DIR: BILL CONDON
INT: IAN MCKELLEN, LAURA LINNEY, MILO PARKER
UK, 2015, 104'
Según el libro Guiness de los records, Sherlock Holmes es el personaje literario que más veces ha aparecido en las pantallas. Su primera aparición cinematográfica ocurrió en 1900, trece años después de ser creado por el médico y escritor escocés Sir Arthur Conan Doyle. A lo largo de los años, el arquetipo del lacónico detective de mente invencible, que simbolizó la creencia de la época victoriana en el poder de la razón, fue utilizado por los cineastas más variopintos de las maneras más diferentes posibles. Holmes visitó al doctor Freud para tratar su adición a la cocaína, vio como se insinuaba su homosexualidad, se vio obligado a enfrentarse a Jack el Destripador, vio desveladas sus experiencias adolescentes y sus inicios en la investigación. Sherlock Holmes es un arquetipo lo suficientemente flexible como para adaptarse a diferentes enfoques y estilos sin perder su significado esencial. Prueba de la ductilidad del personaje son las adaptaciones increíblemente diferentes que hemos visto estos últimos años de manera casi simultánea: el Holmes convertido en héroe de acción interpretado por Robert Downey Jr, el detective televisivo y contemporáneo encarnado por Benedict Cumberbatch, incluso la versión castiza aportada por José Luis Garci.
Así que no es ninguna sorpresa encontrarnos con un nuevo Sherlock Holmes en nuestra cartelera, una versión que como ya viene siendo habitual se aleja unos cuantos grados del canon clásico. La versión del detective creada por el director Bill Condon en colaboración con el actor Ian McKellen (a partir de una novela de Mitch Cullin) es un Holmes anciano, con noventa y tres años cumplidos y que ha vivido lo suficiente como para ser testigo de la segunda guerra mundial y de la devastación de Hiroshima, dos acontecimientos impensables en la época de su plenitud. Estamos en 1947 y Holmes lleva muchos años dedicándose a la apicultura en su refugio de Sussex. Alejado de Londres y de los casos que necesitan una resolución, se ha refugiado en un pequeño rincón que conserva la esencia de la Inglaterra victoriana en plena posguerra. La edad no ha sido clemente con su memoria, que presenta lagunas que se hacen cada vez mayores. Holmes, que es consciente que no le queda mucho tiempo por vivir, dedicará sus energías a desvelar un último misterio, concretamente el caso que le hizo retirarse de su profesión de detective y cuyos detalles han desaparecido de su recuerdo. Delineada con trazos clásicos, Mr Holmes es una película con todos los elementos que esperamos de una producción británica de prestigio: pedigree literario, una gran interpretación en primer plano y una ambientación que resulta una golosina visual. Pero la película de Condon adquiere su propia resonancia emocional despojando a Holmes de la invencibilidad de su mente al mismo tiempo que le hace enfrentarse a los límites de su pensamiento.
Lo más sorprendente de Mr Holmes es la manera en que Condon, McKellen y el guionista Jeffrey Hatcher se quitan de un plumazo más de un siglo de mitología holmesiana. ¿La gorra de cazador, la capa de Inverness, la pipa? Aportaciones creativas del ilustrador. ¿Los aspectos más humorísticos y pintorescos de las historias? Producto de la imaginación fantasiosa de John Watson. Este Holmes anciano es un personaje terrenal, taciturno y reservado, que prefiere relacionarse con las abejas antes que con los seres humanos y prefiere las tareas metódicas y previsibles. A su edad, se ve obligado a apuntar en los puños de su camisa los nombres de las personas que le rodean y a avanzar con el paso lento y ceremonioso de quien no dispone de muchas energías. Protagoniza un drama sereno y otoñal, no una aventura misteriosa y humorística. En sus mejores momentos, sin embargo, conserva la legendaria lucidez de los buenos tiempos. Como es propio de alguien que vive a espaldas del presente, aislado en todo lo posible de la vida moderna, la intriga a la que debe enfrentarse el detective surgirá desde el pasado, envuelta en la niebla del olvido. Pero en este caso las víctimas y los sospechosos no serán monarcas de una Europa inventada o pintorescos truhanes de la buena sociedad londinense. Esta vez, el enigma es íntimo, el mayor criminal es el tiempo y el principal misterio será el propio Holmes, que se enfrentará a la tarea de descifrar su propia personalidad antes de que sus días se deshagan por completo.
El centro dramático y emocional de la película reside sobre los hombros de Ian McKellen, un actor acostumbrado a interpretar personajes de gran envergadura literaria. McKellen nos ofrece dos versiones del mismo Holmes: el veterano pero aún enérgico detective que se abre paso en la memoria de su último caso y el débil anciano retirado que se esfuerza por recordar. El actor sostiene su interpretación en los pequeños detalles: es un Holmes desprovisto de teatralidad. Su carácter se construye a través de la manera de arrastrar lentamente las palabras, de mover pesadamente los pies a cada paso, de nublar la vista en la confusión del vacío de memoria o de recuperar poco después el brillo en la mirada del observador sagaz. La colaboración entre Condon y McKellen recuerda a su anterior trabajo juntos, el drama Dioses y monstruos, que se centraba en los últimos años del director del Frankenstein clásico, James Whale. Como en esa película, un personaje femenino ejerce la ingrata pero necesaria función de proporcionar unos cimientos emocionales al personaje. Aquí se trata de una excelente Laura Linney como Mrs. Munro, el ama de llaves de Holmes que se preocupa por que el viejo detective tenga cubiertas sus necesidades básicas. Su hijo Roger (Milo Parker), de unos diez años, formará un vínculo con su insigne patrón y permitirá al anciano Holmes transmitir algunas de sus experiencias hacia un futuro que ya no podrá ver, ni siquiera imaginar.