jueves, 31 de mayo de 2012

Kiseki (Milagro)



 T.O: 奇跡
Dir: Hirokazu Kore-eda
Int: Koki Maeda, Ohshiro Maeda, Nene Ohtsuka, Joe Odagiri, Kirin Kiki.
 Japon, 2011, 126'





La nueva película de Hirokazu Kore-eda es otra aportación al género del shomin-geki, como “Still Walking”, una de sus mejores películas. En este caso, los conflictos familiares se muestran a través de la perspectiva de los niños. Koichi, de doce años y Ryu de nueve, son dos hermanos que se encuentran separados tras el divorcio de sus padres. Koichi, más tranquilo y algo melancólico, vive con su madre y sus abuelos en la ciudad de Kagoshima, bajo la constante lluvia de cenizas de un volcán  que ha decidido despertar de su letargo. El impetuoso Ryu vive con su padre, un músico aficionado algo irresponsable en la lejana Fukuoka. Un día, los chavales se enteran de que un tren bala pronto unirá sus ciudades. Según una leyenda que quizá se hayan inventado para la ocasión, cuando dos trenes bala se cruzan por primera vez se puede pedir un milagro. Ryu y Koichi comenzarán entonces una conspiración para encontrarse en el lugar en que se crucen los trenes y de esta manera lograr el milagro de que sus padres se reconcilien y la familia vuelva a estar junta.
Kore-eda rueda con la cámara a un metro y medio del suelo, para ponerse a la altura de sus protagonistas. Sus raíces en el cine documental se notan en la manera de filmar a los niños: gran parte del diálogo parece improvisado y la película adquiere entonces una gran capacidad de observación, también mucha autenticidad en cuanto al comportamiento de los niños: parece que los jóvenes actores tuvieron algo que decir en cuanto a la forma de ser de sus personajes. Es cierto que eso ralentiza bastante el ritmo: “Kiseki” es una película que se beneficiaría de una mayor agilidad narrativa si tuviera un metraje bastante más corto. Pero a cambio de ello, ganamos en detalle: cada personaje tiene su historia, desde el abuelo que intenta volver a su oficio de pastelero hasta la niña que sueña con ser actriz y lucha por mantener a raya la envidia que le produce una compañera de clase que ya ha salido en televisión.
Como los pasteles del abuelo, la película resulta algo dulce, pero no demasiado. Los niños son más ocurrentes y resolutivos que los adultos, algo que ya ocurría en “Nadie sabe”(2004), pero no pueden sustraerse a las dificultades de crecer en este principio de milenio. Por las grietas de la historia se cuela una situación económica no demasiado boyante, y las inseguridades emocionales que provoca. Además, los milagros no existen. La madurez se gana con esfuerzo, asumiendo los límites de nuestras posibilidades, eso es lo que los chicos descubrirán en su aventura. “Kiseki” no es una película ingenua ni nostálgica, no añora la infancia como ningún paraíso perdido, aunque no deja de sorprendernos con la extraña sabiduría de la inocencia y la curiosa fascinación japonesa por los ferrocarriles.