DOCUMENTAL. INTERVIENEN: EDWARD SNOWDEN, GLENN GREENWALD
EEUU, 2014, 110'
En enero de 2013, la directora Laura Poitras recibió un mensaje de e-mail encriptado enviado por alguien que se hacía llamar Citizenfour. Se identificaba como una persona que trabajaba para la Agencia Nacional de Seguridad de los Estadios Unidos (NSA) y afirmaba tener amplias pruebas del funcionamiento y el alcance de los programas de espionaje masivo que el gobierno de Estados Unidos estaba llevando a cabo contra su propia población, en secreto y sin control judicial. Esta persona afirmó haber contactado con Poitras por dos motivos. Por un lado, la directora se encontraba trabajando sobre de la vigilancia a través de internet, por ejemplo con el cortometraje El Programa, realizado para el New York Times. El Programa es un perfil de William Binney, matemático y analista de la NSA que denunció las intenciones de esta agencia de llevar a cabo interceptaciones masivas de datos y de comunicaciones tras el 11 de septiembre. La otra razón era que la misma Poitras se encontraba en una lista de vigilancia y había sido retenida decenas de veces en las aduanas, hasta el punto de que se vio obligada a abandonar Estados Unidos para residir en Berlín.
¿Por qué una directora de documentales nominada al Oscar recibe la más alta “calificación de amenaza” por parte del departamento de seguridad nacional y se ve obligada por ello a dejar de residir en su país, una moderna democracia occidental ? Ni siquiera ella misma conoce las causas exactas. Poitras, nacida en Boston en 1964 dentro de una familia de clase alta, se dio a conocer con el documental My Country My Country, por el que recibió una nominación a los premios de la Academia en 2007. En esta película, retrata el Irak ocupado por las tropas estadounidenses a través del doctor Dr. Riyadh al-Adhadh, un candidato político suní que se presentaba a las elecciones en 2005 y que no ocultaba su rechazo por la presencia norteamericana. Es un retrato matizado y ambiguo acerca de la vida diaria de los iraquíes que se beneficia del grado de cercanía que consiguió la directora, gracias a su decisión de abandonar la zona segura de Bagdad y arriesgarse a convivir durante ocho meses con la población. Su siguiente trabajo, The Oath, de 2010, es aún más asombroso.
Poitras decidió abordar la situación del penal de Guantánamo a través del caso de Salim Ahmed Hamdan, un chofer de Al Qaeda que había sido detenido en Afganistan por las tropas norteamericanas bajo la acusación acusado de ser un “combatiente enemigo”. En el proceso, se encontró con el verdadero protagonista de la película, Abu Jandal, que había sido guardaespaldas de Bin Laden en la etapa anterior a los ataques del once de septiembre y que por entonces subsistía como taxista en Yemen. Jandal mantiene una actitud ambigua acerca del terrorismo y de la yihad. Ha afrontado un programa de rehabilitación para yihadistas, pero disfruta fanfarroneando ante los jóvenes acerca de su cercanía con el líder de Al-Qaueda, y asegura compartir algunos de los objetivos de esa organización. Resulta una presencia incómoda, que tiene una gran facilidad para la mentira y la manipulación, pero que resulta innegablemente carismático y está dotado de un personal sentido del humor. Jandal formó parte del círculo más cercano de Bin Laden, y el hecho de que esté en libertad es un misterio que la película irá desvelando poco a poco. Su retrato es una de las raras ocasiones que el cine se ha acercado a ese desconocido contemporáneo que es el islamista radical, una figura que casi siempre aparece desprovista de matices, reducida a su condición de amenaza. The Oath es uno de los documentales esenciales de este inicio de siglo, lo que significa que se trata de una cinta especialmente incómoda.
The Program, el cortometraje de Laura Poitras que animó a Edward Snowden a ponerse en contacto con ella.
Cuando recibió el e-mail firmado por Citizenfour, Poitras estaba comenzando una nueva película con la que pretendía terminar una trilogía informal acerca de la situación de Estados Unidos tras el once de septiembre. En este caso, pretendía centrarse en internet, y estaba llevando a cabo entrevistas a personas como el anteriormente mencionado William Binney o los responsables de Wikileaks Julian Assange y Jacob Applebaum. Poitras tenía la idea de que esta película trataría el tema de una manera más abstracta y menos centrada en un personaje o una línea narrativa. Pretendía hacer una “película del zeitgeist”. Sin embargo, como había ocurrido con sus anteriores trabajos, la película cambió radicalmente durante su propio proceso de creación. Y como también le había ocurrido con anterioridad, dejó de ser la exploración de un tema general y abstracto (la situación de Irak bajo la ocupación, o la de los prisioneros de Guantánamo) para convertirse en el retrato de una persona, en este caso del informático de la NSA Edward Snowden.
Poitras viajó hasta Hong Kong para conocer a su remitente junto al periodista Glenn Greenwald. La primera impresión que les produjo Snowden tras su encuentro en el pasillo del hotel Mira fue desconcertante. “Snowden tenía veintinueve años, pero parecía al menos unos años menor, vestido con una camiseta blanca con algunas letras gastadas, jeans y gafas chic-nerd. Tenía un débil perilla pero parecía como si se afeitase desde hacía poco tiempo. Tenia un aspecto pulcro y su postura era de una firmeza militar, pero era bastante pálido y delgado, y –como todos nosotros en ese momento- parecía algo cauto y reservado. Parecía un informático de veintipocos años que trabajase en el laboratorio tecnológico de una universidad.” Así describió ese momento el propio Greenwald en su libro Snowden: sin un lugar dónde esconderse. Poitras y Greenwald tuvieron que superar cierta desconfianza acerca del aspecto y la juventud del informante. “Ver que la fuente de la asombrosa cantidad de material de la NSA era un hombre tan joven fue una de las experiencias más asombrosas que he tenido nunca.” según Greenwald. Acompañaron a Snowden a su habitación del hotel, y en cuanto cerraron la puerta tras de sí, Poitras comenzó a grabar. Entonces no podía saberlo, pero lo que iba a ocurrir en aquellas cuatro paredes se iba a convertir en la parte central de su nueva película.
Edward Snowden conversa con Glenn Greenwald |
Snowden afirma que no quiere convertirse en el centro de atención en esta historia. Cree que la cultura actual presta demasiada atención a las personalidades, algo que podría distraer de las enormes repercusiones de la información en sí. Pero Citizenfour gira alrededor de su presencia, y en estas imágenes Snowden aparece ante nosotros de una manera semejante a la de un héroe mítico, alguien que pretende revelarse ante nosotros únicamente a través de sus acciones (En su libro, Glenn Greenwald cuenta que una de las lecturas formativas de Snowden es El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell). Hay una calmada determinación en sus gestos y en el tono de sus voz, que corresponden a una persona que ha meditado largamente sobre el alcance de sus acciones. Su historia es la de un adolescente que alcanzó la madurez al mismo tiempo que internet se imponía como la nueva forma predominante de comunicación mundial, y que desarrolló una visión utópica acerca de las posibilidades de la red. “Para Snowden, la cualidades únicas de internet eran incomparablemente valiosas, y debían ser preservadas a toda costa. Había usado internet como adolescente para explorar ideas y hablar con gente en lugares lejanos y con orígenes radicalmente diferentes que de otra manera nunca habría conocido. ‘Básicamente, Internet me permitió experimentar la libertad y explorar mi completo potencial como ser humano’ (…) Para muchos chavales, Internet es un medio de encontrarse a si mismos. Es un medio de explorar quienes son y qué quieren ser, pero que solamente funciona si somos capaces de ser privados y anónimos, para cometer errores sin que éstos nos persigan. Me preocupa que la mía haya sido la última generación que haya disfrutado de esa libertad’”.
Citizenfour dedica gran parte de su metraje a observar a su protagonista enfrentarse a la situación, desde las primeras revelaciones en los medios hasta las consecuencias de su nueva fama. El espectador tiene la sensación constante de que el largometraje se ha montado con material que Poitras no pensaba que iba a ser utilizable en el momento mismo de grabarlo. La cámara tiembla, los desenfoques son constantes, como si la directora no estuviese segura de qué forma va a adoptar la película que está haciendo en ese mismo momento. Todo eso resulta poderosamente dramático, precisamente porque de esa manera a película se constituye ella misma en un ejemplo de lo que denuncia. Una cosa son las siglas y los detalles técnicos de las operaciones y otra es contemplar a dos periodistas y su fuente encerrados durante una semana en una anónima habitación de hotel en Hong-Kong, enfrentados a un enemigo invisible que podría estar escuchando cada palabra que dicen, incluso irrumpir en la habitación en el momento más inesperado. La tensión se libera a través de un humor nervioso, que surge de la percepción del absurdo de la situación. Snowden se cubre con una manta cada vez que teclea una de sus contraseñas. Pierde la paciencia con Greenwald porque éste deja demasiado tiempo una tarjeta sd dentro del portátil o emplea contraseñas fáciles de cuatro caracteres. El inesperado sonido de una alarma antiincendios provoca un momento de desconcierto, aclarado con una llamada a recepción (Se trataba simplemente un test de mantenimiento de la alarma). Toda esa tensión ha hecho que Citizenfour haya sido comparada las cintas de conspiraciones de los años setenta, como Todos los hombres del presidente o Los tres días del cóndor.
Snowden reside actualmente en Moscú con su pareja, Lindsay Mills |
Esta es, por supuesto, una historia inacabada. Glenn Greenwald y Laura Poitras ganaron el premio Pulitzer por sus informaciones, además Poitras recibió el Oscar al mejor documental por Citizenfour. Edward Snowden permanece en su limbo legal de Moscú, atrapado desde que el gobierno de los Estados Unidos le retirara el pasaporte. Ante la opinión pública mundial mantiene un estatus incierto, entre traidor y héroe. Casi dos años después de sus revelaciones, parece que hemos aprendido a convivir con ellas como se convive con lo inevitable. Esas empresas tecnológicas tan sexys que participan plenamente en la vigilancia gubernamental no han perdido ni un ápice de sus prestigio, ni uno solo de sus clientes. Quizá el hecho de que el espionaje tenga un alcance limita la percepción de la injusticia, porque si nos espían a todos es como si no estuvieran espiando a nadie. En todo caso, las actividades de la NSA se han unido al ruido de fondo de nuestra moderna sociedad hiperconectada. Las mismas características que posibilitan el espionaje por parte de los gobiernos y las grandes empresas son las que facilitan la revelación de secretos gubernamentales a una escala sin precedentes, como se ha visto con el caso de Wikileaks. Los gobiernos se ven obligados a hacer equilibrios con su imagen pública en un momento en que los bajos fondos de la política, la diplomacia y los servicios secretos se acercan cada vez más al dominio público. Mientras tanto, Snowden, atrapado en Moscú, y Assange, en la embajada de Ecuador en Londres, se mantienen en una tierra de nadie legal y social, como si los gobiernos, la sociedad y las leyes no supieran demasiado bien que hacer con ellos. Como si ellos mismos fueran un remanente analógico en un mundo cada vez más digitalizado.