sábado, 18 de febrero de 2012

The Turin Horse

T.O: A Torinói Ló
Dir: Bela Tarr

Int: Janos Derzsi, Erika Bok, Mihály Kormos, Ricsi
Hungría, 2011, 146'

“El caballo de Turín” es la última película del cineasta húngaro Bela Tarr, en el sentido de que no va a hacer más. ¿Quién es Bela Tarr? Nacido en 1955 en Pecs, Tarr se ha ido convirtiendo lentamente en un cineasta con un grupo de seguidores escaso pero fiel. La razón de ello es su estilo, grave y solemne, basado en el uso del blanco y negro lúgubre, y en sus largos planos en los que una cámara casi siempre en movimiento observa el comportamiento físico de unos personajes de los que no se nos da ninguna clave psicológica. La música, por supuesto, es minimalista, y además, casi nadie habla. A principios de esta década, cuando la red puso a disposición de todo el mundo que tuviera conexión a Internet películas que anteriormente sólo se veían en festivales o en instituciones culturales, el húngaro formó parte del nuevo canon de una cinefilia radical incubada en foros y blogs, unos aficionados que favorecían un cine ascético y despojado de dramatismo.
Tarr intentó aumentar su público sin renunciar a sus señas de identidad con su siguiente película “The Man from London”, basada en una novela de Simenon: rodaje en inglés, reparto internacional y un presupuesto más desahogado. Pero la película se convirtió pronto en una especie de leyenda negra, cuando el suicidio del productor, el francés Hubert Balsam, acosado por problemas económicos, interrumpió el rodaje durante dos años. Finalmente, su estreno en el festival de Cannes fue recibido con indiferencia: el estilo de Tarr no se adaptaba bien a la narrativa de Simenon, y las motivaciones psicológicas del autor belga parecían esquemáticas y superficiales en la pantallas, mientras que el estilo solemne de Tarr parecía un adorno inapropiado para esa historia. Tras el estreno, el cineasta anunció que haría una última película más y se retiraría del cine.
Claroscuro
Para su despedida, Tarr ha elaborado una propuesta más contenida, menos espectacular. Dos personajes y un caballo, una cabaña aislada en las llanuras húngaras (aunque el título diga otra cosa), la monotonía de una decadencia, un día que se repite tras otro. Su punto de partida es una historia, probablemente falsa, sobre la pérdida de la cordura por parte del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Según se cuenta, cuando éste se encontraba viviendo en Turín vió como un cochero golpeaba brutalmente a su caballo. Nietzsche se arrojó al cuello del caballo para impedir que continuaran los golpes, y le pidió perdón por la brutalidad humana. Tras este incidente, se sumió en el silencio y vivió los diez años que le quedaban de vida recluido en sanatorios y cuidado por su madre y sus hermanas. Lo que Bela Tarr y su guionista, el escritor Lázsló Krasznahorkai se preguntan es qué ocurrió después con el caballo.
La primera secuencia de la película

La película comienza con una voz en off que nos relata la anécdota sobre el filosofo alemán. Tras ella, vemos al caballo del título avanzar por un pasaje desolado, una llanura semiboscosa de gélido aspecto azotada por un inclemente viento. El plano dura unos cuatro minutos, y está acompañado de la repetitiva banda sonora de Mihâli Vij, que aumenta la sensación de movimiento sin principio ni fin, de esfuerzo sin objetivo. La cámara se acerca y se aleja, en su movimiento continuo, del hombre y del animal. El esfuerzo se hace visible en la manera en que se tensan los músculos del caballo, en que su piel se contrae un galope tras otro. La monotonía del plano hace que su propia duración sea un elemento más de la puesta en escena, el tiempo se convierte en una fuerza física, una más, que el caballo debe vencer con su esfuerzo.
La historia se centra en la vida del dueño del caballo y su hija durante seis días, en una desolada granja en la llanura húngara. Es una vida dominada por los elementos, las acciones puramente físicas y la repetición. La hija se despierta, saca agua del pozo, enciende un fuego, ayuda a su padre a vestirse. Tarr se demora en la descripción del esfuerzo físico: podemos percibir hasta la aspereza de las ropas de los personajes. Por la noche, cenan una patata hervida cada uno, que comen con las manos, sin intercambiar casi ninguna palabra. El segundo día, el caballo se niega a salir del establo, más tarde se negará incluso a comer. Quizá sea un presagio. La vida sigue su curso, repetitivamente, pero poco a poco la existencia se va desmoronando. El pozo se seca, más tarde las lámparas se apagan, quedan sumidos en la oscuridad. El fuego no se enciende. El padre, a pesar de todo, le dice a la hija que coma su patata, aunque sea cruda: lo importante es seguir existiendo.
Paisajes desolados
Ciertos aires apocalípticos tiñen las imágenes de la película, y no sólo por el desenlace que nos conduce hacia la oscuridad. Sin embargo, Tarr lo niega. “¿Sabe que es el Apocalipsis? El Apocalipsis es un programa de televisión, con muchos personajes, fuego, explosiones; …con muchas cosas. No, The Turin Horse trata de cómo, día tras día, la vida se va debilitando. Y cómo la vida, al final, desaparece, pero de manera silenciosa y sencilla. Lo de The Turin Horse no es el Apocalipsis, es un simple drama humano” . A pesar de todo, hay un elemento post-apocalíptico que recorre toda la película, desde la tierra desolada y azotada por el viento hasta los propios personajes, desprovistos de psicología, de emociones, de contacto con el resto de la sociedad, unos zombies como los que pueblan tantas ficciones recientes, desde ”The Walking Dead” hasta el cine de Jia Zhang-Ke, seres reducidos únicamente a su existencia física. Pese a estar ambientada a finales del siglo XIX, los personajes de la película parecen compartir la filosofía materialista de nuestro principio de milenio.
“The Turin horse” tiene treinta planos para dos horas y media de metraje; la duración de los planos, la repetición de las acciones, la ausencia de desarrollo dramático hacen que sea una propuesta tan difícil como sencilla. Difícil no de entender, puesto que lo que muestra es evidente, sino de soportar. Es una prueba para el espectador, que tiene que experimentar por sí mismo el paso del tiempo, la monotonía, la repetición. Las razones de ello son conocidas: huir de la psicología, de las convenciones narrativas que condensan el tiempo y sólo muestran los elementos más dramáticos, evitando los vacíos y repeticiones que para Tarr constituyen la esencia de la vida. Pero el problema es que los personajes se nos aparecen más como figuras teóricas que como posibles personas, más como encarnaciones de una idea que como seres humanos. Filmados de manera distante, lejana, reducidos a su mera actividad física, no resultan más humanos que el caballo del título: sus emociones nos resultan igual de impenetrables.
Un crítico norteamericano ha descrito esta película así: “una experiencia comparable a comenzar un camino con un saco vacío, y luego, en el curso del viaje, ir rellenándolo con piedras hasta que uno no pueda más. Pero este efecto agotador no debe verse como un fracaso artístico. Es exactamente lo que Tarr se propone conseguir.” Hay muchos triunfos estéticos en “The Turin Horse” , desde la capacidad hipnótica de las imágenes lograda a través de una atmósfera única hasta la suntuosidad de los movimientos de cámara, el elemento principal del estilo de Tarr. Una cámara que busca la distancia adecuada con los personajes, el punto de vista cercano pero distanciado , a través de un movimiento casi continuo que se acerca y se aleja de ellos, los sigue o permite que dejen el encuadre vacío.
Esta última película ha conseguido la mayor relevancia que ha tenido nunca una cinta del director húngaro. Por primera vez en su carrera, ha estrenado en España (Una sesión en un cine de Madrid y otro en Barcelona) y ha recibido bastantes homenajes y retrospectivas en todo el mundo . Presentando la película en uno de ellos, en el Lincoln Center de Nueva York, se dirigió a la audiencia que llenaba el cine y le preguntó “Hace un día realmente estupendo…¿Realmente queréis ver esta mierda? “ Dos horas y media después, volvió a ponerse frente al público. “Os lo dije”.