jueves, 10 de enero de 2013

The Master

 

T.O: THE MASTER

DIR: PAUL THOMAS ANDERSON
INT: JOAQUIN PHOENIX, PHILIP SEYMOUR HOFFMAN, AMY ADAMS
EEUU, 2012, 144'
Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un marino a la deriva. Incapaz de incorporarse a la vida civil después de la segunda guerra mundial, sufriendo estrés postraumático, contesta a las preguntas sobre su vida de los psiquiatras del hospital militar desconfiando de sus palabras. No hay respuestas correctas, le dicen, él sospecha que si las hay, aunque no sepa cuales son. Su actitud es una especie de agresividad defensiva. Con su risa nerviosa, el labio superior volcado hacia arriba en una especie de sonrisa sardónica, los músculos alerta y en tensión, esperando que cualquier enfrentamiento reconvierta en un altercado físico, y la mirada desviada, se mantiene constantemente entre el estupor alcohólico y la neblina de la resaca. Vagabundea por varios trabajos en la floreciente economía de posguerra, en ninguno de ellos logra mantenerse demasiado. Como fotógrafo en unos grandes almacenes demuestra lo lejos que se encuentra de la clase media y la sociedad de consumo que despegaba en los Estados Unidos. Prueba suerte como jornalero en unos campos de verduras, pero tiene que acabar huyendo después de envenenar a uno de sus compañeros con una de sus extrañas mezclas de alcohol casero, elaboradas con cualquier producto químico que encuentre a mano, desde combustible de misiles hasta disolvente de pintura. Su único impulso en todo ello parece ser sexual: quiere follar. En cualquier lugar, en cualquier momento, la urgencia sexual es el único motor de su vida. Sus sucesivos intentos con varias mujeres casi resultan cómicos entre la torpeza y la franqueza animal.  


            Anderson y Phoenix basaron su creación de Quell en dos documentales: Let There Be Ligh, de 1945, en el que John Huston explora los hospitales psiquiátricos en los que se trataba a los soldados que volvían del frente después de la guerra (Un encargo del gobierno de Estados Unidos, este documental se mantuvo oculto hasta finales de los años setenta por su impacto emocional); y On the Bowery, de 1965, en el que Lionel Rogospin retrata la población alcohólica de ese barrio neoyorkino, incluyendo unos cuantos casos de antiguos soldados golpeados por el trauma. Quell es un desecho humano, un amasijo de nervios e instintos en perpetua trayectoria descendente, que provoca una mezcla de compasión y temor en quienes le rodean. Su andar sin rumbo se refleja en unos movimientos descoordinados, en una total ausencia de dirección corporal. Su voz se desliza a menudo hacia el murmullo ininteligible; sus frases suelen quedan interrumpidas por risas o por un súbito silencio. Un día de 1950, quizá sintiendo nostalgia del mar, quizá huyendo del suelo firme bajo sus pies, se cuela en un yate en el que se celebra una boda. Al día siguiente, conoce al hombre que dice estar al mando: Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), quien se presenta como “escritor, médico, físico nuclear y teórico de la filosofía. Pero sobre todo, soy un hombre, un hombre desesperadamente inquisitivo, como tú”

            Lancaster Dodd es una figura carismática, un líder religioso cuyo culto, La Causa, habla de viajes en el tiempo, vidas pasadas y curas para el cáncer. Sostiene que es capaz de lograr que sus seguidores alcancen la perfección humana, que identifica con estado de pureza primitiva. Logra todo eso mediante su presencia y el uso expresivo de su voz, mediante el empleo de la retórica y la persuasión. Es una figura que busca estar en control de su expresividad. Se mueve de manera firme y serena, habla como si sus palabras fuesen a ser recogidas y fijadas para el futuro, de hecho dedica bastante tiempo a grabar su propia voz. Su encuentro con el antiguo marino es tan improbable como providencial. Al fin y al cabo, un sujeto tan perdido como éste puede ser ideal para poner de manifiesto las supuestas virtudes de su doctrina. O quizá se trate de que todo líder necesita un acólito, alguien que dependa completamente de él,  para demostrarse a si mismo su capacidad de dominio. En todo caso, Dodd acoge a Quell como “protegido y conejillo de indias”, en sus propias palabras.


P.T Anderson montó estos clips promocionales de la película con escenas no utilizadas en el montaje final.
El master  del título (que como viene siendo habitual, no se ha traducido en España) es una palabra bastante polisémica. Puede ser un maestro, el dueño de un perro,  el amo de un criado o un esclavo. Algo de todas esas relaciones hay en el vínculo que se establece entre los dos personajes. Como maestro, Dodd intenta que su discípulo recupere el camino correcto en la vida, a través de extrañas sesiones de terapia, pero también dándole un lugar en la mesa y un sitio donde dormir, además de una función en la vida. A veces todo eso adopta una forma muy parecida a un adiestramiento, como si Quell fuese un animal al que están domesticando. Su comportamiento instintivo, tan  sexual como violento, señala en esa dirección; a veces Dodd le reconviene con gritos cortos e imperativos, como se hace con un animal. Además de todo eso, el personaje de Joaquin Phoenix adopta la figura de un criado que siempre está ahí para llevar las maletas y que reacciona de manera violenta ante cualquier cuestionamiento de la doctrina de su maestro. Porque Dodd, a pesar de intentar controlar la manera en que se presenta ante los demás, no siempre llega a conseguirlo. Hay arrebatos, muestras de temperamento que aparecen cuando la coherencia de su doctrina está en entredicho. Son indicios de que en su interior acecha el temor de que las acusaciones de charlatanería que le acosan sean ciertas, de que la fascinación que provoca pueda desvanecerse en cualquier momento. Por ello, Quell es tan necesario para Dodd, y ambos dependen el uno del otro en esta extraña red de aprendizaje, dominio y adiestramiento. 
Lancaster Dodd siempre está preocupado por el efecto que causa su presencia
 The Master está rodada con película de 70mm, el formato que se suele asociar con películas épicas del estilo de Lawrence de Arabia, pero es un drama que se desarrolla en gran parte entre cuatro paredes, entre dos personajes. Significativamente, renuncia al uso de la pantalla ancha que por lo general se asocia con el 70mm: el formato de proyección es 1:1’85. Una elección lógica, si tenemos en cuenta que la mayor parte de la película descansa sobre primeros planos de sus protagonistas, a menudo con escasa profundidad de campo. El resto de los personajes ocupan el fondo, a menudo fuera de foco, desplazados del espacio dramático por la presencia magnética de Dodd. Peggy(Amy Adams), la mujer del maestro, hace del equilibrio entre mantenerse en un segundo término, casi como figuración,  a reclamar el primer plano de la acción la razón de ser de su personaje. Mantiene la apariencia de esposa del gran hombre, hasta que se revela como la mujer que tomas muchas de sus decisiones, llegando a dictarle su nueva obra. En una secuencia, reafirma el dominio sobre su marido masturbándole sobre el lavabo mientras le advierte que puede hacer lo que quiera, con quien quiera, mientras ella no se entere y nadie que ella conozca se entere. De esta manera, vemos como el matrimonio cambia su equilibrio de poder según se encuentre en público o en privado.

El vínculo entre los dos protagonistas los convierte en interdependientes.
 La doctrina de La Causa queda en un segundo plano. Lo único que sabremos es que no termina de ser demasiado coherente. Val, el desapegado hijo mayor del maestro, sugiere que su padre se la va inventando sobre la marcha. A pesar de la jerga oscura que se utiliza, algunos agujeros se hacen evidentes para sus seguidores, lo que agudiza la paranoia de Dodd. Por ello, la doctrina de ambiciones cósmicas de Dodd va a encontrar una prueba de su valor en el muy terrenal vínculo que le une a Quell. Al fin y al cabo, si es capaz de lograr que ese marginado olvidado por todos encuentre su lugar en el mundo, ¿Cómo sería posible dudar de su poder?  Dodd impone la presencia de su protegido a pesar de las reticencias de sus allegados. La relación entre el guía espiritual y su alumno se define a través de gestos, de tonos de voz, de tener la capacidad para aguantar la mirada o no hacerlo, es una relación marcada por las modalidades de la retórica, del sentido del espectáculo. Quizá por ello, su vínculo amenaza con disolverse bastante a menudo. La dualidad que se establece entre los dos personajes (la naturaleza de Quell frente a la cultura de Dodd) viene reforzada por el juego de dualidades que visualmente establece la película de continuo: el mar frente a la tierra firme, las paredes frente a los horizontes despejados.

             Y además está el extraño fluir de la historia, el caprichoso encadenamiento de las secuencias. La elipsis es una figura narrativa fundamental (transcurren cinco años en los quince primeros minutos de la película, desde el fin de la guerra hasta que maestro y discípulo se conocen), una elipsis que a veces se presenta como la consecuencia de los agujeros en la memoria producto del alcoholismo. Algunas escenas pueden ser ensoñaciones, aunque nunca estemos demasiado seguros. En todo caso, el tono onírico viene dado por la combinación de la nitidez de la imagen con la escurridiza relación de causa y efecto entre las secuencias de la narración. Las acciones quedan interrumpidas después de ser formuladas, los hechos son muchas veces meramente sugeridos. Gran parte de la trama se desarrolla en la trastienda de los discursos, en situaciones de reposo o espera. La época aparece retratada de la misma manera, como una serie de detalles que apuntan a un mundo mucho más amplio, situado fuera de la pantalla. La mejor muestra de eso es la secuencia en que Freddie sigue con la mirada a una modelo en unos lujosos grandes almacenes, una panorámica de esplendor capitalista que nos recuerda la existencia del mundo de clase media que solían retratar los melodramas del momento. The Master  es un drama narrado de manera impresionista sobre la relación entre dos hombres, una relación de maestro y discípulo en la que el alumno tiene más cosas que aprender acerca de la naturaleza del carisma que sobre cualquiera de las doctrinas del líder.

            Aunque decepcione a quienes esperen épica histórica o la denuncia de ciertos cultos personales, The Master confirma que Paul Thomas Anderson juega en una liga de un solo hombre en el cine norteamericano contemporáneo. Películas de esta ambición, tanto temática como cinematográfica desaparecieron hace mucho tiempo del horizonte, incluso del cine más independiente. El director parece contemporáneo en espíritu de los directores de la década de los sesenta o setenta, que no tenían miedo de hacer películas que dividiesen al público porque la confrontación podía ser un poderoso medio de expresión. Aun así, y a pesar de estar ambientada a mediados despasado siglo, pocas películas actuales tienen una resonancia tan contemporánea, parecen formar parte de manera tan directa de la época en que vivimos, un momento en que la esfera social está dominada cada vez más por diversas formas de personalidades carismáticas.