domingo, 18 de noviembre de 2012

En la casa



 T.O: Dans la Maison


Dir: François Ozon


Int: Fabrice Luchini, Ernst Umhauer, Kristin Scott Thomas, Emmanuelle Seigner, Denis Ménochet


Francia, 2012, 105'



Germain (Fabrice Luchini) enseña literatura en el liceo Gustave Flaubert. Tuvo ambiciones literarias, pero las abandonó al descubrir su propia mediocridad. Conocedor del inevitable camino de la decepción, no hace demasiado por estimular las aspiraciones de sus alumnos, aunque quizá para evitar sentirse culpable al respecto hace tiempo que ha decidido que las nuevas generaciones de adolescentes no tiene nada que aportar. Ve a sus alumnos como jóvenes embrutecidos y atontados, una generación de bárbaros. Hasta que un día, entre redacciones insustanciales sobre pizza y teléfonos móviles (¿Qué has hecho el fin de semana?), descubre un relato intrigante: un tal Claude García describe su visita a la casa de un compañero, Rapha. En esas dos caras de cuaderno pautado, se introducen insinuaciones sensuales, consideraciones sobre las diferencias sociales y una referencia al “inconfundible olor de la mujer de clase media”. Al final, una palabra: Continuará. 
Claude (Ernst Umhauer) es el oponente perfecto para alguien como Germain: el muchacho de la última fila, el alumno que prefiere ver a ser visto, alguien que no resulta tan escandaloso ni gritón como algunos de sus compañeros de clase, alguien cuyos pensamientos y actitudes no resultan inmediatamente evidentes. Claude irá desgranando, entrega a entrega, sus visitas a la familia de Rapha. Germain las esperará cada vez con mayor anticipación, creyendo haber descubierto en su alumno ese ingrediente secreto: el talento. Pero ¿Es la narración de Claude un artefacto literario brillante o más bien algo parecido a un reality-show, poco más que cotilleo? Y el alumno ¿Es un muchacho dotado de una capacidad excepcional de observar lo que le rodea o se trata de algo más perverso, alguien que disfruta introduciéndose en casa ajenas, desvelando la intimidad de sus habitantes?
Germain se introduce en las fantasias de su alumno leyendo sus textos.
En la casa está basada en la obra de teatro El chico de la última fila, del dramaturgo madrileño Juan Mayorga, estrenada en 2006. Mayorga fue profesor de matemáticas en el instituto Rey Pastor, de Madrid. Un día, corrigió un examen que solo tenía un párrafo: “Juan, no puedo contestar porque no he estudiado, pero estoy jugando muy bien al baloncesto. Este lunes he salido en el Marca y voy a ser un gran campeón, y tú yo vamos a salir a celebrarlo” Ese fue el origen:  “Pensé: qué genial que un tío utilice un ejercicio del cole para contarte tu vida. Tengo que desarrollar esto”. Unos años después, en 2009, François Ozon veía la obra representada en el Théâtre de la Tempête de París, montada por Jorge Laveli (Mayorga es el dramaturgo español más representado en el mundo actualmente).
       Ozon se ha convertido en un experto en adaptar obras teatrales, con títulos como “Gotas de agua sobre piedras calientes” (2000), “8 Mujeres” (2002), o “Potiche, mujeres al poder” (2008). Tiene cierta predilección por los argumentos concentrados, con pocos personajes y no demasiadas localizaciones. Le gusta trabajar rápido, lo que ha hecho que su filmografía sea más extensa de lo habitual, aun a costa de perjudicar el acabado de algunas de sus películas. No ocurre así con En la casa, que cuenta con un gran trabajo en todos sus apartados. El reparto está lleno de grandes nombres, como es habitual en el director francés: además de Luchini y el descubrimiento de Umhauer, aparecen Kristin Scott Thomas y Emmanuelle Seigner como las mujeres de clase media, y Yolande Moreau en un cameo divertido como dos gemelas. Aquí tendremos muestras del delicado trabajo de Ozon en la dirección de actores, su seña de identidad más reseñable como cineasta. 

La película aporta reflexiones sobre el arte de narrar, la suspensión de la incredulidad y el voyeurismo implícito en el placer de la lectura. Pero su verdadera resonancia reside en el tratamiento que da a ese disputado objeto de fascinación y repulsa, el hogar de clase media. Marcada por la derecha con el estigma de la mediocridad y por la izquierda con el del conformismo burgués, ese delicado artefacto social parecía condenado a la desaparición sin que nadie lo lamentase demasiado, su espacio reemplazado por un amplio vacío entre la extrema riqueza y la miseria. La familia burguesa: una construcción cultural a la que se asimilan, por defecto, comportamientos tales como la hipocresía, la represión de las pasiones, el conservadurismo en las costumbres, el lavado de cerebro de una generación a la siguiente. De Balzac al Teorema de Pasolini, la cultura contemporánea la ha convertido en la diana a la que lanzar todos sus dardos, la culpable de todos los males. 
Aquí, la clase media es un objeto de fascinación, el paraíso de una casa con jardín, una mujer que deja de ser joven pero aún retiene la belleza, la aspiración de ampliar el cuarto de baño o comprar un nuevo televisor de plasma, jugar un partido de baloncesto con el chaval cada sábado. Todo eso está severamente amenazado: Ozon nos muestra, literalmente,  cómo un empresario chino vigila al matrimonio mientras hace el amor. El ansía de Claude es introducirse en ese hogar, echar un vistazo a todo: revolver los cajones, ver las facturas, los medicamentos de baño, las acuarelas de Klee del pasillo, las ambiciones profesionales frustradas, los deseos reprimidos. Echarle un vistazo a todo ello, por última vez, antes de que se desvanezca.