DIR: QUENTIN TARANTINO
INT:JAMIE FOXX, LEONARDO DI CAPRIO, CHRISTOPH WALTZ, SAMUEL L. JACKSON, KERRY WASHINGTON
EEUU, 2012, 165'
Ningún cineasta ha capturado la imaginación cinéfila en las
tres últimas décadas como Quentin Tarantino. Surgió como una revelación del
festival de Sundance, el lugar del que todo el mundo comenzaba a hablar como el
semillero del talento más innovador del cine estadounidense. Era el año 1991, y
la película, Reservoir Dogs, cine
negro barato con un reparto de actores de carácter que sorprendió con unos
diálogos ingeniosos y obscenos, además de una violencia extrema rodada con mirada irónica. Se comenzó a forjar la leyenda de Tarantino:
se hablaba de las puertas cerradas del cine de Sundance en que se presentó su
ópera prima para evitar la estampida del público ante las escenas más brutales;
de su pasado como dependiente de videoclub, fagocitando todo el cine que había
en las estanterías del establecimiento. Su siguiente película, Pulp Fiction se convertiría en el título
que definiría a una generación de aficionados, sus personajes y sus situaciones
llegarían a alcanzar una ubicuidad que solo está destinada a los verdaderos
iconos de la cultura popular.
Hacia
finales de los años 90 todo Hollywood, dependiente o independiente, estaba
rodando películas con asesinos de poca monta que discuten de banalidades antes
de darle al gatillo, con abundancia de masacres chistosas. El patrón
tarantiniano estaba a punto de convertirse en su propia parodia por mera
repetición. Entonces, el director dio un giro a su estilo con las dos entregas
de Kill Bill: exploró los archivos del cine de género modelo exploitation que hasta entonces se
encontraba en la parte oculta de la memoria cinematográfica (espagueti western,
kung fu, blacksploitation, slasher, etc y más etc) para trocear sus hallazgos,
remezclarlos y servirlos, como si fueran cócteles o como si Tarantino fuese un
dj que consiguiese sus éxitos sampleando viejos temas olvidados, con saltos de
estilo, tono y género a veces en la misma escena. Los entendidos comenzaron a
jugar a detectar las referencias, y las había en todas partes: en la música, en
las imágenes, en el atrezzo. Pero esas películas no eran simplemente un
ejercicio de estilo posmoderno, sino que se sostenían en sí mismas como espectáculo,
aunque para ello Tarantino había renunciado al tono de ironía nihilista que
cruzaba los destinos de sus anteriores personajes para proponer una narración
motivada por un impulso tan simple como la venganza.
Si
todo arte es en cierta medida autobiográfico, comenzaba a quedar claro que las
experiencias más importantes de Quentin Tarantino habían sido vividas frente al
rectángulo de una pantalla. La mayor parte de la cinefilia del director de
Tennesse tiene como objeto películas producidas durante la década de los
setenta, una década que el nacido en Knoxville comenzó con siete años y terminó
con diecisiete, es decir, su etapa
formativa como espectador. Si sus películas de los años noventa rememoraban el
estilo del cine negro con fotografía realista, tono directo y ambientación destartalada;
su cine del nuevo milenio se desarrollaba en un terreno más fantástico, salido
de las mitologías del western o del cine de artes marciales, en los que los
personajes no respetan las leyes de la física ni los argumentos siguen las
reglas de la dramaturgia. Los setenta fueron un década confusa, dominada por la
paranoia y diversas formas de violencia política, que se reflejó de diversas
maneras en la cultura popular del momento. Sea de manera consciente o de forma
inadvertida, las últimas películas del cineasta norteamericano no pueden
esquivar esas resonancias.
Jamie Foxx demuestra sus aptitudes como héroe icónico |
Estamos
en algún lugar de Texas, dos años antes de la guerra civil. Django (Jamie Foxx)
es “el sexto esclavo encadenado en una
cadena de siete”, hasta que aparece King Schultz (Christoph Waltz), su
interesado libertador. Con el mismo gesto con que se despoja de sus cadenas
Django reclama el primer plano, pasando de figuración a héroe en un solo instante.
Schultz es un alemán que se hace pasar por dentista, pero en realidad es un
cazador de recompensas: algo parecido a un tratante de esclavos, le explica a
Django, sólo que comercia con cadáveres, no con personas vivas. Necesita la
ayuda de Django para encontrar a los malvados hermanos Brittle, a quienes se
busca vivos o preferiblemente muertos. La asociación funciona, y Schultz le
ofrece a Django seguir con su trabajo en equipo. El antiguo esclavo confiesa
que podría acostumbrarse a matar blancos por dinero. Su colaboración respeta la
formula de las películas de compañeros improbables: el alemán es una especie de
cómico deslenguado con cierta propensión a la teatralidad, mientras que Django
es el héroe con no demasiada afición a las palabras y que cuida sus movimientos
consciente de que cada una de sus imágenes puede aparecer en la marquesina de
algún cine. Schultz hace de mentor de Django y lo convierte en un gran pistolero,
sus enseñanzas incluyen matar a un hombre delante de su propio hijo. “Este es un mundo sucio y si quieres
desenvolverte en él tienes que ensuciarte tú también” , le dice; Django
aprende la lección. Después, decidirán rescatar a la mujer de Django, Broomhilda,
que ha sido vendida al cruel Calvin Candie (Leonardo Di Caprio)
Si
como Dj Tarantino es ecléctico y le gustan los cambios bruscos (de la música
sinfónica al country y de ahí al rap), como cineasta somete a sus personajes a
continuos cambios de tono: hay escenas que bordean la parodia (esa banda de
linchadores con problemas de visión por culpa de los trapos que se han puesto
en la cabeza, puro delirio chanante) hay otras que se acercan al videoclip
soñado por algún rapero (Jamie Foxx repartiendo disparos mientras suena Tupac
sampleado con James Brown) El cine de Corbucci aparece citado constantemente,
por supuesto, aunque la mayor influencia en cuanto al estilo sea el empleo del
zoom ultrarrápido tan característico de la época. Tarantino es capaz de
modernizar viejos recursos cinematográficos, pero es consciente que sus rasgos
más distintivos como cineasta son los diálogos envolventes, la creación de
atmósferas mediante la banda sonora y la combinación de elementos visuales
anacrónicos. Aun así, a pesar de la mezcla de elementos tan diferentes, el
resultado no se parece a nada que hayas visto antes, excepto a otra película de
Tarantino.
Disparos, James Brown y Tupac: Jamie Foxx nunca habría soñado un videoclip así para su carrera de rapero
Durante
la última década, sus películas han recorrido un camino que las ha
llevado de un universo más abstracto a uno cada vez más concreto. Si Kill Bill se desarrollaba en un mundo
poblado por samurais y yakuzas con escaso parecido a la realidad, Malditos bastardos estaba ambientada en
un momento histórico concreto, la segunda guerra mundial, aunque filtrada por
las representaciones de la misma que había hecho el cine bélico europeo de
tercera fila. Los nazis aparecían como los malvados de repertorio por
excelencia del cine de género más que como figuras históricas concretas. Cuando
se le reprochaba la extrema violencia de la película, Tarantino contestó que
quien se podía quejar por que hubiera sido demasiado cruel con los nazis. Malditos Bastardos era una lucha contra
un enemigo exterior irredimible, hubo quien la comparó a la "guerra contra el
terror" en que se había embarcado la administración estadounidense durante la
pasada década. Por el contrario, Django
desencadenado ocurre más cerca de casa, en una América dividida, un país
que se acerca a una guerra civil y en el que el héroe se enfrenta a un enemigo
interno. La frase más repetida de la película se produce cuando Calvin Candie
se sorprende al ver como Django no pestañea mientras contempla como un esclavo
es despedazado por sus perros, al contrario que su compañero alemán. “Él no es de aquí. No está tan acostumbrado a
los americanos como yo”, le responde Django.
Christoph Waltz repite con Tarantino después de ser la revelación de Malditos Bastardos |
El
territorio que recorren los protagonistas está lleno de una mezcla absurda de
elegancia aristocrática sureña y violencia grotesca: un exquisito club de
caballeros en cuyo elegante salón los esclavos pelean a muerte como
entretenimiento; la elegancia de las mansiones de estilo neoclásico junto a las
cuales se abren pozos donde se arroja a los esclavos que intentan huir. Este
panorama es un desafío para Django, un héroe que sigue la senda individualista
y solitaria de sus antecesores: no se trata de enfrentarse a un villano
concreto, sino a todo un orden social que posibilita su existencia. Para nuestro héroe, esto significa una
ambivalencia entre la actitud puramente individual que le pide rescatar a su
mujer y huir al norte, y el hecho de representar, lo quiera o no, las
esperanzas de libertad de todo un colectivo. Django no llegará a resolver esa
contradicción, y la película se limita a reflejarla con cierta ambivalencia.
La
supervivencia en su difícil misión obliga a Django y Schultz a utilizar la
astucia y adoptar nuevas personalidades. Para acercarse a Calvin Candie
fingirán estar interesados en la compra de alguno de sus “mandingos” (esclavos
a los que se les obliga a pelear, de los que no existen evidencias históricas y
que Tarantino ha sacado de la película del mismo título de 1975). Django se
hace pasar por un tratante de esclavos, alguien que está por encima de sus
compañeros de raza. Si su estratagema le obliga a adoptar a veces un
comportamiento abiertamente racista, los límites de su planteamiento de héroe
individualista quedarán establecidos cuando aparezca Stephen (Samuel L.
Jackson), el capataz negro de Candie, que disfruta de una posición que le
permite familiaridades con los blancos a costa de una inusitada crueldad con
los de su raza. Es un negro racista, que ha buscado su lugar en la escalera
social de la esclavitud adaptándose a la situación sin pensar en sus
implicaciones. Jackson lo interpreta con una mezcla de violencia y temor en la
mirada que revela que el personaje vive aterrorizado por el mundo que le rodea.
En él, Django encuentra a su verdadero antagonista: cada uno de los dos
representa dos formas de sobrevivir a la violencia mediante la violencia.
Samuel L. Jackson es Stepehen, un negro que le hace el trabajo sucio al dueño de la plantación.
En ese enfrentamiento, Tarantino
está a punto de afrontar las limitaciones del héroe solitario a la hora de
enfrentarse a un problema que supera el alcance de lo individual, aunque como
era de esperar no llega a hacerlo, y se limita a resolver las cosas mediante un tiroteo sincopado
y una explosión de dinamita, a ritmo de funky o de rap. Algo que pone de manifiesto también los límites de la
dramaturgia del director, a menudo atrapada en su espectacular laberinto de
ficciones. Pero aunque la motivación para hacer una película ambientada en la
época de la esclavitud fuese el hecho de que a Tarantino le pareciese lo más
apropiado para un western despiadado al estilo Corbucci, esta película acaba
reflejando un malestar cultural: un país dividido, unos enemigos que no están
fuera de la civilización (como los indios, los nazis o Bin Laden) sino que son la civilización y un héroe que en
alguna parte del recorrido debe enfrentarse, aunque sea en la pausa entre dos
canciones o el silencio entre dos disparos, a los límites y las posibilidades
de la condición de vengador solitario.
Con
su nueva película, Tarantino ha superado el éxito de su anterior cinta,
Malditos Bastardos, algo que no todo el mundo esperaba. Eso hace que se queden
en nada los rumores sobre un rodaje conflictivo, en el que montones de actores
abandonaron el set y la relación con Di Caprio no fue precisamente fluida.
Ahora, con este descomunal éxito universal, Tarantino queda colocado en una
posición única en el panorama cinematográfico: no es solamente un autor de
éxito, se ha convertido en el primer autor que es además una franquicia.