Dir: Kathryn Bigelow
Int: Jessica Chastain, Jason Clarke, Kyle Chandler
EEUU, 2012, 157'
Kathryn Bigelow triunfó con En
tierra hostil (The Hurt Locker, 2008) atravesando un territorio en el que muchos otros
cineastas habían fracasado: las experiencias de los soldados que combaten en la
“guerra contra el terror”, desplegados en Irak o Afganistán. Eligió narrar la
historia de un comando de artificieros encargados de desactivar bombas trampa, un
grupo hombres de acción en una misión casi suicida que no necesitan ninguna
clase de motivación excepto hacer bien su trabajo. Reduciendo el campo de
visión a estos hombres que arriesgan sus vidas para salvar las de otros,
mientras son observados por rostros árabes oscuros, anónimos y desenfocados que
se perciben como una amenaza latente, Bigelow
y el guionista Mark Boal
contaron la historia que la sociedad americana podía escuchar sobre las
campañas militares de este siglo XXI. Ahora, con La noche más oscura, se amplia el campo de batalla: la directora
narra la persecución por parte de los servicios secretos estadounidenses de
Osama Bin Laden, una persecución que, como todos sabemos, terminó con la
incursión nocturna que llevaron a cabo las fuerzas especiales norteamericanas
en su fortaleza secreta de Abbottabad, Pakistan.
Como suele ocurrir con películas
que tratan temas tan cercanos a la actualidad, la cinta de Bigelow ha sido
recibida con polémica por parte de muchos sectores, desde la CIA (que ha
emitido un comunicado poniendo en duda la veracidad de lo narrado) hasta varios
senadores y activistas políticos, que acusan a los cineastas de llevar a cabo una
apología de la tortura. Está claro que en esta trama hay bastantes elementos
que perjudican el inestable equilibrio que la cineasta había conseguido en su
película anterior, elementos que hacen enfrentarse a la sociedad estadounidense
con facetas de su política exterior que no forman parte de la narrativa
oficial. La historia de las decenas de películas de Hollywood que durante esta
década se han acercado a la intervención estadounidense en oriente medio es una
triste historia de silencios, miradas desviadas y vacíos narrativos que sugiere
un agujero en la cultura norteamericana, como si no supiera se cómo narrar esa
parte de su presente, a pesar de que algunos de sus aspectos más oscuros, precisamente
los que las películas no se atrevían a tocar, eran constantemente noticia en
los periódicos y la televisión.
Zero Dark Thirty también es la historia de una mujer en un mundo de hombres |
La narrativa Hollywoodiense se ha
caracterizado por mantener una cierta ambigüedad ideológica a través de un
complicado sistema de contrapesos dramáticos, el más importante de los cuales
quizá sea la creación de antagonistas que estén al mismo nivel que los héroes
en el entramado dramático. Una película de Hollywood intenta incluir a todo el
público en el espacio narrativo, dar a cada uno por lo menos sus razones. Pero,
aparte de los recelos que despiertan entre la audiencia las películas
directamente políticas, los cineastas no han sabido desarrollar dramáticamente
este conflicto bélico, y una de las razones principales es que no han sabido
caracterizar al enemigo al que se enfrentan: los iraquíes o afganos aparecen
retratados como una masa indescifrable e indistinguible, movida por motivos
irracionales, que siempre representan una amenaza latente. La única posibilidad
de contacto con el mundo árabe en esas películas consiste en que el protagonista
se encuentre con algún árabe que
hable perfectamente inglés, escuche música pop anglosajona y sueñe con
vivir en Nueva York. Es quizá la
única forma que tiene los guionistas más liberales de mostrar que en Oriente
Medio hay elementos redimibles. El resto es una masa anónima y amenazante con
una aterradora tendencia a volar en pedazos. Por ello, resulta curioso
descubrir los esfuerzos de Bigelow y
Boal por lograr el equilibrio
adecuado del espectáculo, logrando que la narración sea lo suficientemente
ambigua para atraer al público de todas las tendencias, sobre todo teniendo en
cuenta que se estrena en año electoral. Para ello tienen una baza con la que
otros cineastas no contaban: por una vez, la “guerra contra el terror” tiene una historia inequívocamente
triunfal.
La cinta comienza con las voces
de las víctimas de los atentados del once de septiembre sobre una pantalla en
negro: últimas llamadas, peticiones de auxilio, despedidas. Cuando en unos
segundos la película nos trasporte a una cárcel secreta de la CIA, dos años
después de los atentados, ya sabemos que estamos en una revenge movie: una película de venganza. Un agente (Jason Clarke)
de manera eficaz e impersonal, tortura a un detenido: le golpea, le desnuda y
le hace andar a cuatro patas con una correa de perro, practica la asfixia
simulada. Mientras tanto, el personal de oficina examina documentos, recita
nombres de lugares en oriente medio, siglas, sospechosos y detenidos. Hablan
rápido de cosas que el espectador no conoce, como hace a menudo la gente en las
películas para demostrar que son expertos de un campo muy complejo. Todo es
bastante confuso, pero pronto se perfila una trama y una protagonista. La trama
sigue la pista de Abu Ahmed, el escurridizo correo de Bin Laden, con la
esperanza de que encontrar a ese hombre les conduzca hasta el líder de Al Qaeda. La protagonista, Maya, la joven recién
llegada, convertirá esa pista en una obsesión y se empeñará en seguirla hasta
el final.
Maya, encarnada por la etérea
presencia pelirroja de Jessica Chastain, es más una idea que un personaje.
Parece no tener vida propia que no tenga que ver con la CIA, con la misión; su
propio nombre parece una clave propia del mundo del espionaje. Da la sensación
de no existir fuera de las secuencias de la película, como si realmente no le
ocurriera nada entre un plano y el siguiente. El guión la muestra participando
en todas las etapas de la investigación, desde los interrogatorios en las
cárceles secretas, el atentado en el hotel Marriot de Islamabad, el ataque
sobre Camp Chapman, en Afganistán, y por supuesto la ofensiva final. Más que
una persona, Maya es una línea que conecta puntos aislados de una década
tremendamente confusa. Da la impresión de ser uno de esos personajes fabricados
reuniendo las experiencias de varias personas reales, como si los cineastas
necesitaran concretar la secuencia de los hechos mostrando detrás de todo ello una presencia humana, una
voluntad, a costa de despojarla de personalidad. Su único rasgo de carácter es
una insobornable tenacidad, que en algunos momentos puede llegar a alcanzar el
rango de obsesión.
Jessica Chastain es nuestra guia en la persecución de Bin Laden |
Maya se muestra decidida a seguir
la pista que cree correcta hasta el final, pero ¿cómo saber que no está en un
error? En el mundo de espionaje y vigilancia que muestra la película los datos
de información forman un inmenso mar del que se hace casi imposible extraer
algún sentido. Todo resulta tan incompleto, tan confuso, que un mero patrón de
comportamientos aparentemente banales es más revelador que muchos datos
concretos. Las cosas de las que un sospechoso no habla por teléfono con su
madre, por ejemplo. O el hecho de que nunca vaya dos veces al mismo sitio por
el mismo camino. Eso se llama tradecraft:
artes del oficio, el trabajo de los agentes consiste en reconocerlas entre una
maraña de comportamientos humanos caóticos. Se trata de procedimientos adquiridos mediante la
experiencia de las actividades secretas, procedimientos en los que los agentes
de los servicios de inteligencia también son bastante diestros.
Por supuesto, Bigelow también tiene su tradecraft, empleada para elaborar la
puesta una puesta en escena acorde con el realismo cinematográfico del año
2012, un concepto de realismo mediado, como siempre, por las imágenes
construidas por los medios de comunicación sobre los acontecimientos reales.
Las técnicas de la directora incluyen el uso de múltiples cámaras en movimiento combinadas con un montaje
rápido que provoque la sensación reacciones simultáneas. Encuadres desbordantes
de presencias en primer término: figurantes, vehículos en movimiento, etc. ,
que se interponen entre la cámara y los actores para sugerir un entorno
inabarcable. Imágenes de todo tipo de dispositivos: cámaras de vigilancia,
pantallas de ordenador, toda clase de monitores y gráficos vía satélite que le
sirven a la directora para aumentar el efecto de realidad. Rodaje con cámaras
ocultas en los abarrotados mercados de India, para captar esas abigarradas
masas humanas imposibles de reproducir con figuración. Y, por supuesto, la
construcción en Jordania de una réplica de la fortaleza de Bin Laden
convenientemente dotada de paredes móviles para que la steadicam pueda seguir a los Seals en su operación. También la manera de detener el ritmo de la
película súbitamente cuando se aproxima un estallido de violencia: Maya toma un
trago de vino en un raro momento de relajación en el restaurante del hotel
Marriot, unos segundos antes de que explote la bomba; el coche de un supuesto
confidente se acerca lentamente a la base haciendo que el aire se llene de
premoniciones: será casualidad o no, pero justo en ese momento un gato negro
cruza la pantalla. La joya de la corona es la set-piece final, el asalto a la
fortaleza que ocupa en pantalla apenas unos minutos menos de lo que duró en la
realidad. Es un ejercicio de detención del ritmo y de multiplicación de los
puntos de vista, de imágenes mediadas por dispositivos tecnológicos, de
coreografía de cuerpos en acción en la que la directora despliega todos los
recursos de su estilo.
La visión de la realidad aparecea a menudo mediada por la tecnología. |
Dramáticamente, el campo de
batalla que perfila La hora más oscura
se desarrolla con una combinación de claridad y ambigüedad propia de la
narrativa Hollywoodiense. Bin Laden está fuera de la sociedad, la película
nunca cuestiona la orden de matarlo, ni plantea la posibilidad de que tuviese
un juicio justo, como cualquier criminal. El conflicto real de la película se
centra más bien en cómo atraparlo, un conflicto que enfrenta a la estrategia y
determinación de Maya con la fuerza física y la profesionalidad de los hombres
que la rodean, expertos en el uso de la violencia. La forma en que los
cineastas presentan las escenas de tortura es un ejercicio de ambigüedad
delicadamente calculado. Puede ser una técnica más, desagradable, pero
necesaria, en una guerra contra un enemigo fanático que no se detiene ante
nada. En la cinta, las torturas se aplican con rigor profesional, sin sadismo,
sin la diversión obscena que se apreciaba en las fotos de la prisión de Abu
Ghraib. Quienes las llevan a cabo pagan un precio por ello: el agente Dan
expresa más tarde su deseo de dejar ese trabajo después de haber visto “demasiados hombres desnudos”. Por otro
lado, el hecho de mostrar estos métodos pone en cuestión la imagen que Estados
Unidos siempre ha mantenido, por lo menos de puertas hacia fuera, sobre su
política exterior. Las torturas convierten a los norteamericanos en algo
parecido a lo que pretenden derrotar, su apariencia de profesionalidad no es
más que una distancia emocional que les separa del mundo que les rodea, una
separación que puede llegar a trastornarles gravemente. Ni siquiera se muestra que la tortura
sea especialmente eficaz: la información se consigue más bien mediante un toque
de astucia por parte de Maya que mediante el uso de la violencia. Esta
ambigüedad es un clásico ejemplo de la vaguedad ideológica propia de Hollywood,
vaguedad que responde a la intención de atraer a la mayor cantidad de público
posible. A pesar de todo esto, el mundo femenino de Maya y el mundo masculino
de los agentes se interrelacionan y la cinta acabará sugiriendo que ambos
enfoques fueron necesarios para llevar a cabo la misión.
Se ha comentado que el suspense
de la película no decae en ningún momento a pesar de que todos conozcamos el
desenlace. En realidad es precisamente el hecho de que sepamos como termina
todo lo que hace aumentar la intensidad de la película. El hecho de ver el
desarrollo de un acontecimiento histórico es lo que da importancia a detalles y
momentos que de otra manera serian banales, cargándoles de relevancia y
significado. Es lo que hacer ver una línea clara y definida, una progresión en
lo que de otra manera sería una sucesión de acontecimientos sin demasiado sentido.
Bigelow y Boal estaban preparando otro proyecto sobre la fallida caza de Bin
Laden en las montañas de Afganistán tras los atentados del 2001. La muerte del terrorista
cambió el destino de ese proyecto por completo, en un ejemplo de cómo un único acontecimiento
puede cambiar el sentido de toda una serie de hechos. ¿Qué sensación habría
dejado el proyecto originario de los cineastas? ¿Cuál podría ser el modo de unificar una trama que
habría quedado en lo esencial sin resolver? ¿Qué pensaríamos entonces de la
determinación de un personaje como Maya, o de la sobria profesionalidad con la
que los gentes usan la violencia como herramienta de trabajo?