viernes, 14 de septiembre de 2012

The Deep Blue Sea



Dir:Terence Davies

Int: Rachel Weisz, Tom Hiddlestom,  Simon Russell-Beale

UK, 2011, 94'




Esta escena de la nueva película de Terence Davies sucede cuando la heroína adúltera y atormentada por el amor que interpreta Rachel Weisz, tras dejar a su marido y desesperarse ante el hecho de que su amante no comparta la intensidad de su pasión, revive un recuerdo espoleado por el decorado de una estación de metro londinense. Se trata de una noche años atrás, en plena segunda guerra mundial, la estación de Aldwich convertida en un refugio ante los bombardeos alemanes. Como forma de resistencia y de unión, las personas que se encuentran allí cantan al unísono Molly Malone, la popular canción irlandesa sobre una desafortunada vendedora ambulante, un himno a las vidas insignificantes cuyo misterio ha se ha transmitido de boca en boca durante varios siglos. Es la música como fermento social, un motivo recurrente en el cine de Davies: los personajes y la figuración cantando al unísono canciones que expresan un sentido de comunidad. Hester Collyer, que participa en la escena acompañada de su marido, el juez Collyer, recuerda ese momento como un testimonio del mundo del que su pasión la ha alejado, un mundo de convenciones sociales muy rígidas pero también con un gran sentido de comunidad.  
“Aléjate de las pasiones, Hester”, le dice su suegra, la rígida señora Collyer, que desaprueba a su joven nuera “Solo conducen a cosas desagradables” “¿Y entonces por qué las sustituimos?” pregunta la protagonista ”Por un entusiasmo moderado”. Hester siente un moderado entusiasmo por su marido, y una pasión difícil de controlar por Freddie Page (Tom Hiddlestom), un ex-piloto de la RAF, orgulloso superviviente de la batalla de Inglaterra,  con quien descubre que el amor tiene también un aspecto físico. Según el famoso poema de Philip Larkin, en Inglaterra se empezó a follar en 1963, un año antes del primer disco de los Beatles. Hester tiene un anticipo de los tiempos que están por venir en plena posguerra, cuando aún quedan ruinas de los bombardeos desperdigadas por Londres. Su encuentro con el joven hace que se cuestione todo lo que entendía del matrimonio y del amor: para ella esas palabras suponían una confortable posición social, como mucho una agradable camaradería con su pareja. Todo eso deja de tener sentido cuando el sexo entra en su vida. “¿Vas a abandonar todo o que tenemos por algo tan primitivo?”, le pregunta su marido el juez junto a su Rolls Royce plateado. “Algo natural” responde Hester. Pero su pasión también implica una renuncia, la renuncia al manto protector de la sociedad, a ese sentido de comunidad y solidaridad que era la otra cara de la vida inglesa anterior a la revolución sexual, tal y como la recuerda Davies. Al fin y al cabo Hester se encuentra encerrada en si misma, sin poder compartir sus sentimientos ni siquiera con su amante.
Tom Hiddlestom y Rachel Weisz
The Deep Blue Sea es la adaptación de una obra de Terrence Rattigan (1911-1977) estrenada en 1952. Rattigan fue un dramaturgo muy popular durante los años cuarenta y cincuenta (llego a ser el escritor teatral mejor pagado del mundo), pero su éxito cesó a comienzos de los sesenta, con el surgimiento de los Angry Young Men. Sus melodramas comenzaron a ser algo pasado de moda frente a la franqueza sexual  de los jóvenes escritores y su lenguaje descarnado. Para conmemorar el centenario de su nacimiento, se escogió a Terence Davies, probablemente porque sus películas reviven el mundo de la Inglaterra de posguerra, y porque sus recuerdos cinematográficos más vívidos son los melodramas de la época protagonizados por mujeres sufridoras con carácter, entre los que hay algunas adaptaciones de Rattigan. Davies cambia la estructura de la obra para que los hechos del pasado de los personajes aparezcan como ráfagas a veces inesperadas de recuerdos, como la escena de la estación de metro: el director británico ha convertido el flujo del recuerdo en su recurso narrativo más importante. Conocemos a Hester en la habitación de pensión que comparte con su amante, mientras abre la llave del gas en un intento de suicidio algo patético, motivado por la indiferencia de él. Mientras suena en la radio el movimiento lento de un concierto para violín de Samuel Barber, su mente fluye adormecida por el gas, y las imágenes de la relación que la ha llevado hasta ese punto se suceden de manera caprichosa. Cuando la despierten sus vecinos el drama podrá comenzar, con las apariciones de marido y amante, pero siempre estará punteado por el flujo del recuerdo.

En el cine de Davies, los recuerdos se reconstruyen minuciosamente a través de los decorados. El pasado está recreado de una manera tan delicada que uno creería que en la Inglaterra de posguerra todos y cada uno de los objetos eran bellos. Las lámparas proporcionan una luz anaranjada y tenue, los personajes se mueven en  semipenumbra. Los colores son apagados, para representar el ambiente de una época sombría. Esta es una de esas películas en que el humo de los cigarrillos flota lentamente en el aire como si estuviese marcando uno tras otro cada uno de los segundos que pasan. Despojados de las escenas de exposición y de las frases melodramáticas más lapidarias, los personajes se muestran a través de una minuciosa observación de gestos : en la situación emocional en que se encuentran, cualquier mirada o movimiento se convierte en significativo. La manera en que Hester se pone los zapatos tras pasar la última noche con su amante, antes de que éste se vaya a Sudamérica, es mucho más reveladora que cualquier despedida. Rachel Weisz hace un estudio detallado de la vulnerabilidad y el tormento emocional a través de cada uno de sus gestos.
La película dialoga con el pasado de manera compleja. Hay  nostalgia por la desaparecida camaradería de pub, también el lamento por una sociedad represiva en la que las pasiones contenidas acababan desembocando en estallidos casi histéricos. Hester no es una mujer que conscientemente quiera enfrentarse a las convenciones sociales, pero sus sentimientos son tan poderosos que no puede elegir, y su camino le lleva al ostracismo social, a la soledad y también a tener que empezar de nuevo su vida por sí misma. Algunos años después, ese camino sería recorrido por toda la sociedad, las convenciones sociales se derrumbarían, se decretaría el fin de la represión  y la libertad en la vida personal se convertiría en un valor irrenunciable. Davies filma su historia con la meticulosidad y el cuidado que ha demostrado a lo largo de su filmografía, una meticulosidad que le ha llevado a rodar solamente seis largometrajes de ficción en casi cuarenta años