INT: DANI ROVIRA, CLARA LAGO, KARRA ELEJALDE
ESPAÑA, 2014, 98'
Los estereotipos son muy útiles para ahorrar tiempo. En la vida moderna, uno no puede tratando de conocer en profundidad a cada persona con la que se cruza por ahí, simplemente no hay tiempo para ello. Así que recurrir a unas herramientas culturales que agilicen el proceso es más que inevitable: es completamente necesario. Los estereotipos regionales son doblemente necesarios: nos evitan tener que acumular conocimientos sobre procesos históricos o particularidades culturales para los que la mayoría de la gente no tiene la especialización necesaria. Pero si los tópicos son imprescindibles para hacernos una idea sobre lo que podemos esperar de una persona simplemente con echarle un vistazo y saber cómo se llama o su fecha de nacimiento, resultan igual de útiles en caso de que uno mismo no sepa cómo actuar en determinadas situaciones. La sabiduría popular nos ha provisto de un catálogo de comportamientos asociado a distintas circunstancias al que podemos recurrir para salir del paso sin tener que darle demasiadas vueltas a las cosas. Eso es lo que le ocurre a Rafa (Dani Rovira), un señorito andaluz de polo y gomina que se dedica a contar chistes en un tablao de Sevilla, cuando se enamora de Amaia (Clara Lago), y decide irse a conquistarla a su pueblo de Euskadi: su inagotable repertorio de chistes de vascos le servirá como patrón de referencia a la hora de desenvolverse allá por las vascongadas.
La premisa es que Rafa debe hacerse pasar por un tal Antxón, con el objetivo de engatusar al padre de ella, Koldo (Karra Elejalde), un atunero a quien no ve desde hace seis años y que de repente se muestra muy interesado por la vida de su hija. No preguntes. Así que Rafa se quita la gomina, se coloca el palestino y se pone un par de piercings para hacerse pasar por un joven euskaldun de tendencia abertzale. Con tanto éxito que acaba liderando la kale borroka local. El argumento no tiene demasiado sentido, pero eso es bueno: 8 apellidos vascos es una comedia de gags en la que la coherencia argumental podría dar al traste con la diversión absurda. Afortunadamente, Borja Cobeaga y Diego San José son conscientes de ello y no se preocupan más que de dar un leve envoltorio de comedia romántica a lo que es en realidad una ágil sucesión de sketches de formato televisivo (los guionistas son veteranos del programa de humor de la ETB Vaya Semanita, que se hizo famoso por su tratamiento desinhibido de la idiosincrasia vasca). El ritmo cómico lo aporta la experta dirección de Emilio Martínez Lázaro, que probablemente preferiría ser más recordado por dramas como Carreteras secundarias o La voz de su amo, pero cuyas incursiones en la comedia han resultado en aportaciones significativas en tres décadas diferentes: (Amo tu cama rica en los noventa, El otro lado de la cama en los 00 y este título ahora mismo)
A estas alturas, todo el mundo y su tía ha visto 8 apellidos vascos a lo largo de todo el territorio estatal, y si bien es cierto que un buen ritmo cómico y una generosa profusión de gags son ingredientes imprescindibles para que una comedia resulte así de carcajeada, lo cierto es que si se ha convertido en un fenómeno de este tipo es por sus propias características sociológicas. Con ella, la gente se ríe como un grupo de colegiales contando chistes guarros a espaldas del profesor, en los que la diversión no está tanto en el contenido del chiste como en el hecho de transgredir la norma, en este caso la norma no escrita sobre lo que tiene gracia y lo que no la tiene. Desde que se decretó oficialmente abierta la veda humorística contra la familia real, nada había sido más relevante para el humor español que la súbita aparición del terrorismo de Eta en el repertorio de bromas, incluso si es de una manera tangencial, en los aledaños de una historia romántica. Por aquí aparecen unos cuantos jóvenes abertzales tontainas, un ejemplo de kale-borroka accidental, agitación independentista improvisada y discusiones de herrikotaberna. La idea, en realidad, consiste en reírse del tópico de que todos los vascos son terroristas y emplean su lengua vernácula principalmente para conspirar.
Clara Lago y Karra Elejalde |
Aun así, si 8 apellidos vascos tiene cierta capacidad subversiva, es por la manera en que trata los estereotipos de manera fácilmente intercambiable. Es cierto que los personajes no son seres que uno pueda encontrar en el mundo real, al menos en estado puro: tanto el señorito andaluz repeinado como el arrantzale de buen corazón, barba poblada y mala ostia que interpreta Elejalde son seres del repertorio del caricaturista, que se empeñan en reducir su personalidad a unos cuantos rasgos fácilmente reconocibles. Pero la facilidad con la que el andaluz se convierte en un digno abertzale, con cierto entusiasmo incluso, solamente poniéndose el palestino y los piercings; y la rapidez con la que ella se transforma una sevillana de pro montada en un coche de caballos nos revela la facilidad con la que se puede cambiar de piel, incluso cuando se trata de los más sagrados conceptos identitarios, siempre y cuando estén reducidos a una cuantos rasgos fácilmente reconocibles. ¿Quién puede decir ahora que los tópicos no son útiles?