. Era
sorprendente, porque había muchas personas que no podían expresarse libremente
durante tantos años, si lo hacían podían ser exiliadas o torturadas, incluso
asesinadas. Pero, de repente, durante quince minutos al día, tenían la
oportunidad de hablar al pueblo. ¿Y qué era lo que podían decir? Yo recuero
eso: aparecieron con aquella energía positiva, con aquella combinación de mensaje
político y herramientas publicitarias, y era fresco. Y la canción. Nunca me
olvidaré de aquella canción. Podría cantarla completamente, y no por haber
hecho la película, sino desde aquellos días. Y creo que todo el mundo podría.”