INT: FÉLIX DE GIVRY, PAULINE ETIENNE, VINCENT MACAIGNE
FRANCIA, 2014, 131'
Una broma recurrente a lo lardo de Edén, el cuarto largometraje de la directora francesa Mia Hansen-Løve, consiste en la aparición de dos jóvenes, Thomas y Guy-Man, que insisten infructuosamente al portero de algún club para que les busque en la lista de invitados. La última de sus apariciones resulta especialmente sangrante, porque Thomas y Guy-Man, también conocidos como Daft Punk, son los responsables de la canción más popular del momento. Imagina que Beyoncé, Rihanna o Justin Timberlake pasaran desapercibidos en cualquier calle. Ese anonimato casual de dos estrellas de la música refleja la extraña condición de la música electrónica, a veces tan impersonal e inhumana que parece surgir de la propia tecnología (también es cierto que Daft Punk se caracterizan por hacer todas sus apariciones públicas disfrazados de robots). Daft Punk tienen una presencia episódica y periférica en Edén, pero aportan uno de los caminos narrativos más interesantes de la película: muestran una posible vida alternativa para su protagonista, un joven DJ llamado Paul que se mueve en la atmósfera efervescente de la música electrónica parisina de mediados de los años noventa (el llamado French Touch o French House), una muestra de lo que podría ser su vida si su música hubiera alcanzado la popularidad en vez da la de sus ahora famosos amigos.
Cuando el DJ se convirtió en estrella |
Paul vive en un presente continuo hasta que el mundo de su juventud desaparece ante sus ojos |