T.O: Wuthering Heights
Dir: Andrea arnold
Int: Kaya Scodelario, James Howson, Solomon Glave, Shannon Beer, Lee Shaw
Reino Unido, 2011, 129'
La inglesa Andrea Arnold se
reveló con “Fish Tank” (2009) como uno de los mejores cineastas que han salido
recientemente de las islas británicas, actualizando la venerable tradición del
drama realista y dándole relevancia contemporánea. Con su nueva película, sigue
otro de los caminos más transitados por el cine del Reino Unido, el de la
adaptación literaria de prestigio, aunque para ello ha empleado algunos de los
recursos de sus anteriores trabajos.
“Cumbres Borrascosas” es una historia
de amor imposible y oscuros odios y venganzas de clase ambientada en los inhóspitos
páramos de Yorkshire a mediados del siglo XIX, y fue publicada por Emily Brontë
en 1947, un año antes de morir a los treinta. Es uno de esos clásicos cuya perdurabilidad
se debe más al interés continuo de generaciones de lectores que a críticos,
académicos o estudiosos. Junto con “Jane Eyre”, de su hermana Charlotte, es
probablemente la novela que más veces se ha adaptado al cine, más o menos cada
cinco años algún productor desempolva su viejo tomo para ponerles a los
protagonistas los rostros de las estrellas del momento. Normalmente esas
películas se suelen convertir en desfiles de actores vestidos de época
bellamente fotografiados en parajes pintorescos, la única excepción quizá sea
la versión muy excéntrica que Luis Buñuel rodó en México en 1954 con el título
de “Abismos de Pasión”.
Pero Andrea Arnold decidió
desviarse de ese patrón. La primera diferencia sobre los enfoques tradicionales
es el recurso a actores no profesionales, en consonancia con su bagaje dentro
del realismo social. Para buscar a Heathcliff, el director de casting se
recorrió durante un año las principales ciudades de Yorkshire buscando a
adolescentes mestizos, hasta que encontró a James Howson en Leeds. Su elección
motivó una polémica estúpida: quienes se quejaban de una supuesta falta de
respeto a la novela original no la habían leído demasiado atentamente. De él,
Brontë dice que tiene “aspecto de gitano
con la piel oscura” y la otredad racial del personaje es un aspecto
esencial a la hora de entender su marginación y la imposibilidad de su relación
con Catherine. Quienes se rasgaron las vestiduras ante un Heathcliff negro
probablemente tuviesen más en mente la poco probable versión del mismo que
interpretó Laurence Olivier en la mediocre versión de William Wyler de 1939 que
la figura creada por Emily Brontë.
Solomon Glave es el jóven Heathcliff |
Pero la polémica, por lo menos ha
revelado que la elección le da fuerza dramática a la película. Las líneas
raciales no se han borrado aún, las diferencias continúan separando, y el
romance imposible no es un recursos del melodrama, sino el resultado de
profundas divisiones sociales. En ese sentido, la película tiene una tensión
que es difícil de conseguir cuando hablamos de una historia que se ha narrado
ya tantas veces. Heathcliff, en la versión de Arnold, es el extraño que se
adentra en un mundo ajeno, y que permite a los espectadores introducirse en un
mundo que nos resultará tan desconocido como a él. La visión de la cineasta es
casi antropológica: Catherine Earnshaw no es una de las grandes heroínas de la
literatura romántica, sino la hija de un granjero, con barro hasta las rodillas
y las manos sucias. Y “Cumbres Borrascosas” es un lugar donde hay mierda de
caballo por todas partes.
Si el enfoque es más realista que
en versiones anteriores, eso no implica que Arnold renuncia a la sensualidad, y
no sólo con respecto a la pasión amorosa. “Cumbres Borrascosas” 2011 es una
película en que el clima (la persistente lluvia, el viento gélido, los huidizos
rayos de sol) tiene un protagonismo como no había tenido hasta ahora. Heathcliff
y Catherine experimentan la vida de manera física, y la directora intenta
transmitir todo lo que captan sus sentidos. La cámara los filma a menudo pegada
a sus cuerpos, a veces velada por una capa de lluvia o una nube de niebla. Los
detalles de superficies húmedas o rugosas, hierba o cortezas de árbol, o del
barro que pisan nos sugiere un mundo eminentemente táctil. Y en cuanto a los
sentimientos eróticos, hay por lo menos dos escenas enormemente poderosas: en
una de ellas, los dos preadolescentes comparten un caballo, y ante la
proximidad de sus cuerpos Heathcliff roza con su mano el pelaje del animal
quizá para sublimar el deseo de contacto físico. En la otra, Catherine y
Heathcliff ruedan por el barro en una de esas peleas juveniles que no son más
que una forma inconsciente de acercar sus cuerpos. Una manera de exteriorizar
un anhelo que nunca podrá ser realizado.
Todo esto funciona perfectamente
durante la primera mitad de la película, cuando los personajes están saliendo
de la infancia, interpretados por Solomon Glave y Shannon Beer. Entonces, el
melodrama se difumina, la película casi no tiene argumento, se trata
simplemente de la recolección de las sensaciones de unos jóvenes descubriendo
la naturaleza y a si mismos, con las diferencias sociales apenas haciendo
sombra sobre un mundo puramente físico. Pero Andrea Arnold tiene más dificultades con la segunda
parte de la película. Cathy se casa con su vecino, el acomodado Edgar Linton y
Heathcliff huye, para volver tres años después, misteriosamente enriquecido y
lleno de sentimientos dolorosos y oscuros. Ahí es donde el melodrama toma la
delantera, y las convenciones sociales marcan las acciones de los personajes más
que sus emociones físicas.
Shannon Beer |
La novela de Emily Brontë es
también un delirio romántico, una narración de la locura de un personaje,
Heathcliff, que acaba viviendo rodeado de visiones de espíritus y arrebatos de
dolor. Al plantear su película en clave realista, a Andrea Arnold le cuesta dar
el paso hacia un terreno que roza lo fantástico, sobre todo porque el
Heathcliff que nos presenta es observado de manera casi conductista durante
toda la película, sin que tengamos acceso real a sus emociones, sobre todo a
las emociones que no tiene expresión física. Es por eso que el delirio
puramente subjetivo que acaba experimentando el personaje parece fuera de lugar
en esta versión, ajeno al desarrollo del personaje que nos ha presentado la
autora.
Algo así se explica por las
diferentes maneras de ver el mundo en que se desenvuelven cada una de las dos
autoras. Brontë escribía en pleno romanticismo, en un mundo en que la
distinción entre el individuo y la naturaleza aun no se había creado. Las
emociones formaban parte del mundo, de modo que cuando uno sentía amor, o
tristeza, simplemente participaba de algo exterior a él, de algo que formaba
parte de la naturaleza. Por ello, expresar los sentimientos a través del
viento, la lluvia o las tormentas era algo perfectamente natural y Cathy podía
enfermar tras el regreso de su amado, como si quedar atrapada entre su pasión y
la imposibilidad de realizarla fuese la causa de una enfermedad mortal, como si
las emociones pudiesen gobernar de tal manera al cuerpo.
Andrea Arnold rueda en 2011,
cuando el hombre y la naturaleza, el cuerpo y las emociones se han separado
irremediablemente, los vestigios de su antigua unión son vistos como clichés
melodramáticos sin demasiado sentido. La concepción del realismo consiste en
registrar lo externo, las convenciones sociales, las acciones físicas. El
interior de los personajes es incogsnocible, más aún, ellos no tienen forma de
relacionar el interior con el exterior, sus emociones con el mundo. Por ello,
los atisbos de espíritus, los arrebatos de locura que se sugieren brevemente en
el último tramo de la película se ven como huellas de un mundo ajeno, como si
fueran parte de otra película.